Capítulo 1
"Sacred box"
Siglo XVIII
Grecia, Athenas.
Noviembre, 27 de 1744
Tres años antes de la Guerra Santa
El fuerte sonido de los cascos del caballo a galope hacía temblar levemente la tierra de bajo de ellos. La joven chica trato de regular su respiración mientras sus manos se aferraban con fuerza a las riendas del animal, con su cuerpo inclinado hacia delante tratando de protegerse del gélido frió de la noche bajo la capa oscura que la cubría casi por completo.
Tensó la mandíbula y estrechó la mirada al divisar por fin signos de civilización. Un pequeño y pintoresco pueblo que ni tiempo le dio de detallar, ya que pasaron como un relámpago entre las calles ya vacías.
Ya podía notar el cansancio del poderoso Holsteiner y la inquietud de este, pero no podían detenerse, no ahora que estaba tan cerca de estar a salvo de la pesadilla que la venían persiguiendo desde hacía una semana.
Se irguió rápidamente en la montura para jalar las riendas con firmeza.
—¡Stoppen!
El caballo le costó frenar ante la vertiginosa velocidad con que se desplazaron por casi media Grecia, pero lograron detenerse justo antes de darse de bruces contra un hombre de brillante armadura dorada que ni se inmuto a su llegada tan brusca.
Tanto ella como el animal quedaron jadeantes, sentía sus mejillas y nariz frías ante el impecable y helado viento que los había azotado desde que el cielo oscureció hacía varias horas. Sus ojos ámbar observaron rápidamente al hombre que se mantiene en pie tan impasible en frente de ellos, casi sin pestañear a pesar que lograron frenar a duras penas un poco menos que medio metro de distancia, levantando un poco de tierra que se dispersó rápidamente.
Ella parpadeó algo intimidada por ese porte, y realmente estaba preocupada, porque una parte de si misma le susurraba que no debía de confiar en desconocidos, y peor aún si estos pertenecía a otras tierras.
Pero lastimosamente no tenía otra opción.
Aun sin mediar palabra, soltó las riendas para poder bajar de un salto de la montura bajo esa estricta mirada azulina. Apenas consciente que sus piernas por poco no la sostienen por estar tanto tiempo sentada sin descansar demasiado; más que lo necesario para comer y dejar que el animal recuperara energías. Dejó su mano apoyada en el cuello de su fiel amigo que la había acompañado durante toda esa travesía, como si fuera lo único que la había mantenido segura y tranquila durante todo el viaje.
—Bienvenida —murmuró el hombre con una mirada ahora más amable notando su cansancio—Recibimos su carta hace unos momentos —agregó mirando el cielo.
Shea giró el rostro hacia arriba para observar como el Halcón que había enviado al Santuario se deslizaba en círculos a la espera de su dueña, y al divisarla, este chillo con suavidad. Ella no pudo hacer nada más que asentir agradecida mientras el ave finalmente se desviaba y se alejaba hasta desaparecer en el horizonte en un bosque cercano.
El caballero inclinó levemente la cabeza hacia ella en un claro signo de respeto hacia su persona.
—Soy Sisyphus, Santo Dorado de Sagitario. Permítame que la lleve ante la Diosa Athena.
Su voz fuerte y amable casi la hacen saltar lágrimas, porque sin darse cuenta se le había olvidado como era sentir esa clase de trato tan desinteresado hacia ella en unos días de extrema pesadilla, aislada de todo.
Parpadeó ligeramente cuando notó que el Santo de Oro le había extendido la mano, esperando pacientemente a que ella la tomara, como si comprendiera por lo que estaba pasando y no tenía apuro en ello.
Impulsivamente Shea miró sobre su hombro viendo no muy lejos al bello pueblo, esperando con el corazón expectante como si algo fuera saltar de la oscuridad para devorarla.
—No se preocupe, señorita. Aquí le puedo asegurar que estara completamente a salvo.
La joven se encogió antes sus palabras, mientras agachaba la mirada claramente apenada de que la hubieran pillado en un momento claro de vulnerabilidad.
Con un profundo suspiro posó su mirada en el semental.
—Gracias por todo, Hartwig —apenas logró murmurar, sentía la garganta seca como si hubiera tragado un vaso de arena. Tantos días sin hablar más que unas cuantas palabras de intercambio con su caballo, había afectado claramente su voz—Ve a descansar también. Te lo mereces mucho más que yo —le dijo con cariño al enorme caballo de pelaje gris que relincho en respuesta. Sabía que el animal no se alejaría mucho de la zona, era el amigo más fiel que tenía.
Entonces aceptó la mano del hombre de cabellera castaña.
En realidad, poseía serias dudas internas de aceptar ayuda tan fácilmente de ese caballero de enormes alas doradas, pero estaba tan agotada física y emocionalmente que quizás ya no estaba pensando correctamente, o simplemente era la sorprendente calidez y tranquilidad que le transmitió aquella Cloth de Oro puro.
¿Este era el poder de un Santo de Dorado?
—En estas tierras nada le pasara, ya mandaremos a alguien para que se ocupe de su bienestar. Se nota que es muy importante para usted —comentó el hombre al ver el profundo afecto que le poseía al equino. Luego la miró con una sonrisa gentil—Le sugiero que se sujete bien, señorita —sus alas doradas se desplegaron en todo su esplendor.
Ella alzó ambas cejas al mirarlo al rostro y ver la repentina seriedad con que observaba el cielo.
—No comprendo a que se refiere... —solo eso le alcanzo a decir antes de que en un poderoso impulso se alejaran del suelo. Tuvo que ahogar un chillido de pánico cuando sintió el peso caer con fuerza en su estómago y su corazón apretujado en su garganta, sujetando sin vergüenza la cintura del Santo como si su vida dependiera de ello.
Sin embargo, en contra de su voluntad sus ojos permanecieron abiertos a pesar que el pánico inundaba su sistema, pero no podía evitar ver el panorama mientras el viento agitaba su capa. Apenas detalló como una colina con varios templos se alzaban protectoramente estructura por estructura hasta llegar a una enorme y majestuosa estatua femenina que se podía divisar sin esfuerzo.
Sus dedos se aferraron más a la armadura cuando su alma se les vino a los pies al notar como descendía rápidamente hacia un Templo próximo a la gran estatua de la Diosa de la Guerra y la Justicia.
Ella quedó con las piernas temblorosas cuando tocaron suelo. En realidad, no supo cómo logró caminar todo aquel recorrido tras el Santo de Sagitario hasta llegar a unas puertas dobles de madera que la hacían sentir diminuta; mucho más de la que la hacía sentir el hombre castaño a su lado. Las puertas se abrieron dándole paso a una enorme y pulcra estancia de columnas hasta terminar en un trono de piedra, donde fue guiada hasta estar de frente a una niña de no más de unos once años de edad con lacio cabello lila y hermosos ojos verdes que solo le transmitían tranquilidad y una bondad infinita. Y a su lado permanecía de pie un hombre mayor de largo cabello blanco protegido en parte por un elaborado casco dorado de ropajes negro y cubiertos de joyas.
El Santo Dorado de Sagitario hincó una rodilla en el suelo inclinado con absoluto respeto hacia la pequeña Diosa.
—Athena-sama.
—Gracias por traerla hasta aquí, Sisyphus —murmuró la encantadora jovencita con una sonrisa amable.
Shea no pudo evitar quedarse muda a una poca distancia detrás del caballero, mirando sin disimulo a la gran llamada diosa Athena, que apenas parecía que podía mantener el peso del báculo de oro en su pequeña mano.
Parpadeó pensando si todo esto era real...
Y a pesar que su hogar estaba a kilómetros y kilómetros de distancia, había escuchado al igual que todos la extraordinaria leyenda del Santuario en Grecia y de la Diosa que lo custodiaba, pero jamás pensó que esta sería una niña mucho menor que ella... No obstante, sabía que no debía dejarse juzgar por las apariencias.
—No fue nada, mi señora —Sisyphus subió la mirada hasta encontrarse con el Pope—Como supusimos, vino sola, con la única compañía de un corcel —dijo ocultando una pequeña sonrisa al recodar como se veía diminuta al montar un animal pura sangre.
Sasha observó a la recién llegada con gentileza, lo cual hizo sonrojar a Shea por verse pillada observándola sin disimulo, así que se apresuró a inclinarse con respeto.
—Disculpe mi atrevimiento, Diosa Athena. Mi nombre es Shea de la familia Metzger —dijo bajando lentamente la capucha. Era bastante obvio que ella no representaba una amenaza para ninguno de ellos, pero no quería que desconfiaran de ella por ningún motivo—Realmente lamento venir abruptamente desde tierras tan lejanas y a estas horas de la noche —cerró los ojos secretamente intimidada y asustada, viendo el exótico entorno en el que se encontraba.
Todo era tan distinto a su hogar...
—Admitimos que nos sorprendió cuando tu carta llego desde Alemania, sin embargo, es totalmente comprensible dada la urgencia de la situación, y por eso no debes de disculparte —Sasha le sonrió con empatía.
La joven extranjera asintió aun con su corazón latiendo rápidamente, y sin tiempo que perder, de sus ropajes saco un pequeño cofre plateado con diminutos y hermosos diseños en dorado que dejó asombrado a los dos más adultos.
—Creo que esto les pertenece.
La única que no parecía realmente sorprendida era la diosa que la veía con total serenidad, como si siempre supo que estuvo con ella y que la traería nuevamente a su destino.
—Ese cofre... —el Pope rompió su perfecta postura, demasiado asombrado como para darse cuenta.
—¿Como llego a sus manos? —Sisyphus lanzó la pregunta al aire observando nuevamente a la joven como si apenas la mirara por primera vez.
Shea bajó la mirada al valioso objeto entre sus manos con más nostalgia de la que pretendía demostrar.
—Mi familia... —comenzó a decir ignorando las palabras del Santo de Oro, apretando los labios ante el nudo que se estaba formando rápidamente en su garganta y que le dificultaba también la respiración—Mi familia... —intentó de nuevo, pero ya las palabras salían temblorosas de sus labios, y la agonía silenciosa atenazaba su interior, devorando su corazón nuevamente.
La fierra muralla que había mantenido sus sentimientos a raya todo es tiempo, se estaba comenzando a desmoronar piedra por piedra hasta dejar sus crudas emociones en carne viva.
Sasha se apresuró a levantarse de su asiento de piedra bajo la desaprobatoria mirada del Patriarca, dejando el sagrado báculo a un lado en el suelo para posar sus pequeñas y delicadas manos encima de las de la muchacha alemana bridándole su calidez.
—Puedo ver que has sufrido demasiado, y lo has ocultado todo este tiempo... hasta de ti misma —murmuró con suavidad la jovencita de cabellera lila.
—Yo... —Shea observó los sabios y generosos ojos verdes de Athena, viendo de ante mano la gran diosa que se estaba convirtiendo. Y honestamente no sabía que podía leerla con tanta facilidad—Venían detrás de esto... no... no sabía a quien más acudir —dijo con voz ahogada sintiendo sus propias manos temblar de dolor e impotencia. Quizás apretando con demasiada fuerza el cofre entre sus dedos—Ellos murieron... y ni siquiera me dio tiempo de llorarles —parpadeó intentando desesperadamente alejar la humedad de sus ojos, pero era inútil... ya sus hombros comenzaron a temblar.
Y a pesar que la diosa era un poco más pequeña y joven que ella, no dudó en envolverla en sus brazos como si fuera una madre devota consolado a su hija más preciada, mientras que Shea apoyó su frente en su hombro dejando que el amor de Athena intentara llegar a su alma atormentada.
—No te preocupes... Estoy segura que Sisyphus te expresó que aquí estarás a salvo. Deja fluir ese dolor primero, y que por tanto tiempo has mantenido preso en tu interior —murmuró Sasha sintiendo un auténtico pesar en su corazón por aquella joven—Más tarde nos contaras tú historia, y mientras tanto, nadie más sabrá la verdad del porque estás aquí por tu seguridad y protección.
A ella solo atinó asentir aun temblando conmovida totalmente por aquella niña que, sin conocerla, le brindaba un hombro a que apoyarse y llorar. Algo que no le había dado ni tiempo de hacer con todas las dudas, preocupaciones y el peligro que la venía persiguiendo.
Entonces, las lágrimas no tardaron en comenzar a fluir silenciosamente sin dar indicios de detenerse pronto, abrazando ahora con un desgarrador sentimiento aquel cofre que era el principal motivo de toda su desdicha y la única conexión que le quedaba de su familia en ese mundo.
Sasha pasó suavemente su mano por aquel corto y rebelde cabello rojo amapola con algo de tristeza, sintiendo esa pequeña alma humana sufrir toda esa angustiante travesía.
—Sisyphus —llamó la pequeña diosa con repentina autoridad.
—¿Si, mi señora? —preguntó estoico el Santo, ocultando silenciosamente también su empatía ante la escena.
—Por favor dirígete a Alemania lo más pronto posible, investiga lo sucedido y asegúrate que no haya más espectros en el camino.
—Athena-sama...
—A sus órdenes, lo haré de inmediato —Sisyphus interrumpió la objeción del Pope y sin decir más se levantó para dar media vuelta y partir inmediatamente con una mirada decidida en sus orbes azules.
El Patriarca simplemente prefirió desistir al ver como Athena sostenía a la joven pelirroja ahora arrodilladas en el pulcro suelo, que lloraba desconsoladamente a una familia que jamás volvería a ver, y que había viajado hacia una tierra extraña durante días solamente para llevarle aquel preciado objeto, porque su instinto e inteligencia así se lo había indicado.
El cofre sagrado que sería la clave para la victoria de la Guerra Santa que se aproximaba con letal velocidad...
Al menos le debían consuelo y protección.
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Shea se limpió las manos en el delantal, mirando con orgullo la gran ración de panecillos con mermelada de fresa que había horneado con tanto esmero. Era una verdadera lástima que no iban a durar demasiado tiempo en la mesa de los aprendices de caballero... bueno, al menos se lo comían con gusto y deleite, aunque con modales algo toscos, prácticamente engulléndose la comida.
Naturalmente su turno como ayudante en la cocina había culminado justo hace unos pocos días, cuando su tiempo como Aprendiz de Vestal se completó, pero las otras Vestales le habían pedido muy amablemente hacer unos cuantos pedidos más, gracias a sus dotes y experiencia en esa área.
No pudo evitar embozar una sonrisa ante eso, porque todo se lo debía a su abuela, que le enseñó una gran variedad de recetas de todo tipo de postres y panes griegos, y con ello incluía el idioma. Porque si era sincera consigo misma hubiera llegado al santuario toda perdida si no lo hubiera aprendido en su infancia.
—Si ya has terminado, Shea, Athema-sama solicita tu presencia —le dijo amablemente una muchacha a su lado que recién entraba a la cocina con una bandeja vacía para empezar a ordenar los panecillos recién horneados.
—Ahorita mismo voy —murmuró fingiendo total tranquilidad, cuando en realidad su corazón salto con expectación.
Se quitó el delantal y se sacudió la leve capa de harina de sus ropajes blancos, y se apartó del rostro su rebelde mechón de su cabello rojo; que hasta los momentos no había podido domar para cocinar con más comodidad, pero ahora venia siendo solo un gesto de puro nerviosismo. Aun así se dirigió con pasos seguros hacia la sala principal donde Athena permanecía la mayor parte del tiempo.
No podía refutar nada su vida allí durante esos tres meses que habían transcurrido, había aprendido a distraerse horneando, agarrándole gusto de nuevo a ese arte y encontrándolo muy satisfactorio. Además, había formado rápidamente amistad con una joven rubia de ojos gris perla que casualmente era de su misma edad, y que recién hacia una semana había sido asignada como Vestal del Templo de Acuario, lo cual puso muy contenta a la joven francesa. Sinceramente Shea se alegraba por ella, aunque ya no se veían demasiado seguido, más que una que otra vez en la cocina donde coincidían.
A pesar de todo, la sonrisa dulce que tenía en sus labios, se fue tornando algo triste, porque aun sentía la sombra de su pasado muy aferrada a ella junto con aquel dolor demasiado crudo... todavía recordaba su desgracia como si hubiera pasado la noche anterior. Por fuera podía aparentar ser una chica risueña y de carácter, pero por dentro se sentía algo... rota.
Si Athena no la hubiera dejado en el Santuario por seguridad, igual su destino hubiera tenido que haber terminado allí, puesto que la verdad no tenía otro lugar a donde ir, ya no le quedaba a más nadie con quien refugiarse.
Estaba sola.
Aunque la compañía de su preciado Holsteiner a veces la animaba, porque el rustico animal le recordaba sus días felices en Alemania, pero la verdad ya no podía pasar tanto tiempo cabalgando como le gustaría.
Suspiró con pesar, cuadrando los hombros para recobrar algo de compostura al verse delante de la gran puerta doble donde la conduciría ante la presencia de la Diosa de la Guerra y la Justicia.
El ligero chirrido al abrirla hizo temblar su corazón, eso y la presencia de la joven Athena que había aprendido a respetar y ganarse su devoción rápidamente.
—Athena-sama —murmuró Shea arrodillándose en el suelo e inclinando la cabeza.
—De pie, Shea... Veo que te estas adaptando muy bien al santuario —Sasha ladeó ligeramente su cabeza es un gesto puramente infantil e inocente, haciéndole recordar a la alemana, que Athena seguía siendo una niña después de todo.
—Todo gracias a usted, no puedo expresar todo mi agradecimiento hacia el Santuario por recibirme con los brazos abiertos —dijo con toda la sinceridad que podía expresar antes de ponerse lentamente de pie.
—Es lo menos que podíamos hacer por ti.
Shea se le encogió ligeramente el corazón al ver la mirada nostálgica y empática de la joven diosa.
—Como veras ya han pasado los tres meses, superando la etapa de aprendiz tanto de Vestal como de nuestra cultura —continuó Athena sonriendo feliz por el futuro un poco más esperanzador de la joven pelirroja—He hablado con la Vestal Madre para asignarte a un lugar más adecuado para tu protección.
La alemana tragó hondo al ver la mirada castaña e implacable de la mujer que permanecía aun lado de la Diosa, que la observaba fijamente sin escrúpulos y que sinceramente la ponía aún más nerviosa que estar en presencia de la mismísima deidad.
—Hemos evaluado cuidadosamente tu desempeño, y lo ideal sería que te quedaras en la cocina por tu gran experiencia en ese ámbito. No obstante, hemos tomado una decisión totalmente distinta por las circunstancias de tu pasado.
Shea arrugó un poco la nariz ante ese crudo recordatorio que le afectó más de lo que se esperaba, pero que se negaba a demostrar.
—Serás asignada como Vestal del Templo de Virgo, tu deber a partir de ahora será servirle a Asmita-sama, el Santo Dorado de la Orden Zodiacal.
Sasha rió suavemente para sí misma ante la cara de estupefacción de la pelirroja.
—Las otras Casas Zodiacales han sido descartados por distintas razones, principalmente porque la mayoría de los otros Santos de Oro tienen diversas ocupaciones, están en misiones o tienen a su tutela aprendices —explicó la diosa brevemente con una sonrisa amable—Asmita de Virgo no sale usualmente de su Templo, pero es uno de los Santos Dorados más poderoso y será más que capaz de protegerte si la situación lo amerita.
Shea parpadeó aún demasiado sorprendida como para reaccionar.
—Servirás en su Templo cuatro veces por semana. Sin embargo, seguirás brindando apoyo en la cocina un día a la semana o cuando se necesite de tus... habilidades —murmuró la Vestal Madre con algo de rudeza mal disimulada, como si no le hiciera nada de gracia que la movieran de lugar a pesar que era perfecta con su desempeño frente al horno.
Pero que obviamente no iba admitir en voz alta claro está, algo que la pelirroja se dio cuenta sin mucho esfuerzo.
La joven de ojos ámbar se humedeció lentamente los labios pensando que decir al respecto.
—Vielen dank, desempeñare mi papel lo mejor que pueda —logró decir sin que le titubease la voz, dando una perfecta reverencia a conjunto de sus palabras.
—Muy bien, ya puedes retirarte. Dirígete cuanto antes al Templo de la Doncella a cumplir con tus obligaciones —dijo la Diosa complacida aun sonriéndole con gentileza.
—Con su permiso, Athena-sama —Shea volvió a mostrar su respeto antes de salir de la estancia.
—No creo que el Templo de Virgo sea adecuado para ella, mi Diosa —comentó la mujer adulta momentos después de que la extrajera se hubiera retirado—Aunque no lo parezca, ella es una muchacha de carácter tan llameante como su cabello.
Sasha sonrió aún más ampliamente.
—Lo sé, se ve reservada, pero es de sentimientos muy vivaces, solo que la tragedia y estar en una tierra tan lejos de su país natal la hace cohibirse un poco.
—Me atrevería decir que tiene una personalidad muy opuesta a la de Asmita-sama —dijo la Vestal aún muy poco convencida.
—Y precisamente es por eso que es el Templo adecuado —expresó Athena con alegría.
Quizás eso es lo que necesitaban ambas almas desconfiadas y solitarias.
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Shea estaba tan pálida como la muerte tras la sesión con la Diosa de la tierra.
¡Asignada al Templo de Virgo!
¡Für die Götter!
Si no se equivocaba, era uno de los Santos al servicio de Athena más enigmático que se conocía, y con ello, era natural que los rumores fueran bastante bulliciosos. No era como si ella se dejaba engañar por simples habladurías, pero a decir verdad, el misterioso hombre más cercano a Dios podía ponerle los cabellos de punta fácilmente, porque no sabía absolutamente nada de él y tampoco se lo había encontrado durante esos tres meses.
A pesar de todas sus dudas y temores, confiaba plenamente en la Diosa Athena, y si ella pensaba que no podía quedar en mejores manos, pues se limitaría a cumplir con su deber y no salir volando despavorida Templo abajo fuera del Santuario.
Mas nerviosa que nunca, descendió por las casas Zodiacales hasta llegar a Virgo lo más sigilosa que podía, poniendo un pie dentro del Templo con todo el cuidado del mundo. Temerosa de que de repente saltara a su lado el caballero de Virgo como si de un espíritu se tratara.
—Tú debes ser la nueva Vestal asignada.
Shea casi salta del susto con su corazón en la garganta, pero pudo mantener su compostura a pesar que sinceramente estuvo a punto de desmayarse.
Giró su rostro ante la voz femenina, y se sorprendió ver a una muchacha alta y con una cabellera de rizos cortos y de un naranja cobrizo brillante. Sinceramente ahí mismo pudo haberse dejado caer al suelo del alivio que le produjo que no fuera el Santo de Oro de aquella casa.
—Siento que te haya asustado —habló nuevamente la joven algo preocupada.
—No, no, que va. Solo me sorprendió, eso es todo —dijo la alemana con una sonrisa algo ansiosa.
Aun así, la chica pálida y con adorables pecas en el puente de su nariz sonrió con algo de diversión.
—No te preocupes, es normal que la nueva Vestal asignada al Templo de Virgo esté tan nerviosa. Es más, me sorprende que no hayas salido huyendo aun —dijo llevando un dedo a su barbilla pensativamente.
—¿Tan malo es? —Shea susurró con hilo de voz empalideciendo aún más si era posible.
La otra joven solo rió, descartando sus palabras con un simple gesto de su mano.
—Solo bromeo. Digo lo mismo en todos los Templos, es muy divertido ver la expresión de horror en sus rostros —dijo con un gran brillo juguetón en sus ojos violetas—Me llamo Nerys.
Shea pestañeó varias veces observando a la chica que parecía ser varios años mayor que ella, y además de ser hermosa y con una piel tan blanca como la nieve.
—El gusto es mío, mi nombre es Shea —respondió suavemente.
Nerys asintió sin dejar de sonreír.
—Vamos, te voy a guiar a tu habitación y te indicare tus deberes.
Ante eso la Vestal más experimentada comenzó a caminar con pasos despreocupados por el Templo, y la pequeña alemana tuvo que seguirle el paso con apuro, porque si bien la muchacha no lo aparentaba parecía como si estuviera apresurada por algún motivo, aunque se le veía bastante tranquila.
Al llegar al pequeño cuarto, la joven de ojos violetas le señaló que sus pertenencias ya se encontraban en el arcón a los pies de la cama y al lado de esta una pequeña mesa de noche, también había un escritorio con una silla donde reposaba un tintero con pluma y papel.
Era un lugar muy simple, pero sinceramente ella no necesitaba nada más por los momentos.
—Alístate si lo necesitas, y te daré un recorrido.
Shea asintió lentamente, aun nerviosa de encontrarse de bruces con el Santo de Virgo. En realidad, eso le pasaba con el resto de los caballeros, sobre todo los Dorados, transmitían tal poder que la angustiaba sentirse tan indefensa... y haciéndole recordar sin querer la tragedia de su familia.
—¿Por hoy necesitas ayuda con tu cabello? —preguntó de pronto Nerys, entretenida al ver como su nueva compañera luchaba inútilmente de atarse su melena en una coleta.
La joven de ojos ámbar la miró algo sorprendida con el cordón sujeto con los labios mientras tenía sus manos en su cabello.
—Oh... pues sí, me gustaría sujetarlo con algo, pero es tan corto y rebelde que no puedo amarrarlo con nada —dijo ligeramente avergonzada que no pudiera hacer esa tarea tan sencilla.
Nerys simplemente chasqueó la lengua con diversión.
—No tienes por qué apenarte de tu cabello —comenzó a decir indicándole a Shea que se sentara en la cama para poder echarle una mano—Se lo frustrante que estés concentrada haciendo algo y que todo el cabello se vaya hacia delante —con dedos gentiles empezó agarrar pequeños mechones de hebras color rojo amapola.
—Sobre todo en la cocina —refunfuñó con un leve puchero en los labios.
—Oh si, se lo que es eso. Pero yo hace mucho tiempo que deje de intentar sujetar mi melena. Los cordones se rompen o simplemente se sueltan —dicho eso movió un poco la cabeza para que sus rizos se agitaran con su gran volumen y hablaran por ella—Tiene vida propia.
La alemana no pudo evitar reír por lo bajo, porque si ella tenía problemas, no quería ni imaginarse a su compañera, puesto que a pesar que sus rizos le llegaban por los hombros, eran muy abundantes.
Neryz tejió la última trenza con cuidado y la unió a las demás culminando la tarea con rapidez.
—Listo —comentó sonriente.
— ¿Ya? —Shea se llevó impulsivamente una mano a la parte trasera de su cabeza, palpando con los dedos las diminutas trenzas que se unían en una sola formando un hermoso y pequeño capullo de cabello.
—Aunque no pude hacer nada en la parte de adelante puesto que es muy sedoso y corto, por lo que se suelta solo.
—No importa, ya así me siento más cómoda para trabajar —realmente estaba de lo más encantada. Entonces se giró para encarar a su compañera—Vielen dank —le dijo con sinceridad.
—Creo que eso fue un gracias —su ceño se había fruncido levemente ante el idioma algo rustico, pero no tardo en volver a sonreír—Fue un placer, y puedes tutearme. Sinceramente me siento más vieja cuando me tratan de usted —comentó con humor poniéndose nuevamente de pie seguida de la nueva Vestal.
Shea no pudo evitar sonreír encantada por aquella muchacha tan simpática. Así que, siguiéndola, ambas recorrieron el espacioso Templo de Virgo, que como los demás, era sumamente engañoso, ya que por fuera no se veía tan enorme como lo era internamente.
Ella descubrió algo desilusionada que Nerys no iba a estar por demasiado tiempo en aquella Casa Zodiacal, dado que era una Vestal que le convenía más rotar entre los Templos. También le había mencionado que no le gustaba quedarse estancada en su solo lugar, pero le aseguro que la visitaría a menudo si necesitaba nuevamente ayuda con su cabello.
Estaba ya casi totalmente relajada en el momento en que se toparon con la sala principal, y se quedaron en la entrada sin atreverse a ingresar. Y a pesar de que estaban algo lejos, Shea quedó sin aliento al divisar desde aquella distancia, al Santo Dorado de Virgo meditando en su pedestal estando en posición de loto. Estrechó la mirada, y sin notarlo se inclinó hacia delante en un vano intento de detallarlo más, apoyando la mano en el marco de mármol de la entrada bajo la divertida mirada de su compañera.
Lo único que pudo divisar desde tan lejos era un largo cabello rubio que tocaba el suelo esparciéndose un poco junto a la capa blanca. Se veía sereno, casi como si fuera una estatua demasiado realista.
De repente, Shea se percató que se había quedado mucho tiempo observándolo, dejando a Nerys en un segundo plano por un lapso demasiado largo.
—V-Vergib mir —se disculpó en un balbuceo retirándose hacia la salida rápidamente—Solo sentí un poco de curiosidad —se intentó excusar torpemente.
La joven de ojos violetas simplemente se encogió de hombros despreocupada.
—Tranquila, es normal, ya que apenas comenzaras a convivir alrededor de un Santo de Oro. Y si todo marcha bien, será mínimo por tres años —dijo risueña alzando su mano mostrando los tres dedos.
Uh... realmente se le había olvidado ese pequeño detalle.
Después de aquel primer día, Shea poco a poco se fue acostumbrando a esa nueva vida en el Templo, aunque iba más regularmente a la cocina de lo que debería en un principio, eso sencillamente no podía evitarlo, pero aun así, no dejo sus obligaciones desatendidas en ningún momento, solo se encargaba de hacerlo lo más rápido posible para no tener que cruzarse en el camino del Santo de Oro de aquella casa, que hasta por los momentos nunca se había topado con él. Estaba muy consiente que era muy grosero de su parte no presentarse, pero honestamente no podía evitarlo, apenas divisaba al joven hombre de cabellera rubia aproximarse por un pasillo, y ella giraba sobre sus talones y desaparecía en cualquier rincón donde pudiera escabullirse.
Que cobarde.
La avergonzaba actuar de esa manera, pero le daba pavor meter la pata en presencia del caballero, puesto que cuando estaba nerviosa podía pasar una infinidad de vergonzosos escenarios, y uno más penoso que el anterior.
Así que preferiría tener la interacción al mínimo.
Y la única que pareció comprenderla fue la misma Flourite, ya que ambas se daban de la mano cuando de torpeza se trataba.
Así dos meses habían pasado volando con bastante tranquilidad, hubiera sido todo realmente perfecto sino tuviera un pequeño problema...
No estaba durmiendo demasiado bien, había pensado erróneamente que las pesadillas que la atenazaban durante las noches desaparecerían eventualmente con el tiempo, pero no fue así... Se despertaba a media madrugada toda sudorosa, con el corazón martilleando en su pecho frenéticamente, los ojos anegados de lágrimas y todo su cuerpo temblando.
No podía parar de revivir la devastadora tragedia de su familia.
Juraba que aun podía escuchar los angustiosos lamentos de dolor de sus padres.
Y aquella noche no fue muy diferente de las demás. Se sentó en la cama con la respiración acelerada, pasando temblorosamente la mano por la frente para apartar las gotas de sudor.
Mas allá del dolor, lo que la perturbaba era la tremenda impotencia de no haber podido ayudar a sus seres queridos.
¿Pero que había podido hacer una chica de tan solo dieciséis años ante unos Espectros?
Se mordió el labio con frustración, tenía que hacer algo. No siempre debía de depender de los demás o esperar a que alguien la salvara, porque si no hubiera sido la insistencia de su padre, ahora estaría muerta.
Debía de hacer algo, cualquier cosa.
Una idea paso por su cabeza, una que no era la primera vez que se le ocurría, pero que nunca se atrevía a efectuar... hasta ahora.
Más decidida que nunca, se levantó importándole muy poco que fueran ya altas horas de la madrugada, y que no pasaría mucho tiempo para que se acercara el amanecer donde las demás Vestales de las otras casas Zodiacales comenzarían sus labores matutinas.
Se acercó a su arcón, y abriéndolo comenzó a registrar su interior hasta que dio con aquella ropa con que había llegado a Grecia hace ya varios meses atrás, y que había guardado. Se cambió de atuendo con rapidez, sintiéndose realmente a gusto, pasando las yemas de sus dedos por la tela fresca trayéndole un montón de recuerdos, sobre todo de su madre, que la había regañado a menudo por vestirse de aquella manera tan poco adecuado para una dama, y menos de su edad.
A veces odiaba tener recuerdos, porque solo la ahogaban en la nostalgia y otras crueles emociones.
Tragando hondo se dirigió a hurtadillas hacia afuera de su habitación, rumbo al jardín detrás del Templo de Virgo que normalmente permanecía solo, y no solo por las noches. Sin embargo, sabía que el Santo de Oro a veces meditaba entre dos enormes sales gemelos, pero confiaba plenamente que no lo haría a esas horas y menos con el frió gélido que hacía en esa temporada.
Y efectivamente en ese momento tenía todo el jardín para ella sola, pensó un poco mas tranquila al ver únicamente esos dos preciosos arboles.
Primero dejó que la brisa fresca moviera sus ropajes al igual que su cabello suelto, cerró los ojos antes de respirar lo más profundo que podía preparando lo que en su cabeza había repasado un millar de veces. Aunque sinceramente no sabía cómo comenzar, a pesar que lo había visto muchas veces a los aprendices de caballeros cuando le tocaba pasar cerca del coliseo.
Pero siempre era mejor intentarlo que nunca hacerlo.
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Asmita de Virgo caminó tranquilamente por uno de los pasillos de su Templo, rumbo a meditar. El ligero tintineo de su armadura resonaba entre las paredes en un suave eco, y la capa se movía en suaves hondas al igual que su largo cabello rubio.
Sus pasos se detuvieron en la salida donde el espacioso jardín de Virgo se encontraba en todo su esplendor bajo el cielo nocturno. Su ceño se frunció ligeramente al percatarse que no estaba tan desolado como de costumbre, en cambio, allí aparentemente entrenando se encontraba una joven que si mal no se equivocaba era Vestal en su Templo, y que aún no se habían topado, no obstante, había sentido su presencia a su alrededor.
¿Que estaba haciendo?
Podía escuchar su respiración agitada mientras efectuaba movimiento bruscos y poco precisos, como si recientemente estuviera experimentando sus capacidades físicas.
¿Una Vestal entrenando solitariamente en medio de la madrugada?
Curioso.
Desde su lugar le podía apreciar su fuerte determinación que era impulsada con un profundo dolor. Algo que estaba muy familiarizado desde muy temprana edad, pero con ella era un poco diferente al sufrimiento que estaba acostumbrado a percibir.
No pudo evitar quedarse allí, observándola con sus otros sentidos.
Sinceramente desde que la joven Diosa Athena le había encomendado la protección de aquella joven, poco le había interesado realmente la tarea, aunque igual cumpliría con su deber si así la ocasión lo ameritaba.
Su historia tampoco lo había sorprendido en lo absoluto. Ya que, en comparación con muchas otras, era una más del montón, con un poco de sufrimiento, soledad, e impotencia, algo que ya había percibido muchas veces a lo largo de su vida. Sin embargo, había algo en aquella joven que llamaba su atención, como si ahora recién descubría que estaba siendo rodeada de un pequeño enigma.
Si entrenaba por cuenta propia a esas horas y totalmente sola, quería decir que no estaba interesada en convertirse en una amazona.
¿Entonces por qué?
Su familia ya no pertenecía a ese mundo, por lo cual ya no tendría a quien proteger más que así misma, pero ya se encontraba bajo el ala protectora del Santuario y de la misma Athena, así que realmente eso no era necesario. Tampoco poseía otro lugar a donde ir, por lo tanto, su vida permanecería por mucho tiempo atada a ellos si había rendido sus votos como Vestal.
¿Para un futuro lejos de ellos quizás?
Podría ser, no obstante, no lo tomaba como un motivo real, sospechaba que podría haber algo más.
Una ligera sonrisa curvó la esquina de sus labios, al escuchar como ella maldecía en su idioma natal cuando en un movimiento en falso, termino de bruces en el suelo. Aun así, ella volvió a levantarse para seguir practicando a pesar que se había lastimado un poco las manos tras la caía. Solo un suave quejido había demostrado el daño que había sufrido, pero luego guardo silencio totalmente concentrada, tanto que aún no había reparado en su presencia.
Él dio media vuelta para internarse nuevamente en el Templo, iría a otra parte a meditar, dándole así privacidad a la joven.
Sin embargo, mientras se alejaba, aun no pudo alejarla de sus pensamientos.
Ya había despertado su innata curiosidad.
Continuara...
Bueno espero que les haya gustado este primer capitulo del segundo fanfic de la Saga Dorada y que es bastante sencillo, pero ahora es que se avecina lo bueno 7u7
También quisiera agregar que las fechas que aparecerán es este y los demás fanfics están relacionadas entre si y no puestas al azar xD Intentamos que fueran acorde con todas las historia aunque eso causo mas de un dolor de cabeza para nosotras jaja
Pd: Y me gustaría darle un pequeño dato, les recomiendo que presten atención a todos los personajes que salgan extras 7u7
¡Nos vemos en el próximo capitulo! ¡Dejen sus opiniones!
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¡Únanse, las esperamos!
Okami Akai
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