[Capítulo 16]
Llevé las cajas junto a la muchacha a través de la multitud, que nos ignoró ampliamente; nadie se molestó en ofrecerse a ayudarnos y ni siquiera nos dirigieron una mirada (no me sorprendía eso a estas alturas). Ella giró en dado momento y me guio hacia un pasillo externo contiguo a la arena de batalla, en donde había múltiples arcos con vigas metálicas y cuyas puertas a mi izquierda estaban cerradas bajo llave. Del lado derecho se extendían las calles de la ciudad y no había ni un alma rondando por ahí.
Nos detuvimos al fondo del pasillo, que desembocaba en otra puerta cerrada. La chica dejó las cajas que llevaba sobre el suelo con un ruido sordo y me hizo amago de que hiciese lo mismo. Al soltar las cajas por poco solté mi báculo que había estado llevando entre mi pulgar e índice y lo recuperé con rapidez, apretándolo en mi mano. Hacer cosas como esta me hacía sentir que elevaba el karma de mi vida y que me iría mejor a partir de ahora (qué gran mentira).
—Muchas gracias por su ayuda —me dijo la chica con más inclinaciones de las que habrían sido necesarias. Pensé de forma vaga en esos animes donde los personajes tendían a hacer una gran cantidad de reverencias como parte de su cultura—, sé que un mago debe estar muy ocupado, así que le agradezco que haya tenido el tiempo de detenerse a ayudarme con estas cajas...
Sonreí algo incómodo. Enseguida entendí que la chica no era maga y que eso explicaba por qué me había hablado así de formal.
Me frustraba el énfasis que se hacía entre magos y no-mágicos. Me recordaba a esas intensas batallas que tenía con mi tía abuela sobre el porqué debía tratar con respeto a gente solo por ser mayor que yo... ¿Qué mas daba si no me trataban con respeto a mí? Igual yo debía agachar la cabeza y obedecer todas sus peticiones. Chasqueé la lengua e hice un ademán de mano al aire.
—No hay de qué —contesté, tratando de escucharme con amabilidad—. Cualquier otro hubiera hecho lo mismo.
Los ojos de la chica me hicieron saber que eso no era verdad. Apretó los labios y se sorbió la nariz. Era menuda y pequeña, y rápidamente perdí la impresión inicial de que tenía mi edad. Viéndola ahora con esa ropa que le quedaba grande y esas manos delicadas, pronto advertí que no debía pasar de los quince años.
Aquello significaba que en este mundo la explotación infantil estaba bien mientras se tratara de no-mágicos, y ninguno de ellos podía quejarse.
Eso era una mierda.
—Escucha —comencé diciendo, sintiéndome de pronto en el derecho de hablar sobre justicia e ideales—, no somos diferentes solo porque yo tenga magia, ¿de acuerdo? Ambos somos humanos y eso es todo. No, espera... incluso le debemos respeto a los que no son humanos, ¿sabes? Los animales y las plantas también son seres vivos, así que también merecen respeto. —Sacudí la cabeza, esperando que la muchacha no malinterpretara que la estaba comparando con un animal—. Luces como una chica genial y fuerte. Que yo tenga magia no me vuelve mejor que tú, y es algo que deberías tener en cuenta.
Los ojos de ella estaban brillosos cuando me miró. Se veía perpleja y anonadada.
Y luego una voz nos sobresaltó.
—¡Ginger, ¿ya acabaste de acomodar las cosas?!
Al girarnos vi cómo un hombre de apariencia robusta y panza suelta se dirigía hacia nosotros. Llevaba una camisa elegante y una capa sobre los hombros, así como una mirada seria y unas buenas entradas en su cabello cano. En cuanto lo vi, supe que sería del tipo de gente que odiaba.
Junto a él caminaba una joven de apariencia delicada y suave. Tenía la nariz respingada y el cabello oscuro peinado en una trenza que chocaba contra su espalda. No llevaba un vestido (para variar a comparación del resto de las mujeres aquí), sino pantalones oscuros y una camisa azul. Ellos se detuvieron frente a nosotros.
—¡Ginger! —volvió a gritar el hombre, volviéndose hacia la chica que ahora estaba detrás de mí, que se espantó y tensó los hombros—, ¡¿qué está haciendo un mago aquí?! Te dije que no dejaras entrar a nadie.
—Vine a ayudarla —la defendí de inmediato. Incluso si me daban miedo las confrontaciones, esta me parecía una que valía la pena librar. Fruncí el ceño e hice una mueca—, no me dio ninguna información sobre la competencia ni vi nada... Solo vinimos a dejar las cajas.
El hombre me analizó en silencio, frunciendo los ojos. Y luego gruñó hacia Ginger.
—Deja de hacerle perder su tiempo a magos, mocosa.
—No me está haciendo perder mi tiempo —volví a interferir, comenzando a molestarme en serio. Era una niña, por los cielos, ¿cuál era la necesidad de molestarla tanto?—. Vine por mi cuenta y ella no me pidió nada.
—¿Cuál es tu nombre, muchacho?
Dudé.
—Me llamo Sam —dije.
—¿Vienes a ver el enfrentamiento?
—No... Voy a participar.
Una carcajada surgió desde lo profundo del hombre.
—Deberías tener cuidado entonces con quienes te involucras —siseó, mirándome a los ojos. Su iris era gris y me hizo pensar en los huracanes que veía en las noticias—. Involucrarte con criados no sería la cosa más sensata que has hecho, me imagino yo.
—He hecho cosas más insensatas, de eso estoy seguro.
—¿De qué familia vienes?
—De ninguna. Soy huérfano —decidí mentir, cosa que, en la historia que Caleb había tejido, era verdad. Esbocé una sonrisa.
—¿Y un chico como tú aspira a sentarse en el trono?
—No particularmente. En realidad solo vengo a probar mis habilidades. Preferiría dejarle la política a otro... —Miré hacia Ginger, y luego hacia el frente—. Por cierto, tal vez debería irme.
No quería dejar sola a Ginger, pero la idea de quedarme más tiempo con ese escalofriante y raro hombre me ponía los pelos de punta. Además, me daba miedo que, de alguna manera, descubriera los planes que tenía en mente. Y yo no era un gran mentiroso (a diferencia de Caleb), así que ese miedo era razonable.
Sin dejarle tiempo a decir otra cosa, me hice a un lado y me escabullí lejos. Solté un largo suspiro y apuré el paso a través del pasillo.
Deseé que al menos mi intervención no le hubiese causado problemas a Ginger.
—Oye, tú.
Me sobresalté al caer en la cuenta de que la joven que había estado junto al hombre de antes estaba siguiéndome. Le ignoré por unos momentos y recuperé mi ritmo de caminata normal, y luego ella volvió a decir:
—Eso que hiciste fue increíble.
Finalmente hallé el coraje para encararla y me giré en su dirección. Ya habíamos dejado atrás el pasillo y habíamos vuelto a la zona al aire libre con el escenario móvil. Justo ahora la pareja arriba estaba contando unos chistes sobre los no-mágicos (ninguno era lindo ni divertido, cabía decir).
—¿Ah? ¿Gracias? Supongo... —Ladeé la cabeza y arrugué la frente, mirando a la joven. Ella tenía los ojos del mismo color al hombre, pero ella conseguía que el gris fuera un poco menos escalofriante y más cálido—. ¿Quién eres?
—Me llamo Andery, soy hija del gobernante.
Me le quedé viendo pasmado por unos momentos.
—Hija del gobernante —repetí. Luego maldije en voz alta—. ¡Maldita sea! ¡¿Ese hombre es el gobernante de Erason?!
Andery parpadeó con fuerza, atónita.
—¿Le hablaste así porque no sabías quién era? —cuestionó. Acto seguido, se echó a reír—, ¡por los dioses! Pensé que habías sido increíblemente valiente por hablarle así al gobernador... Pero ahora entiendo que lo hiciste porque no tenías ni idea de quién era.
Si un tomate y yo hubiéramos competido por quién estaba más rojo, estoy seguro de que habría ganado yo. Me sentía como la persona más estúpida del planeta.
¿Por qué estas cosas me sucedían a mí?
En cambio, a Andery le parecía lo más divertido que había presenciado jamás; no dejaba de reírse.
—Lo siento —se disculpó cuando recuperó el aliento. Se cubrió la boca y me miró con atisbo de diversión—. Perdonáme, no pretendía ser cruel... Dijiste que te llamas Sam, ¿cierto? —Asentí con la cabeza—. Bueno, Sam, incluso si no sabías que el hombre al que le hablaste con frialdad era el gobernante, igual me parece genial que hayas ayudado y defendido a Ginger.
Sonreí con cierto atisbo de duda.
—Ah, bueno —empecé diciendo, y luego descubrí que no sabía qué más decir. Ser elogiado por hacer lo mínimo que podías hacer por otra persona no se sentía bien... se sentía incorrecto y extraño—. Hum, Andery, ¿debo asumir entonces que no eres como los demás montones de idiotas presuntuosos que tratan a los no-mágicos como basura?
Andery me miró entusiasmada.
—¡No, no soy así! —dijo, y al inicio no entendí el origen de su emoción. Luego agregó—: Oh, realmente se siente bien conocer a alguien como tú... No tienes idea de lo que se siente estar en contra de lo que tu familia ha creído por generaciones y ser la primera que piensa "¡Oigan! Ellos también son humanos. ¿Por qué somos tan horribles con ellos?". Es estúpido, ¿verdad?
No fui ajeno al brillo desesperado de Andery que ella tenía en los ojos. Desesperada por la aprobación de un desconocido que pensaba como ella. Desesperada por escuchar que no estaba equivocada. Desesperada por saber que tenía razón en un mundo como este.
—Totalmente —acabé diciendo, riéndome un tanto ansioso—, ni siquiera tenía idea de que yo era un mago hasta hace poco... Y cuando vine y me enteré de la forma en que la sociedad aquí funciona, me sentí enfermo. Es degradante y ridículo separar a las personas por cosas fuera de su alcance... E incluso así no me parece que tener magia sea tan increíble, o por lo menos deja de serlo en el momento que se vuelve una excusa para joder a quienes no la tienen.
Andery parecía a punto de estallar del entusiasmo.
—Eres maravilloso —me dijo, acalorada—, ¿quieres casarte conmigo?
Vacilé.
—Yo, bueno... —respondí, entre sonrojado y confundido por aquella abrupta declaración. Me daba la impresión de que Andery debía ser mayor que yo por uno o dos años y, aunque era hermosa e idealista, no me pareció correcto aceptarle una propuesta de matrimonio (para empezar, no me gustaban las mujeres).
—¡Solo bromeo! —se apresuró a aclarar ella, riéndose—, perdón... Ya me han dicho que hago bromas inapropiadas. Ignora lo que dije, por favor.
—De acuerdo...
Andery meneó la cabeza y pasó una mano por su cuello, inhalando y exhalando.
—Dijiste que estabas aquí por el enfrentamiento —señaló de pronto, alzando las cejas—, pero le dijiste a mi padre que no quieres ser gobernante, ¿eso era verdad?
—Me temo que sí. No tengo interés en gobernar nada... Apenas puedo lidiar conmigo mismo. ¿Tú también vas a participar?
—Sí. Me gustaría volverme la gobernante de Erason y cambiar un poco las leyes hacia los no-mágicos.
—¿Eso es posible?
Por muy orgullosa que luciera Andery de sí misma, no pude evitar preguntarme si acaso la chica no se estaba haciendo demasiadas ilusiones. Sabía que tres años de gobernar no bastarían para erradicar años y años de discriminación y marginación hacia una minoría. No era tan sencillo. El humano no era así de amable.
Sin embargo, no le dije nada de eso y me limité a escucharla.
—Por supuesto que no será pan comido, pero estoy dispuesta a hacer todo lo posible para vivir en un mundo con igualdad de derechos. La gente sin magia no debería vivir creyendo que solo existe para servir a los magos... ¡Eso está mal! Si llego al poder, haré todo lo que esté en mis manos para empezar un cambio.
Sonreí.
Andery me parecía adorable, como un cachorro que acababa de descubrir cómo abrir la puerta.
Entonces pasó el rato. Andery me presentó a algunos otros competidores y me habló de enfrentamientos pasados, diciéndome que este era el primero en el que ella iba a participar. Me dio consejos y también fue bastante amable al explicarme cómo solían ser las pistas de obstáculos para estos eventos.
Y luego la competencia empezó.
Las puertas de la arena se abrieron tan pronto como el reloj anunció el mediodía, y todos entraron. Se había formado una gran multitud con el pasar del tiempo y cada quien cruzó el alto umbral para dirigirse a su respectivo puesto. Los espectadores a las gradas y los competidores a la arena, que no era circular como creí en un inicio.
El campo empezaba en una línea roja y se extendía hacia lo lejos, pero no había nada más allá, como un videojuego al que se le acababa el mapa.
Todos los competidores estábamos apiñados tras la línea roja, y entonces una voz clamó a lo lejos:
—¡Bienvenidos al sexagésimo Enfrentamiento de Magos!
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