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6

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ㅤㅤㅤㅤLlanto silencioso, ahogado bajo el agua y, por un segundo todo de queda en silencio.

Me enrosco entre las sábanas de mi cama, hace tiempo que no dormía en la habitación donde trabajaba pues casi siempre terminaba en brazos de Apolo escuchando sus historias antes de dormir como un bebé. ¿Él dormía a mi lado? No lo recuerdo, si que el lecho se siente caliente así que supongo que así era, incluso si muchas mañanas amanezco sola.

Estaba asfixiada entre mi propia cama, cada manta sobre mi cuerpo me resultaba tan pesada como una cadena y dolorosamente calurosa. El ligero camisón era víctima de tirones que daba en el área del pecho, el pequeño moño pomposo podría ser arrancado antes de darme cuenta. Era lo mismo que quería hacer con mis sentimientos, pues desde el incidente con aquella muchacha sufría ataques ansiosos: por más que Apolo me consolara diciendo que solo lo golpeó porque él estaba en shock, por más que yo misma me preguntará la razón de mi ansiedad, por más que me intentará convencer que nada malo habría pasado incluso si yo no me interponía pues Apolo era fuerte, mucho tal vez.

Sin importar todo eso, sentía una sensación agobiante, no fui yo quien había sido golpeada al punto de que mi nariz sangrara, pero cuando vi la sangre rojiza correr por su labio hasta llegar a su barbilla... Se sintió como si una daga hubiera estado en mi cuello a punto de cortar.

Me senté en la cama, sudando y con el pecho hinchado a momentos culpa de mi respiración asustada. Seiscientos años de arduo trabajo que vi pasar por mis ojos en tres segundos, sacrifique mi amada libertad por mis seres queridos, vivía con la idea de que si lograba mantener a salvo a la gente que más amaba todo estaría bien, cada mañana de estudio medicinal o de sonrisas para verlos felices... Todo eso, lo sentí derrumbado cuando la sangre mancho su rostro.

Me siento miserablemente culpable por eso mismo, pero Apolo era lo único que me quedaba: era mi eterno compañero, ya lo había dicho antes. Artemisa no da la cara en mi vida, tiene sus razones y la entiendo, Hades tiene sus propios asuntos y vive muy lejos, mis hermanas... ¿Ellas recuerdan mi rostro? Tienen miles de hermanas más, una menos es un grano de arena sin contar.

Asclepio, mi niño precioso, deje que esa chica lo cargará pero sin duda sentí temor. Sería capaz de dar mi propia divinidad con tal que él viviera en paz, así de grande era mi amor por él. Tal vez ya lo estaba haciendo, cada día en el cual le doy algún ungüento siento como mi cuerpo tarda en sanar y como algo brilla cada vez menos.

Pero no importaba, daría lo que fuera por la familia a la que pertenecía ahora.

Tome una de mis mantas, metiéndola en mi boca para ahogar un grito hasta que mi garganta quemaba como una braza. Sentí entonces la marca en mi espalda quemar.

«¡Ya basta! Esto estaba tardando tanto, era interminable... tan solitario, ya quiero que se acabe...»

Me grite para mis adentros.

— Cielo.

La voz al otro lado de la puerta me detuvo, me quedé inmóvil, deje la manta sobre el colchón desordenado. No supe si ir a abrir o no, quería quedarme en la oscuridad de mi habitación tan pequeña que se sentía cómoda, diferente a la gran habitación de Apolo o los palacios donde los dioses se pasean.

Suspire, calmando mi corazón, me seque las lágrimas que amenazaban con salir y me aclaré la garganta. La última vez que Apolo me vio llorar fue hace tiempo, casi siempre lo hacía en la comoda soledad, no ansiaba preocuparlo cuando tengo tanto en juego para mi futuro. Él era clave, no quiero que lo sepa aún, lo amaba como para romper mi avance y meterlo en un lío cuando prometí no hacerlo.

Abrí la puerta, su rostro preocupado pero brillante de cierta forma me dio calidez pues mi habitación sin él era fría como el agua del océano.

— ¿Estás bien? Escuche sollozos, pensé que algo había pasado — susurró —, ya es medio día y sigues en tu habitación, tuve que dejar a Asclepio en manos de otra dama.

— Él... ¿Durmió bien?

— No te debes preocupar, le cante la canción de cuna que siempre le cantas.

Una sonrisa se formó en mis labios mientras asentía, lo deje entrar, sus dorados ojos observaron el desastre en el que estaba mi habitación: los peluches que me ha regalado y nunca usaba más que para mientras balbuceaba, bolas de estable, lienzos... Suspiro y abrió sus brazos, ofreciendo un abrazo.

— En serio has estado tan asustada estos días... Todo está bien, estoy aquí.

No me contuve ni un paso, incluso si mis ojos dolieron, yo corrí a sus brazos aferrada a su cálido cuerpo.

No derrame lágrima alguna, solo deseaba sentir su cuerpo contra el mío. Podía resistir todas las inclemencias que me faltaban hasta que mi interpretación de la profecía dada por Bemus se cumpliera. Hasta que rompiera el hilo el cual me ata a un papel en esta obra, si era lo suficientemente fuerte al final seria recompensada.

— Halia se lastimó hoy en la mañana con un arma decorativa del valhalla, vino corriendo aquí buscando tu ayuda.

— Ahora mismo iré a verla.

Dije, intentando apartarme de su lado para verlo mejor, pero fui interrumpida.

— La trate yo mismo, soy dios de la medicina por algo — dijo acompañado de una risilla, sus dedos en mi cabeza presionando —. Mira lo importante que eres como para que vengan a pedirte ayuda primero a ti.

— Es tu dama, sabe que puede recurrir a mí al estar ambas bajo tu mirada.

— Eres tan necia... Todos aprecian tu trabajo y se dan cuenta de el.

Apoye la cabeza contra su pecho, sus latidos... Sentía cierta atracción, pues le di de mi sangre cuando fue herido, en su sistema yacía la sangre de una hija del mar primigenio.

— A este punto ya deberías estar descansando en los laureles de tu arduo esfuerzo, ¿Qué buscas que apenas algo sale mal te desmoronas?

Me gustaría responderte, Apolo, pero aún debo mantenerme fiel a la promesa que me hice, cumplir mi objetivo. Incluso si eso estaba desgastando mi alma, pues los peligros mínimos me ponían de nervios hasta el punto de colapsar, necesitaba hablar ya lo que estaba haciendo pero sabía que si hablaba antes de tiempo mi esfuerzo podría ser interrumpido.









ㅤㅤㅤㅤSonreí mientras me veía al espejo, la tela caía en forma de campana y el pañuelo en mi pecho estaba sujeto por una piedra preciosa del mismo color que mis ojos azules como el mar. Los zapatos nuevos eran distintos a lo que solía usar, ni siquiera usaba: andaba descalza de aquí a allá, sin importar la situación en la mayoría de veces siempre y cuando alguien que ya me conocía estuviera presente.
Desvié la mirada a un costado, habían gabardinas, sombreros, tacones, moños y más vestidos de colores. Todo eso eran cosas que Apolo se tomaba el tiempo de escoger como pasatiempo para luego vestirme como a una muñeca de porcelana a la que amas presumir como la más hermosa.

Di una vuelta sobre mi propia silueta y puse una mano en mi pecho, dejando salir una risa cuando mi reflejo pintaba una sonrisa con mejillas coloradas. Era diferente al rostro sudado por el pánico y la ansiedad, era mucho más lindo.

Amaba los vestuarios que Apolo traía, eran magníficamente hermosos, pero para mí al final era difícil despegarme de los peplos y quitones que había usado toda mi vida. Andar con esas ligeras telas de colores azulados o blancos, usualmente atadas a la rodilla y de hombros sueltos era como volver a rondar por el mundo humano como una tonta mariposa.

La puerta de la habitación se abrió, voltee la mirada y era él: traía una cajita en sus manos, de madera de abedul y decorada con grabados dorados en forma de soles o laureles. Me acerque, sonreímos mutuamente y hablé.

— ¿Son tus joyas?

— Si, me gustaría verte usando algunas.

Baje la mirada al joyero, cuando Apolo lo abrió vislumbre un mar de joyas sutiles pero de un dorado resplandor como el propio sol: todas eran dramáticamente dignas de él. Desde pulseras con piedras preciosas, adornos de laurel para el cabello hasta broches de cuello para camisas.

— Creí que combinarían con tu cabello, tal vez este.

Tomo un broche de lapizlazuli.

— Siéntate en mi tocador, te voy a arreglar el cabello.

Obedecí y me fui a sentar entre el hermoso tocador, ni siquiera tenía que decirlo, en general todo lo que conforma esa habitación era de una belleza noble, propia de los dioses que gozan de buen estatus en el mundo divino. Me mire al espejo cuando sentí la cálida y brillante presencia de Apolo a mis espaldas, extendió su mano para alcanzar el peine de marfil pasándolo por mis hebras que caían onduladas sobre mis hombros.

Cuando lleve la mirada al espejo nuevamente, pude ver el rostro de Apolo sonriendo pero cuando me vi yo: por un momento me sentí diferente. Los ojos agotados y llorosos, ojeras moradas, el cabello en un tocado propio de las hijas, incluso visualice pequeñas escamas en mis hombros. Mi yo del espejo era mi yo de antaño.

Baje la cabeza de golpe, dándome yo misma un tirón de cabello del que me queje: quería ver si las aletas estaban allí, pero como supuse... No era así. Yo las corte con la flecha de Artemisa.

— ¿Está todo bien?

Apolo dijo, alzando una ceja como un gato curioso. Tarde un par de segundos en responder, sentí como se me cortó la respiración antes de finalmente poder calmarme. A veces, en los momentos menos esperados los recuerdos de cuando no era más que un ser sin objetivo fijo y que se aferraba con ambas manos a algo que lo haría, volvían a mi mente.

— Si, no te preocupes.

Sonreí dándole mi mejor cara. Apolo me devolvió el gesto y siguió peinando mi cabello rubio, atando con agua del broche los mechones hasta formar una coleta baja a la altura de la nuca.

— Te queda muy bien, pareces toda una dama.

— ¿Usualmente que parezco?

— Una ninfa muy atractiva.

Suspire con gracia, me pase la mano por el rostro tallando su circunferencia. En un baile sutil mis dedos se movían sobre la piel blanca, las pequeñas ojeras debajo de mis ojos daban color a los mismos y a su vez mis labios tintados de un rosado dan vida a mi expresión.

— Me gusta cuando hacemos esto, es realmente relajante.

— Estoy de acuerdo — él se inclino sobre mí, sentí su pecho cálido en mi espalda alta y sus manos sosteniendo mi rostro —, deberías mirarte bien, este peinado deja ver tus lindas orejas.

Susurró plantando un beso en mi mentón casi rozando mis labios, la marca de su labial se quedó en mi piel como un suave recordatorio de su afecto.

— Tal vez... Me deje el cabello así de ahora en adelante, gracias querido.

Le dije, mirándome al espejo nuevamente. Apolo palmeo mi hombro y se enderezó, susurrando una despedida por el momento, un hasta luego que siempre me reconfortaba.

Cuando me quede sola, empecé a desvestirme con delicadeza de no arruinar las prendas, cuando quede en la suave bata de seda blanca, me mire al espejo y como si yo misma fuera mi público empecé a moverme con suavidad en un baile improvisado.

Un salto pequeño, caída sobre la planta de los pies, movimientos de mano que parecían aleteos suaves.

Cuando me detuve, contuve la respiración y sonreí hasta mostrar mis perlados dientes. El reflejo era yo.

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