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[Capítulo 29]

Desperté en una cama con la frente sudada y todo mi cuerpo en shock. Aún tenía lágrimas al borde de mis ojos y sentí que algunas descendieron cuando me incorporé.

Parpadeé varias veces, tratando de enfocar mi alrededor. Tenía el pulso tan acelerado que me pregunté si eso era normal. Respiraba con dificultad y me sentía como si hubiera estado en un intenso maratón.

Miré a mi alrededor.

Estaba en una sala con múltiples camas a mis costados. Las luces eran amarillas y me calaban en los ojos. No había ventanas y todo estaba cerrado. Entonces vi que una mujer se acercaba en mi dirección; ella vestía con tonos grises y opacos y llevaba un vestido que le llegaba hasta los talones.

—Sam —dijo al acercarse, hablando con tono lento y pausado—, ¿recuerdas por qué estás aquí?

Me llevé una mano a la frente, cerrando los ojos.

Y varios recuerdos golpearon mi mente.

.

—¡Damas y caballeros, la cuarta etapa no podrá ser visible para los espectadores! —dijeron los comentaristas cuando los participantes que quedábamos llegamos a lo que parecía ser un edificio pequeño y de apariencia cuadrada. En lugar de la arena, a todos nos habían citado muy temprano aquí, y nadie estaba seguro de los motivos—, ¡será una prueba mental... así que nadie podrá ver lo que los competidores vean! Pese a eso, estaremos al pendiente y les informaremos sobre el resto de las condiciones de la etapa.

Nos abrieron la puerta cinco personas y el gobernante. Todos ellos nos vieron con gesto serio y nos guiaron hacia una sala en el segundo piso del edificio. Ahí había exactamente catorce camas ubicadas a lo largo y ancho de la habitación.

—Para la cuarta etapa los haremos sumir en un sueño —explicó uno de los que estaban ahí. Un hombre que, junto a los otros, llevaba una vestimenta formal y oscura. Pronto deduje que eran los jueces de la competencia—. Experimentarán su peor miedo y tendrán que hacerle frente... Los primeros tres magos que lo consigan pasarán a la quinta y última etapa.

—Sin embargo —agregó una mujer de cara alargada—, ustedes no sabrán que están dormidos o que es un sueño. Parte del hechizo involucra hacerles olvidar sus recuerdos relacionados con la información de la cuarta etapa.

—¿Entonces será como si viviéramos en persona nuestro peor miedo? —inquirió uno de los participantes. No lucía asustado, pero sí tenía el ceño fruncido y la espalda tensa.

—Exactamente —contestó otro juez—, en esta etapa se medirá quiénes son capaces de evaluar los riesgos de una situación y enfrentarse a lo que más temen. Ya sea que los encaren o deduzcan que se encuentran en un sueño, saldrán de la pesadilla.

—¿Y si no podemos despertar? —preguntó una maga bajita y con sus pulgares jugueteando entre sí.

—No se preocupen —dilucidó la jueza—. En el dado caso que no puedan despertar por su cuenta, haremos el contrahechizo correspondiente. Y descuiden, esta etapa no pondrá en riesgo sus vidas, incluso si dentro del sueño así lo parece.

Me pareció raro el concepto de soñar sin saber que lo estaba haciendo... ¿Aquello era siquiera posible? ¿No me daría cuenta de inmediato que estaba soñando y me despertaría? Sacudí la cabeza y suspiré. Miré hacia Andery y Bailán, notando lo pensativos que estaban. Tal vez estaban preguntándose cuál sería su mayor miedo.

Y luego me pregunté: ¿cuál era el mío?

No tuve mucho tiempo para pensarlo antes de que nos acomodaran en orden alfabético en las camas. Me sentía incómodo ante el concepto de quedarme dormido junto a un montón de extraños y hasta me preocupaba que no funcionara lo que fuera que los jueces tuvieran en mente para hacer efectuar la prueba. Apreté los dientes y, cuando me recosté sobre la cama, me puse nervioso y tensé todo el cuerpo.

Entonces nos ofrecieron una especie de "píldora mágica" (honestamente ese nombre no parecía apropiado) y los jueces hicieron una cuenta regresiva mientras empezábamos a tomarlas.

Al terminar, ya todos nos habíamos tomado la píldora y nos quedamos dormidos, incapaces de saber lo que habíamos hecho.

.

Recordar tantas cosas de golpe no me hizo bien.

Me sentía mareado, abrumado y confundido. Mi cerebro parecía tener problemas en procesar esa cantidad de cosas. No entendía cómo era posible que realmente me hubiesen hecho olvidar todo eso y que mi mente hubiera cooperado sin problemas; de alguna forma, me sentía traicionado por mi propio cuerpo.

Y luego pensé en el sueño que había tenido y un amargo sabor inundó mi boca.

Me aparté los restos de lágrimas que tenía en los ojos y mi rostro se sonrojó al recordar lo que, aparentemente, era mi "peor miedo". ¿Le tenía tanto horror al abandono? Uno pensaría que a estas alturas estaría acostumbrado a eso. Uno pensaría que me darían más miedo otras cosas, como ser desalojado de donde vivía o tener que empezar de cero en un lugar que no conocía. O quizá tenerle miedo a cosas más comunes, como las cucarachas (odiaba las cucarachas, aunque quizá no tanto como pensaba).

Y sin embargo, parecía ser que yo no sabía nada de mí mismo.

La cuarta etapa me había hecho darme cuenta de cuál sería mi reacción más sincera ante más abandonos. No lo soportaría. Pensé en las palabras que me había dicho Caleb y lo mucho que habían quemado por dentro... Pensé en Andery y en Bailán. Me di cuenta de que estaba temblando y de nuevo sentí ganas de llorar.

Me sentía patético.

Ni siquiera había salido del sueño por enfrentar mis miedos, como habían dicho los jueces. Rompí la ilusión tras ver a mis padres y descubrir que era imposible que ellos estuvieran en este mundo. Fue una trampa. Una estafa.

Yo era un fraude.

La jueza a mi lado carraspeó con la garganta, llamando mi atención.

—¿Lo recuerdas? —insistió. Asentí con la cabeza y la miré.

—Ah, sí, lo siento —murmuré—. Sí, recuerdo haber venido para llevar a cabo la cuarta etapa.

—Me alegra. En ese caso, déjame informarte que eres el primer competidor en despertar. Felicidades, has pasado a la quinta etapa.

Abrí los ojos de par en par y miré a mi alrededor.

Realmente los demás seguían durmiendo. Aquello me sorprendió, como si pudiera ser posible que la jueza me mintiera para hacerme sentir mejor. Al mirar a los otros competidores, sentí una punzada en el pecho.

Ellos no tenían nada que les dijera con certeza "¡hey, estás soñando!". O no como yo. La culpa empezó a quemarme la boca del estómago y me mordí la lengua ansiosamente.

—Ya veo —me limité a decir. No me sentía alegre; no podía estarlo sintiéndome culpable y aún con las palabras de mi sueño resonando en mi cabeza

"Es como un cachorro perdido; no puede hacer nada por su cuenta".

"Todo esto es tu culpa, Sam. Siempre lo es".

"Nadie quiere verte. A nadie le importas. ¿No sería más fácil morirte?".

Quería hundirme en un pozo y quedarme ahí por el resto de mi vida. Incluso si todo fue un sueño, no me sentía capaz de recuperarme de todo lo que había oído.

Porque una parte de mí creía cada una de esas palabras.

Entonces alguien, unas camas a mi lado izquierdo, se despertó de golpe.

Era Andery.

Me entusiasmé al verla e hice amago de levantarme, pero la jueza me lo impidió.

—Es necesario que cada participante se tome su tiempo al despertar —me dijo suavemente, arqueando las cejas.

No me quedó más remedio que obedecerle, así que me limité a ver a Andery. Ella respiraba con dificultad y tenía los ojos entornados en la nada. Se veía asustada y traumada... Me pregunté si así me había visto yo cuando desperté.

Busqué la cama en donde estaba Bailán, y la hallé.

Él no se veía como si fuera a despertar pronto.

Pero tenía que hacerlo. Porque por Bailán yo estaba aquí. Si él no llegaba a la quinta etapa, ¿de qué habría servido todo esto? Apreté los dientes.

Mientras Andery se calmaba y conversaba con otro juez, nadie más despertó. Siguió así por un rato. No permitieron que Andery y yo nos habláramos.

Y entonces despertó el tercer competidor.

No era Bailán.

La cosa era esta: en realidad no conocía al tercer mago. Me daba la espina de haberlo visto antes, mas la verdad era que no tenía idea de quién era. Se trataba de un adulto cuya edad ya oscilaba hacia los treinta y algo; tenía el cabello oscuro cubriéndole la frente y los ojos de color avellana. Estaba en una cama frente a la mía y, cuando despertó, lo vi sereno y tranquilo.

Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal.

No lo conocía, y de pronto no quise saber más de él.

En realidad, no quería saber nada de nadie. Quería irme a casa. Mi verdadera casa... aunque, ¿cuál era esa realmente? Me froté los ojos y sentí un nudo en mi garganta.

Una vez que despertamos nosotros tres, comenzaron a despertar más magos. Bailán seguía sin hacerlo. A él y a otros tuvieron que ayudarles los jueces a salir del sueño.

—Los tres que pasaron a la quinta prueba quédense aquí —dijeron los jueces una vez que despertaron todos—. Al resto le agradecemos su participación y esperamos verlos dentro de tres años.

Y ellos se fueron.

No me sentí capaz de mirar a Bailán a los ojos cuando pasó a mi lado.

—Felicidades a ustedes tres —dijo entonces el gobernante. Se había quedado bastante callado en una esquina viendo todo lo que pasaba; no parecía ni siquiera con ganas de estar ahí. Podía imaginarme que no era placentero ver a quien estaba por reemplazarte en tu trabajo—. Sam, Andery y Marle... Son unos magos extraordinarios y audaces. A través de esta etapa y las anteriores han demostrado ser magos capaces, valientes y lógicos que tienen madera de líder. Sin embargo, saben que eso no lo es todo. En la quinta etapa, como bien saben, es la única que no cambia a lo largo de cada competencia... y es que es la razón por la que se le ha nombrado Enfrentamiento de Magos. Tendrán que asistir mañana al atardecer para la quinta etapa: en ella se enfrentarán entre sí por el puesto de gobernantes. —Hizo un gesto a sus costados y frunció las cejas—. Entrenen hasta morir y cuídense las espaldas. Eso es todo de momento. Pueden retirarse.

Eso hicimos.

No fue hasta que abandonamos el edificio que me permití respirar con normalidad. Marle no se presentó ante nosotros y se escabulló en cuando se le permitió hacerlo. En cambio, Andery y yo nos quedamos en la acera y nos vimos mutuamente.

—¿Estás bien? —preguntó ella con suavidad. Negué con la cabeza.

Andery me abrazó.

—¿Cómo era tu sueño? —inquirió delicadamente. Su aliento haciéndome cosquillas en la oreja.

No quería que me llamara patético como lo había hecho en la ilusión, y aun así le conté lo que había sucedido. Ella no se burló de mí, sino que me acarició el cabello y suspiró.

—Suena horrible —murmuró—. Que sepas que jamás te diría cosas así de crueles... Por los dioses, creo que tu sueño es peor que el mío.

—¿Tú qué soñaste? —cuestioné, separándome de su abrazo y viéndola con curiosidad y duda.

Ella sonrió a medias.

—Con serpientes —admitió—, odio tanto las serpientes que podría echarme a llorar de ver una... Sentí que de verdad iba a morirme en el sueño. Era tan real que dolía, y mierda, fue una verdadera tortura. No tengo idea de dónde saqué el coraje para matar a esas serpientes y salir del sueño.

Asentí.

—Fue demasiado cruel —murmuré—, quién sabrá lo que hay dentro de las cabezas de esos jueces.

—Seguro que aire.

Me reí.

—Deberíamos ir a descansar —sugerí—. Mi cerebro se siente raro luego de todo lo que pasó... Creo que voy a despertarme con miedo se seguir soñando, ¿sabes?

—Lo entiendo perfectamente. En ese caso, descansa, Sam. Mañana lucharemos como verdaderos magos. —Andery me revolvió el cabello con gesto cariñoso y sonrió—. Y recuerda, tontito, jamás te haría daño. Apenas te conozco y ya te quiero mucho.

Fingí que lo entendía y le sonreí de vuelta. Era difícil ser consciente de eso luego del horrible sueño.

Estaba seguro de que me había dañado de forma definitiva en algo que no podía entender. Incluso podía imaginarme pensando en eso años después... creo que odiaba un poco a los jueces por haber planificado esta etapa. Me frustraba más el hecho de que ni siquiera fui consciente del tiempo. Esta vez no hubo gradas ni personas alentando, y mucho menos un gran obstáculo para el que estábamos previamente preparados. No hizo falta magia, sino habilidad mental.

Y yo aún seguía sintiéndome como un fraude.

Al alejarme de Andery, vi el carruaje que ya tenía costumbre por ver. Saludé Hunber a medias y subí con cuidado.

Sin embargo, Bailán no se hallaba en el interior del carruaje.

Eso me inquietó.

Quería saber cómo se había tomado el haber sido eliminado de la competencia.

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