[Capítulo 27]
Quería hacerme de oídos sordos e ignorar que teníamos a un dragón en el centro de la cima de la torre... Tal vez dejarle la tarea de luchar contra su furia a otro mago.
No obstante, resultó que eso fue imposible cuando el dragón se empeñó en hacernos la vida una mierda a todos nosotros.
Primero se levantó del nido y comenzó a gruñir como un perro rabioso al que le habían pisado la cola. Luego, una vez levantado y bien erguido, sacudió la cola. Eso provocó que algunos magos casi se cayeran por el borde... y acto seguido, la criatura empezó a soltar fuego.
Maldije en voz alta y me hice a un lado cuando las intensas brasas casi me tostaron por completo. Me descolgué el báculo de la espalda y quise vomitar con lo cerca que me puse del borde.
—¡¿No que la gente aquí no moría?! —grité hacia Bailán, que se acercó y tiró de mí para alejarme del borde... ni siquiera me sentía capaz de mirar hacia abajo. Sabía que si lo hacía, entonces querría vomitar.
—Nadie va a morir —fue su respuesta, frunciendo el ceño—, lucharemos contra el dragón... Al parecer, eso es parte de la prueba.
Claro que era parte de la prueba, quise responder. Si no fuera parte de esto, entonces estaríamos verdaderamente fritos.
Los magos a nuestro alrededor no perdieron el tiempo y comenzaron a lanzarle hechizos al dragón, principalmente para herirlo.
Esto solo lo hizo enojar más.
Y rugió. Ahora sí como un dragón y menos como un perro. Aunque tal vez se pareció un poco a los dinosaurios, y eso lo decía alguien que se había obsesionado con los dinosaurios a los cinco años, así que sabía de lo que hablaba.
El dragón finalmente desplegó las grandes alas que había tenido plegadas a sus costados todo este tiempo. Sus alas eran de color carmín y, tenía que admitirlo, eran preciosas. De un material delgado y maravilloso que se veía como si, al tocarlo, resultara ser la cosa más suave y sedosa del mundo. Se veía increíble.
Me quedé embobado viendo al dragón que Andery tuvo que quitarme de en medio cuando su cola nos quiso tirar de la torre.
—¡Presta atención! —me gritó ella, lanzando un hechizo hacia la criatura en vano.
—Los hechizos no parecen hacerle daño —murmuré, parpadeando varias veces y viendo cómo ya quedábamos aún menos en la plataforma. Podía hacerme a la idea de que el dragón era el responsable de haber tirado a al menos un cuarto de nosotros.
Arrugué la frente y vi que el dragón comenzó a batir sus alas con fuerza, mas no para irse, sino para defenderse.
Entonces caí en la cuenta de algo.
—¡Está defendiendo a sus crías! —señalé, sorprendido conmigo mismo por haberlo descubierto.
—¿De qué crías hablas? —contestó Bailán con la frente arrugada.
—¡Mira el nido! Se puede ver que tiene como tres huevos ahí...
No los habría visto de no haber tenido la mirada particularmente fija en ese sitio. No hubo ninguna razón para que yo estuviera mirando hacia allá; si tuviera que llamarlo se alguna forma, diría que había sido mera casualidad. O tal vez suerte.
Quizá yo sí tenía más suerte de la que podría admitir en voz alta.
—No hay que atacarla —proseguí, rápidamente dándome cuenta de que eso sería imposible cuando los magos a nuestro alrededor seguían insistiendo en lanzar hechizos—, ¡los demás tienen que parar o ella seguirá creyendo que queremos lastimar a sus crías!
—Nadie va a detenerse —me dijo Andery, apretando los dientes—. Pero no entiendo, ¿por qué envían a una dragona con sus crías para la última parte de la torre? ¿Lo obvio no sería enviar un monstruo con el que tuviéramos que acabar de tajo?
—Tal vez la lección no es acabar con ella, sino mantener la calma —respondí—. Ya sabes, cosas de líderes naturales y eso. Si entras en pánico y atacas lo primero que se presenta frente a ti, significa que no eres muy sensato y actúas conforme a tus instintos... Y más bien, deberías actuar con lógica.
Andery me miró, sorprendida. Claramente no se esperaba que alguien como yo llegara a esa conclusión... y debía admitirlo, yo también estaba sorprendido por eso
Me eché a reír.
—¡La verdad es que no tengo idea de qué acabo de decir! —solté. La altura realmente debía estarme afectando las neuronas, porque luego dije—: ¡Iré a calmar a la dragona!
Y me lancé hacia delante sin pensarlo más tiempo.
La dragona nos había estado ignorando hasta ahora, demasiado ocupada en echarles fuego al grupo de magos del laberinto. Ellos me miraron por unos momentos, vacilando acerca de cómo debían reaccionar al reconocerme.
—¡Hey, tú! —grité hacia la dragona, llamándole la atención. Ella pareció escucharme y giró la cabeza en mi dirección. Batió sus alas y casi consiguió desequilibrarme—, ¡calma, no queremos lastimar a tus hijos!
La dragona gruñó y se preparó para exhalar fuego. Titubeé y apenas conseguí hacerme a un lado cuando la ola de fuego se lanzó contra la nada y me chamuscó la parte de arriba de mi cabello; al menos no se me incendió y eso ya lo consideraba una victoria.
El grupito del laberinto empezó a lanzarle hechizos de nuevo.
—¡Ya basta! —grité hacia ellos—, ¡déjenla en paz, idiotas!
Extrañamente me obedecieron.
Empecé a caminar con prisa hacia la dragona y, sin pensarlo mucho (o, más bien, sin pensarlo nada), dejé mi báculo en el suelo y apoyé una mano en la superficie de su hocico. Tomé de sorpresa a la dragona, cuyos ojos se fijaron en los míos y se me quedó viendo como "¿qué demonios haces?". Sin embargo, no hizo ningún movimiento brusco ni trató de arrancarme la cabeza de un mordisco. Me pregunté si podía percibir mis intenciones y suspiré.
—Calma —hablé con suavidad, ajeno al hecho de que no era capaz de entenderme—, estás asustada, ¿verdad? Un montón de idiotas creyeron que era buena idea usarte para lanzar a otros idiotas por una torre... En serio, te entiendo. Bueno, no la parte de la torre, pero si en saber lo que se siente que la gente te use, y duele cuando no te das cuenta hasta que ya es demasiado tarde, ¿cierto? Debes saber de lo que hablo, o tal vez no. Creo que no hablas mi idioma.
Rápidamente me di cuenta de que estaba divagando, sin embargo, también advertí que eso parecía calmar a la dragona. Los magos a mi alrededor habían dejado de dispararle hechizos, cayendo en la cuenta de que fuera lo que yo estuviera haciendo funcionaba para mantenerla tranquila. Era obvio que ya nadie quería ser expulsado de la torre y eliminado de la tercera etapa.
Éramos catorce magos cuando la alarma sonó.
Era extraño. Más allá de Andery, Bailán y el grupo de laberinto, no estaba familiarizado con ningún otro competidor. Ni siquiera estaba seguro de recordar sus rostros y mucho menos sus participaciones a lo largo de la competencia. Estaba seguro de que cada uno tenía sus historias y razones para querer volverse los gobernantes de Erason.
No obstante, si no me importó antes, menos lo hizo ahora. Creía firmemente que no tenía necesidad de conocer a ninguno de esos magos.
Una vez sonó la alarma, la dragona se inquietó.
No pude quedarme a consolarla por más tiempo, pues entonces una trampilla se abrió en el suelo y nos dejó bajar a todos de la torre. La trampilla conectaba directamente (la única explicación era la magia) con el primer piso de la torre en donde estaban las puertas.
Otra vez estuve a punto de llorar del alivio. En serio había pensado que tendríamos que bajar un montón de escaleras para salir de ahí o algo así.
Qué hermosa era la magia.
Afuera de la torre volví a sentirme fatal.
—La diferencia de alturas es una mierda —me quejé. Andery a mi lado también estaba pálida y tenía la mano en la boca.
—Apenas empezó a afectarme estando con la dragona —reconoció—, se siente horrible.
Bailán no parecía particularmente afectado por eso. Tal vez algunos tenían una resistencia natural... y otros éramos algo odiados por el destino.
Sentí que mi visión tenía un par de puntos oscuros cuando vi que una pareja de magos se acercaba a mí.
—¡Los rumores sobre cómo calmaste al dragón de la azotea de la torre ya están corriendo como agua! —dijo uno de ellos. Yo estaba demasiado mareado como para escucharlos—, ¿tienes un momento? Nos gustaría entrevistarte.
Sacudí la cabeza y me pasé una mano por el rostro.
—No creo que sea buena idea —logré articular.
Pero él insistió.
—Solo será un momento. Nos interesa escuchar acerca de ti.
—Eres el Gran Mago, ¿no es verdad? —dijo su compañero. Lo miré con fastidio—, ¡no tienes que ocultarlo! Con lo que sucedió hoy, ya todo estamos seguros de eso... ¡Por favor, una entrevista corta! Estoy seguro de que más en la prensa querrán saber de ti.
Abrí la boca para volver a negarme.
Y en lugar de eso, vomité.
Deben saber que es increíblemente humillante vomitar encima de los zapatos de un alegre y entusiasta periodista que moría por hacerte una entrevista para descubrir qué te hacía tan poderoso.
Por otro lado, era demasiado insistente y yo me sentía demasiado mal. No me sentía realmente culpable.
Terminé de nuevo en la enfermería de magos.
Esta vez me hice el enfermo una buena cantidad de rato, sintiéndome tan avergonzado como para poder levantarme de ahí y salir del ala de enfermería como si nada hubiera pasado. Podía imaginarme que a estas alturas las noticias ya estaban por todos lados... ¡El Gran Mago le vomitaba encima a un periodista! Seguro es un mago de la alta clase.
Gruñí y me exasperé, quitándome las cobijas del rostro y sintiéndome como la persona más estúpida del planeta. Ni siquiera había podido procesar que ya habían descubierto que yo era el mago raro que había estado sobrealiendo en la competencia... ¿Por qué insistía en sobresalir? ¿Cuál era mi problema?
Aunque quizá eso era lo mismo. No sentía que mis acciones fueran diferentes a las del resto, mas lo eran; porque este no era mi mundo, y esta no era la sociedad a la que estaba acostumbrado.
Sobresalir era fácil cuando venías de un mundo completamente diferente al resto.
No quise saber cuánto tiempo estuve en la enfermería y, a cambio, me escabullí de ahí en cuanto reuní el coraje para hacerlo. Una enfermera se limitó a darme una pastilla para los mareos o algo así, y luego me dejó ir.
Una vez afuera de la enfermería vi que había un montón de personas.
—¡Es él!
—¡Es el chico del terremoto!
—¡Es el Gran Mago!
—¡Es el que me vomitó encima!
Volví al interior de la enfermería y les cerré la puerta en la cara. A juzgar por lo estrictos que eran los médicos aquí, podía hacerme a la idea del porqué no los dejaban pasar.
Hundí los hombros y me quedé otro buen rato ahí metido, sintiéndome acorralado y triste. Fingí que volvía a sentirme mal para que no me echaran de ahí y me quedé dormido sobre una de las camas.
Al despertar, ya estaba anocheciendo.
—Vamos, chico, aquí no es posada para que te quedes dormido —me gruñó una enfermera.
Cuando volví a salir, vi que esta vez los pasillos estaban desérticos.
Me pregunté por qué ni Andery ni Bailán habían tenido a verme. ¿La prensa los habría atrapado también? ¿O quizá a ellos no les habían dejado pasar? Suspiré con pesadez y sentí los párpados como de plomo.
Salí completamente del edificio y lo único que me animó fue ver el carruaje que ya conocía de antemano ahí estacionado bajo la acera.
Corrí en su dirección y saludé a Hunber de buena gana. Luego abrí la puerta y me metí dentro.
Bailán estaba ahí sentado leyendo. Alzó la mirada al verme y sonrió.
—Se te hizo demasiado tarde —dijo, alzando las cejas—. Por cierto, buena forma de hacerte famoso...
Me sonrojé hasta las orejas y apreté los dientes.
—Fue muy vergonzoso. Por favor, no hablemos de eso —le pedí.
—Está bien... —Bailán miró por la ventana. El carruaje ya se había puesto en movimiento—. Ya todos saben a medias quién eres, Sam... al menos sobre el hecho de que tienes un considerable poder y una peculiar forma de hacer magia. Por cierto, Andery y yo no pasamos a verte porque nos entrevistaron a todos. Debiste haber ido; al menos así habrías dilucidado algunas cosas. En cambio, ahora todos creen que eres un mago misterioso que no quiere dar detalles de su vida por el gran poder que almacena.
Enterré mi rostro entre mis manos, gimiendo de frustración y molestia.
En serio odiaba llamar la atención.
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