[Capítulo 10]
El chico de ojos verdes se me quedó viendo, esperando una respuesta.
Sin embargo, ¿qué respondes cuando alguien te dice "ven conmigo"? Yo era idiota, pero no tanto, así que bufé y retrocedí un paso.
—Eh, no, gracias —contesté, carraspeando con la garganta y viendo hacia todos lados menos a su rostro. El muchacho tenía un aura inquietante e inteligente; como si pudiese averiguar muchísimas cosas de ti con una simple mirada—, así estoy bien.
Una sonrisa tiró de los labios del chico. Caleb a mi lado tensó los hombros, como preparándose para pelear si hacía falta.
—Creo que empezamos con el pie izquierdo —suspiró el muchacho, meneando la cabeza. Entonces la sonrisa se le estiró y me tendió una mano—. Déjame presentarme. Me llamo Bailán II Conven de Traslec.
Ese nombre parecían un montón de palabras al azar y mal dichas por un niño de cinco años. Me guardé ese pensamiento para mí mismo y le estreché la mano, porque no sabía de qué otra forma deshacerme de él.
—Yo soy Sam —contesté, soltándolo unos momentos después.
—¿Solo Sam? —inquirió Bailán.
—Sí, solo Sam.
Sabía que decirle mi apellido no significaría nada en un mundo donde mi registro de nacimiento no existía... Pero decidí ser un poco cauteloso. Caleb se cruzó de brazos.
—Él es Caleb —le presenté yo cuando él se quedó en un tenso silencio.
—Ya veo... —Bailán volvió a enfocarse en mí—. Por cierto, no quise decir lo de antes como una orden o algo así... Vi lo que ocurrió en el restaurante y de inmediato supe que tú eras el origen. Debes saber que me parece fascinante tu poder y tu talento, y pienso que podrías darle un buen uso.
No me gustó el tono que usó.
—Bueno, me alegra que pienses en mí como alguien talentoso —murmuré—, pero realmente no estoy interesado.
—Podrías ganar mucho dinero.
De pronto me interesé en sus palabras.
Compartí una fugaz mirada con Caleb, que se encogió de hombros diciendo algo como "haz lo que quieras". No era bueno tomando decisiones, mas supuse que no hacía daño escuchar a Bailán.
—De acuerdo —dije, arqueando las cejas—. En ese caso, tal vez tengamos algo de interés... ¿Podríamos escuchar más de lo que tienes que decir sin, ya sabes, comprometerme a aceptar nada de lo que digas?
Bailán se rio, y luego hizo un gesto hacia el carruaje estacionado a nuestra mano izquierda.
—Por supuesto. Sin embargo, sería de mala educación discutir este tema en la calle... Por favor, permitan que los lleve a donde podamos hablar en privado.
De nuevo miré hacia Caleb. Y él volvió a encogerse de hombros, aunque ahora tenía los ojos fijos en Bailán, atento a cada una de sus acciones y luciendo como un gato a punto de saltar a arañar a otro.
—Está bien —cedí, esperando que aquello no fuese un error.
Subimos al carruaje y Bailán subió al último, cerrando la puerta y tomando asiento frente a nosotros dos. Casi automáticamente, quien fuese que tiraba del caballo le hizo avanzar de nuevo. El interior del transporte era, sin duda, lujoso. Asientos de terciopelo y pequeñas cortinas de fina tela. Era espacioso y de él tiraba un caballo blanco como la nieve. Al acto me sentí raro en ese sitio y miré hacia abajo... Ya, claro. Desentonaba todavía más por mi ropa matrecha y llena de polvo.
Fijé mis ojos en el suelo y traté de no darle importancia (no lo logré).
—¿Qué es lo que tienes para decir? —Caleb no tuvo reparos en hablar del elefante en la habitación. Bailán alzó las cejas.
—No te ofendas —contestó él—, pero el asunto realmente no te concierne, sino a Sam.
Esbocé una sonrisa débil mientras que Caleb me veía expectante. ¿Qué esperaba que dijese? Me aclaré la garganta y levanté la cabeza hacia Bailán.
—Digamos que sí le concierne —intervine de la manera más diplomática posible. En realidad odiaba los conflictos causados por mi culpa—, él es... ¿mi representante?
—No suenas convencido —señaló Bailán, cruzando una pierna sobre la otra. Ahora que le miré bien, pude ver el tipo de atuendo que llevaba: una camisa blanca con botones cruzados y unos pantalones oscuros. La ropa parecía estar hecha de esa tela fina y que seguramente costaba conseguir. Tenía un par de anillos sobre los dedos y de su cuello colgaba un collar de oro. Tenía un reloj de bolsillo que sobresalía de su pantalón, e incluso los botones de su camisa brillaban. Todo en él gritaba "MILLONARIO". Y un millonario joven, por cierto, pues su edad no debía superar los veinticinco años.
—Es mi representante —repetí con más firmeza—. No podría firmar nada sin Caleb. Se encarga de que todo sea legal y esas cosas.
—Ya veo... pero no tiene magia.
Caleb arrugó la frente.
—¿Hay algún problema con eso? —espetó como un perro rabioso. Lo miré con inquietud.
Bailán alzó las manos en señal de defensa.
—Solo me causa curiosidad el porqué un mago se juntaría con alguien que no lo es —murmuró con un visible tono que apuntaba a la hostilidad. Me removí en mi asiento con incomodidad—. En fin, mientras estés de acuerdo con eso, Sam, supongo que no está en mi deber decirte nada... De todos modos, estamos a punto de llegar a mi casa. Podemos hablar de la oferta que tengo una vez estemos ahí.
—¿Realmente piensas que entraremos voluntariamente a un sitio que no conocemos y del que tú sabes todo? —cuestionó Caleb, cruzándose de brazos. Me alegró que él señalara eso; a veces podía ser tonto descifrando cómo saber si podía confiar en las personas. Bailán, por ejemplo, daba razones para desconfiar, pero de ser por mí no habría hecho tantas preguntas.
Bailán se encogió de hombros.
—Pueden o no pueden hacerlo —contestó—. Si necesitan el dinero, estoy seguro que aceptarán el trato que quiero hacerles; así que mi consejo sería que vinieran conmigo. Si no les parezco de fiar, tienen toda la libertad de bajar del carruaje e irse... Realmente no insistiré.
Caleb apretó los labios. Sin embargo, no agregó nada más. Bailán lo tomó como un acuerdo silencioso y esbozó una sonrisa.
El resto del trayecto ocurrió en silencio.
Al mirar por la ventana, observé la forma en que atravesamos las calles a un ritmo lento y constante. Había un montón de casas preciosas y con arquitecturas que me recordaban a pinturas... La gente ahí también tenía su aire atractivo, lo que removió algo dentro de mí y me hizo preguntarme si acaso era un común denominador que todos fuesen guapos. Había establecimientos y locales que atrajeron mi curiosidad, por lo que me decepcionó recordar que estábamos en un carruaje en movimiento y que no podía bajarme a curiosear por mi cuenta.
Suspiré y me hundí contra el asiento. Unos momentos más tarde, el carruaje se adentró a una calle privada en la que tuvimos que esperar un poco antes de que nos abrieran las rejas. Al atravesar el umbral, miré con asombro el interior.
En el centro de la privada había una gran fuente con una estatua de la que salía agua a borbotones. Había un jardín bordeando la fuente y, alrededor, se apreciaban un montón de casas en fila que se veían mucho mejor y más hermosas que las anteriores. Más elegantes. Más grandes. Más lujosas.
Más elitistas y clasistas.
Traté de no pensar en eso. Un nudo se formó en mi garganta y miré con los ojos abiertos de par en par cómo el carruaje se detenía frente a una de las residencias.
Me recordó de forma vaga a la casa de Caleb, solo que esta tenía un aire de parecerse a un castillo. Tenía un patio grande y enorme con un roble justo a la izquierda. Tenía alrededor de cuatro pisos y una fachada gris y oscura que daba algo de miedo. Las ventanas no permitían ver hacia interior y tuve la impresión de que hasta el pomo de la puerta era de oro puro.
La puerta del carruaje nos fue abierta por un hombre en traje oscuro que nos hizo una inclinación cuando bajamos por los escalones hacia afuera.
—Por favor, síganme —nos indicó Bailán, haciéndonos un gesto con la cabeza para ir detrás de él. Con porte nervioso, le seguimos de cerca.
El hombre que nos había abierto el carruaje se adelantó e hizo lo mismo para con la puerta de la casa, volviendo a hacer la misma reverencia de antes. Entramos con paso pesado y nos detuvimos en el vestíbulo. Observé que dentro de la casa había una larga y gran escalera con una alfombra roja que daba hacia el piso superior, cuyas puertas de habitaciones se avistaban desde aquí. Había una sala de estar por debajo de las escaleras, y otro par de puertas con un destino incierto al fondo.
Bailán continuó caminando y el hombre de antes se quedó en el vestíbulo. Llegamos finalmente a una sala cómoda y con sofás en las que Bailán nos hizo gesto para que tomáramos asiento, cosa que hicimos con recato.
Caleb no dejaba de mirar a su alrededor con una energía nerviosa que me transmitía. Nos dejamos caer en el sofá grande codo a codo; Bailán se sentó en el pequeño que había a nuestra izquierda.
—¿Nos dirás de qué va el asunto ahora? —inquirió Caleb, luciendo como si le costara gran trabajo mantener la compostura.
Bailán alzó un dedo y me sobresalté cuando una mujer entró a la habitación con una bandeja. Llevaba una tetera y tazas de porcelana. Me sorprendió la puntualidad extraña de los trabajadores en aquella casa. Me estremecí y me incomodé cuando la mujer dejó la bandeja sobre la mesita frente a los sofás y se retiró tras una inclinación.
—Siéntanse libres de tomar el té —dijo Bailán, tomando él mismo una de las tazas y sirviéndose de la tetera. Decidiendo ser cortés, le imité, aunque Caleb se limitó a mirar con insistencia al chico.
Luciendo ajeno a nuestra consternación, Bailán le dio un sorbo a su taza de té y, tras devolverla a la bandeja, se volvió hacia nosotros y dijo:
—Ahora sí, pasemos a los negocios importantes.
—¿Qué es lo que nos hará ganar dinero? —cuestionó Caleb, poco interesado en ser amable.
Bailán meneó la cabeza.
—Primero lo primero —respondió con un tono de énfasis—, ¿han escuchado hablar del "Enfrentamiento de Magos"?
Eso se oía muy específico. Pese a eso, ambos negamos con la cabeza.
—No somos de aquí —decidí aclararle. Bailán arqueó las cejas, aunque afortunadamente no preguntó al respecto.
—Como el nombre lo dice —prosiguió—, es un enfrentamiento entre magos que se realiza cada tres años... El propósito es elegir un gobernante para el país. Sin embargo, justo por ello hay una gran cantidad de postulantes: viejos y jóvenes; mujeres y hombres. Es bastante obvio que solo los magos pueden participar. Más que una batalla campal a muerte, consiste en varios días de múltiples retos y enfrentamientos tanto intelectuales como físicos y mágicos para ir descartando cierto número de magos luego de cada etapa. Solo tres magos llegan a la quinta y última de esas etapas, y es entonces donde ellos se enfrentan. El que resulte ganador se lleva la victoria y es coronado como el gobernador, el cual no podrá ser reelegido a menos que él decida volver a participar en el evento.
Me abrumé de solo escuchar esa historia. Para todo eso que parecía ser el evento, me daba la sensación de que el premio era muy aburrido.
—De acuerdo —murmuré—, ¿y exactamente qué esperas que haga yo con eso...?
Bailán sonrió.
—Ahí va mi trato —dijo—. Quiero que entres junto a mí al enfrentamiento y seas mi mano derecha en los retos.
—¿Es en equipos? —no pude evitar cuestionar.
—No explícitamente. Sin embargo, tampoco hay ley que prohíba tener un aliado. En este caso, quiero que tú te dediques a pasar a la próxima etapa y ayudarme a mí a hacerlo también... Cuando sea el momento, te retirarás luego de darme las herramientas para volverme el gobernante de Erason. A cambio, por supuesto, recibirás una recompensa: doy por entendido que su deseo es el dinero.
Me sentí extraño de escucharlo.
No tuve que pensarlo demasiado.
—De acuerdo —solté—, lo haré.
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