7
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ㅤㅤㅤㅤLos años siguientes fueron unas copias con ligeras diferencias, nada cambio en lo que era llamado "paz" en el entorno a mi alrededor. Así como inicie sigo estando, inmóvil en mi lugar dentro de esta gran obra, de vez en cuando la monotonía se rompe ante la presencia de Hades y esa muchacha, o algún inconveniente mínimo que perturbe mi paz que a los días queda en las arenas del tiempo. Asclepio había crecido, ya corría sin problemas entre los jardines de la isla de Apolo o trepaba a los árboles para esconderse de su baño.
Su cabello ya era igual al de su madre, la princesa Coronis, su humanidad era dominante sin duda dejando atrás el rosado cabello de su padre. Aunque verlo bien es ver una versión más joven de Apolo. Su nariz, sus labios, su mirada llena de pasión ante las cosas que amaba como un simple juego infantil o mis libros de medicina.
Tal vez yo misma me culpo de esto a decir verdad, pues cuando creció lo suficientemente empezó a preguntarme acerca de mi trabajo y yo le explicaba a detalle.
Suele seguirme cuando atiendo a ninfas, o cuando estoy pintando y creando medicinas, siempre con ojos curiosos y preguntando el por qué de todo. Cuando me pregunto por qué vertía mi sangre en mis lienzos a los que llegaba a transmutar o en algunas medicinas, solo le pude decir: es para vertir un poco de mi divinidad en cada remedio con tal de que se mejore a si mismo.
Había verdad en eso, y de cierta forma le dije a Asclepio lo que tenía planeado.
Todas las mañanas antes del desayuno le daba un ungüento que creaba esa misma mañana, una mezcla de plantas y mi sangre, ¿Su propósito? Quemar los peligros de su humanidad, incluso si a primera vista no parecía, yo sabía que de algo servía.
Solo esperaba que el vigor de su humanidad no se extinguiera nunca, verlo con los mismos ojos que veo a los dioses seria doloroso.
— Cariño, pásame el azafrán.
Apenas hablé sentí como su roce sobre mi mano dejaba caer las flores de azafrán. Lo mire con una sonrisa, sostenía un libro que alguna vez leí yo, su cabello había crecido en una forma similar a la de su padre, pero a palabras del propio Asclepio era mejor llevarlo recogido.
— ¿Qué harás con eso?
— Un sedante.
— ¿Un sedante? ¿Para quién?
Su ceja se curvo ante una curiosidad como si fuera la primera vez que me veía de esta forma. Subí las piernas a la butana, buscando en mi escritorio una pequeña daga que solía traer conmigo.
— Una amiga.
Abrí una herida en la palma de mi mano, la sangre corrió sobre mis dedos hasta caer encima de la flor de azafrán que reposaba en un tazón de madera. La antes brillante sangre, cual oro fundido, ahora lucía un tanto más apagada. Era bueno.
Tras un momento así, presione la herida abierta hasta que sanará, observe junto a Asclepio como los pétalos de la flor absorbían mi sangre hasta cambiar ligeramente su color. Cuando la herida sanó, agarre una piedra redonda del tamaño de mi puño con la cual aplaste la flor.
— ¿Crees que si yo uso mi sangre para algo así... funcione?
— Tu sangre es roja, cariño — susurró —, lo único que lograrás será un desmayo.
— Pero nunca sabremos hasta intentarlo.
Lo voltee a ver, una expresión de incredulidad se formo y luego una sonrisa. Deje la roca sobre la mesa de trabajo y me incliné para besarle la frente.
— Buena esa, pero está vez es mejor no ponerlo en práctica.
— Má...
— ¿Por qué no vas con tu padre? Seguramente quiere verte.
— La última vez que dijiste eso y fui a verlo estaba con la toalla en la cabeza sin saber que ropa elegir.
— Lo ayudaste a elegir su ropa al final, lo recuerdo bien.
Solté una carcajada, cada situación de este estilo solo generaba una gota de esperanza en mi corazón y a la vez el amor por quienes eran actualmente mi familia. Suspire y deje reposar la pequeña mezcla.
— Vamos a ver al señor Apolo, esto debe reposar un rato.
Salimos de mi pequeña enfermería tomados de la mano, verlo casi de mi estatura era algo que me hacía sentir extraña ¿Cuántos años tenía? Siete, tenía siete, como si el estómago se me revolviera, pues en lo que para mí fue un chasquido de dedos él había pasado de caber perfectamente en mis brazos a volverse un niño fuerte y alto, dotado con los genes divinos de su padre.
Tome aire y suspire, aprovechando que Asclepio miraba a otro lado en su mundo mental.
Siete años, siete años que pronto se volverían diez.
Finalmente llegamos a la habitación donde Apolo solía estar cuando no se la pasaba rodeado de gente. Estatuas, pinturas, partituras tiradas o liras de madera. Fueron años atrás cuando me presento este lugar como un sitio privado para él, un lugar al que recurre cada vez que puede para seguir puliendo arduamente sus habilidades en todas las destrezas en las que es bueno. Hice a Asclepio entrar primero, cerrando la puerta una vez la luz del sol que entraba por una ventana me hizo parpadear.
— Papá.
Su voz salió, era suave, estaba acostumbrado a estar bajo mi falda y por eso no necesitaba ser tan teatral como su padre.
De entre las tantas cosas surgió la silueta de Apolo, su cabello rosado recogido en un moño alto y en vez de sus habituales ropas extravagantes ahora llevaba hermosamente una blusa blanca con pantalones: incluso así, tenía un aspecto principesco.
Cuando nos vio una sonrisa se puso en sus labios, dejando lo que sea que estaba haciendo para acercarse a nosotros, el primero en recibir su afecto fue Asclepio. Un beso en sus mejillas y un abrazo, aunque cuando el pobre se dio cuenta como ahora su ropa estaba con manchas de pintura también fue demasiado tarde para mí pues ya tenía las manos de Apolo encima.
Sus dedos sobre mis mejillas presionaron mi piel y me mancharon de pintura, sus labios presionaron un beso en mi frente ante la mirada de Asclepio. Cada uno de nosotros ya estaba acostumbrado a esto.
— ¿A qué vienen? Pensé que estarían ocupados.
— Queríamos verte — Asclepio dijo, interponiendo su brazo entre la cercanía que tenía con Apolo —, papá.
Suspire con una sonrisa, entendiendo las palabras de su hijo Apolo cargo en sus brazos a Asclepio. Eran dos caras de la misma moneda, dos rostros que aunque parecidos se me hacían a la vez totalmente diferentes entre si.
ㅤㅤㅤㅤApoye la frente contra la mesa con fuerza, la taza rota de té que se esparcía en el suelo había cortado mi mano en un descuido mío.
Hace un rato que pedí que Asclepio se quedará a cuidado de Apolo pues incluso si él me rogo volver al consultorio conmigo, me negué. Apolo lo detuvo y lo atrajo a él para que aprendiera sobre las otras disciplinas que le ayudarían a ganarse el favor de su futuro maestro, mientras yo con pasos insonoros escape como una sombra de la habitación.
La medicina había sido acabada, ahora reposaba en un frasco de vidrio en mi repisa ante mis ojos acompañados por espamos. Deje caer una taza de té de kava cuando perdí el equilibrio, verti demasiada sangre.
Mire la herida en mi mano que apenas estaba empezando a cicatrizar, la línea dorada se volvía más espesa y cobriza, caía y se impregnada en la madera hasta que se acabo. Me enderecen y me seque el sudor, ¿cuántas veces en estos siglos me he pasado hasta el punto de palidecer?
Me ajuste el moño en el cabello y salí de la habitación con una preocupación menos. Mire la mano, la parte donde anteriormente me corté ahora parecía un poco más blanca, pronto se uniría a lo habitual pues nunca había tenido una cicatriz.
Desearía poder tener una.
Las gotas caían sobre el suelo, muchas preguntas me atormentan desde hace tiempo. Para mí, la humanidad es como una superficie de agua en la que veo mi reflejo, solo observándola puedo llegar poco a poco a comprenderme.
Caminaba en un inmenso sitio rodeado de rostros que conozco, cada uno disperso en un gran océano azul en el cual flotan, sus emociones brotan desde las profundidades de sus corazones y rodean a su dueño en una densa marea. Todos rodeados de un aura humana, su fuerza fluye diferente en cada uno, pero puedo sentir todas ellas que al final esos innumerables ríos de emociones confluirán en uno solo.
Uno que llega a mis pies descalzos y los humedece.
Veía en el espejo aquello que deseaba alejar de mí, lo estaba logrando, su rostro se sentía distante y ajeno: una divinidad opacada, una sangre cada vez menos brillante. Deseaba lavar el susurro divino que me maldijo desde mi nacimiento, dejando únicamente el agua fluyendo en mi cuerpo.
— ¡Mamá!
Conte los granos de arena, llegué a su cifra exacta.
— Aquí estás, cuando fui a tu consultorio estaba vacío y el té derramado... Me preocupe por un momento.
Medi el mar que fluye en mi corazón del que mis lágrimas son parte.
— ¿Y el señor Apolo?
— Se quedo hablando con Deacon.
— Ya veo, ¿No crees que ya es tarde? Deberías ir a dormir.
Entendí el hablar de aquellos mudos bajo la fría mirada de los dioses, estaba tejiendo como se me fue predicho un fantástico y dramático juicio al que está sí asistiría.
— Ven Asclepio, vamos a la cama, te contaré algun relato.
— ¡Quiero oír sobre Perseo!
— Te contaré sobre algo más interesante, paso hace tiempo, ya estás lo suficientemente grande.
— ¿De qué se trata?
— Una gran lucha en la cual tu padre participó.
Bajo mi falda estaba la pieza clave, aquel que recibiría el don que voy a abandonar. Un regalo divino dado con amor, con un resultado diferente a cuando yo lo recibí.
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