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[Capítulo 22]

Durante la siguiente media hora nos la pasamos esquivando y huyendo del resto de los competidores, puesto que, incluso si era llamativo hacer una gran escena y todo eso, ponernos en una posición arriesgada donde pudieran robarnos las gemas y sacarnos de la segunda etapa no era algo que estuviéramos dispuestos a hacer. 

El plan que propuse al poco rato de "esconder las gemas y pasar desapercibidos" pronto empezó a volverse imposible... Resultó ser que los que habían organizado esta etapa eran unos sádicos, ya que, en el preciso momento en que los comentaristas anunciaron que oficialmente quedaba una hora de la competencia, las gemas empezaron a brillar. Sí, brillar. Algo así como una pequeña linterna de gran potencia, así que ni siquiera estando escondidas entre nuestras ropas fue suficiente para esconderlas. 

—¡Estás brillando! —Esa fue la forma en la que nos dimos cuenta. Andery no había traído consigo en dónde echar las gemas, así que se las había puesto en el bolsillo superior de su blusa y, justo ahora, su tórax parecía brillar. Algo así como Edward Cullen. Yo fui el primero en notarlo y luego descubrí que yo también brillaba de la cintura, cosa que no era diferente para Bailán.

Así que míralo de esta forma: estábamos jugando paintball y teníamos una pancarta enorme que decía "DISPARANOS". 

—Los jueces querían ver correr sangre en esta etapa —gruñó Andery, frunciendo las cejas y mirando por encima de su hombro. Justo ahora no podían culparnos por ponernos nerviosos. Al parecer, una sola gema ya brillaba como luz de motocicleta, y tener las tres juntas era como haberse vuelto un faro humano. Ahora mismo no había magos a nuestro alrededor, pero era evidente que se desataría una pelea en el momento que nos cruzáramos con uno que no tuviera ninguna gema. 

De pronto me sentí en los Juegos del Hambre y temí por mi vida... Aunque bueno, quizá no por mi vida, pero sí por mi dignidad y orgullo. No quería ser eliminado en esta etapa (ni en ninguna, en realidad. Se había activado en mí una especie de sentido competitivo que me sentía incapaz de ignorar), mas el concepto de pelear contra un montón de magos tampoco me llamaba la atención. Es decir, sí, quería poner a prueba los hechizos de lucha que había aprendido, pero tampoco me sentiría mal si eso no pasaba.

Suspiré.

—Tendremos que estar alerta —murmuré, sabiendo que era una obviedad—, ya saben, mantenernos juntos, no separarnos... Será más fácil defendernos si nos cubrimos las espaldas mutuamente.

Bailán frunció las cejas y se quedó en silencio. Andery asintió con repentino entusiasmo.

Transcurrieron diez minutos en los que decidimos avanzar por el laberinto. Me daba la sensación de que, si nos quedábamos, alguien podría acorralarnos. Así que me parecía más sencillo enfrentarnos a otros magos si estábamos en movimiento y a ojo visor. A los quince minutos, nos encontramos con un mago con anteojos que se nos quedó viendo con duda. Él también brillaba y, como seguramente no vio conveniente pelearse contra tres magos cuando ya tenía al menos una gema, se encogió de hombros y pasó de largo. Nosotros tampoco tuvimos motivos para provocarlo.

A la media hora empezaron a aparecer problemas.

Nos detuvimos junto a uno de los muros del laberinto cuando escuchamos voces más allá. Apoyé mis manos sobre el borde de la pared y me asomé ligeramente. Ahí fui testigo de cómo un grupo de magos asaltaba a un joven... Caí en la cuenta de que se trataba del chico de anteojos que habíamos visto antes.

El pobre estaba hecho una bolita en el suelo y ya no brillaba. Sin embargo, eso no parecía importarle al grupo que le acosaba y, en cambio, seguía burlándose de él y lanzándole hechizos.

Eso realmente no me gustó. No importaba el mundo en el que estuviera, me sentí incapaz de dejar pasar aquella situación.

Antes de ponerme a pensar si tenía sentido o valía la pena, me lancé contra el grupo.

—¡Temblir! ¡Temblir! —grité varias veces hacia los magos del grupo. El efecto inmediato del hechizo era hacerles temblar las piernas al punto de no poder caminar ni incorporarse—. ¡Si van a pelear háganlo de frente, cobardes!

No fue hasta ese momento que vi que ellos nos superaban en número con facilidad. Eran alrededor de siete, y cuatro de ellos brillaban. Decidí que no tenía caso sentirme intimidado justo ahora y seguí lanzando hechizos. Medio al azar y medio cegado por la ira.

—¡Faller! ¡Paveet! ¡Lorye! ¡Voliec! —conjuré, causando diferentes efectos en los magos.

Ahora ellos estaban sobre el suelo, con el cabello revuelto por una intensa corriente de aire y sin poder ver ni hablar.

—¡Sam, ¿qué estás haciendo?! —Bailán se apareció a mi lado izquierdo, viéndome entre anonadado y molesto. Asimismo, Andery se puso a mi derecha y vio impresionada a los magos tumbados.

—¡Ellos empezaron! —contesté a la defensiva, aunque luego vacilé, ¿a él qué le importaba si yo buscaba defender a alguien?

—¡No uses hechizos tan crueles! —exclamó Andery, arrugando la frente—. Ni siquiera sé cómo puedes invocar el hechizo de Voliec cuando es nivel cuatro...

¿Lo era? No me había molestado en ver los niveles de los hechizos que memoricé la noche anterior. El que Andery mencionaba era uno que le quitaba la voz a un mago de forma temporal; no sabía cuánto duraba, puesto que el libro decía que dependería del poder del mago.

—¿Hechizos crueles? —fue lo único que se me quedó pegado de sus palabras—, ¡¿sí viste lo que estaban haciendo?!

Andery apretó los labios.

—Bueno, sí —murmuró—, de todos modos, haz el contrahechizo antes de que tengas problemas. Incluso si no son hechizos prohibidos, todos saben que el hechizo de Voliec es muy sanguinario... Básicamente es quitarle al otro mago la posibilidad de defenderse.

—Y eso es exactamente lo que ellos estaban haciendo —gruñí por lo bajo. No tenía claro por qué me había molestado tanto con el grupo; no era como si me estuvieran acosando a mí. Sin embargo, detestaba con el alma a las personas que atacaban por la espalda y en grandes números como cobardes (quizá porque había lidiado con mucha gente así en secundaria... Quizá porque sabía lo que era estar en el otro lugar).

—Sam, haz lo que ella dice —ordenó ahora Bailán, viéndome fijamente—. Tiene razón. Les quitaste la voz y la vista... así no es como peleamos los magos.

Contuve el impulso de poner los ojos en blanco y, en cambio, murmuré a regañadientes los contrahechizos, puesto que me sentía demasiado molesto como para pensar en hacerlos disolverse de otra forma. La cosa con los hechizos de pelea era que, una vez lanzados, solo podían deshacerse a través de los contrahechizos, cosa diferente a los hechizos que se relacionaban con la naturaleza y que se disolvían si el mago se desconcentraba o alguien más lo contrahechizaba. Sí, por favor, noten que sí había puesto empeño a mi estudio.

Una vez que el grupito recuperó su vista y su voz, todos ellos empezaron a incorporarse y mirarme con miedo. Incluso el chico de anteojos al que habían estado acosando seguía en el suelo, temblando como un perro bajo la lluvia.

No me dijeron nada. Ni siquiera sopesaron la idea de provocarme o decir algo; el grupito se limitó a dar la media vuelta e irse. Asimismo, el chico de anteojos se giró en mi dirección y empezó a tartamudear:

—G-gracias...

Y algo presuroso y avergonzado, se levantó y salió corriendo.

Sentí una punzada contra mi pecho cuando pensé en las miradas llenas de terror del grupo de magos... Pero ¿cuál era el problema? ¿Por qué el malo era yo cuando ellos atacaron primero a un mago que no podía defenderse? Bufé con frustración y tensé la mandíbula. Me sentía molesto. Últimamente no sabía a dónde dirigir esos sentimientos, así que solo iban acumulándose y dirigiéndose hacia sitios extraños.

—No deberías usar hechizos como esos a la ligera —me dijo Andery con suavidad, tocándome el brazo y suspirando.

Me quedé callado.

No supe si los comentaristas habían mencionado algo acerca de ese enfrentamiento en particular. Yo esperaba que no. La idea de llamar más la atención me enfermaba.

Fue extraño. En realidad, no volvimos a encontrarnos con más problemas. ¿Sería que se había corrido la voz de lo sucedido? ¿O que yo sí tenía buena suerte incluso si me negaba a reconocerlo?

El punto es que cuando se escuchó la alarma que anunciaba el fin de la segunda etapa, me sentí aliviado y me permití relajarme. Había sido un final mucho menos dramático que en la carrera de obstáculos. Al menos ahora no había acabado jadeando y sintiendo que estaba por morirme.

Había sido fácil... y eso me preocupó un poco. Las cosas nunca eran sencillas para mí.

Me pregunté si esto era lo que ocurría cuando decidía esforzarme.

Tras acabar la etapa, rehuí a todos los magos y salí huyendo. No quería llamar la atención y mucho menos que me hicieran preguntas, puesto que, al mirar hacia el recinto en el que todos los que pasaron a la siguiente etapa se reunieron, vi que había un grupo de personas entrevistando a algunos magos. Supuse que, como ya estaban seleccionados los participantes de la tercera etapa, la prensa tenía interés en saber las opiniones de los competidores y formar algunas noticias con eso. Fruncí el ceño y decidí que yo no quería que nadie me entrevistara... Además de que era atención innecesaria, me preocupaba dar una mala imagen y todo eso. Ya tenía suficiente con lo que había hecho con el gobernante de Erason.

—¡Sam! —La voz de Andery me detuvo de seguir caminando. Ya estaba afuera del recinto y alejado de las multitudes, así que me relajé al verla. Cuando estuvo frente a mí, agregó—: ¿Recuerdas lo que te dije antes sobre salir juntos? ¿Crees que podamos hacerlo ahora?

Titubeé y miré a mi alrededor, preguntándome a dónde había ido a meterse Bailán. Me daba la impresión de que era el tipo de persona que amaba las entrevistas y eso, por lo que no me sorprendería descubrir después que estuvo desaparecido porque estaba empujándose contra otros magos para salir en un periódico.

Así que asentí con la cabeza.

—De acuerdo —dije—, vamos.

Los ojos de Andery brillaron con entusiasmo.

—¡Perfecto! Entonces espérame. Iré corriendo a decirle a mi padre que no tiene que esperarme...

—Ah, cierto, tu padre. Me asusta un poco.

Andery se rio.

—Estoy segura de que ya no te recuerda —me dijo con suavidad. Y luego dio media vuelta y salió corriendo. Dejé de seguirla con la mirada cuando alguien más se interpuso en mi campo de visión.

Era Caleb.

Por unos momentos, me limité a mirarlo en silencio y con notable sorpresa. Parpadeé varias veces. No me quedaba claro de dónde había salido o si apenas había llegado, aunque lucía un poco inquieto y vacilante. Tenía las manos hundidas en su abrigo y dio unos pasos hacia mí.

—¿Podemos hablar? —murmuró, rehuyendo la mirada y apretando los labios.

—¿Viniste a ver la competencia?

—Por supuesto que vine. —Caleb me miró algo extrañado, como si ni siquiera se hubiera planteado no venir. Suspiró—. Creo que ayer nos excedimos...

Asentí levemente, mordiéndome el labio inferior y removiendo con incomodidad mis pies sobre el suelo.

—¡Ya volví! —Andery no pareció darse cuenta de la tensión en la escena y se acercó a mí con una sonrisa de oreja a oreja—, ¿nos vamos?

Titubeé. Me di cuenta de que Caleb miró hacia Andery, y ella finalmente cayó en la cuenta de la situación.

—Oh, lo siento —dijo con rapidez, viendo hacia Caleb—, ¿interrumpí algo?

—En lo absoluto —acabó diciendo Caleb, dibujando una mueca y viéndome a los ojos con notable atisbo de molestia—. No sabía que tenías planes. Lo siento.

Abrí la boca con la intención de decir algo, pero ¿qué iba a decir? En cambio, acabé quedándome callado cuando él acabó marchándose en silencio.

—Perdón —se disculpó Andery, visiblemente arrepentida—. Los interrumpí, ¿verdad?

Sacudí la cabeza.

—No pasa nada —murmuré.

Sí, parecía que ya nada ocurría entre Caleb y yo.

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