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[Capítulo 12]

Luego de firmar el contrato, no volvimos a la mansión de Bailán, sino que, al subir de vuelta al carruaje, él dijo:

—Ahora tenemos que ir de compras.

Y, aunque yo no era ningún fanático de sentarme a esperar en largas filas de personas para comprar algo, me dio la impresión de que no íbamos a hacer cualquier compra y me entusiasmé un poco. Solo un poco.

Para mi fortuna, tenía razón.

Bailán nos llevó a una zona repleta de tiendas que inmediatamente me envió a pensar en esas noches de navidad abarrotadas de gente que hacía compras de última hora. Así de infestadas estaban las calles de personas. Todos llevaban esos atuendos elegantes que habíamos visto al llegar a la ciudad, pero esta vez distinguí un aire distinto. Había electricidad en el ambiente y, entre más me puse a analizarlo, más me di cuenta de que todas las personas tenían algo en sus auras que me hacía girar la cabeza cuando pasábamos a sus lados.

—Es la magia —me explicó Bailán de la nada. Iba caminando a mi lado, mientras que Caleb y Hunber iban un tanto rezagados.

—¿Qué? —se me escapó soltar. Bailán se rio con ese encanto natural que tenía.

—Eso que sientes... Es llamativo, ¿verdad? Estás rodeado de magos, Sam. Aunque me sorprende que apenas estés advirtiendo en las auras mágicas que te rodean.

—Yo no sabía que era mago hasta hace poco. —Tal vez no debí haber dicho aquello. Bailán me miró con toque de recelo.

—¿Cómo es eso posible?

—Eh... vivía con no-mágicos y eso... Supongo que nunca se dio la oportunidad de que descubriera lo que podía hacer.

Bailán cambió su mirada a como quien mira a un cachorro pateado en la calle. Eso me puso los pelos de punta.

—Ah, pobre —suspiró. Realmente yo no me habría llamado así, y tensé los hombros—, no imagino lo terrible que debió haber sido... Entonces eso explica un poco tu poder.

—¿En serio?

—Embotellar tanto poder no es bueno, Sam. Si no hubieras tenido contacto con otro mago que te ayudara a sacarlo a flote, estoy seguro que habrías enfermado a causa de eso.

—¿Eso es... posible? ¿Una persona puede enfermarse por no manifestar su magia?

Eso me pareció curioso y traté de imaginarlo. Me mordí el labio inferior cuando mi imaginación no me ofreció ninguna grata imagen mental.

—Claro que sí —contestó Bailán. Nos detuvimos frente a una tienda en concreto—. En tu caso no había nada que estimulara tu magia y no tenías forma de saber que la tenías, pero también se han registrado magos que se han enfermado por olvidar cómo usar su magia o dejar de hacerlo por algún trauma... La magia para nosotros es como respirar; no podemos dejarla a un lado solo porque sí. La necesitamos y es dañino reprimirla.

—Ya veo —murmuré—, ¿eso significa que mi poder viene de haber reprimido mi magia tanto tiempo?

Bailán meneó la cabeza.

—Tu explosión de poder viene de ahí —aclaró—, pero tu capacidad es otra cosa... Diría que uno de cada mil magos tienen el don que tú tienes. No existe una manera cuantificable de medir la magia de una persona, pero, en términos generales, podría decir que la tuya es superior a la de muchos otros magos. Tienes un aura más intensa y que opaca la del resto.

—Auras —repetí—, ¿lo dices por cómo se siente la mía?

—La siento y la veo. Es una habilidad heredada en mi familia; fue por eso que pude saber que tú habías causado el incidente en el restaurante.

—¿Y cómo se ve mi aura?

—Es grande, muy grande. Como dije, opaca a las demás. También tiene un color dorado y eso es extremadamente inusual.

Tragué saliva. Decidí que ya no quería hablar de eso.

—¿A qué hemos venido aquí? —interrumpió Caleb de pronto, que junto a Hunber se habían quedado al margen de la conversación.

—Ah, es verdad —recordó Bailán, chasqueando los dedos y señalando la tienda frente a nosotros. Habíamos estado bloqueando el flujo de las personas y fue un momento para deslizarnos al interior del establecimiento—. Sam necesita un Catalizador.

El interior de la tienda era muy espacioso. Los escaparates que se veían a través de las ventanas mostraban múltiples artículos, desde joyería y relojería hasta objetos cotidianos como escobas y sombreros. Era una mezcla bastante rara que me envió una rara sensación al estómago. El suelo de la tienda crujió bajo nuestro peso, y observé que dentro también había un montón de cosas que, a simple vista, no eran más que barajitas sin ningún orden. Me acerqué hacia los estantes, observando que el precio de cada cosa no parecía concordar con lo que era. Un anillo de plástico que costaba quince monedas. Una escoba que costaba cincuenta. Un gorro de lana de doscientos.

Era una locura.

—¿Qué tipo de Catalizador están buscando? —La voz de una chica bajita que se nos acercó me sobresaltó.

Bailán se acercó a la chica, y me señaló.

—Cualquiera que sea compatible con su magia —dijo—. No importa el precio ni la forma... El que mejor le funcione.

La chica asintió y me hizo un gesto para acompañarle. Miré de forma vaga hacia Caleb antes de decidirme a seguirla.

Ella me guio a través de unos estantes y me hizo sentarme al fondo de la tienda, donde había un par de sillas cómodas y profundas. Me pasó una esfera de cristal y, aunque por unos momentos me hizo recordar en la que me había traído hasta aquí, rápidamente aparté el pensamiento al ver que esta era más ligera, pequeña y cristalizada.

—Usa tu magia —me dijo la chica—, puedes lanzar cualquier hechizo.

—Él no sabe ningún hechizo —interrumpió Bailán, que se había acercado furtivamente. Me miró a los ojos y añadió—: Haz lo que hiciste antes en el restaurante.

Miré la esfera fijamente.

—No sé cómo hice eso —solté de la nada, algo azorado.

Bailán suspiró.

—Trátalo como si fuese un niño —le instruyó a la chica. Me sentí ofendido por unos momentos hasta que entendí lo que significaba—. No tiene experiencia con la magia y tampoco sabe lanzar hechizos... El Globo no le servirá de nada.

La chica hizo una mueca. Claramente se veía como quien no sabía cómo lidiar con el asunto. Al final se encogió de hombros y me hizo levantarme.

—Toca todos los Catalizadores que quieras —me dijo, señalando los estantes y los objetos encima—. Avísame cuáles te llaman instintivamente la atención y trataré de adivinar cuáles son más compatibles contigo.

Luego nos dejó. No tenía idea de en dónde se había metido Caleb (bueno, en realidad sí sabía que seguía con Hunber en el frente de la tienda), pero debía confesar que me sentía inseguro si él no estaba a mi lado... Ambos habíamos llegado juntos y me parecía raro de pronto estar solo. Tragué saliva y miré a Bailán.

—No entiendo qué acaba de ocurrir —murmuré con vergüenza.

Bailán se cruzó de brazos.

—Un Catalizador te ayuda a hacer fluir tu magia —me dijo, cosa que ya había escuchado de Caleb. Pese a eso, le deje seguir hablando—: Sin él, es muy difícil controlarla... Digamos que la magia pura, la que tenemos nosotros, es increíblemente difícil de hacerla salir y, cuando ocurre, es en accidentes como lo que te pasó en el restaurante, ¿de acuerdo? Es una magia primitiva y emocional, pero que no puedes hacer salir cuando quieras y menos de forma específica. Los Catalizadores toman esa magia primitiva y le dan forma a través de hechizos para hacer cosas en concreto, como limpiar habitaciones o crear una llama de fuego. Para saber tu compatibilidad con un Catalizador hay de formas de hacerlo: una es con el Globo, que toma tu magia para orientarte a cuál deberías elegir, pero debes saber manifestar tu magia para eso; y la otra es al tanteo, que es menos preciso, mas ideal para niños y gente como tú que aún no sabe manifestar su magia.

—¿De dónde vienen los Catalizadores? —pregunté, decidiendo hacerle caso a la chica y empezando a levantar y husmear los objetos que me llamaban la atención a simple vista.

—Son objetos que han formado parte de alguien en el pasado. Poéticamente, hay quienes dicen que el alma de una persona se quedó atrapada en algo que amaba tanto que, a través de los años, se convirtió en un medio para hacer fluir lo que somos. Por eso hay Catalizadores extraños, como botones y agujas, y otros más comunes, como relojes y anillos. Hay gente con habilidades especiales que son capaces de detectar qué sirve y qué no.

—¿Cuál es tu Catalizador?

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Bailán.

—Sam —dijo—, como eres nuevo en esto te lo explicaré con amabilidad. Jamás le preguntes a un mago cuál es su Catalizador... Descubrirlo significa descubrir su debilidad, porque la mayoría de los magos somos indefensos sin ese Catalizador, lo que implica una desventaja su uso. Depender tanto de él significa renunciar a nuestra magia pura, que no aparecerá si nos han quitado el Catalizador que debe estar en contacto con nuestras auras para funcionar. Así que, lo siento, pero no te diré cuál es el mío. Somos aliados, pero eso debe permanecer como un secreto.

Pensé en que aquello no era funcional. ¿No podían hacer magia sin un objeto raro con ellos? Me guardé el pensamiento para mí y apreté los labios. Dejé en su sitio un gnomo de porcelana y mis manos viajaron hacia lo que, a simple vista, era una escoba.

Sin embargo, pronto descubrí que aquello no era una escoba. Era un báculo.

Y sentí otra vez esa corriente de electricidad.

Mis dedos recorrieron la madera rígida que constituía su base y bajaron hasta la esfera de cristal azul que brillaba débilmente en la parte inferior, cuya superficie fría y delicada me hizo sentir un escalofrío, pues parecía que podía quebrarse con cualquier golpecito. La esfera estaba sujeta a la base por unas pequeñas ramas que se entrelazaban unas a otras y la sujetaban de forma que desafiaba las leyes de la física. Mi garganta se secó.

Levanté el báculo y le di la vuelta para que la esfera quedase apuntando hacia arriba. Pesaba más de lo que aparentaba (especialmente la esfera) y tuve que aferrar mis dedos con fuerza para no dejarme vencer por el peso.

—Este me gusta —admití.

Bailán me miró incrédulo.

—¿No acabas de escuchar lo que dije? —cuestionó—. Dejar que descubran tu Catalizador es lo peor que puede pasarte... Son contados los magos que tienen cosas así de obvias.

La chica entonces regresó y me miró con el báculo. Frunció los ojos y asintió con la cabeza.

—Ese te queda bien —aseveró—. Combina con tu magia. —Se giró hacia Bailán y añadió—: Son quinientas monedas.

Él se encogió de hombros, resignado. No parecía molesto por el precio, sino por lo grande que era el Catalizador que había tomado. Traté de sentirme culpable, mas había algo en el báculo que me hacía sentir bien. Como esas veces donde tomaba café en la mañana y me reanimaba por completo, o cuando comía luego de pasarme varias horas sin probar bocado de nada. Era un alivio intenso y exorbitante que recorría cada centímetro de mi cuerpo, pero no lo entendía; no me quedaba claro su origen ni tampoco qué era lo que me hacía así de feliz del báculo.

No obstante, opté por dejar de intentar entenderlo.

Al regresar al frente de la tienda, la chica se encargó de cobrarle el dinero a Bailán y envolver el báculo en una bonita bolsa que solo servía para ocultarlo. Mientras tanto, me acerqué a Caleb.

—¿Qué te sucede? —cuestioné al advertir el humor de perros que tenía, a juzgar por su rostro malhumorado.

Caleb gruñó.

—Esa chica creyó que yo también trabajo para el idiota —se enfadó—, al parecer, los no-mágicos solo sirven como criados en este mundo.

De acuerdo, podía entender qué era lo que le enfadaba tanto. Traté de empatizar con él y suspiré.

—Estoy seguro de que no es tan malo —dije—. Y no le des importancia a lo que dijo esa chica. Ambos sabemos por qué estás aquí y eso es lo que cuenta.

—Claro, a ti no te importa, porque eres uno de ellos.

—¿Disculpa?

Caleb rodó los ojos.

—Eres uno de ellos —repitió—. No trates de entender cómo me siento. Jamás lo sabrías. Después de todo, eres un mago.

Bufé. Tal vez ni siquiera debí molestarme en tratar de hacerlo sentir mejor.

—Bien, como quieras —solté.

Después de todo, yo era un mago.

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