[Capítulo 15]
—De acuerdo —dije hacia Bailán en la biblioteca. Ni siquiera estaba seguro de qué podíamos considerar como un plan y decidí dejar que él soltara primero todo lo que tenía en mente.
Bailán se levantó y empezó a dar vueltas en su lugar como un perro ansioso por salir a la calle. Me parecía una persona muy intrigante y misteriosa. Era joven y, por alguna razón que no conocía, aspiraba a ser el gobernante de este país aun cuando eso a mí no me parecía en lo absoluto atractivo. Además, moría por saber por qué era el único que vivía en la casa y si acaso tenía más familia. Sin embargo, era consciente de que preguntar alguna de esas cosas sería tonto e irrespetuoso, así que me quedé callado como bien se me daba hacer.
—La primera etapa ya fue revelada —dijo Bailán, mirándose el reloj de bolsillo y deteniéndose de caminar—. Será una prueba de obstáculos.
"¿Prueba de obstáculos militar?", quise preguntar, mas no sabía qué entendería Bailán de eso. Así que carraspeé con la garganta y dije:
—¿Tenemos detalles sobre qué tipo de obstáculos habrá...?
—No, solo revelan de qué trata la etapa unas horas antes del evento. Espero que los hechizos que memorizaste sean de utilidad.
Pensé en esto y me preocupó que, de pronto, se me hubiese olvidado todo lo que Caleb me había ayudado a memorizar. Miré hacia el suelo y repasé mentalmente la lista. Bueno, al menos la mayoría de los hechizos estaban ahí... aunque, irónicamente, me había olvidado de cuáles eran sus funciones.
Rayos.
—Sí, yo creo que serán de utilidad —me obligué a decir con un tono de voz que esperaba no delatara mi miedo por ser eliminado en la primera etapa.
—De acuerdo, Sam. Este es el plan: dentro de la arena fingiremos que no nos conocemos. Tu trabajo es facilitarme el camino, por lo que te asegurarás de ir por delante de mí, ¿de acuerdo?
Eso se oía como mucho trabajo para alguien que no podía retener en sus recuerdos algunos hechizos que había aprendido ayer. Igual asentí con la cabeza.
—Bien...
—Desayunaremos temprano y luego iremos al lugar en dónde se llevará a cabo la carrera. Toma en consideración que, dentro de la competencia, los magos son libres de hechizarse los unos a los otros, por lo que no solo tendrás que preocuparte por mí, sino también de no ser convertido en un sapo a media carrera.
—Suena divertido.
—Y, por último, tienes que tener cuidado con tu Catalizador. No es conveniente usar objetos grandes y, con el tuyo, existe un alto riesgo que traten de quitartelo.
—¡¿Eso es legal?!
—Todo es legal dentro de la arena, Sam. Aunque eso sí, existen hechizos protectores en forma de domo y que rodean el sitio, por lo que, incluso si te convierten en sapo, nadie podrá lastimarte o dejarte al borde de la muerte. Es la única restricción dentro de la competencia... Todo lo demás es válido, e incluso me atrevo a decir que entre más hechizos uses, es más probable que pases a la siguiente etapa aun si no consigues la puntuación suficiente.
—¿Eh? ¿Puntuación...?
—Sí. Las únicas maneras de ser eliminado es si te incapacitan (como si te quitan el Catalizador o quedas inconsciente) o no consigues generar la puntuación suficiente para pasar a la próxima etapa. La puntuación necesaria se genera, en esta etapa, con llegar a la línea de meta en el tiempo necesario. Si no lo consigues, te sacan; aunque si les diste motivos para que sigas en el enfrentamiento, vuelves a estar dentro. Sin embargo, eso ya depende de los jueces.
Mi cabeza me zumbó con tantas reglas y condiciones. No sé por qué, pero yo creía que iba a ser un poco más fácil.
Empezaba a arrepentirme de haberme enlistado para esto.
—¿Y cuánto tiempo tenemos? —me atreví a preguntar con miedo a la respuesta.
Bailán hizo una mueca.
—Esa información no se comparte hasta que estemos en la competencia. Por lo general suele ser de una hora, pero eso depende de la dificultad y la cantidad de obstáculos.
Bien, así que debía ayudar a Bailán sin que nadie supiera que era su aliado, evitar magos que me pudieran convertir en sapo, mantener un ojo puesto en mi báculo para que nadie me lo robase y llegar a una línea de meta esquivando obstáculos que ni siquiera sabía cómo serían... Y todo eso en un aproximado de una hora.
Sería pan comido.
Pasé una mano por mi cuello y solté un denso suspiro, meneando la cabeza.
—Eso es mucho para procesar —murmuré. Incluso habiendo investigado sobre la competencia ayer, era imposible obtener información detallada a menos que alguien en persona que conocía el enfrentamiento me lo contara.
Bailán me miró con atisbo de lástima.
—Siento soltarte todo esto de golpe —dijo—, me habría gustado tener más tiempo para discutir el tema... Pero lamentablemente apareciste a último minuto.
—¿Eso significa que ya habías tratado de buscar a quien hiciera de aliado para ti?
—Sí... lo difícil no era hallar magos calificados, sino que, además de eso, quisieran firmar un contrato conmigo y trabajaran para mí. Los magos tendemos a ser muy orgullosos y la idea de que trabajar para alguien más resulta desagradable.
No me costaba imaginarme tal cosa. Últimamente los magos me parecían un puñado de gente elitista y clasista que no sabía convivir con los demás.
—Ya veo... —Me estiré y solté un bostezo—. En ese caso, debí parecerte una especie de milagro.
—De hecho, sí. Tenerte como aliado es mejor que estar por mi cuenta. Deseo aumentar todas las probabilidades que tenga de ganar tanto como se pueda y, contigo, eso es posible. Además —agregó, mirándome a los lejos con repentina seriedad—, sé que no hace falta recordarlo, pero gracias al contrato eres incapaz de traicionarme.
Titubeé.
—Oh, sí... tengo un poco de curiosidad sobre eso —contesté—, ¿qué pasa si te traiciono y qué se considera traición? Quiero decir, no me gustaría que se diera a entender algo así por accidente o surgiera un malentendido.
Bailán arqueó las cejas.
—Eso venía estipulado en el contrato —dijo, y de pronto me sentí culpable por no haberle prestado atención cuando tuve la oportunidad. Aunque igual agregó—: No puedes hacerme ningún tipo de daño o atentado de daño, ya sea físico o mágico, y tampoco puedes renunciar a la competencia. Las consecuencias de la traición hacia mí no son la gran cosa... Solo perderías temporalmente tu magia.
Me quedé pasmado por unos momentos.
—¿Eso es posible? —inquirí, empezando a entender por qué el chico no había hallado a nadie más que aceptara su contrato. Sino fuera porque realmente lo necesitábamos, estaba seguro de que hasta nosotros nos lo habríamos replanteado mejor. Y luego me di cuenta de que Caleb debía estar al tanto de esas condiciones... ¿no lo mencionó porque supuso que yo también lo sabía?
—Bueno, sería más un Sello temporal que evite que seas capaz de usar tu Catalizador o tu magia natural, y tendría una duración aproximada de diez minutos. Dudo que alguna vez tengas que experimentarlo, así que no hace falta darle importancia.
Yo también decidí dejar de pensar en eso. Teóricamente yo no tendría razones en un futuro para traicionar a Bailán, ¿por qué querría hacerlo cuando nos ofrecía alojamiento, comida y una recompensa monetaria por ayudarle? Incluso si resultara que estaba loco de remate, a mi me daría igual siempre y cuando pudiera largarme a mi mundo. Así que asentí con la cabeza y cambiamos el tema.
Tras esto bajamos a desayunar y luego Hunber se encargó de llevarnos en carruaje hacia el campo de batalla. Al mirar por la ventana, me di cuenta de que extrañaba un poco la presencia de Caleb... Incluso si él no podía ayudarme en esto, la idea de tener a alguien que sabía la verdad detrás de todo resultaba reconfortante.
—Antes de que empiece la competencia mandaré a alguien para que traiga a tu amigo —dijo de pronto Bailán, y me asustó que pudiese estar leyendo mis pensamientos—. Imagino que lo querrás en las gradas.
—Sí, completamente —contesté con alivio—, gracias...
—No hay de qué. Aunque, si me permites la pregunta, ¿por qué eres amigo de un no-mágico?
Sopesé la respuesta unos momentos.
—Como ya había mencionado —empecé diciendo con tono pensativo—, no sabía antes que era mago... En la aldea donde vivíamos solo había no-mágicos, así que bueno, supongo que era costumbre vivir sin saber de la magia. Además, Caleb es una buena persona y estoy seguro de que no habría llegado lejos sin él... Incluso sin magia, se las arregla para ser más útil que yo, así que justo ahora no imagino cómo serán las cosas sin él.
Era extraño que ya no pensara en el hecho de que gracias a Caleb hubiese llegado aquí. Últimamente me había enfocado en dejar atrás toda la mierda por la que me había hecho pasar y enfocarme en nuestros problemas actuales. ¿Eso me volvía una buena persona o alguien complaciente que odiaba los conflictos? Decidí que no tenía ganas de saberlo.
Bailán me miró con gesto de intriga.
—Ya veo —murmuró, volviendo sus ojos hacia el frente. No agregó otra cosa y nos quedamos en silencio por lo que se antojó una eternidad.
Aún era muy temprano y, por ello, no había gran cantidad de personas en las calles. El sol apenas estaba saliendo e iluminando Erason, aunque no hacía falta más para percibir el calor que estaba por avecinarse. Torcí mis labios en una mueca y me incomodé bajo la ropa que llevaba por lo mucho que me picaba la piel (especialmente los pantalones). Tensé las manos en torno a la base de mi báculo, mirándolo atentamente y escudriñando los patrones que yacían grabados en la madera; la mayoría eran círculos y óvalos, y otros más unas "s" y letras que no tenían sentido para mí.
—¿Es necesario decir un hechizo en voz alta para que funcione? —pregunté, sonando algo ambiguo.
Bailán giró la cabeza hacía mí.
—No, pero la voz tiene el 80% del poder en un hechizo. Dominar la magia silenciosa es algo increíblemente complicado.
Asentí de forma vaga, mirando por la ventana y bostezando. Me dolía un poco la cabeza por haber dormido poco (o lo que para mí era poco) y tenía ganas de volver a echarme sobre una cama. No obstante, era consciente de que aquello no sería posible, o al menos no por el resto del día.
Y entonces llegamos al sitio donde sucedería la carrera de obstáculos.
Era una especie de arena muy grande que me hizo recordar a la película de Gladiador, aunque no entramos de inmediato. Afuera había un montón de personas encimadas para prestarle atención a una pareja subida en un escenario móvil. Era una mujer y un hombre que hablaban hacia el público con sonrisas tan largas que me parecieron enfermizas. Abajo la gente aplaudía y gritaba; todos llevaban vestimentas elegantes y la mayoría coincidían en túnicas y camisas. Las puertas que daban hacia el interior de la arena estaban cerradas, dando a entender que todavía faltaba un rato para el inicio del enfrentamiento.
Bailán y yo bajamos del carruaje al poco rato y, mientras caminábamos a una prudente distancia el uno del otro, dijo:
—Recuerda que no nos conocemos. Ten cuidado con la gente; reúne la información que consideres necesaria e interactúa con los demás competidores diplomáticamente.
Y dicho esto, se sumergió en la multitud y me dejó atrás. Me aferré a mi báculo y vacilé, empezando a sentirme agobiado y enfermo por la cantidad de personas que había a mi alrededor. Hacía calor y la ropa me picaba la piel cada vez con más fuerzas.
—¡Es un día adorable y los magos del clima auguran un buen tiempo! —decía la mujer encima del escenario. Llevaba un vestido largo, esa sonrisa larguísima y el cabello recogido en una alta coleta. A su lado, el hombre llevaba una túnica y, justo como la mujer, le hablaba a su puño para potenciar su voz—, ¡la competencia comenzará dentro de tres horas y veinticuatro minutos! Quédense al pendiente para seguir escuchando acerca del Enfrentamiento de Magos y mantengánse en sintonía.
Me reí un poco, dándome cuenta de que hablaban como si tuvieran un público más denso y grande del que realmente tenían delante. Me quedé al margen de la multitud y miré a mis lados, preguntándome quién sería competidor y quién venía solo a ver y matar el tiempo.
En eso alguien chocó contra mí y mi primer pensamiento fue "¡mierda! ¡No otra vez!". Me di la vuelta, listo para disculparme y evitarme una pelea, pero en eso vi una muchacha de mi edad que ya se estaba inclinando hacia mí.
—¡Lo siento, lo siento! —gritaba. Cargaba un montón de cajas en sus manos y temblaba por el esfuerzo.
Me enfurecí por el idiota que le había puesto a cargar todo eso.
—No pasa nada —la tranquilicé al acto con suavidad, sintiendo sus nervios como si fuesen míos y tragando saliva—, déjame ayudarte con eso... Se ve increíblemente pesado.
La muchacha me miró con ojos abiertos de par en par y me dejó tomar algunas de las cajas en mis brazos; yo no era particularmente fuerte, pero tampoco me mataba llevar ese peso. Luego le miré expectante.
—¿A dónde ibas a llevarlas? —pregunté. Ella reaccionó.
—¡Es verdad! Yo... muchas gracias por su ayuda. —Volvió a inclinar la cabeza—. Por favor, venga conmigo.
Y así lo hice.
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