No dormí demasiado bien esa noche.
En primer lugar, ya había dormido bastante en la enfermería. En segundo, volví a pasar la noche en la habitación de Bailán... honestamente no sabía en qué momento aquello se había vuelto normal para nosotros; lo que era raro, porque "normal" había dejado de tener significado aquí.
Además, debía admitir que me frustraba saber que justo ahora yo era una especie de celebridad, y no de las buenas. Había quien decía que no existía mala fama, pero yo odiaba cualquier tipo y no me subía la moral ser consciente que todos me habían visto vomitarle encima a un periodista. Me froté los ojos y me dieron ganas de dormir por dos días enteros, o al menos hasta que fuera capaz de olvidarme de todo lo que había ocurrido.
Me sentía molesto, exasperado y triste. Triste sin razón aparente. Quizá porque aún dormía en una cama que no era mía y seguía sin encontrar motivos para volver a casa (debía ser honesto: una parte de mí quería encontrarlos).
Las luces ya estaban apagadas y todo estaba sumido en un denso silencio; incluso así, yo no podía dormir. Tenía demasiados pensamientos revoloteando por mi mente y eso me molestaba. No había visto a Caleb en la cena y tampoco tenía razones para creer que había asistido a la tercera etapa... eso también me causaba intriga, ¿a dónde se suponía que había estado yendo? Recordé que en la mañana había tratado de decirme algo, y yo le interrumpí fríamente.
Fruncí el ceño, de pronto deseando saber qué era lo que había querido decirme... Sin embargo, él no había insistido. Tal vez no era tan importante como pensaba, después de todo.
Me giré sobre la cama cuando la postura en la que estaba se tornó incómoda, aunque en realidad había estado evitando girarme hacia el centro de la cama, porque ahí estaba Bailán; y yo seguía sintiéndome raro teniéndolo ahí. No me quedaba claro qué tipo de relación teníamos, mas empezaba a hacerme a la idea de que quedarme aquí signficaba vivir de esta forma. Y debía ser honesto: eso no me molestaba. No se sentía mal tomar el "camino fácil" y quedarme al lado de Bailán, tratándose de alguien a quien le importaba.
Quizá Caleb tenía razón. Quizá yo sí estaba desesperado de que alguien me quisiera. En cuanto lo pensé, me sentí culpable y aturdido; deseé que aquello no fuera verdad.
Solté un suspiro algo ruidoso y me pasé una mano por el rostro.
—¿No puedes dormir? —La voz de Bailán resonó suavemente en las paredes del cuarto. No me sorprendió que él siguiera despierto; al igual que yo, parecía demasiado inquieto como para conciliar el sueño.
—Para nada —murmuré, decidiendo sinceramente—, desde hace una hora renuncié a poder dormir.
Bailán se giró para verme. Yo no le miré de vuelta y me limité a fingir que había algo en el techo digno de mi atención.
—Estuve pensando un poco sobre que eres de otro mundo —dijo con cierto tono pensativo y reflexivo, haciéndome tensar los hombros—, ¿crees que algún día podrías llevarme allá?
No respondí de inmediato. En realidad, no tenía idea de qué responder.
—No lo sé —me sinceré, sintiéndome extraño por aquel concepto. Tragué saliva y titubeé—. Bailán, no creo que esa sea una buena idea...
Incluso sin poder verlo con nitidez por la oscuridad que nos rodeaba, percibí que se movía para acercarse a mí.
—¿Estás seguro? —inquirió.
Caí en la cuenta de que su tono había cambiado. Más amenazante. Más frío. Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal y de pronto quise irme de aquel cuarto.
—Bueno, no sé —volví a decir. Tal vez darle esperanza no era lo más loco que podía hacer incluso si no tenía la más mínima intención de que aquello pasara. No me imaginaba a alguien como él en mi mundo, y hasta debía admitir que me preocupaba—, supongo que algún día podría pasar.
Bailán no respondió.
Aquello no me ayudó a conciliar el sueño. Me mantuve despierto hasta que se hizo de madrugada y solo así pude quedarme dormido.
No sirvió de nada, pues desperté aproximadamente unas tres horas después. Cuando lo hice, tuve la sensación de que algo había cambiado. Parpadeé varias veces y me incorporé sobre la cama, descubriendo que Bailán ya no estaba ahí.
Arrugué la frente y me miré las manos, sintiéndome como si aún siguiera dormido. Sacudí la cabeza y le resté importancia, bostezando y sintiendo cómo un par de lágrimas se asomaban a mis ojos. Me estiré y me dirigí hacia la salida del cuarto, y ahí caí en la cuenta de que, de alguna manera, había vuelto a mi habitación; era fácil notarlo cuando el tamaño era notablemente distinto. Sin embargo, no se me ocurrió cuestionar la razón por la que había regresado.
Al poner la mano sobre el pomo de la puerta, me sobresalté al escuchar unas voces al otro lado:
—Amo, he notado que ha generado un apego hacia el Sr. Sam.
Era Hunber, lo que me hizo advertir que estaba hablando con Bailán.
—¿Te parece? —era la voz de él, y luego se rio. Fue una risa que me puso los pelos de punta—. Supongo que podría parecer eso... aunque, ¿quién lo haría? Es más que evidente que Sam solo sirve para hacer magia. Es tan patético y estúpido que no serviría para otra cosa, ¿le has puesto atención? Es como un cachorro perdido; no puede hacer nada por su cuenta. Incluso en la competencia solo le ha servido para avanzar gracias a la suerte... No, jamás podría tenerle afecto sincero. Solo me repugna.
Parpadeé varias veces y traté de discernir lo que sentía por aquellas palabras. Una punzada atacó mi pecho y sentí un nudo en su garganta.
Ni con todo el autodesprecio del mundo podría sentirme listo para escuchar lo mucho que alguien me detestaba.
Me quedé en el cuarto hasta que estuve seguro de que Hunber y Bailán ya no estaban afuera en el pasillo. Luego salí, incluso si lo último que quería era eso... de pronto me sentí tan humillado y avergonzado conmigo mismo que no supe cómo lidiar con eso. No iba a llorar... llorar sería lo más bajo que podía hacer. Sin embargo, no pude evitar sentir un amargo sabor en mi boca y el temblor que me recorrió las rodillas. Me llevé una mano a la boca y apreté los puños.
¿Cuándo se volvía más fácil el rechazo? Necesitaba saber si existía un punto en mi vida en el que ya me era indiferente.
Ansiaba saber si alguien alguna vez podría quererme de verdad.
Bajé las escaleras, de pronto con el deseo de abandonar la casa para despejarme la cabeza. Estaba seguro de que no podría encarar a Bailán con sus palabras resonando en mi mente. "Solo me repugna".
Eso dolía. Y a la vez, no dolía tanto.
No me gustaba, pero de alguna forma aquello tenía sentido en mi cabeza. Aquello me hacía pensar "oh, está bien, ya era hora de que fuera honesto".
Entonces llegué al final de las escaleras y vi que Caleb estaba ahí. Parecía estarme esperando.
Siendo honesto, no me sentía de humor para hablarle. Apenas si le miré cuando pasé a su lado. Pero él no aceptó eso y me tiró del brazo, diciendo:
—¿Estás bien?
Decidí mirarlo, de pronto con el corazón hundido y triste. La preocupación en sus ojos hizo que a mí se me cristalizaran los míos.
—No —contesté, y me sorprendí cuando se acercó y me envolvió en un abrazo. No estaba seguro de si me había abrazo antes; se sentía bien. Tenía sus brazos por detrás de mi espalda y me estrechaba contra él. Yo me permití apoyar mi frente sobre su hombro y apreté los dientes—, creo que Bailán sí es un idiota después de todo...
—¿Y cuál es la sorpresa? —respondió Caleb, aunque no con tono de humor—, ¿por qué nunca escuchas a los demás...? Todo esto es tu culpa, Sam. Siempre lo es.
Me separé de su abrazo y lo miré, sin saber si estaba enfadado o confundido.
—¿Qué? —fue lo único que pude decir, titubeando y viéndolo con duda.
Caleb puso los ojos en blanco.
—¿Todavía debo explicártelo? —bufó. Fijó sus ojos en los míos. De pronto dejó de gustarme el color de su iris y me sentí abrumado—, ¿también eres tonto...? Sam, todo esto pasó por tu culpa. Eres demasiado lento y nunca te das cuenta de que nadie quiere estar a tu lado. Cansas a la gente tan rápido que debería ser un don... Y aún tienes el descaro de preguntarte qué haces mal. Déjame decírtelo: todo. Todo lo que haces y todo lo que eres es un problema, y a nadie le gustan los problemas. No es sorpresa que estés solo cuando eres una persona patética y aburrida. Ni siquiera puedo odiarte; tu existencia es indiferente para mí.
¿Por qué estaba diciéndome eso?
¿Qué me había perdido?
Me sentí como si de pronto faltara una pieza de un rompecabezas, o algo. Cualquier cosa. Esto no era como la última discusión que tuve con Caleb... Este no era él molestándose conmigo por querer quedarme. Este era él diciéndome todo lo que siempre estuvo en mis peores miedos.
Diciendo que yo era el problema. Diciendo que ni siquiera me odiaba, y eso dolía, porque la indiferencia dolía el doble. Diciendo todas esas palabras que tanto habían aparecido como mis peores inseguridades.
Las lágrimas asomaron a mis ojos. Este no era yo enojado con Caleb y con la energía para discutir y gritarle en la cara.
Este era yo sintiéndome tan herido y horrible que no podía imaginarme saliendo de este agujero.
Era como cavar un pozo sin fondo. Ni siquiera pude responder y me limité a irme... porque no podía mirarlo. Porque no tenía idea de que las palabras podían doler tanto hasta sentir que me quemaban el pecho. Las lágrimas empezaron a fluir hasta no detenerse y mi respiración se aceleró. Salí de la casa.
No llegué muy lejos cuando sentí que las piernas me temblaban tanto que me sentí incapaz de seguir caminando.
—¿Sam? —La voz de Andery me sobresaltó.
Miré hacia arriba. Ella llevaba un gran abrigo y se detuvo al verme. Se puso de cuclillas y me vio con sorpresa.
—¿Qué ocurrió? —preguntó.
Y yo, entre sollozos, traté de explicárselo.
Una vez lo hice, Andery se echó a reír.
—¿Solo por eso? —fue su respuesta, viéndome con ademán de burla—, eres patético. Uno pensaría que te estaba pasando algo real, ¿pero eso? ¿Qué está mal contigo?
La miré sin entender.
¿Qué estaba ocurriendo?
—Eres realmente patético y aburrido —prosiguió Andery—, ¿quién querría ser amigo tuyo? Hasta tu mamá te abandonó... Dramatizas todo lo que te pasa y lloras por todo, ¿por qué, Sam? ¿Cuál fue el error que hubo contigo cuando naciste? ¿Por qué siempre le causas vergüenza a todos? Me causas vergüenza a mí. ¡Ya no quiero ser tu amiga! Mejor ve a tirarte donde nadie te vea y donde no le causes problemas a nadie.
Sí, tal vez eso tenía sentido.
De pronto todos esos miedos, todas esas inseguridades y todas esas pesadillas que me habían acosado desde niño estaban ahí. El porqué nunca tuve un verdadero amigo. El miedo de que todos me abandonen y me dejen atrás.
Comencé a llorar con más fuerza y no supe qué hacer. ¿Debía enojarme? No tenía energía para eso. ¿Debía irme? Tampoco podía levantarme. Andery bufó y se puso de pie.
—Eres una lacra social —soltó—, nadie quiere verte. A nadie le importas. ¿No sería más fácil morirte?
Sí, eso también tenía sentido.
Me cubrí la cabeza y los oídos, sintiendo que entraba en un ataque de pánico. Traté de calmarme, pero no podía. No podía. Era muy doloroso. Sentía los pulmones quemarse y mi pecho ardiendo en llamas. Dolía todo. Dolía la idea de que la gente que me importaba me dijera todo lo que conformaba mis peores pesadillas.
Dolía tanto.
Entonces alcé la mirada y vi a mis padres.
—Tu nacimiento fue un error —decía mi papá. Vestía exactamente de la misma forma de la última vez que le había visto—, ¿por qué crees que jamás me importaste? Ni siquiera puedo considerarte mi hijo. No eres más que un error.
—Me fui porque no soportaba verte —continuó mi mamá. Ella lucía como en una de sus pocas fotos que tenía de ella—, eres una desgracia y una deshonra... Me causa vergüenza solo pensar que eres mi hijo. Debí irme antes. Debimos abandonarte al nacer.
Sin embargo, ya no estaba prestando atención a sus palabras.
¿Qué hacían aquí?
De pronto fue como si todo tuviera sentido y mis ojos se abrieron de par en par.
—No es real —murmuré, temblando de pies a cabeza y poniéndome de pie con cuidado. Aún tenía lágrimas en los ojos y me sentía como una mierda, pese a eso repetí—: ¡Nada de esto es real!
Y luego desperté.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro