Capítulo 3
"A good day"
Grecia, Athena.
Septiembre, 29 de 1746
Un año antes de la Guerra Santa
Un ligero viento mecía las copas de los árboles, soltando algunas de sus hojas que flotaban suavemente al compás de la brisa hasta llegar al suelo, donde una jovencita pintaba en un lienzo con verdadera alegría. Estaba completamente inspirada en el hermoso paisaje que le otorgaba el pueblo de Rodorio desde aquella colina, rodeada de pasto, algunas flores y uno que otro animalito que pasaba por allí.
—Al abuelo le encantara mucho esta pintura —dijo la chica entusiasmada, pasando con cuidado la brocha del pincel en el cuadro con ligeros toques imitando las nubes que ahora adornaban en cielo claro de aquella mañana.
Se ajustó los enormes anteojos en el puente de la nariz cuando estos se le deslizaron un poco hacia abajo, luego mojó una vez más la brocha en pintura azul y la pasó muy ligeramente por un color blanco, dispuesta a terminar el cielo para hacerle un bonito acabado a las nubes y darle un aspecto más esponjoso.
Sin embargo, casi se le cae el pincel al suelo cuando un pequeño estruendo la sobresalto y en seguida su corazón se le subió a la garganta. Sus ojos oscuros observaron preocupada en todas direcciones, poniéndose automáticamente nerviosa cuando sintió como si el viento se hubiera detenido y los animales hicieron acto de desaparición en un instante.
Algo ansiosa, tomó rápidamente la decisión de guardar sus cosas e irse derecho hacia su casa, habría mucho tiempo después para terminar aquella pintura a pesar que su abuelo probablemente quisiera que fuera lo más pronto posible para poder venderla.
No obstante, se quedó congelada cuando sintió una presencia repentinamente a su lado.
Giró lentamente el rostro casi con horror, implorando a todos los Dioses que sea producto de su alocada y nerviosa imaginación.
Pero ahogó un grito cuando un rostro horrible la miraba con una sonrisa de dientes grandes y algo torcidos. Reaccionó apartándose hacia atrás tropezándose contra la mesilla donde tenía las pinturas, derramándolas por la hierba, pero sinceramente poco le importó en ese momento, su atención estaba únicamente en aquel hombrecillo que portaba una brillante armadura negra y que parecía haber salido de un agujero en el suelo que él mismo excavo.
—Que tenemos por aquí —habló el Espectro riéndose al ver el miedo muy notorio de la joven—Chiquilla, estas ante un poderoso ser. Yo Zeros de Sapo, estrella terrestre de la rareza; aquel que ayudara a Pandora-sama a conquistar este patético mundo —exclamó señalándose así mismo con arrogancia.
Ella perdió la capacidad de hablar, sintiendo verdadero pánico. Quería huir colina abajo, pero sus piernas no reaccionaban, todo su cuerpo estaba paralizado preso del miedo.
—Es inusual conseguir a una niña tan bonita a las afueras de ese pueblucho —entonces se comenzó acercar a grandes y lentas zancadas, disfrutando del terror que infundía a la chica—Y lejos del Santuario y de los asquerosos Santos de Athena.
—A-Aléjate —logró pronunciar la joven de cabellera caoba, apenas consiguiendo dar otro paso hacia atrás, pero pisó un frasco de pintura lo cual la hizo resbalarte y caer bruscamente de espalda a la hierba que a duras penas amortiguo un poco la caída.
El Espectro se carcajeó con diversión ante su torpeza.
—Creo que puedo divertirme contigo un rato antes de seguir con mi misión de explorar la zona por debajo de estas tierras para Pandora-sama —dijo el ser maligno moviendo los dedos con una sonrisa lasciva.
La chica se quedó sin voz para siquiera gritar a ver si de casualidad alguien estuviera cerca. Si acaso apenas pudo incorporarse en sus codos, totalmente ajena al dolor que le produjo la caída, solo pensaba en el fin que iba a tener su vida de una forma tan lamentable.
—Ven aquí, bonita —habló el Espectro inclinándose para tomar el tobillo de la chica.
—¡Nicht!
El oscuro ser giró el rostro estupefacto ante la femenina voz que los sorprendió a ambos. Pero no tuvo tiempo de reaccionar cuando de una patada en la coronilla de la cabeza lo hizo azotar el rostro contra el suelo con la suficiente fuerza como para levantar un poco de montículo de tierra y hierba.
La joven de anteojos dejó escapar un chillido de espanto porque el Espectro había quedado prácticamente entre sus pies, para segundos después sentir como la tomaban del brazo instándola para que se pusiera de pie. Abrió ampliamente los ojos con sorpresa cuando vio a una chica de bonitos ojos ámbar y cabello rojo amapola.
—¡Es hora de irnos antes de que este feo vuelva a levantarse! —exclamó Shea arrastrándola hacia donde el imponente caballo gris las esperaba a solo unos pocos metros de ellos, un poco inquieto al estar en presencia de una criatura tan repulsiva.
La alemana se montó ágilmente al semental, extendiéndole una mano a la otra chica para ayudarla a subirse al equino y colocarla detrás de ella e indicándole que se aferrara de su cintura mientras tomaba las riendas del Holsteiner.
—¡Lo pagaran, mocosas! —el Espectro gritó escupiendo un poco de tierra mirándolas con rabia.
—Púdrete —siseó la pelirroja con veneno—¡Vorwärts, Hartwig! —arreó las riendas con energía, y casi en seguida el caballo salió a galope a una gran velocidad.
—¡No se escaparán de Zeros de Sapo!
Shea vio sobre su hombro como el Espectro se abalanzaba con intenciones de caer encima de ellas con un gran salto, pero ella sonrió malignamente cuando en una orden en alemán el gran semental enterró sus patas traseras en la tierra para tomar impulso y dar un largo salto hacia delante, esquivando por muy poco al engendro de Hades. Y justo antes de que este tocara el suelo, el caballo lanzó una poderosa patada que le propino un buen golpe al Espectro en la barbilla que lo arrojó por el aire, dejándolo noqueado momentáneamente en el suelo.
—Eso seguramente nos dará tiempo de llegar al pueblo en una pieza. Y allí no se atreverá a entrar —murmuró Shea, notando como la muchacha se aferraba a su cintura como si la vida dependiera de ello. No pudo evitar sonreír, porque la más jovencita parecía pálida como un fantasma con sus ojos oscuros bien abiertos viéndola perpleja—Los Holsteiner son excelentes saltadores —dijo guiñando un ojo para tratar de tranquilizarla.
—G-Gracias —la chica balbuceó sin salir de su asombro—Me llamo Astrid —le dijo viendo que su salvadora realmente no tenía tamaño como para montar tan ágilmente un animal tan imponente. Bueno, al decir verdad tampoco lo tenía para enfrentarse a un Espectro de aquella manera y sin titubear.
—Yo soy Shea —contestó rápidamente dejando que el viento revolviera su rebelde cabello, viendo como rápidamente se acercaban a la entrada del pueblo.
Se sintió realmente aliviada cuando pasaron por el gran marco de piedra.
—D-Deténgase aquí, por favor.
—¡Stoppen! —dijo la alemana jalando las riendas, y el caballo relinchando fue frenando poco a poco su andar hasta ser un suave trote, deteniéndose en una tienda de pinturas y arte que Shea recordaba muy bien—Oh, ¿Tu eres esa chica que estaba ese día del incidente del fuego? —preguntó sorprendida una vez que la había ayudado a bajar, aunque igual la jovencita de cabellera caoba tocó el suelo no con demasiada gracia.
Astrid subió la mirada recordando ese día velozmente.
—Y usted la joven que se lanzó al peligro sin chistar —parpadeó viendo como la pelirroja bajaba de un salto del caballo.
Shea sonrió ligeramente rememorando lo imprudente que había sido aquella vez.
—La misma —dijo con suavidad, luego abrió ampliamente los ojos al recordar algo de ese día—Ehmm, y de verdad lo siento por ser tan brusca aquella vez —agregó un poco avergonzada por eso.
La chica griega negó con lentitud para restarle importancia antes de sujetar ambas manos de la Vestal que se sorprendió al instante al ver sus ojos brillar de agradecimiento puro.
—Ese día no solo salvo la tienda de nuestro vecino, sino también la de nosotros, y por eso muchísimas gracias —dijo alegre inclinando levemente la cabeza hacia ella.
—No hay de que —respondió Shea algo apenada por esa muestra de gratitud.
—¿Y como quedo su vista? —preguntó amablemente algo preocupada y curiosa, soltando lentamente sus manos.
—Oh, pues sinceramente debería estar usando anteojos como tú, pero soy un poco olvidadiza y ya perdí un par —rió un poco mientras tomaba las riendas del equino para poder guiarlo al establo—Así que los deje, aunque la verdad que no importa mucho, puesto que solo no veo demasiado bien de lejos —dijo con una sonrisa para tranquilizar sus dudas. Honestamente tuvo ciertos problemas con la recuperación, porque prácticamente Fluorite, Agasha y Nerys tuvieron que obligarla para que se colocara en los ojos unas gotas hechas con una hierba especial para aliviar el ardor que le producía tenerlos abiertos por demasiado tiempo, pero gracias a ellas ya se sentía de maravilla. Aunque lamentablemente el curandero le menciono que, a pesar de todo, su vista no había quedado perfecta, pero para ella era más que suficiente.
—Supongo que eso está bien —dijo examinándola levemente, viendo los ropajes algo poco femenino de la joven mujer, muy diferente de la última vez que la vio.
—Ya debo irme, ten cuidado la próxima vez que salgas a las afueras del pueblo.
Astrid asintió, para luego sentir un leve escalofrió por lo que pudo haber pasado si no la hubieran rescatado.
—Por mí espero que los animales sepan disfrutar del arte, porque no pienso buscar la pintura ni de chiste —dijo con otro escalofrió. Pero un poco triste también, porque había puesto mucho empeño en aquel cuadro—Nuevamente gracias por to... ¡Oh, por todos los dioses! ¡¿Qué es eso?! —exclamó exaltada señalando el tobillo de la joven Vestal cuando el viento había alzado ligeramente la ropa, llamándole rápidamente la atención un manchón rojo.
Shea miro hacia abajo donde la otra chica le indicaba, movió su pie a otro ángulo para observar mejor que tenía un buen corte a lo largo del tobillo aun lado de las trenzas de las sandalias.
Scheiße, buen día para no ponerse las botas de montar.
—Ehm... supongo que fue por la patada que le di a ese Espectro. Las Sapuris pueden ser filosas y puntiagudas —dijo con un leve encogimiento de hombros restándole importancia al asunto a pesar que comenzaba hacer consiente del pequeño dolor que le producía la lesión—No te preocupes, es solo un rasguño —trató de tranquilizar nuevamente a la chica que parecía perder otra vez el color del rostro con los ojos fijos en la herida.
—D-Debe tratárselo pronto —Astrid la miró preocupada y algo escandalizada por la sangre.
—Así lo haré. Solo cuídate mucho —se despidió animadamente de la encantadora chica que le devolvió el saludo aun un poco turbada por todo lo sucedido, pero igualmente agradecida.
Caminó con tranquilidad por el pueblo con su caballo a un lado. Ya no le importaba que las personas se le quedaran mirando, puesto que ni siquiera la coronilla de su cabeza podía llegar a la altura del hombro del semental, para eso faltaría como casi quince centímetros más o menos, sin embargo, ya no le afectaba en lo absoluto.
Primero pasó por la florería donde Agasha y su padre eran dueños, y como de costumbre le pidió a su amiga cambiarse de ropa rápidamente confiándole por unos momentos al Holsteiner, donde la griega miraba entre curiosa y algo intimidada por el enorme animal. Entonces se quitó la ropa que usaba usualmente para montar y entrenar para colocarse la típica toga que llevaban las Vestales, porque jamás se le ocurriría poner un pie en el Santuario con su antigua ropa, primero la Vestal Madre la castigaría horriblemente.
Recordaba que se había salvado de un castigo severo después que se recuperó de su accidente solo y únicamente porque el Santo Dorado de Virgo había hablado por ella.
Sino aún se estuviera lamentando o siendo reprendida, quien sabe.
—Que tengas un lindo día, Shea. Pasare más tarde a llevar las flores al Santuario —se despidió la joven de ojos verde oliva dándole las riendas del caballo a la pelirroja.
—Vale, te veré luego —respondió con una sonrisa, para darse la vuelta y seguir con su camino con total tranquilidad. Y cuando llegó a la base de las escaleras de la primera casa Zodiacal, le quitó las riendas a su caballo, dándole una leve caricia y un par de terrones de azúcar antes de dejar que fuera a pastar y a retozar, mereciéndose un largo descanso por lo excelente que se había comportado.
Luego prácticamente comenzó a subir los escalones de dos en dos, porque se suponía que solo iba a cabalgar un rato en la mañana, pero no contaba que iba a ver acción extra, pero se alegraba inmensamente estar por esa zona, quien sabe que le hubiera pasado aquella simpática muchacha si no hubiese aparecido a tiempo.
Pasó por los Templos siendo lo más cortés y sigilosa posible, agradecida internamente que el caballero de Cancer no se encontraba presente para meterse nuevamente con su estatura, o el de Escorpio, para pedirle que le hiciera una docena de pie de manzana, no obstante, no pudo evitar revolver con cariño la melena castaña del pequeño león al cruzar la quinta Casa Zodiacal. Y en general había visto a cada uno de los Santos Dorados durante todo ese tiempo, y aunque no los conocía mucho, se habían ganado su respeto y admiración por una u otra razón.
Ella se apresuró a entrar al Templo de Virgo para empezar a cumplir con sus obligaciones, dado que debía de ir a la cocina después de efectuar con algunos deberes y la verdad es que se había retrasado un poco.
—Shea.
La nombrada se detuvo casi al instante, parpadeando confundida mirando al Caballero Dorado que caminaba serenamente hacia ella con su largo y lacio cabello rubio danzando al compás de sus pasos, y sus ojos cerrados dándole un aspecto tranquilo.
—¿Si, Asmita-sama? —ella rápidamente le hizo una pequeña reverencia.
—¿Que sucedió esta vez? —preguntó el joven hombre con voz suave.
La alemana arrugó la nariz ante aquella interrogante.
—No sé a qué se refiere.
—Entonces la herida en tu tobillo tiene mucho que decir al respecto —le dijo frunciendo levemente el ceño.
Maldijo por lo bajo al tiempo que cerrando los ojos. Por unos pocos minutos se le había pasado aquella pequeña aventura que había tenido, pero siendo honesta consigo misma se le había metido tanto en la cabeza que debía cumplir con sus quehaceres tan veloz como un relámpago que lo otro paso a un segundo plano con rapidez.
—Pues... —ella se humedeció los labios pensando que responderle, pero él la interrumpió.
—Vamos —le dijo pasándole por un lado y la pelirroja con la mirada en el suelo y los hombros caídos no tuvo otra opción que seguirlo.
Asmita la dejó entrar primero en la habitación, donde ya se tenía preparo un cofre encima de una mesilla de noche que poseía implementos de curación. Shea tomó asiento en la silla aun lado de esta, ya con un sonrojo penoso en sus mejillas, sintiéndose realmente como una niña pequeña a la espera de otro regaño.
Suspiro pesadamente, porque esto no dejaba de ser vergonzoso, pero ella solía meterse en ese tipo de problemas sin parar.
—Asmita-sama, de verdad no se moleste, puedo hacerlo yo sola —dijo apresuradamente queriendo huir despavorida.
—Además de imprudente; te distraes con facilidad cuando de tu cuidado concierne. Así que lo más probable es que se te vaya a olvidar nuevamente —murmuró él con un leve ceño fruncido con algo de molestia al tiempo que se inclinaba y apoyaba una rodilla en el suelo para así tomar el tobillo de la joven sin vacilaciones, y con su mano libre paso gentilmente los dedos por encima de la herida para tantearla.
Shea se sintió enrojecer hasta casi igualar el tono escandaloso de su cabello mientras le pasaba al joven hombre algo de gasas, agua y venda. Se sentía desfallecer porque se suponía que eso nunca debía de pasar, ¿Un caballero Dorado curando la herida de una Vestal? Era totalmente escandaloso e inaceptable. Ya podía ver la mirada desaprobatoria e indignada de su superiora si se llegara a enterar.
Sabía que el Santo de Oro la ayudaba en momentos como ese para que ella no fuera severamente castigada por andar lastimándose o mentiéndose en situaciones complicadas. En realidad, aun no entendía exactamente el por qué lo hacía, pero era igual de indecente a ojos de otras personas. Si bien, era cierto que habían convivido juntos por casi dos años lo cual había forjado alguna clase de confianza, y estar casi siempre solos en el Templo de Virgo habían afianzado también el lazo de amistad, sobre todo porque él aún no creía necesario tener a otra Vestal que se encargada del lugar, con ella y la Vestal de Turno que la ayudaba bastaba para el caballero.
¿Pero entonces por qué tenía que ser tan descuidada lastimándose tan seguido que ya se había vuelto una costumbre?
Era un caso perdido...
—Espero tu respuesta —él murmuró suavemente con paciencia.
La alemana se mordió el labio inferior cuando sintió un poco de ardor al momento en que el rubio pasó la gasa húmeda por la herida. Tenía que serle sincera de una vez, porque sabía que no le quedaba de otra más que decir la verdad, el Santo de Oro lo descubriría de todas formas.
—Me tope con un Espectro —soltó en un murmullo evitando sisear del pequeño ardor.
Asmita se detuvo por un instante y su ceño fruncido se pronunció un poco más antes de empezar a colocar el ligero vendaje.
—¿Un Espectro?
Ella dejo salir el aire de sus pulmones en una exhalación pesada.
—Estaba cabalgando y vi que uno de los engendros de Hades estaba acosando a una muchacha de Rodorio, por suerte este era de baja categoría, así que sin dudar le di una patada en la cabeza —dijo con el bonito recuerdo de hacer que el asqueroso ser tragara un poco de tierra—Luego nos subimos a Hartwig para huir, pero el Espectro nos siguió y quiso atraparnos, por suerte entre mi caballo y yo pudimos con él, y finalmente llegamos a salvo al pueblo.
Shea tragó hondo en el momento en que Asmita subió el rostro en su dirección y arqueando ligeramente una ceja.
Ella ya podía sentir su desaprobación.
—Lo sé, lo sé... imprudente es mi segundo nombre —murmuró la alemana desviando la mirada con un ligero mohín en sus labios.
El Santo de Oro solo suspiró con suavidad antes de ponerse lentamente de pie una vez que hubo terminado de atender la herida.
—No te voy a reprender por haberte enfrentado tu sola a un Espectro, Shea, sin importar que este fuera uno de bajo rango, ya que comprendo que la urgencia del momento no iba a esperar por nadie. Mas bien por no notificar en el momento de poner un pie en el Santuario que hay un Espectro rondando por los alrededores del pueblo.
La pelirroja sabía que estaba claramente enojado por el tono suave pero firme de su voz. Ya lo conocía lo suficiente para detectar los sutiles cambios en la personalidad del caballero.
—Vergib mir, Asmita-sama —se disculpó inclinando la cabeza porque ambos sabían que se le había olvidado por andar pensando en que se había atrasado de más.
El rubio no dijo más al respecto, dado que estaba consciente que ella era sincera como siempre. No era culpa de la joven alemana ser tan despistada a veces, solo le gustaría que tuviera más cuidado con su persona y no meterse de lleno en el peligro sin pensar exactamente en las consecuencias.
Después de todo no siempre estaría ahí para velar por su bienestar.
—¿Cuál era es el nombre de la joven? —preguntó dándole la espalda para dirigirse hacia la salida.
Shea pensó detenidamente antes de hablar.
—Astrid, y si no me equivoco tiene una pequeña tienda de pinturas en el pueblo —respondió después de un momento, recordando a la chica simpática que era apenas unos años menor que ella.
—¿Y el Espectro menciono su nombre? —se detuvo antes de alcanzar la puerta, girando un poco su rostro sobre su hombro.
—Creo que se llamaba Zeros de Sapo —ella le dijo posteriormente arrugando un poco la nariz al hacer memoria.
Asmita asintió lentamente para luego abrir la puerta.
—Bien, saldré un momento a informar lo sucedido. Procura dejar las acciones precipitadas por un momento durante tus tareas y el resto del día.
Shea creyó oír un leve tono de humor en su voz, pero dejó rápidamente esos pensamientos de lado al darse cuenta que había dicho que iba a salir. Pestañeo varias veces impresionada, puesto que para Asmita eran muy contadas las ocasiones en que salía de la Casa de Virgo.
Soltando una maldición, se apresuró a ponerse de pie al olvidarse por completo que iba bastante atrasada otra vez.
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El joven Shion observaba desde la casa de Aries todo el esplendor que le proporcionaba la aldea de Rodorio que bullía en actividad. La suave brisa movía su largo cabello al igual que su capa blanca inmaculada, y en su mano derecha sostenía el casco de la Cloth, entonces sus dedos se apretaron en la superficie de oro solido mientras inevitablemente pensaba en la guerra que se aproximaba. Tenía un enorme pensar en el alma, como si tuviera un mal presentimiento, pero su deber como Santo Dorado de Athena implicaba luchar por proteger el amor y la justicia del mundo, aun cuando en ocasiones puede que la muerte u otras cosas los asecharan en el futuro.
Pelearían... hasta que sus vidas se extinguieran.
—Te encuentro muy pensativo, Shion.
El Santo de Aries abrió ampliamente los ojos al escuchar la voz poco conocida, miró a su lado para encontrarse con Asmita de Virgo que se acercaba caminando serenamente hasta detenerse a su lado. El lemuriano parpadeó con evidente sorpresa, era sumamente extraño ver al Caballero de Virgo fuera de su Templo.
—Asmita... —él murmuró apenas logrando disimular su sorpresa—¿Que te trae por la casa de Aries? —preguntó amablemente. A diferencia de Dohko y Aldeberan no sentía necesario ser tan cauteloso con el enigmático Santo Dorado, ya que no veía sospechoso en lo absoluto venir desde tierras tan lejanas junto con otra cultura, además de la incapacidad de Asmita de ver lo convertía de por si en un ser humano muy perspectivo, y que quizás por eso optaba por aislarse del mundo para meditar.
Poseía un cosmos poderoso, en eso no cabía duda alguna, posiblemente era la razón de que la mayoría de los Dorados mantenían la guarda en alto contra él.
—Solo vine a informarte que la Vestal de mi Templo avisto no hace mucho a un Espectro rondando por los alrededores del pueblo de Rodorio —Asmita comentó girando levemente el rostro en la dirección donde la aldea se encontraba.
—¿Un Espectro? —repitió intrigado, tensándose un poco ante la mención del ejercito del Dios del Inframundo.
—Al parecer intento atacarla a ella y una aldeana llamada Astrid. Sería bueno que alguien explorara los alrededores, y puesto que Aries es el Dorado que se encuentra más cercano de la aldea, considere que serias el más indicado para la tarea—él obvio la parte donde la pelirroja había atacado al Espectro sin miramientos, nadie más necesitaba enterarse de ese fragmento de la historia porque eso seguramente solo acarrearía problemas a la chica en un futuro cercano.
Shion asintió con firmeza sin refutar las palabras de su compañero.
—Iré a investigar de inmediato.
Asmita inclinó levemente la cabeza en respuesta antes de darse media vuelta y regresar a su casa Zodiacal, pero la voz de Aries lo detuvo.
—Gracias... Asmita —dijo sinceramente el lemuriano.
El Santo de Virgo sonrió levemente sobre su hombro en contestación antes de retirarse.
Después de ese día los meses comenzaron amontonarse uno tras de otros, y los meros seres humanos eran incapaces de detener el tiempo. Casi un año en un simple parpadeo, era increíble como el ambiente se había vuelto ligeramente más pesado en el Santuario a pesar que todo marchaba con naturalidad, pero los Santos Dorados sabían que el principio del fin estaba prácticamente encima de todos ellos.
Asmita frunció levemente el ceño ante los enérgicos pasos que resonaron por el Templo de Virgo, el tintinear de una armadura de Oro hizo eco por los pasillos. Suspiró con suavidad puesto que conocía bien aquella presencia que se apresuraba con su distinguida alegría.
—¿Otra vez pasando ruidosamente por la casa de Virgo, pequeño león? —murmuró con voz suave sin inmutarse cuando el sonido de algo cayendo al suelo precipitadamente hizo un ligero eco que perturbo aún más la paz del Templo.
—¡Oh! así es, lo siento de verdad —comentó el más joven de los dorados con una sonrisa un tanto culpable, recogiendo del suelo un pergamino de los tantos que tenía en sus brazos además de varios libros.
—Es la tercera vez en esta semana.
Regulus alzó la mirada azulada con sorpresa.
—Sinceramente no me había dado cuenta —dijo con un leve sonrisa—Lo que pasa es que por más que investigo no puedo conseguir lo que busco —el león musitó acercándose Asmita amigablemente, para luego sentarse en el suelo en frente de él llevándose consigo la pequeña montaña de papiros y demás.
—Ya veo —murmuró el rubio, suspirando con sosiego internamente ante la auto invitación del más joven.
—Sisyphus mencionó recientemente que puede hablar con mi padre por medio del viento —Regulus colocó a un lado de él los libros y pergaminos para así tener los brazos desocupados por un momento—Y yo realmente deseo poder hablar con él también —dijo con entusiasmo.
—¿Y piensas que lo conseguirás escrito en alguna parte? —inquirió el Santo de aquella casa con una ceja arqueada.
Regulus parpadeó algo pensativo mientras asentía, aunque un poco más inseguro.
—Supongo que sí... la esperanza él lo último que se pierde realmente —dijo algo más animado sonriendo ampliamente apoyando sus manos en los tobillos—Porque no tengo nada más que perder.
—Me temo que el tiempo es una opción.
El joven león agachó la cabeza con algo de melancolía.
—Desearía ser uno con la naturaleza como dijo mi tío, para poder por fin hablar con mi papá. Aunque me dice que él está dentro de mí y que nunca se ha ido realmente —murmuró el jovencito posando una mano en su pecho encima de donde los latidos de su corazón se podían sentir palpitar.
—Eso es muy cierto —afirmó Asmita ante las reconfortantes palabras que Sagitario le había dedicado a su sobrino tal vez pensando en un futuro incierto, en uno, donde terminaría ciertamente con algunas vidas extinguidas.
—Pero realmente quiero escucharlo, ya sea que este en la tierra o en el viento, nunca dejare de buscarlo...
Asmita percibió en silencio lo emotivo que sonaba el joven Santo, y era realmente comprensible con lo mucho que había sufrido desde muy temprana edad.
Era impresionante que a pesar de todo tuviera una personalidad tan vivaz y alegre.
—No te desanimes, algún día podrás comprenderlo y lograrás ver el mundo de la manera que lo hizo tu padre.
Entonces Regulus subió la mirada, con sus ojos azules brillando aún más como si sus energías hubieras sido renovadas.
—Y como siempre tiene mucha razón —ya tenía una enorme sonrisa—Entonces llevare todo esto de vuelta a la biblioteca del señor Degel —se puso de pie para recoger el monto de libros y pergaminos.
Entonces Asmita pensó que a veces el joven león solo necesitaba unas palabras de aliento para recuperar nuevamente el entusiasmo que tanto lo caracterizaba, y era entendible puesto que él solo apenas era un niño todavía.
—Tal vez intente meditar como usted —dijo alegre Regulus listo para emprender su camino hacia Acuario—Porque a pesar de todo aún sigue recordándome a mi padre —agregó sonriendo más ampliamente.
Asmita volvió a dejar escapar un ligero suspiró aun escuchando como el león se despedía con quizás demasiada euforia desde la entrada del Templo.
Momentos después movió levemente su rostro hacia la derecha donde unos suaves pasos se acercaron a él.
—Eres demasiado curiosa a veces —el rubio dijo serenamente ante la joven pelirroja.
Shea no evitar sonreír tímidamente, porque sabía que el santo había estado consciente de que ella los había estado escuchando desde detrás de una de las columnas.
—A pesar de todo tiene mucho tacto con él, Asmita-sama.
Él simplemente no dijo nada al respecto, lo cual hizo sonreír a la chica aún más, porque si bien el Santo más cercano a dios podría ser demasiado cruel por su honestidad, también poseía corazón cuando la situación así lo ameritaba.
Todos tenían que ver con el pequeño Regulus que se había ganado el cariño de cada uno de ellos de una u otra manera. Nadie podía resistirse a su inocencia, y las Vestales lo consentían cada vez que se topaban con él, obsequiándole algún dulce o simplemente acariciando su rebelde cabello castaño. Hasta a ella misma se le apapuchaba el corazón al ver esos ojos tan azules e ingenuos, tan llenos de felicidad a pesar que la vida no había sido tan gentil con él. Si ella había sentido la pérdida de sus padres, no podía siquiera imaginar lo que había afrontado el pequeño león con tan solo cinco años.
Y se atrevería decir que el Santo de Leo visitaba muy a menudo a Asmita-sama porque de cierta forma así sentía algún tipo con conexión con su padre ya fallecido, como si hablando con él podía sentirlo de alguna manera. Aunque ni el mismo se percatara de ello, pero quizás el rubio estaba al corriente y por eso lo escuchaba y lo aconsejaba.
Si era sincera consigo misma, le encantaba esa parte de él.
Con una leve reverencia, dejó al joven hombre para marcharse a su habitación u alguna otra parte para permitir que el Santo de Oro continuara con su meditación. Y mientras caminaba por los pasillos del Templo de Virgo, no pudo evitar pensar que su propio corazón era demasiado blando para su propio bien, pero sencillamente no lograba mandar en él, y como estaban las cosas tampoco podía dar marcha atrás.
Los sentimientos estaban ahí, y no iban a desaparecer por arte de magia.
¿Cómo se había percatado de ello?
La verdad no sabía exactamente donde comenzó todo, solo que al hornear los dulces que sabía que a él le gustaría la hacían sonreír con alegría, disfrutaba saber que la bandeja del crocante manjar de naranja y almendras desaparecían con bastante rapidez, porque, aunque el caballero no decía nada; sabía que era un poco adicto a los dulces. Eran una de las pocas cosas que realmente podía hacer por él, aparte de limpiar y ocuparse del Templo, y le encantaba hacerlo.
A veces se quedaba observándolo mientras hacia una meditación, intentando memorizar lo mejor que podía las facciones del joven hombre en su cabeza. Lo perfecto y lacio de su cabellera rubia, el punto rojo en su frente que casi siempre permanecía oculto, sus pestañas tupidas que siempre descasaban en sus mejillas de piel clara, aquellas manos con dedos gráciles pero masculinos. Lo único que moría por ver era el color de sus ojos, preguntándose más de una ocasión si serian verdes, castaños, u azules, y de que tonalidad, ¿serian un color poco común?... admitía que muchas veces se ponía a pensar eso cuando se suponía que debería estar durmiendo, sin embargo, no podía evitarlo.
Dejó salir de sus labios un lento suspiro cuando sus pasos la llevaron al espacioso jardín de Virgo, donde los árboles gemelos tenían sus bellas flores de pétalos rasados. El viento suave mecía su ropa y su corto cabello rojo, viendo hipnotizada como las ramas se movían con elegancia junto con sus hojas delicadas.
Sentía una leve presión en su pecho y más precisamente su corazón, pero solo inclinó levemente la cabeza cerrando los ojos para escuchar esas emociones que de allí surgían.
Lo quería, no había ninguna duda de ello.
Cuando se empezó a dar cuenta, quizás había entrado en negación y en pánico, pero luego se puso a pensar seriamente y con más tranquilidad después del shock inicial. Ya que en realidad todo había surgido con naturalidad; primero como conocidos, luego una pequeña amistad que poco a poco se fue afianzando al correr del tiempo. Después simplemente aquel afecto fue tornándose en algo que iba más allá, algo que estaba realmente prohibido para una Vestal, pero que ella había soltado las riendas hace mucho dado que no veía ninguna razón para encerrar aquellos sentimientos. Claro está que preferiría guardárselo para ella sola, no veía adecuado confesarse sobre todo porque era una chica común y corriente que quería con anhelo a un Santo Dorado... él bien podría aceptarlo, pero sin corresponderla y eso simplemente sería todo, y siendo honesta prefería que las cosas permanecieran como estaban. Era cierto que su mejor amiga Fluorite había formado una relación secreta con el Santo Dorado de Acuario, que solo ella y unos pocos más sabían, y de verdad que estaba inmensamente feliz por ella, pero veía el caso de su persona y el de la francesa muy distintos, o simplemente no quería aventurarse a que sus sentimientos fueran descubiertos. No obstante, no le importaba demasiado porque era feliz de esa manera, de esa relación única que tenían y que no cambiaría por nada.
Una leve sonrisa surcó sus labios mientras abría los ojos muy despacio antes de dar media vuelta y entrar de nuevo al Templo de Virgo. Y mientras caminaba posó la yema de sus dedos en la pared tocando la superficie suavemente al andar, pensando que debía estar preparada para cuando la guerra por fin tocara las puertas de sus vidas, porque hasta ella misma podía percibirlo. Y no era estúpida, sabia el destino que podría depararle a cada uno de los Santos al servicio de Athena.
Solo esperaba que Asmita-sama no tuviera un destino donde perdiera la vida, aunque muy en el fondo de su corazón tenía un mal y crudo presentimiento.
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Inicio de la Guerra Santa
La tensión y el desconsuelo explotó en el Santuario. La actividad bullía en su máximo esplendor en cada uno de las personas que residían en aquel lugar aportando su granito de arena de alguna u otra forma para tratar de prestar ayuda lo máximo que podía, porque la Guerra Santa había comenzado oficialmente hacía unos días, y de una manera que dejo a muchos con pesar en sus corazones.
Shea podía sentir el sudor frió bajar por su frente a pesar que la brisa le daba de lleno en el rostro al estar prácticamente a galope encima de su semental, que corría vertiginosamente a través de las calles semi destruidas del pueblo de Rodorio. El ágil animal saltaba por encima de enormes trozos de escombros de piedra y madera tratando de llegar al destino de su ama. Ella apretó las riendas con demasiada fuerza con su corazón desbocado tratando de guiar a Hartwig lo más veloz que le permitían sus patas hacia la florería.
Jaló las riendas con firmeza para que el caballo se detuviera, pero conforme se acercaban al lugar donde se suponía donde debía esta la tienda de flores de su amiga, solo había escombros, lo cual la dejo helada y con un nudo apretado en la boca del estómago. Negándose a creerlo, incentivo al semental a volver avanzar, pero esta vez en un trote más suave mientras buscaba desesperadamente con la vista algún indicio de donde podría estar la joven de cabellera castaña.
Y por fin la encontró en el centro del pueblo, donde la pequeña fuente de piedra permanecía casi intacta. Soltó un jadeo cuando la vio sentaba en el borde con la cabeza gacha, con su cabello castaño ocultando parcialmente su rostro. Ni siquiera dejo que el Holsteiner se detuviera por completo cuando ya había saltado al suelo trastabillando un poco; y soltando las riendas en el proceso.
—¡Agasha...! —exclamó realmente preocupada, pero se detuvo bruscamente en el instante en el que observó como la joven sostenía en sus manos una rosa un poco marchitada, con sus pétalos antes de un rojo vibrante ahora estaban opacos y a punto de desprenderse. Entonces comenzó acercarse con pasos más pausados, ya sintiendo su propio corazón romperse ante la triste y desgarradora escena que estaba presenciando. Posó delicadamente una mano en el hombro tembloroso de la chica, y tragó con fuerza el nudo en su garganta sintiendo sus propios ojos humedecerse al notar como en los pétalos de terciopelo de la flor tenía pequeñas gotas parecidas al roció de la mañana, siendo lágrimas silenciosas que caían de los ojos verde oliva de la jovencita que lloraba desconsoladamente en silencio. Finalmente, abrazó a su amiga, instándola a que apoyara su cabeza en su pecho para acunarla—Lo siento de verdad... —logró murmurar con su voz algo quebrada.
Agasha simplemente no pudo decir nada, solo sollozos escapan de sus labios dejando drenar todo aquel dolor que conquistaba en eso momento su pobre alma mientras se aferraba a la ropa blanca de su amiga. La pelirroja acarició gentilmente su cabello, cerrando sus ojos con un inmenso abatimiento. Tanto ella como Fluorite sabían que la florista poseía ciertos sentimientos nobles hacia el fallecido Santo Dorado de Piscis, Albafika, que no dudó en luchar en primer lugar cuando en realidad su Casa Zodiacal era la última... dando su vida sin dudar para mantener a salvo el pueblo y la joven de ojos verdes, siendo esta parte importante de su vida.
Arrulló a la chica que era tan solo tres años menor que ella, pensando que la francesa no tardaría en llegar también para prestar su apoyo. El rumor se había expandido por el santuario como pólvora y fuego, y ella prácticamente había volado por los escalones con la suerte de que su caballo había estado pastando en las cercanías acercándose a ella presintiendo su inquietud, entonces lo había montado sin dudar queriendo llegar sin ni un solo segundo que perder.
Fluorite llegó junto a ellas momentos después con la respiración acelerada por haber bajado los diez Templos Zodiacales lo más rápido que pudo, su mirada se entristeció al ver el estado tan doloroso en que estaba sumergida su querida amiga.
Sus ojos grises se posaron en los de ambas, antes de asentir suavemente.
—Yo cuidare de ella —la francesa murmuró sentándose a un lado de Agasha para abrazarla también—Ve, Shea... —le dijo consciente que su otra compañera sentía la necesidad de ir al Templo a su cargo con desesperación.
Shea inclinó la cabeza con pesar mientras se giraba y se dirigía hacia su semental con grandes zancadas que la esperaba algo ansioso. Lo montó y así mismo emprendió nuevamente el camino hacia el Santuario, instando al animal a ir nuevamente todo lo rápido que pudiera.
Los cascos del caballo levantaron un poco de polvo en el momento en que freno al comienzo de las escaleras, donde la alemana se bajó nuevamente de un salto para subir los escalones velozmente casi de tres en tres con el corazón en la garganta, puesto que tenía un mal presentimiento muy arraigado en su pecho, y haber presenciado lo devastada que había quedado Agasha ante la muerte del Santo Dorado solo la altero aún más, porque era todo un hecho de que lo peor de la Guerra Santa solo estaba recién comenzando.
Atravesó la casa de Virgo no tan demasiado silenciosa como era de costumbre, pero no podía evitarlo, necesitaba verlo y saber que estaba bien y a salvo.
No obstante, con forme surcaba la sala principal del Templo mordiéndose el labio inferior casi haciéndolo sangrar... fue deteniendo lentamente sus pasos, vislumbrando al Santo Dorado de Virgo en una meditación profunda, portando inusualmente el casco de la Cloth. Su largo cabello rubio se elevaba en el aire al igual que la capa blanca como si fuese movido por una poderosa fuerza que provenía de él. El joven hombre flotaba a medio metro del suelo, con un semblante tranquilo dominando sus facciones.
El bello de su nuca se erizó levemente al percibir la energía de su cosmos tan fuerte que hasta ella misma podía verlo transmitido como un aura rojiza alrededor de él. Entonces, dejó que sus piernas desistieran de sostener su peso para caer arrodillada en el suelo como si repentinamente se hubiera quedado sin fuerzas, mirando fijamente a la persona que le había robado los pensamientos.
Sus ojos ámbar se anegaron de lágrimas, sin embargo, no derramo ninguna.
Una sonrisa algo afligida se formó en su rostro de piel trigueña.
—Ya es la hora... ¿No es así, Asmita-sama? —murmuró al aire, porque sabía que en el estado que se encontraba el Caballero no podría escucharla.
Solo esperaría aferrara a las esperanzas de que él regresara al presente, aunque igualmente eso no le aseguraría que iba a permanecer en este mundo por mucho tiempo...
Cuarenta y ocho horas transcurrieron después de la trágica muerte del primer Santo de Oro. Shea no se había apartado demasiado del lado del Caballero de Virgo, estando muy al tanto de su estado. Pero hasta los momentos para su pesar y ansiedad, él no había vuelto en sí, y realmente le preocupada, si bien, sabía que los monjes podían permanecer muchísimos días en ese estado sin comer o siquiera moverse, aun así, la dejaba intranquila y con un peso en el estómago.
Sin embargo, nada la tenía preparada para lo que presenciaría más tarde ese mismo día. Había estado vigilando siempre desde una distancia prudente, pero en algún punto algo llamó realmente su atención, como si un cambio en la energía que fluctuaba alrededor de él se hubiera alterado de alguna forma, dejando el ambiente como si un gran pesar y angustia se adueñara del espacio. Se acercó con cautela, con algo de temor de interrumpirlo de alguna manera, aunque sabía que eso sería prácticamente imposible por el grado de meditación y concentración que se encontraba, proyectando su espíritu fuera de su cuerpo como bien él le había explicado alguna vez.
Se llevó una mano lentamente al rostro para cubrir sus labios para ahogar una exclamación, se le encogió el corazón de tal manera que pensaba que este se le iba a consumir... de los ojos de Asmita-sama estaban descendiendo algunas lágrimas que se deslizaban lentamente por sus mejillas hasta unirse finalmente en la barbilla, su semblante seguía siendo sereno, pero el aura de desolación que transmitía le produjo un sentimiento de profunda tristeza.
Siendo guiada por muchas emociones alzó su mano incapaz de detenerse, acercándose lo suficiente solo para que con dedos gentiles apartara aquellas lagrimas que le demostraban que durante todo ese tiempo él había aprendido a apreciar por sí mismo aquellas emociones que hacían de los humanos lo que eran... no obstante, no quiso demorarse demasiado a pesar que realmente deseaba reconfortarlo desesperadamente, así que solo se apartó, pero con la misma lentitud dejando escapar un profundo suspiro, con aquel pesar en su pecho que le hacía difícil respirar con normalidad.
¿Pero qué era lo que estaba presenciado el Santo de Virgo como para afectarlo de esa manera?
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Su cosmos comenzó a bajar progresivamente y al mismo tiempo su cabello rubio que había estado flotando todo ese tiempo a su alrededor también descendió con lentitud, su cuerpo volvió a tocar el suelo y él dejo salir todo el aire de sus pulmones en una exhalación profunda tras estar tanto tiempo en una larga meditación. Asmita rompió la posición de loto para apoyar una mano en su muslo y así ponerse de pie sin prisa. Y cuando estuvo totalmente erguido evaluó la sala del Templo, tratando de percibir alguna presencia, pero al no hallarla en ese momento supo que podía salir sin encontrarse con ella ya que tenía algo importante que hacer primero.
Comenzó a caminar rumbo hacia donde la Diosa Athena se localizaba concentrando su cosmos para levantar la barrera contra los Espectros de Hades. Se fue quitando el casco mientras iba avanzando, algo pensativo por el encuentro que había tenido en el Inframundo con su antiguo amigo antes de encontrarse con Pegaso en el Mokurenji... Jamás olvidaría el sacrificio de Ahimsa y de lo que esto le hizo sentir. La lucha con Atavaka fue dura, pero ambos le hicieron saber la realidad de que de verdad existía pasión y sentimientos en su corazón, por primera vez en mucho tiempo se sentía como un ser humano.
Ahora podía sentir por sí mismo, y no conocer aquellas extrañas emociones a través de los demás como lo había estado haciendo hasta ahora.
Apoyó una rodilla en el suelo, inclinando la cabeza con respeto cuando finalmente llegó ante la presencia de la Diosa. Comunicándole que había despejado sus dudas con respecto a Tenma de Pegaso, aquel simpático y optimista joven que desbordaba energía, aunque algo tonto la verdad. La Deidad parecía complacida con la respuesta que le dio, pero ella se tambaleó un poco por la pérdida de su energía que era tan veloz que su cuerpo estaba sufriendo las consecuencias; desgastándola progresivamente, él sabía más que nadie que la joven Athena no dudaría demasiado tiempo en pie si seguía en esa situación.
—Athena-sama —llamó suavemente Asmita volviendo a inclinar la cabeza ante ella—Tengo una pequeña petición que hacerle.
Eso llamó la atención y curiosidad de la Diosa que volvió a recuperar un poco la compostura, apoyándose en su báculo a la espera de las palabras del Santo de Oro.
—Cuiden de Shea, por favor —pidió alzando su rostro en dirección de la joven.
Athena simplemente pudo asentir lentamente con una pequeña sonrisa gentil y empática.
—Así será. No te preocupes por ello, Asmita.
El Santo Dorado de Virgo le agradeció con una nueva reverencia antes de levantarse y dirigirse por las doce casas hacia un destino que había aceptado desde hacía mucho tiempo.
Sin embargo, después de tener una breve conversación con el joven tigre y al atravesar la Casa de Virgo, se detuvo lentamente porque al frente de él; en medio de la sala principal se encontraba la joven alemana que lo había estado acompañando durante casi tres años.
—Asmita-sama...
El rubio guardó silencio por un momento al percibir las emociones que la chica poseía en su interior, y no pudo evitar sonreír para sí mismo ante el profundo cariño que ella le tenía.
Era una verdadera lástima que no fuera el momento ni el lugar.
Él comenzó a caminar de nuevo hacia su dirección, mientras ella lo observaba con intensidad y pesar, porque ambos sabían a qué destino se dirigía. Shea llevó una mano a su corazón, ya presintiendo el dolor de su partida, como si ya sentía que se alejaba muy lejos de ella donde jamás podría alcanzarlo a pesar que aún seguía allí, pero eso no iba a durar mucho tiempo.
La pelirroja abrió los labios para hablar, para decirle cualquier cosa, pero al mismo tiempo tenía miedo de que su voz fallara presa de las fuertes emociones que la invadían, por suerte el rubio se detuvo a unos pocos pasos de distancia.
—Espero que no sigas siendo demasiado imprudente o impulsiva —le dijo con algo de humor.
—Asmita-sama... yo...
—¿Podrías describirte? —pidió amablemente interrumpiéndola a propósito.
Sinceramente eso había pillado totalmente desprevenida a la joven alemana, era una pregunta inusual porque durante todo ese tiempo nunca pensó que él tendría esa clase de curiosidad sobre ella.
—Eh pues... tengo el cabello corto color rojo, como las amapolas —comenzó a decir algo nerviosa por la situación. Internamente sabía que estaba contra reloj ya que él tenía que macharse en cualquier momento—Mis ojos son ámbar, y mi piel en vez de blanca es de un tono tostado por mi ascendencia griega.
Asmita se quedó pensativo por un momento, luego soltó un ligero suspiro.
—Es una verdadera lástima que los colores que describes son totalmente confusos para mí —le dijo con pesar mientras avanzaba con el casco de su armadura bajo su brazo.
Shea abrió ampliamente los ojos ante sus palabras, frustrada consigo misma porque él con su condición; desde que nació no comprendía exactamente de lo que estaba hablando. Se sentía fatal por no darle una buena respuesta, pero mientras el Santo Dorado pasaba lentamente por su lado rápidamente se le vino una idea.
—El rojo de mi cabello es como sentir los cálidos rayos del sol al atardecer —balbuceó con las ansias comiéndole las entrañas girándose para ver como él frenaba sus pasos para escucharla de espalda a ella a una poca distancia—M-Mis ojos son como la miel dulce, y mi piel como el caramelo... —dijo con un nudo en la garganta viendo fijamente su largo cabello rubio, realmente desesperada queriendo que de verdad comprendiera lo que trataba de decirle.
Asmita primero sonrió gentilmente hacia ella sobre su hombro, antes de girarse un poco para posar una mano encima de aquella abundante cabellera pelirroja.
Shea ahogó una leve exclamación ante la acción del joven hombre que la dejó con los labios entre abiertos de la sorpresa.
—Has encontrado la mejor forma para describirlo, te lo agradezco mucho —le murmuró acariciando brevemente su cabello.
Ella sonrió temblorosamente, dividida entre la alegría y la tristeza de haber hecho finalmente algo bueno después de todo lo que hizo el Caballero Dorado por su persona.
—No te vayas a meter en demasiados problemas, Shea. Pero si eso implica que esos sentimientos fogosos que tanto te caracterizan permanezcan intactos, entonces... solo ten cuidado, por favor —pidió, esperando que también fuera feliz—Recuerda que tienes una promesa que cumplir allá en Alemania.
Entonces Asmita retiró su mano con más lentitud de la que pretendió, ya que el dolor que transmitía la joven era algo abrumador aun para él a pesar que estaba acostumbrando al sufrimiento del mundo. Sin embargo, mientras descendía por el resto de los Templos Zodiacales estaba consciente de que en si lo que mantenía aquella leve presión en su pecho era el resto de las cálidas emociones que la joven prefirió guardar para sí misma y que agradeció internamente por ello, porque sinceramente por primera vez no sabría cómo responderle por muy sabio que él mismo se hacía llamar.
Por lo menos en el camino pudo vengarla al destruir a los Espectros, en especial aquel que había liderado aquella masacre de su familia en Alemania, a Edward de Sílfide.
Después de usar su sangre para ayudar a reparar la armadura de Pegaso, comenzó a subir poco a poco los escalones que lo llevaría al lugar de meditación que había usado hacía muchos años atrás cuando tan solo era un jovencito. La brisa suave y agradable le brindo tranquilidad mientras se sentaba en el suelo en posición de loto, con el rosario de ciento ocho cuencas en su mano, aquel importante objeto que era el motivo de que hubiera reunido su cosmos durante toda esa oscuridad por tanto tiempo, y que ahora por fin cobro sentido.
Y mientras sostenía en alto el rosario con sus dedos manchados de su propia sangre, estando ya de pie encima de la torre con su cosmos desbordando en todas direcciones; pudo apreciar por primera vez la belleza del mundo. Las luces, las estrellas que en ese momento llenaban el firmamento nocturno... Los humanos que vivían constantemente en sufrimiento, pero también poseían momentos de felicidad. Y con eso en mente no pudo evitar que a sus pensamientos acudiera la joven de cabellera rojiza que en ese momento se encontraba en el Templo de Virgo atormentada por el gran pesar de su corazón y que aun así le dedico una sonrisa antes de marcharse.
Lo único que anhelaba en ese momento ahora que poseía el sentido de la vista antes de irse, era verla. Conocer sus facciones, expresiones, y aquellos colores de su cabello y ojos que describió con tanta pasión.
Sonrió levemente con algo de tristeza al sentir como su cuerpo poco a poco iba desapareciendo uniéndose con la naturaleza a su alrededor, lamentando profundamente causarle más dolor, en vez de hacerla sonreír como solo ella podía hacerlo.
Lo siento de verdad, Shea.
Ese fue su último pensamiento antes de que su vida se extinguiera por completo, dejando así atrás una nueva oportunidad para todos ellos.
Continuara...
No me duele... ¡Me quema! ¡Me lastima! *se tira al suelo y se echa tierra encima*
Y como verán, nuestra pelirroja tenia sentimientos hacia nuestro querido rubio, pero sin llegar amarlo con locura, solo era un cariño profundo y que quizás con el tiempo podía llegar hacer almo mas... y él a su vez Shea le era importante c':
¿Entonces la Guerra Santa puso fin algo que ni siquiera pudo comenzar? *saca su caja de pañuelos* Supongo que eso estamos por verlo QwQ
Pd: También les recomiendo que es un poco importante que se hayan ojeado el Gaiden de Asmita, porque hay ciertas cosas que se mencionará que es exclusivo del Gaiden.
¡Nos vemos en el próximo capitulo! ¡Dejen sus opiniones!
Pagina de Facebook: Sister Of The Heart-SSTLC
¡Únanse, las esperamos!
Okami Akai
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