11. Agredida
DÍAS DESPUÉS
Diana tomó aire, levantándose de su asiento. Esperó que algunos de sus compañeros salieran y se acercó a la mesa de Arturo muy segura de lo que le iba a decir, aún sabiendo lo mucho que a él le molestaría.
-Cuando acabes tu clase de Lengua te espero en el despacho. Hoy tendremos que dar dos horas para recuperar lo de toda la semana -le decía Arturo con su vista en los exámenes que tenía delante de él.
-No voy a ir, de hecho, no voy a seguir dando más clases contigo -levantó Arturo su cabeza mirando a Diana con excesiva rabia.
-¿De qué estás hablando?
-Te agradezco las clases que me has estado dando, pero no voy a seguir -repitió ella pues no quería darle más explicaciones a Arturo, deseando salir de esa clase lo antes posible.
- ¿Así que no quieres ir a Dortmund? -se puso en pie Arturo, rodeando el escritorio hasta estar frente a ella, y aunque Diana retrocedió algunos pasos, las mesas de atrás le impedían proseguir con su huída.
-Yo no he dicho eso. Voy a presentarme al examen pero no seguiré dando clases contigo.
-Muy bien. Anularé tu inscripción entonces -la arrogancia de sus palabras, la molestó, aunque, esto era algo que ya sabía.
-No puedes hacerlo. Yo he sido quien me he presentado y yo soy la única que puedo renunciar.
Apretó Arturo su mandíbula bastante enfadado. Casi acorraló a Diana contra el escritorio de atrás, poniendo sus brazos a ambos lados de las caderas de la chica impidiéndole de esta manera que ella se moviera.
-Ya se te subió la fama. Juegas dos putos partidos y ya te crees una estrella. ¿Qué pasa? ¿te crees que tú sola vas a conseguir aprobar ese examen? que se te den bien las matemáticas no quiere decir que seas la hostia, Diana. Sin mi no vas a aprobar -sentía la rubia su aliento sobre sus mejillas intentando controlar sus nervios pues su cercanía le daban nauseas.
-Quítate de delante mía, Arturo, me estás incomodando -le dijo ella sintiendo como las caderas de su profesor se presionaban más contra las de ella.
-Intenta quitarme tú, niñata de mierda.
Levantó Diana sus brazos para apartarlo, encontrándose conque él le agarraba estos poniéndoselos detrás de la espalda.
-A las niñatas soberbias como tú, hay que domesticarlas para que se os quite la prepotencia. Que sois todas unas putitas que lo único que queréis es que os de una buena follada. Y yo nunca dejo pasar las oportunidades.
Arturo le apretó los brazos para que de esta manera ella dejara de resistirse y pudiera besarla, que era lo que pretendía. Diana apartó la cara evitando ese beso. Estaba asustada. Temerosa de que Arturo quisiera hacerle algo más. Quiso resistirse y gritar, pero parecía que las palabras se le quedaban atascadas en la garganta, pero, en un alarde de fuerza y valor, levantó su pierna derecha, propinándole así un rodillazo en sus partes que le hizo a Arturo, soltar sus brazos y dejarla por fin libre.
-¡Serás zorra! -fue lo que él le gritó llevándose las manos a su dolorido miembro.
Diana se recompuso como pudo de la agresión sufrida, y acabó empujando a Arturo, aún aturdido. Coincidió en ese momento con voces que se acercaban por el pasillo, con lo cual pudo llevar a cabo su huida aún con el corazón latiéndole desbocado.
-¡Si le cuentas a alguien lo que ha pasado, te mato! ¿me oyes!
Hizo caso omiso Diana a sus amenazas, alejándose todo lo que podía de esa clase y del instituto. Las lágrimas corrían sin control por sus mejillas, temblando todo su cuerpo por su causa.
Una vez fuera del edificio, intentó detenerse y pensar que hacer. Si iba a la Residencia, alguno de sus compañeros o incluso su tutor, se darían cuenta de su estado, y no quería que nadie se enterara de lo que había pasado.
Amelia estaba con su madre, y tampoco quería tener que darle explicaciones a su amiga, pues su delicado estado de nervios, no se lo permitía.
Solo conocía un sitio donde se sentía segura y donde sabía que la recibirían con los brazos abiertos. Sacó su móvil de la mochila aún con sus dedos temblorosos, y marcó ese número de teléfono que esperaba que fuera su salvación. Solo un par de tonos, y su contacto contestó con rapidez.
-Empollona, ¿Qué tal estás?
Fue escuchar el sonido del taxi deteniéndose en su puerta, y salir Jude apresuradamente de su casa. No quiso darle tiempo a Diana de pagarle al buen hombre, y lo hizo él antes de que ella le diera tiempo a reaccionar.
Desde que Diana lo llamara, estaba intentando contenerse para no asustar a la chica más de lo que ella estaba. Había sido parca en palabras, pero, lo suficiente para entrever que algo malo le había pasado. Rodeó el coche abriéndole la puerta, maldiciendo por el estado en el que se la encontró.
-¡Jude! -abrió sus brazos el joven jugador británico, arrojándose hacia él, una llorosa Diana.
-Ya está. Tranquila. Ya estás aquí. Conmigo.
Pasó Jude sus manos por su espalda intentando tranquilizarla, pero era tal el estado de nervios de Diana que sabía que le iba a costar hacerlo. Despacio, y llevándola aún abrazada a su pecho, la llevó dentro de la casa. Temblaba considerablemente, chasqueando Jude su lengua un par de veces a causa de su estado.
-Entra. Está puesta la calefacción. Estás helada, Diana -le dijo él llevándola hacia el salón donde les recibió una agradable temperatura.
-Tengo mucho frío -fue lo que ella acertó a decirle sin poner oposición hacia donde Jude la guiaba.
Suspirando un par de veces, Jude la guio hacia el sofá, donde la hizo sentarse. Con mucha cautela, le apartó el pelo de la cara, sintiendo como el corazón le daba un vuelco al ver sus preciosos ojos anegados en lágrimas. Despacio, acarició sus mejillas obsequiándole con una calmada sonrisa que no parecía causar ningún efecto tranquilizador en ella.
-¿Qué ha pasado, Diana? -le preguntó Jude intentando controlarse pero muy angustiado por saber que le había ocurrido a la rubia.
-¿Recuerdas que una vez me dijiste que si alguien me molestaba te lo dijera? pues... eso me ha pasado ésta tarde.
Diana no pudo aguantar más y se echó a llorar, buscando de nuevo sus brazos, unos que la acogieron de buen grado. Sentía el cuerpo de la chica temblar de manera considerable, y aunque Jude deseaba que ella le contara todo lo que había sucedido, decidió darle su tiempo y dejarla que se calmara.
Pasaron unos buenos minutos, en los cuales Diana dejó de llorar, pero no así de temblar. Estaba asustada. Jude podía percibirlo en su mirada y en el color de su rostro. La apartó de su cuerpo, muy preocupado por ella y también por lo que le pudiera haber ocurrido.
-¿Estás mejor? -le preguntó Jude apartándole el pelo de la cara de una forma bastante tierna.
-No... bueno, estoy más tranquila, pero si cierro los ojos aún lo veo...
-Diana, ¿Quién ha sido?
-Mi profesor de matemáticas -apretó Jude sus labios intentando calmarse, pues lo que menos necesitaba ahora Diana era que él estuviera cabreado. Ella era lo primero.
-¿Y...? joder, Diana, estoy intentando calmarme y no salir por esa puerta a partirle la cara a ese tío que es lo que más deseo. ¿Qué ha pasado?
Tragó saliva Diana negando con su cabeza un par de veces. Entrelazó sus manos justo encima de sus muslos sintiendo de nuevo las lágrimas caer por sus mejillas.
-No quiero hablar, Jude. No puedo. Por favor... ahora no -le pidió ella con un hilo de voz incapaz de pronunciar palabra por el terrible episodio vivido- debería irme a la Residencia.
-En cuanto entres por esa puerta, todos te van a preguntar que te ha pasado.
-Lo sé, pero, tengo que ir -hizo ademán Diana de levantarse cuando una de las manos de Jude se puso en su brazo, deteniéndola de forma suave de su avance, algo que le hizo a la rubia mirar al chico un poco sorprendida por su gesto.
-¿Porqué no te quedas aquí esta noche? yo hablaré con Leo y le diré que te estoy ayudando con las matemáticas. Te prometo que no voy a agobiarte y que no te preguntaré nada.
-Te diría que no, Jude, pero estoy tan nerviosa que lo único que quiero es dormir y olvidarme de todo -de nuevo tomó Jude su mejilla, acariciando esta con la yema de sus dedos. Un gesto dulce y sincero que a Diana le alteró un poco los latidos de su corazón.
-Hoy te permito olvidar y llorar, pero mañana no. Tú no eres una cobarde, Grayson, y esa es otra de esas cosas que más me gustan de ti -tragó saliva Diana ante la sincera confesión de Jude, a quien ya le importaba poco lo que ella pudiera pensar.
Le gustaba la chica. Y mucho. Y también respetaba que tuviera 17 años y estuviera prohibida para él. Pero eso no le afectaba al hecho de que quería cuidarla y hacer que se sintiera protegida y segura a su lado. Que es lo que haría esta noche.
Mañana ya se encargaría de destrozar a ese maldito profesor.
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