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ㅤㅤㅤㅤLa espada de Damocles que yacía sobre mi cabeza parecía girar brillar más y más cada día que pasaba. Pero al mismo tiempo la cuerda que sostenía la espada ya estaba en mis manos, de la misma forma en la que un telón se alza o cae en una obra de teatro, yo tenía bajo mi mirada el que hacer con esa cuerda. Había terminado después de casi un largo seis siglos de tortuosa inquietud diaria, ahora finalmente podía sentarme contra el respaldo de la silla y suspirar.

Cinco frascos de vidrio de un tono azulino, perfectos para encajar en la mano, decoraban mi vista pues los presenciaba con una gratificante sonrisa de alivio en el rostro. ¿Cuánta sangre había sido derramada? No importaba, nunca importo, solo sabía que tras sacrificar la pureza de mi sangre como la más joven de las hijas de mi padre: había logrado mi objetivo, dividir mi divinidad en seis partes.

El contrato con Apolo se infunde en mi cuerpo reprimiendo la parte que mi padre me otorgó de nacimiento, mi poder sobre las aguas y la lluvia. El remedio y el veneno yacían en un solo sitio, mi sangre, y con estos cinco frascos tengo pensado limpiar el indigno deseo puesto por mi gran padre a sus hijas traidoras.

Así como la sangre de Zeus otorga la divinidad a los dignos, ¿Qué no asegura que la mía, la sangre de la hija de un titán de la primera generación, pueda hacer lo mismo? Para eso estaba el sexto frasco, guardado en la cima de mi repisa como un tesoro. Cuando llegue el momento adecuado, lo usaré y finalmente podré sacar las manos del agua, la marca se lavara como tinta y el hybris sería perdonando de mí y mis hermanas.

Me cruce de brazos. Mis hermanas... No las veía hace mucho tiempo, seguramente las que vivían con sus formas bellas deben llevar una buena vida cada una pues nunca se ensuciaron las manos como yo o Fíale.
Tenía cierto miedo a su rechazo, pero a la vez tenía esperanza en que cuando me las arregle para presentarme a ellas, tomarán mi palabra con la suavidad que las caracteriza.

Salí de la habitación, cerrando con seguro la puerta para que ningún ente curioso pudiera entrar y tocar los frascos que tanto tiempo me costaron crear.

Mis pisadas eran insonoras, los pies descalzos como un pequeño martir. No recuerdo el momento en el que tome la decisión que estoy llevando al cabo ahora mismo, solo sabía que empecé a elaborarla usandome a mí como corazón del experimento.
Fuera de las paredes de mi consultorio era tan perfectamente humana pero dentro de ellas sin duda tomaba en serio mi divinidad: la usaría sin fin hasta el día que se consuma.

Cuando me separaba de mi yo del espejo era cuando estaba en brazos de la gente que amaba, olvidaba por un instante que sigo siendo un niño maldito por su padre, con mala suerte con tal de que los dioses tengan futuros cantos. Apolo, Asclepio, el señor Hades e incluso esa chica... Sus rostros se me hacían familiares pues siempre los veía vagar de un lado a otro dentro de las paredes de este palacio. Pero cuando ellos salían, yo estaba sola.

Me sentaba en las orillas de las fuentes con la mirada perdida o en los barandales peligrosos mientras movía los pies al compás de la brisa mirando las nubes libres de lluvia. Estaba atrapada, solitaria, aguantando durante siglos.

¿Estás siendo egoísta?

Tal vez si.

Me daba miedo serlo, pero sentía que el egoísmo se apropiaba de mis acciones: usar mi propia sangre para librar con el contrato a mis hermanas también significa debilitarlo en mí, y el hecho de que aquel sexto frasco estuviera destinado a cumplir el rol de la ambrosía para consolar mi temor a perder lo que amo... Todo era algo egoísta incluso si estoy pensando en mis seres queridos cuando hice todo.

¿Y qué crees que piense ella?

No tengo idea.

Apolo dice que ella no me odia, pero tampoco me afirma que su corazón se ha vuelto a completar después de todo; ella es mi mayor anhelo pero a la vez la más distante de todas las estrellas del cielo nocturno. Mi querida madre la que siempre me daba un hombro donde llorar en mis noches de terrores nocturnos, incluso si la amaba profundamente nunca pude decirle de mi trato con mi padre: tal vez era demasiado joven para ver lo malo que era o simplemente tenía miedo de sentir la ira de otra persona importante para mí.

¿Qué crees que piense él?

Seguiría adelante.

Mi dulce sol, somos compañeros inseparables para toda la vida. Algo mucho más allá del amor. Él era el sol que brillaba alto como el rey de los astros, yo le sostengo la mano como un pequeño consumidor de su luz, él era aquel que se mejora a si mismo cada nuevo día: el más libre de los dioses. Me había mostrado su alma desnuda, la apreciaba muchas veces en la soledad de su alcoba cuando se permitía un respiro de su gran papel cumpliendo expectativas. Volvería a poner el orden de los dioses en peligro si eso me aseguraba su seguridad.

Apolo era todo a lo que me hubiera gustado aspirar.

Pero sería imposible llegar a ser como él, pues él ya tenía un lugar importante e indestructible en la construcción social en la que vivimos. En cambio yo, una vez consiga lo que quiero, ¿Qué me toca? ¿Qué hacen los actores cuando la obra acaba? La libertad que tanto ansío a la vez se me hace tan ambigua pues nada me asegura una felicidad afuera del palacio de Apolo.
Estaba segura que cuando llegara su momento, lo único que iba a desear era alejarme de los lugares que traen dolorosos recuerdos y dejar de escuchar las pláticas del resto sobre mí, pero a su vez quería escuchar todo eso y mejorar en base a eso.

Ya he estado mucho tiempo sola, quiero ver la vida de los demás mientras intento construir la mía.

Suena tan fácil, pero cuando lo pienso más a fondo me da algo de miedo.








ㅤㅤㅤㅤLas mascarada vuelve a dar inicio. Siempre he estado bastante insegura sobre hablar con el señor Hades nuevamente pero con ayuda de Apolo logré retomar ese entusiasmo que puedo expresar ante el señor del inframundo, intentando ignorar el sentimiento de "odio" que podría tenerme por mentir en el pasado durante la guerra.

Levanté la taza de té a la vez que yo misma me ponía de pie con una sonrisa en el rostro. Ademán de mano por aquí, ademán de mano por allá, todo mientras bebía el té de hierbas que el señor Hades me había ofrecido instantes antes junto a postres de un dulzor encantador. Siempre había tenido preferencia en las cosas dulces, pues me daban la energía que me faltaba y estimulaba mi mente en periodos largos de trabajo.

Le di una vuelta completa al escritorio donde Hades trabajaba, en el sillón cercano a su escritorio la muchacha, que con su cabello negro me recordaba a Deacon, yacía con una taza de té en silencio observando el entorno silenciosa como un espectro.

Nunca había visitado este lugar pues Apolo no lo veía como un sitio donde la vida podría florecer, pero aquí estaba por petición directa de Hades. Me llamo para curar una fractura en la muñeca de la señorita Corax, que siendo agobiada por el can que guiaba a los muertos termino por sufrir una fractura. No era algo diferente a algunas fracturas sufridas por ninfas que bajan a los bosques humanos a jugar y torpemente se hieren. Cuando acabe de tratar a Corax, el señor Hades me ofreció té y postres: acepte a la primera.

— ¡Y cuando me di cuenta, la flecha ya había sido disparada! — exclamé en voz alta, levantando la cuchara con la que verti azúcar a mi té —, vi como cayó de la muralla hasta que finalmente murió... Fue algo triste, detesto las guerras por eso.

— ¿Y qué paso luego, Ránide?

La voz de Hades era suave y amable, mientras tenía la mirada fija en una pila de papeleo traído por sus criados anteriormente.

— ¡Oh! No lo tengo muy claro, después de ver eso me sentí agobiada y me retire — me crucé de piernas —, pero Apolo me comento que el amante del chico armó un gran alboroto...

Guarde silencio un par de segundos, no solía meterme mucho en problemas ajenos de este nivel de riesgo a menos que un ser querido estuviera involucrado como paso en la gigantomaquia; por ende cuando los sucesos de la fatídica guerra entre troyanos y aqueos me llegó a los pies solo pude apartar la mirada por más cruel que suene: incluso cuando el Dios del sol me pidió ayuda pues el causante de todo era un debilucho en la lucha, solo le entregué un ungüento para mejorar su fuerza y ignoré el tema. No quería saber nada de guerras.

La única vez que intervine fue para presenciar en persona a una mujer de la cual había oído hablar a Apolo algunas veces: una vez con desdén y a la otra con cierto afecto. Esa misma dama era sin duda una humana digna de mi respeto, pues pese a todo, mancho sus manos de sangre con tal de proteger lo que amaba. Aunque sus acciones a veces eran las de una persona impulsiva.

— Sí... Ese muchacho era hijo de una diosa, un semidios como Corax.

— Ya, se de quien hablas — Hades sorbió su té buscando en su mar de recuerdos la imagen del héroe —, el héroe de pies ligeros, su madre es la nereida Tetis.

— ¡Me enteré que ella hizo inmune a su hijo! ¿Sabés cómo fue?

— ¿Por qué querrías saber eso? Aunque es verdad, pero incluso así no pudo evitar el destino trágico que todo héroe sufre.

— ¡Vamos!

Me puse de pie de golpe, poniendo una mano en mi pecho y la otra la extendí dando como resultado soltar la cuchara que sostenía terminando por golpear a Corax: lo suponía por el quejido ahogado que escuche.

Hades guardo silencio algo que sin duda me puso de nervios, trague saliva temerosa de haber abierto de más la boca.

— Uhm... Creo que lo puso bajo las llamas con tal de quemar su mortalidad.

Apenas escuché eso una expresión de desilusión de pinto en mi rostro: no era capaz de hacer eso. Suspire y volví a sonreír antes de beber un poco más de mi té.

— Sin duda Tetis debió estar muy enfadada y desconsolada cuando supo que no pudo hacer completamente inmortal a Aquiles.

— Seguro fue frustrante ver como el destino de tu hijo es morir por culpa de su mortalidad y una profecía absurda — Hades dijo —, los dioses nunca dejan a un héroe ser feliz... Que lío.

El señor del inframundo suspiro y miro su papeleo, guarde silencio un par de segundos pensando en sus palabras.
Los dioses desde siempre se han entrometido de alguna forma en las historias de los semidioses y héroes que vagan por la tierra humana, siendo influencias de gran valor, o directamente actuando como la doncella de ojos grises que parece una madre y mentora para los héroes bajo su cuidado.

Trague saliva con fuerza, era un sentimiento amargo pues Asclepio podría cumplir fácilmente con todas las características para que alguna mala broma del destino se le presente, pues, incluso si sientes que el destino juega mal contigo nunca te engaña.

A menos que cambies tú el propio destino.

— Aah, en fin... — me aclaré la garganta y me acomode el cabello con un solo manotazo suave —, señor Hades, ¿Quiere oír de como cree el ungüento para que el príncipe Paris no fuera tan debilucho?

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