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[Capítulo 2]

El otro lado estaba soleado.

Tardé en procesar unos largos momentos lo que estaba ocurriendo, en dónde estaba yo y cómo diantres había pasado de un lugar a otro. Me froté los ojos y arrugué la frente. Paralizado... confundido. Sinceramente no entendía nada.

Sentía mi cerebro algo nublado y mis neuronas un tanto flojas, como si mi mente estuviera negada a tratar de comprender la situación. Quizá porque, de hacerlo, entraría en pánico otra vez.

Así que ignoré momentáneamente el hecho de que una puerta que se había aparecido en la pared acababa de llevarme a un sitio completamente distinto al estudio en el que me hallaba hacía unos instantes.

Estaba en un bosque.

La alta hierba me llegaba hasta los tobillos, haciéndome cosquillas a través del pantalón. La tierra estaba húmeda y las suelas de mis tenis se hundían ligeramente sobre ella. Los árboles eran inmensos y tan altos que tenía que girar el cuello para ver en dónde acababan sus puntas, que parecían tocar el cielo coloreado de un intenso azul. La luz del sol me dejó en blanco por unos momentos y me bloqueó los pensamientos. Sacudí la cabeza, un tanto cegado; y luego miré hacia el frente. El bosque era amplio y se extendía hacia mi alrededor de forma que no veía nada más allá del color verde y marrón que conformaba la escena.

Poco a poco, mi mente se dio el tiempo de analizar la lista de sucesos hasta ahora.

Así que había aceptado ir a la cena navideña familiar de un chico con el que había estado saliendo los últimos días del mes. Resultó ser que ese mismo chico se metió en un pleito con su familia, quienes no parecían estar de acuerdo con sus decisiones de vida... Y ahora yo estaba aquí, en un bosque porque, aparentemente, una puerta me había traído aquí. Empecé a preguntarme si quizá este sitio sería algo parecido a un invernadero y que, en realidad, me había inventado todo lo de la esfera y la aparición de la puerta.

Sonreí con suavidad. Claro, pensé, eso tenía sentido. Y en ese caso, el invernadero debía tener otra salida que diese al exterior, ¿verdad? O al menos así recordaba los invernaderos de la escuela secundaria.

Suspiré y, con algo de alivio, me decidí a avanzar a través de la alta hierba. Miré mi celular solo para asegurarme de la hora, pues el cielo ficticio sobre mi cabeza era engañoso.

Eran tan solo las 9:45 PM. Si me apresuraba, la tarifa de los taxis no subiría tanto.

No estuve seguro de cuánto rato estuve caminando... ¿unos cinco minutos? ¿Quince? ¿Media hora? Era alucinante lo grande que me parecía ese invernadero, y me hizo preguntarme sobre el tipo de efecto que producía en mí. Pasé una mano por mi pecho, percibiendo lo alocado que estaba mi corazón. Había estado apresurando mi marcha en los últimos minutos y justo ahora estaba corriendo. Era natural que ya empezara a cansarme.

Y entonces vi una carretera.

Me entusiasmé y corrí hasta llegar al filo de la acera, y luego vacilé. ¿Por qué había una carretera dentro de un invernadero...? ¿Acaso la casa de Caleb era mucho más grande de lo que parecía a simple vista? Me llevé una mano a la cabeza y me sentí algo abrumado.

Miré la carretera hacia los costados, sin hallar mucho más que la intensa luz del sol calando en mis retinas y fastidiándome.

Mis labios se torcieron en una mueca y di unos pasos hasta detenerme en el centro de la acera. Saqué mi celular para ver en dónde me hallaba y ubicarme mejor con Google Maps. Sin embargo, al encenderlo no tardé en descubrir que no tenía señal.

¿A dónde me había ido a meter?

Hice amago de dar media vuelta y regresar a la puerta que daba al estudio, pensando que, tal vez, podía encontrar otra mejor manera de salir de esta aterradora casa.

Y en eso escuché un ruido.

Al inicio fue difícil percibirlo y, tras unos momentos de inclinar la cabeza y prestar atención, capté que se trataba de los cascos de unos caballos chocando contra el asfalto de la carretera. Me sorprendí y giré la cabeza hacia el origen del ruido.

Tan inmóvil como los árboles que me rodeaban, observé en silencio el grupo de personas montadas a caballo que venían a toda velocidad a través de la carretera. Titubeé y retrocedí un paso.

Las personas guiaron a los caballos para que me rodeasen en una media luna; luego, de uno de los caballos saltó un hombre vestido de negro y con un pasamontañas. Llevaba una daga ceñida a su cinturón y sus ojos eran de un aterrador azul que no parecía augurar nada positivo.

—¡Danos todo lo que tengas! —ladró el hombre, desenvainando su arma y apuntándome con ella al cuello. Estaba tan anonadado y confundido que solo lo miré como un idiota.

—¡¿Qué no escuchaste, imbécil?! —chilló una mujer, montada en el caballo más cercano a mi izquierda. Ella, junto a los demás en el grupo (siendo alrededor de siete u ocho personas) iban vestidas de forma similar al hombre de la daga.

Finalmente conseguí reaccionar y me sobresalté.

—¿Quieren mi dinero? —solté como repitiendo lo que decían. El hombre gruñó por lo bajo. Entendí que no me convenía detenerme a hacerme el héroe.

Así que, sin mayor dilatación, saqué la cartera de mi pantalón y se las tendí. Hasta que no me pidieran mi celular, yo no planeaba entregarlo... Honestamente, no tenía gran cosa ahí, pero me ponía receloso la idea de dejarlo en manos de matones.

El hombre arrugó la frente y me arrebató la cartera. Quizá el hecho de que no haya opuesto resistencia le ofuscó un poco. Revisó a fondo mi cartera y sacó los escasos billetes que había dentro.

—¡¿Estás bromeando?! —exclamó, tirando mi cartera al suelo y volviendo a levantar su daga contra mí—, ¡deja de hacerte el tonto!

Le miré sin entender.

—Lo siento —contesté, hablando lo más sereno que podía hacer en esa situación. Cuando era niño, a menudo me decían lo aterrador que era el hecho de que pudiese mantenerme serio en situaciones así de estresantes... Por supuesto, había cosas que me pegaban más que otras; pero estas en particular me hacían sentir que en realidad no estaba en peligro y que ninguno de esos asaltantes iba a hacerme daño real (quizá mis señales de alerta estaban defectuosas)—, ¿no es la cantidad que esperaban...? Soy universitario, ¿de acuerdo? Tengo más deudas que dinero. ¿Pueden tomar eso y dejarme ir?

—¡Deja de hacer bromas raras! —se irritó el desconocido con palpable fastidio en su tono de voz—, ¡maldito mocoso, danos dinero real o te las verás con nosotros!

¿Dinero real?

El hombre hizo amago de atizarme con su arma y, en esa fracción de segundo pensé algo así como "mierda, entonces sí me harán daño"; sin embargo, no hubo tiempo para que yo reaccionara o tratara de evitarlo.

Así que cerré los ojos con fuerza y me dije a mí mismo que no había tenido una mala vida. Siempre pudo ser peor.

Esperé el golpe, la paliza, la sangre... lo que fuese. No obstante, nada llegó.

Cuando lo abrí los ojos, vi que alguien se había interpuesto entre mí y el hombre, sosteniéndole la muñeca y evitando que llegara más lejos el filo de su daga.

Mis ojos se abrieron de par en par cuando caí en la cuenta que ese "alguien" era Caleb.

Parpadeé varias veces y lo miré más confundido que antes. Caleb, sin hacer el esfuerzo mínimo por mirarme, le torció la muñeca al hombre y le forzó a soltar su arma.

—A ver —dijo, frunciendo las cejas hacia abajo—, ¿y si mejor peleamos a puño limpio como gente civilizada?

Retrocedí varios pasos y me quedé pasmado mientras veía cómo el líder del grupo se lanzaba contra Caleb, ya sin armas. Sus golpes eran esquivados. Caleb parecía tener una facilidad y agilidad nata para defender y atacar en cuanto bloqueaba sus golpes. Era fascinante y un poco adictivo ver lo sencillo que parecía en manos de Caleb aquella pelea y lo débil que hacía parecer a aquel hombre.

El desconocido trató de atizarle una patada al estómago, y Caleb se hizo a un lado y le tomó del tobillo, arrastrándolo al suelo. La mujer de antes bajó del caballo y se lanzó hacia él con un puñetazo limpio a la nariz; Caleb se inclinó hacia atrás, esquivando por unos centímetros y, como contraataque, le dio un cabezazo.

—¡Nos las pagarás! —gritó el líder, levantándose del suelo y mirando a Caleb con la furia ardiendo en sus ojos. Pese a ello, parecía ser lo suficiente inteligente para darse cuenta que el estilo de pelea del chico era diferente al que estaba acostumbrado y que, por tanto, era difícil vencerlo.

Eso o simplemente era un cobarde que no temía en dar la media vuelta cuando la situación se ponía fea.

El punto es que él y la mujer subieron a sus caballos y dieron la orden de retirada para el resto. Tardé en darme cuenta que ya se habían ido.

Miré a Caleb. Por unos efímeros momentos sopesé la idea de preguntarle cómo estaba y, sin embargo, aquella idea se esfumó casi al acto cuando pensé algo más.

—¿Qué demonios está mal contigo? —espeté, arrugando la frente y mirándolo a los ojos. Caleb no se veía particularmente cansado por la pelea, pero sí respiraba con algo de dificultad; él me observó de vuelta—, ¿qué fue todo eso de tu familia...? ¡¿Sabes lo humillante y horrible que fue estar ahí?!

Caleb chasqueó la lengua. De pronto sentí que estaba viendo a un Caleb completamente diferente al que me había invitado a salir en la cafetería.

—Relájate —gruñó con enfado y apretando los dientes—, no fue para tanto. Ni siquiera los conoces.

—¿Entonces es cierto? ¿Solo me trajiste hasta ahí para que tu familia armara un escándalo?

No sé por qué pensé que me contradeciría.

En las películas sucedía eso. El otro personaje decía algo como "¡no es verdad, en realidad me enamoré de ti!" y después tenía un final feliz y romántico junto al otro personaje.

Pero esto no era ninguna película cliché y cursi de bajo presupuesto en donde los personajes protagónicos se enamoraban en dos semanas.

—Supongo que sí. —Caleb decidió sincerarse—. ¡Bien, tú ganas! No me interesabas en lo absoluto, ¿de acuerdo? Quería a alguien para llevar en navidad con mi familia y pareces el tipo de persona que decepciona a todos con su simple existencia... Además, ¿cuál es el problema? No tenemos ni un mes de conocernos. Joder, ¿tan desesperado estabas por que alguien te quisiera?

Eso realmente tocó una fibra sensible en mí.

Así que lo golpeé.

Cabe mencionar que golpear a las personas no es tan sencillo como lo hacen ver en las películas. Especialmente cuando es la primera vez que lo haces.

En cuanto mi puño dio contra su pómulo, estuve seguro de que ni siquiera lo había hecho con fuerza; me quedó claro cuando muy apenas conseguí que Caleb retrocediera un solo paso, y que luego me mirara con ademán de indiferencia.

—De acuerdo —musitó. Traté de no ponerme a llorar por el dolor que inundó mi puño segundos después... Golpearle en el hueso a alguien dolía como el infierno y, por si fuese poco, no me sentía como la persona más estable en ese momento. Y pese a eso, preferiría enterrarme en la tierra a llorar frente a Caleb—, me lo merecía... ¿Ya estás feliz?

Solo un idiota pensaría que eso sería suficiente para contentarme luego del imbécil que había sido. No contesté y lo miré con enfado, mordiéndome la lengua con fuerza.

Caleb rodó los ojos y me tomó de la muñeca. No me dijo nada y, en cambio, me forzó a caminar. De forma instintiva traté de detenerme, pero resultó que Caleb era más fuerte de lo que yo podría serlo jamás, y descubrí que no tenía oportunidad de oponer resistencia.

—¡¿Qué estás haciendo?! —grité—, ¡suéltame, imbécil!

Mas Caleb me ignoró. Avanzamos hacia el bosque por unos momentos que se me antojaron eternos, en los cuales me resigné a dejar de gritarle y preferí mirarlo con odio en silencio.

Llegamos a un lugar que, a simple vista, era igual al resto del bosque.

Caleb finalmente me soltó y pasó una mano por su cabello.

—Mierda —soltó con palpable estrés y desesperación. Vi que en la tierra había una marca peculiar: era un círculo mal dibujado—, se fue.

—¿De qué estás hablando? —espeté a la defensiva, alzando la vista.

De pronto, Caleb se lanzó contra mí.

—¡La puerta se fue, grandísimo tarado! —me gritó con fuerza; su voz hizo eco en el bosque—, ¡ya no podemos volver!

Tardé en entender lo que eso signficaba.

¿Qué?

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