01 | Reino de pesadillas |
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REINO DE PESADILLAS
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¿Real o no real?
Último día de los Septuagésimos terceros Juegos del Hambre
—LYANNE—
Escucho el cañón anunciando la muerte de la última tributo. El olor a la sangre y el sudor se mezclan mientras me incorporo del cuerpo ya sin vida de la chica. No es la primera vez que mato, de hecho, ya llevo mi cuenta bastante larga de muertes en los Juegos, pero esta vez es la última.
Una sensación extraña se apodera de mí cuando escucho la voz de Claudius Templesmith, el presentador de los Juegos, presentarme como la Vencedora de los 73 Juegos del Hambre. Miro a mi alrededor a lo que fue mi Arena mientras espero el Aerodeslizador llegar por mí. Todavía respiro agitada por la pelea, pero poco a poco mi respiración se va calmando.
Mi cabeza da vueltas y no sé por qué. Siento un dolor en el estómago y cuando bajo la cabeza, lo único que veo es sangre. Ahora que no hay peligro y la adrenalina se está yendo, no puedo sostenerme en mis pies y, antes de perder la conciencia, elijo acostarme en el suelo para evitar otro golpe innecesario.
Veo el cielo y escucho el Aerodeslizador. Pestañeo. No cierres los ojos, me ordeno. Si me duermo, quién sabe si podré despertar. El Aerodeslizador ya está en mi visión y siento el viento que generan sus hélices. Cierro los ojos. Ya vienen, mantente despierta. Siento que me levantan y abro los ojos por un instante. Un grupo de personas me depositan en una camilla y corren de nuevo al Aerodeslizador. Me trato de calmar.
Los Juegos terminaron.
Ya estoy a salvo.
Me van a curar.
Voy a estar bien.
¿No?
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Día n después de los Septuagésimos terceros Juegos del Hambre
Lo primero que siento son voces alrededor mío. Quiero abrir los ojos pero no puedo, y por un segundo pienso que tal vez estoy muerta.
Sin embargo, una vez que las voces se hacen más nítidas reconozco la voz de mi mamá. Doy un suspiro dando las gracias que haya sido su voz y no la de mi padre la que me recibiera, indicando de este modo que sigo con vida, sana y salva en lo que supongo que es el Capitolio.
Con dificultad, abro los ojos. La luz me ciega por unos instantes, pero cuando mis ojos se adaptan puedo ver qué hay alrededor: nada. O al menos eso me da la sensación.
La habitación es completamente blanca. Los únicos objetos son la cama en la que me encuentro, una silla al lado de esta, una pequeña mesita de luz con dos rosas —también blancas— y una máquina que está unida a unos cables en mi cuerpo, con lo que creo que es medicina o algo así.
Solo hay dos personas en la habitación: mi madre y un desconocido, que asumo por su bata blanca es el doctor.
Están esperando a que despierte: cuando mi mamá me ve pestañear exclama y, sentándose en una silla, me agarra la mano.
—Cariño, ya estás a salvo —dice con dulzura.
Mi mente todavía está bastante perdida, pero siento su tacto y entonces recuerdo algo que me hace estremecer.
Miro mi mano izquierda. Aunque está vendada, alcanzo a ver las puntas de los dedos y me estremezco cuando veo que son solamente cuatro.
Se me corta la respiración y empiezo a hiperventilar. No lo soñé. Fue real. Es real.
—Creo que está teniendo un ataque de pánico —escucho decir a mi madre y creo que el doctor responde algo, pero estoy muy ocupada tratando de salir de la cama.
Pero me enredo con las sábanas, o los cables, no sé, y termino cayendo al piso en mis rodillas.
Y un dolor me recorre el estómago. Me llevó la mano y lo siento vendado, y recuerdo el cuchillo allí y es demasiado.
No lo veo venir, pero el doctor me agarra desde atrás y me inyecta algo en el cuello que me hace caer profundamente dormida en un reino de pesadillas.
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Al principio no pasa nada. Es solo yo y oscuridad, como lo estuve los cuatro días dentro de la cueva. Empiezo a sentirme cada vez más claustrofóbica pero de pronto el piso desaparece y entonces caigo al vacío. Pego un grito mientras trato de ver algo en lo que agarrarme, pero no hay nada.
No obstante, y a pesar de mi temor inicial, el suelo nunca llega.
De hecho, es bastante ridículo cuando me pongo a esperar el golpe. Espero lo que parecen unos minutos hasta que finalmente aparece una pintura a mi altura y cuando la quiero tocar, aparezco en ella. Y de pronto estoy en medio de un cielo azul celeste, y camino sobre nubes de colores cálidos.
Miro maravillada a mi alrededor y a lo lejos veo un caballo blanco. Excepto que no es un caballo, porque tiene un cuerno en el medio de su frente. Y el cuerno brilla. Por una extraña razón, sé que la especie de esta criatura tiene un nombre, pero no recuerdo haberla visto nunca. Sin embargo, me produce una sensación de seguridad que no sentía desde hace mucho.
Me acerco despacio para no asustarlo, y, cuando estoy lo suficientemente cerca, levanto la mano izquierda —que tiene cinco, y no cuatro dedos— para tratar de tocarlo. El caballo, que se encontraba tranquilo, de pronto suelta un relincho y levanta sus patas delanteras.
Asombrada, caigo para atrás y me alejo rápido de él. Siento mi mano humedecerse y cuando la miro, está llena de sangre y mi dedo anular no está, como cuando él me lo cortó.
El caballo ahora está descontrolado. Las nubes y el cielo antes despejado, se oscurecen de golpe y veo una figura negra con capucha acercarse. No le veo la cara, pero sé quién es. Él. Iain. Aterrada, trato de escapar, pero las nubes, o el sueño, no me dejan pararme. Lo único que puedo hacer es ver a Iain acercarse, y cuando está cerca de mí, levanta la cabeza. Sus ojos marrones, que al principio parecían amables y encantadores, me miran con una chispa de locura.
—No... yo te maté —digo sin aliento—. No... no eres real.
—Si no soy real, ¿por qué puedo hacer esto?
Le clava al caballo la cuchilla en el estómago como lo hizo con Maya y este empieza a sangrar, al tiempo que cae al suelo.
Pero su sangre no es roja.
Su sangre es negra, y mancha todo el lugar. De pronto me acuerdo el nombre que se le da a esta especie de animal: es un unicornio, que ahora está relinchando de dolor.
Iain se agacha y me da la espalda para tratar de cubrir la herida y que el animal no pierda más sangre. Sé que no lo hace por bondad o una inesperada empatía, sino que, como conmigo, no quiere perder a su nuevo juguete de tortura.
Puedo matarlo, puedo matarlo ahora, me digo pero sigo sin poder levantarme. La sangre negra del unicornio se empieza a esparcir por toda su piel, hasta convertir su color blanco completamente en negro.
Iain para de pronto sus intentos de salvar al unicornio. Ahora sus movimientos son más metódicos, más fríos, más calculadores. Agarra al unicornio y lo pellizca, obligándolo a que se pare, aunque está herido. De repente veo un reflejo y antes de que pueda reaccionar, le pasa la cuchilla por el cuello y el unicornio cae y comienza a convulsionar.
Y Iain se da vuelta para mirarme, pero ya no es Iain, si no que soy yo, cubierta de sangre negra, con el cuchillo goteando y una sonrisa cruel en mi cara.
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Primer capítulo yey :)
Empezamos mal pero empezamos jsjs.
Lyanne es super compleja, voy a AMAR escribirla. El otro día empecé a escribir en un documento aparte sobre el personaje de Lyanne para tener todo organizado (tipo la historia, personalidad, los juegos, traumas, familia, etc) y ¿¿pueden creer que fueron CUATRO PÁGINAS y está todo RESUMIDO y todavía no terminé?? Amo :')
Aviso que puede ser que estén un poco perdidos en los primeros capítulos (sobre todo porque Lyanne misma está más perdida que el conejo de Pascuas en Navidad) pero después todo se va a aclarar, así que no se preocupen :3
Also, estoy escribiendo mi fanfic de Fred y Cedric (decidí hacer 2 x 1 ksks) y lo estoy amando tanto que tal vez lo publique mañana o pasado aaaaAAAaa
Estoy: emocionada.
Los despido con mi pareja de oro favorita ah <3 (aunque todavía no se hayan conocido aslskdjfklasj)
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