20. Dortmund que cambió mi vida
DÍA DE NAVIDAD
Después de unas horas de viaje, Diana por fin estaba en la Dortmund, la ciudad que la acogería durante una semana, el tiempo que duraría el curso de matemáticas que iba a realizar. Salió de la terminal con mucho entusiasmo pues tenía mucha ilusión en realizar esas clases así como pasar estos días con Jude, quien le había dicho que le enviaría un coche privado para que la llevara a su residencia.
Buscó la rubia entre el gentío, precisamente a la persona asignada para eso, encontrándose de pronto, con alguien que le daba un pequeño empujón hasta situarse tras su espalda.
-¿Soy yo, o las vacaciones te han hecho estar aún más guapa? -con sorpresa, se dio la vuelta Diana sonriéndole al dueño de esa voz. Su novio estaba ahí, tras ella, ofreciéndole una cálida sonrisa.
-¡Jude! ¡Has venido!
No pudo ni quiso evitar la pequeña exclamación que salió de su garganta cuando vio que era él quien había venido a buscarla. Pasó sus manos por detrás de su cuello, abrazando así a su novio como si llevaran meses sin verse.
-Te he echado mucho de menos, empollona -le dijo él una vez que la tuvo entre sus brazos, el mejor lugar donde podía tenerla.
-Y yo a ti. Estaba tan nerviosa por venir, bueno, aún lo estoy.
-Pues ya puedes dejar los nervios a un lado. Ya estás aquí, conmigo, y te prometo que esta semana será inolvidable para los dos.
Con esa promesa, ambos se cogieron de la mano, saliendo de la terminal del aeropuerto. Fue Jude quien le aconsejó usar gafas de sol, y una gorra para pasar algo más desapercibida, pues Diana empezaba a ser algo conocida y su novio era toda una celebridad en la ciudad alemana.
-Tengo mucha hambre, Jude. Apenas he desayunado esta mañana de lo nerviosa que estaba por el viaje -le confesó ella, enganchada a su brazo una vez que los dos casi llegaban al parking privado del aeropuerto.
-La nevera y la despensa están llenas. Hice la compra por Internet y la señora que se encarga de mantener el piso, lo ha colocado todo para cuando llegáramos. Si quieres, podemos pedir que nos traigan algo de comida.
-Si, por favor. Estoy deseando comer la comida típica de aquí.
-Aunque te lo advierto, aquí los restaurantes cierran a las seis de la tarde, así que, será mejor que pidamos ahora.
-¿A las seis? -le preguntó Diana bastante sorprendida- ¡madre mía! ¡pero si esa es la hora que yo meriendo!
-Pues ya me puedes estar diciendo que quieres de merendar.
El camino hacia la casa de Jude, transcurrió de una forma bastante amena entre ellos. Diana no dejaba de preguntarle por todo lo que veía, impresionada por la ciudad alemana. Tanto que quería hacer estos días.
Minutos después, Jude entró en una urbanización privada, dirigiéndose hacia uno de los edificios más pintorescos. Pulsó el botón de la cancela que abría el parking, llevando su coche hasta su plaza asignada.
-Creí que vivirías en un sitio más pijo -le dijo ella pues había observado todas las casas que había a su alrededor y le habían parecido bastante normales.
-Y lo es. Lo que pasa es que es la parte antigua de la ciudad, pero te aseguro que mi ático no es nada barato.
Se apoyó Jude en la pared del ascensor una vez que entraron ambos en este. Observó a la rubia, nervioso y a la vez feliz de tenerla aquí con él. Esta vez, no tendrían que esconderse como en Valdebebas, donde le costaba robarle un beso sin que nadie los viera.
Las puertas de la última planta se abrieron, dándole paso gentilmente a Diana, pero, señalándole una de las dos puertas que había en este piso. Fue él quien se adelantó, abriendo la puerta para que ella entrara.
Le gustó a Diana lo que vio. Si bien era cierto que el ático era bastante grande, el ambiente que se respiraba era bastante cálido, sintiéndose cómoda la chica desde el primer momento que entró en él.
-¿Te parece bien que ponga tus cosas en mi dormitorio? -tragó saliva Jude al hacerle esta pregunta, una que parecía algo casual pero que llevaba ensayando el hacérsela toda la mañana.
-Si, claro -fue la respuesta que le dio Diana, pues era lógico que ahora que estaban solos, durmieran juntos.
Acabó Jude cogiendo la maleta de la chica, haciéndola rodar a través del suelo de madera, hasta la habitación del fondo. Lo siguió Diana, sintiendo los frenéticos latidos de su corazón golpear en su pecho de forma frenética. Una vez dentro del dormitorio, tuvo que admitir que le gustó lo que vio.
Una enorme cama con un cabecero antiguo de hierro. Un armario empotrado que ocupaba toda la pared, y al que Jude le había hecho un sitio para sus cosas. Un pequeño sofá junto a una ventana, la cual, como en esas películas americanas de adolescentes, tenía un banco forrado en tela, junto a ella.
-Tu habitación es muy bonita -es lo único que se le ocurrió a Diana decirle pues los nervios eran los que gobernaban sus palabras. Fue acortando poco a poco la distancia que la separaba del británico, hasta que las respiraciones de ambos se chocaron una contra la otra.
-Y ahora lo es más porque tú estás en ella.
Se mojó los labios la rubia, emocionada por sus palabras, unas que sabía que en Jude, eran muy sinceras. Puso sus manos en su pecho, deslizándolas hacia arriba hasta casi rozar la parte de atrás de su cuello. Levantó su mirada, y al hacerlo, lo que vio en los ojos de Jude fue lo mismo que sentía ella.
-Diana -solo su nombre fue suficiente para que ella lo besara, para que tomara la iniciativa de buscar sus labios de una forma que rallaba la desesperación, pues así parecía sentirse con él.
Las palabras sobraron entre ellos. Solo eran dos personas, que deseaban estar juntos, tomándose su tiempo para disfrutar el uno del otro.
Diana fue la primera en quedarse desnuda, en quitarse toda la ropa y hacer lo mismo con Jude, quien asistía embelesado a como su novia le despojaba de todas esas prendas que sobraban. La cama los recibió cuando ambos se dejaron caer en ella, comenzando un ritual de caricias y besos, que los embargaron de miles de placenteras sensaciones.
-No te puedes imaginar lo que he deseado estar contigo -le decía Jude, colocándose entre sus muslos y abriendo estos para poder cubrirla con su cuerpo.
-¿Desde cuando? -fue la pregunta que ella le hizo, siendo sus manos las que acariciaban el vientre del chico, ocupadas las suyas en darle placer a su mojado sexo.
-Casi desde la primera vez que te vi. Y sin el casi. Pero me odié por pensar así de una menor y por eso estaba tan molesto contigo -le contaba él moviendo uno de sus dedos sobre el centro de su intimidad.
-Parecía que me odiabas -gemía ella casi sin descontrol cuando él aceleró el ritmo de sus caricias, repasando sus hinchados y necesitados pliegues de estas.
-Y te odiaba, por provocarme y por volverme loco.
Los labios de Jude atraparon los suyos en un feroz beso que se convirtió en un baile de mordidas y lamidas que dejó a ambos sin aliento. Cuando sintió él que ella se vendría en sus dedos, se apartó solo un poco, recibiendo las protestas de la rubia, a quien calló Jude con un nuevo beso.
-Tenemos toda la tarde, empollona, no empieces a quejarte que siempre eres muy protestona.
Se levantó Jude para ir a su mesita de noche, de donde sacó un cuadrado plateado, el cual abrió y se colocó allí mismo. Diana miraba fascinada, el grosor de su miembro y como este estaba preparado para estar con ella.
Volvió de nuevo Jude a la cama, abriendo esta vez sus piernas Diana para recibirlo, ansiosa y expectante por lo que sería su primer encuentro con su novio.
Colocó Jude su pene en su entrada, mirándola antes de entrar en ella. Estaba tan absolutamente arrebatadora que no necesitó más para empujar dentro de su chica, siendo recibido por la calidez de sus paredes.
-¡Jude!
Fue el grito con su nombre que Diana pronunció al verse llenada por él. Jude la veía contener el aliento y mirarlo con una gran sonrisa en su cara. Se mordió los labios cuando él empezó a moverse muy lentamente. Sentirlo dentro de ella era lo mejor que le había pasado en la vida. Como si antes de él no hubiera existido nadie, como si él lo fuera todo.
Diana fue bajando sus manos por su espalda acariciándolo hasta llegar a su trasero, uno muy duro y musculoso. El ritmo de Jude era marcado, salía y entraba de ella haciendo que le costara respirar. Para él estaba resultando un infierno aguantarse. Deseaba tanto correrse, y las ganas de hacerlo le podían.
-Oh, joder, Jude.
Sonrío el británico al ver a su novia agitarse con tanta desesperación, abriendo y cerrando sus piernas. Su cuerpo vibraba con cada embestida, con cada beso marcando su cuello. Le clavó las uñas en la espalda desesperada ya por correrse. Sintió el familiar cosquilleo en su vientre y como todo su cuerpo se preparaba. Puso sus labios en su cuello jadeando ansiosa. Él se dio cuenta de que ya no podía más y levantó su cabeza para verla como se corría. Diana apretó los labios. Sonrió mirándolo y gimió su nombre en voz alta.
Verla así de feliz hizo que él se dejara llevar y tardó poco en correrse llamándola también. Intentó recuperar el aliento y la miró. Ella seguía sonriéndole, aún intentando recuperarse del momento vivido.
-¿Estás bien? -le preguntó él con genuina preocupación en su rostro por ella, pues era la primera vez de ambos juntos.
-Creo que valió la pena que me esperaras, ¿verdad?
-Cada puto segundo que estoy a tu lado.
MÁS TARDE
Al final, no pudieron pedir nada pues pasaron la tarde en la cama, sin tener prisa por nada.
La cocina era ahora su lugar de encuentro, encargándose ambos de hacer una cena a base de pasta y salmón. Jude era quien cocinaba, teniéndola a ella de torpe ayudante, pues a Diana se le daba muy mal la cocina.
-No sé que coño vas a hacer cuando te vayas a vivir sola -se burló Jude de ella haciéndola resoplar un par de veces.
-¡No me lo recuerdes que tengo que ir buscando casa!
-¿Buscando? ¿y eso porqué?
-Pues, porque aunque nadie me ha dicho que me vaya de la residencia, no está bonito que alguien de la primera plantilla viva allí -le confesó ella un poco molesta por lo que le contaba.
-¿Alguien te ha dicho algo?
-Nadie, pero escuché a dos niñatas de los juveniles decirlo y me han tocado el coño sus palabras -le dijo ella pues en verdad era cierto que le había afectado las críticas de dos personas que ni la conocían.
-¿Y qué vas a hacer?
-Buscarme algo, aunque, me da miedo vivir sola, Jude. Jolines, si hasta en mi habitación de la Residencia duermo con la persiana subida, ¡imagínate en una casa sin nadie!
Dejó Jude el cuchillo que estaba usando para cortar el salmón, limpiándose las manos con un trapo. Se desplazó un par de centímetros hacia donde estaba Diana, atrapándola con su cuerpo entre él y la encimera. Tragó saliva la rubia afectad por su cercanía, pues aún Jude conseguía hacerla temblar solo con mirarla.
Pero, lo que acabó por hacer que casi se desmayara, fueron las palabras y la petición que él le hizo.
-Vente a vivir conmigo entonces.
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