[Capítulo 14]
Habíamos cenado con Bailán sin decir demasiado. Al parecer, él se conformó con oírme decir que había hecho mi parte en memorizar los hechizos necesarios para mañana y no me hizo más preguntas, evidenciando que realmente confiaba en mí palabra.
Luego de la cena nos dirigió hacia nuestras habitaciones.
—No existe tal cosa como un toque de queda —nos explicó mientras subíamos por las escaleras hacia el piso superior—, pero debo advertirles que las luces se apagan mágicamente luego de las once de la noche y solo se encienden si aparecen intrusos en la mansión. Esto es por comodidad mía; si tienen algún inconveniente con quedarse a oscuras, pueden bajar por una vela a la cocina. —Nos detuvimos al fondo del pasillo, sobre el cual se asomaba la parte inferior y el vestíbulo. Incluso cuando no sufría miedo a las alturas, me resultó incómoda la distancia que había entre el pasillo hasta el suelo—. Estas serán sus habitaciones; cada una posee su respectivo cuarto de baño. Sam, enviaré a uno de los criados a despertarte a las siete de la mañana para prepararte para la competencia.
—¿Empieza tan temprano? —me sorprendí, esforzándome por no sonar como un niño que odiaba levantarse temprano (y el cual en realidad sí era).
—No. La primera etapa dará comienzo al mediodía, pero necesitas tiempo para digerir toda la información al respecto que se libera solo unas horas antes. Ya me tomé la libertad de inscribirte, mas aún tendremos que llegar antes de la hora para que te tomes el tiempo de procesar en dónde se llevará a cabo la prueba.
Asentí con la cabeza, fingiendo que había entendido todo aquello de inmediato.
Bailán sonrió.
—Si necesitan algo, pueden llamarnos a Hunber o a mí; yo estaré en la biblioteca hasta las once y luego me retiraré a mi habitación, que se encuentra al extremo opuesto de las suyas. Preferiría que no me llamaran en medio de la noche, pero son libres de hacerlo si hay una emergencia. Por cierto, me tomé la libertad de dejarles ropa nueva en sus habitaciones; me imagino que antes de dormir querrán tomar un baño, así que les informo que la llave izquierda abre fría y la derecha caliente.
Luego nos hizo un gesto hacia los cuartos en los que nos habíamos detenido. Ambos parecían réplicas idénticas del otro y tenían pomos de oro. Bailán se despidió de nosotros y cada uno entró a su respectivo cuarto, que solo sabíamos que tenían una diferencia por la forma en que Bailán nos los había señalado.
La habitación que ahora se hallaba frente a mí era espaciosa y linda, como una suit de hotel por la que había pagado una buena suma de dinero. Había una cama mullida al fondo del cuarto con doseles a los costados. Un armario con detalles dorados a mi izquierda y otra puerta a mi derecha, que rápidamente intuí era el cuarto de baño. Una alfombra gris y suave cubría el suelo, así como un escritorio al fondo tenía papeles y tinta. Había un balcón más allá y también un par de puertas de cristal cerradas que impedían su acceso. Me froté las manos y suspiré.
Caminé hacia el armario y lo abrí, descubriendo que, en efecto, estaba lleno de ropa. Me sentí inquieto ante esta idea y empecé a sentirme culpable por el trato. ¿Realmente era justo exigir una recompensa de dinero cuando Bailán ya nos estaba dando demasiado? Me mordí el labio inferior y sacudí la cabeza.
No podía pensar eso... En cambio, debería hacer que el trato valiera la pena. Ayudar a Bailán. Convertirlo en el nuevo gobernante de Erason. Si lo lograba, entonces sentiría que todo esto tendría sentido y que nos lo habríamos ganado.
(Además, no es que pudiera sentirme abiertamente culpable cuando Caleb y yo habíamos considerado la idea de robar para conseguir el dinero que necesitábamos).
Tomé un conjunto de ropa para dormir y luego me di un baño.
Realmente los cuartos de baño no eran los mismos que en nuestro mundo (o nuestro tiempo, teniendo en consideración que en donde estábamos la civilización era un poco menos avanzada). Estaba limpio y lucía lujoso, pero eché de menos los patitos de hule que yo tenía pegados a las paredes, la cortina de plástico con una estampa de Inglaterra y todas esas pequeñas cosas que volvían mi baño en uno moderno.
Igual no era como si pudiera quejarme.
No fue hasta que ya estaba desvestido y sobre la bañera que olvidé qué llave abría el agua caliente (spoiler alert: abrí la equivocada y tardó el doble de tiempo en calentarse).
Una vez que estuve sumergido en la bañera llena de agua caliente (casi hirviendo), me puse a pensar en todo lo que me había ocurrido en tan poca cantidad de tiempo.
Arrugué la frente y me miré las manos. Había dejado el báculo encima de mi cama y me pregunté si sería capaz de hacer magia sin él.
Cerré los ojos y alcé la mano.
—Alembrene —murmuré.
Nada sucedió. Luego me quedé pensando: ¿qué iba a iluminarse si no tenía una esfera a la que enviar luz? Tal vez era por eso que los Catalizadores eran así de importantes. Tal vez era que ellos le daban forma y sentido a la magia en un aspecto creativo y que iba más allá de la lógica.
Me encogí de hombros. Realmente no quería pensar en eso.
Pasé un buen rato sumergido en agua caliente y haciendo burbujas. Descubrí que había una buena cantidad de shampoos y acabé echando un poco de todos al agua porque, bueno, ¿por qué no?
Cuando salí del baño me pregunté si realmente olía a la mezcla de todos esos jabones.
Me puse la pijama que había sacado del armario y me tumbé sobre la cama a un lado de mi báculo. El colchón se hundió bajo mi peso y suspiré.
Pensé que iba a quedarme dormido de inmediato luego de todo lo que había pasado. Había firmado un contrato y lanzado un montón de extenuantes y raros hechizos que fueron acabando con mi energía poco a poco... Además, mañana tendría que levantarme temprano. Entonces ¿por qué no podía dormir?
Me quedé un largo rato sobre la cama viendo hacia el techo, hallando formas y figuras en las manchas de humedad y preguntándome qué haría al volver a mi mundo. Caleb me había hablado del procedimiento que se seguía para un mago como yo... Sin embargo, ¿realmente quería seguir involucrado en ese mundo extraño que apenas estaba conociendo? Bailán me había dejado en claro que no hacer magia podía matarme, pero a la vez ya no me emocionaba tanto la idea de convivir con magos. Es decir, Bailán era un chico amable, mas ni siquiera yo era ajeno a la mirada que le dedicaba a Caleb. Una mirada de superioridad.
Tampoco era ajeno a las otras miradas.
Realmente los magos aquí se creían como de una especie superior al resto. Como si no fuesen humanos. Como si el hecho de tener magia automáticamente los volviera lo mejor de la creación.
Me sobresalté cuando de pronto las luces se apagaron.
Eso significaba que ya eran las once.
Estuve otro rato inquieto y ansioso y, justo cuando estaba por conciliar el sueño, este se escapó de mis manos cuando oí unas pisadas en el pasillo. Me levanté algo aturdido y somnoliento, y abrí la puerta, esperando encontrarme quizá con Hunber o algo así.
Sin embargo, fue Caleb el que estaba ahí.
También se sobresaltó cuando abrí la puerta y se mantuvo estático en el pasillo, mirándome con confusión y notable duda. Al igual que yo, iba en pijama y llevaba una vela medio encendida en las manos, que le iluminaba el rostro con suavidad y le creaba sombras oscuras en la piel.
—Caleb —empecé diciendo, sin estar seguro de si realmente valía la pena preguntar. Y sin embargo, lo hice, porque al parecer la curiosidad era más fuerte que el sentido común—, ¿qué sucede?
Él titubeó.
—Nada —contestó de inmediato, haciendo amago de regresar a su habitación—, vuelve a dormir.
—No estaba dormido. En serio, ¿pasa algo?
Caleb me miró con vacilación.
—De verdad no es nada —insistió—, solo bajé por una vela con Hunber...
—¿Te da miedo la oscuridad?
Ni siquiera yo tuve claro cómo fue que llegué a esa conclusión, pero, a juzgar por la reacción de Caleb, pareció dar en el clavo. Sus ojos se abrieron de par en par y su rostro palideció.
—Yo... bueno... —tartamudeó, tragando saliva y viendo hacia el suelo, como si hubiese sido atrapado robándole a una anciana o algo así de vergonzoso—, un poco.
Escuchar que el chico que había pateado al montón de bandidos que me asaltó cuando llegué aquí le temía a la oscuridad me pareció un chiste. Mas no me reí. Incluso alguien con habilidades sociales torpes como yo sabía que reírse de una fobia no era divertido.
Suspiré.
—Ya veo —dije, y luego no supe qué más agregar.
Caleb carraspeó con la garganta.
—¿Por qué no puedes dormir? —inquirió, cambiando el tema. Hasta ese momento noté que ambos estábamos hablando entre susurros de forma inconsciente, ya que ninguno quería despertar a ningún otro huésped de la mansión.
—No sé —admití, pasando una mano por mi cuello—, no dejo de pensar en cómo será la competencia de mañana, ¿sabes? Tengo miedo de arruinarlo todo.
Una sonrisa asomó a los labios de Caleb.
—Estoy seguro de que lo harás bien —me tranquilizó. Sonreí en respuesta. Me gustaba más el Caleb que hablaba conmigo sin insultarme y que era abierto sobre sí mismo. Definitivamente sabía más de él de lo que sabía antes cuando me había invitado a salir. Ahora sabía que Caleb guardaba rencor por no ser un mago... y que le tenía miedo a la oscuridad.
Y que alguien como yo no le interesaba en lo absoluto.
Sacudí la cabeza. Aquel último pensamiento fue de lo más innecesario.
—Intentaré volver a dormir —dije a modo de despedida—. Si sucede algo... bueno, estamos a un lado, ¿cierto? Puedes llamarme si hace falta.
—Lo mismo digo —respondió Caleb—. Si te cuesta mucho conciliar el sueño, podría tratar de ayudarte.
—Gracias...
Y después cada uno volvió a su cuarto. No hizo falta usar la invitación de Caleb, puesto que, al volver a hundirme en la cama y rodearme de cobijas, no me costó quedarme dormido.
Volví a soñar con mi madre.
Esta vez con un día de navidad. Fue raro recordarlo, porque tenía alrededor de cinco años en ese entonces y era la primera vez que el recuerdo era evocado por mi mente. Fue una de las pocas navidades felices que llegué a tener... Mis padres no se pelearon esa noche y, aunque solo estábamos nosotros tres, a mí me pareció que no pudo ser mejor. Más allá de la caja de legos que recibí como regalo, me entusiasmó ver a mis padres coexistir sin gritarse.
Incluso me esperanzó y me hizo preguntarme si acaso podríamos ser una verdadera familia.
La respuesta fue un no.
Cuando desperté no fue por mi iniciativa, sino por Hunber.
Me agradaba Hunber, pero le guardaba rencor a la gente que me hacía despertar temprano. Solté un hondo suspiro y me froté los ojos al verle de pie a un costado de mi cama.
—Ya es la hora, Sr. Sam —me dijo. Gruñí por lo bajo y contuve el impulso de darme la vuelta sobre la cama y envolverme con las cobijas para ignorarle.
—De acuerdo, de acuerdo...
No me moví.
—Sr. Sam —insistió Hunber, alzando las cejas.
Me incorporé sobre la cama y me puse de pie a regañadientes. Había dormido bien, pero sabía que habría podido dormir más, y dormir era algo que particularmente me gustaba hacer.
—El amo me dijo que le diese esto —me informó Hunber, tendiéndome un cambio de ropa—. Estaré afuera esperándole. Por favor, no demore mucho, porque tiene muchas cosas por hacer.
—Sí, lo que sea.
El cambio de ropa que Hunber me había entregado consistía en una camisa azul, unos pantalones oscuros de lana y un abrigo largo y un poco grueso que me llegaba a los muslos. No era la gran cosa, pero podía entender el porqué Bailán quería que estuviese presentable para la competencia.
Me cambié de ropa y luego salí de la habitación. Dejé que Hunber me guiara por la casa mientras intentaba no pensar en lo mucho que deseaba volver a la cama.
Entonces acabamos en la biblioteca de antes. Ahí estaba Bailán sentado tras el escritorio.
—Sam, me alegra que estés aquí —dijo al verme, y luego agregó—: Ahora hablemos del plan que necesitamos durante el enfrentamiento.
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