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ㅤㅤㅤㅤLos ojos me pesaban pues Hipnos era caprichoso con sus amados sueños, el poderoso dios se esforzaba cada noche en poder regalar algo hermosos con lo que soñar, ese era su encanto. Cuando logré abrirlos por completo, adolorida me frote los párpados pues la luz del sol me cego por un momento, su brillante luz no era lo único que me proporcionaba el calor, pues a mi lado y como una cría de polluelo, Apolo dormía. Sus cabellos rosados brillantes como las hojas del laurel joven adornaban sus hombros y se esparcía en el lecho, me senté con cuidado de no despertarlo, me sentiría mal de hacer tal cosa. ¿Estaría soñando con un futuro prometedor? ¿tal vez con sus amores perdidos? Me incline sobre su pecho, su respiración era tranquila y tibia, acaricie sus rasgos tan bellos como siempre con una delicadeza tan extrema que lo hacían parecer más joven de lo que en realidad era. El amado sol que salía sin que se lo pidieran, ese era él.

Día, tarde y noche, no había un solo momento donde no sintiera la calidez de su alma a mi lado: su amable toque, sus sonrisas infinitas, sus bromas malas y actitudes tontas. Siempre podríamos encontrarnos bajo un árbol de laurel, el más bonito del jardín que él escogió para mí, uno del que podía sacar hojas para mis medicinas y ungüentos. Me contaba historias, tocaba la lira, me sostenía las manos mientras yo le contaba mis propias historias. A veces le acariciaba el cabello cuando dormía boca abajo en mi regazo, mientras yo veía a Asclepio jugar con caballos de madera en compañía de Deacon.
Los recuerdos amargos con él no son más que viejas canciones olvidadas, lo he perdonado pues era lo mejor, ahora puedo descansar a su lado con tranquilidad, quería que estuviera allí conmigo hasta mi último aliento.

Lo vi abrir sus ojos ante mi roce, una sonrisa decoro esos labios, me aparte de él y soltó el suspiro que me toca suavemente.

— ¿He dormido de más?

— Apenas está amaneciendo, no creo que debas preocuparte.

— Ya veo.

Se sento, estirando los largos brazos para hacer reaccionar a sus músculos, bostezando se frotó los párpados y me dirigió la mirada.

— ¿Pudiste dormir bien? ¿no tuviste alguna pesadilla?

— Estoy bien, Apolo, no te preocupes.

Le sostuve una de las manos y bese su dorso, luego salí de la cama mientras me acomodaba el quitón de un azulino persa.

— Voy a ver como esta Asclepio, seguro ya se ha de haber levantado.

— Anda entonces, estaré con el resto buscando el atuendo adecuado para la reunión.

La reunión. Estaba tan sumida apreciando su gloria que casi la olvidaba, era mi oportunidad de ver el mundo nuevamente, de salir de estos pasillos donde diambulaba como una sombra.
Me despedí, rindiendo honores a su posición como dios, cuando salí de la habitación pude ver una sombra pasar. Pude reconocer esa apariencia borrosa donde sea, incluso siendo una sombra. Sentí como mi pecho se hundía, mi respiración se corto, ¿podría ser? Claro que no, no debería, no podría.

Lo seguí, apoyándome en la pared con recelo, vi su sombra girar por uno de los pasillos así que gire con él pero me tope de frente con un punto muerto: una vasija de cerámica con grabados de animales y plantas, apreté el puño hasta sentir mis uñas carcomer mi carne. Me daba la espalda, pero incluso desde esa perspectiva era capaz de ver una fea abolladura en su cabeza de la cual la sangre seca aún adornaba como una corona.

No podía hablar, me sentía muda por unos momentos pues la sensación de incredulidad me invadió, la extrañeza.

— Bemus.

"Recuerdas mi nombre, que maravilla" lo escuche murmurar, su voz era apagada y distante, diferente a aquella vez donde sonó vivaz. Me acerque un poco, pero algo me impidió tocarlo, solo me daba la espalda como las sombras del helheim.

— ¿Qué haces aquí? Tu alma debería descansar en los campos elíseos.

No me respondió por un momento, solo puso las gruesas manos en la vasija. Inmediatamente mire sus pies, las heridas de cuando le deje caer la vasija de mi hermana también estaban allí. Él no era un héroe, solo un sátiro de naturaleza libre, no estaría en aquel sitio destinado a grandes figuras.

¿Los dioses me estarán castigando? No, no habrían porque ahora mismo, ni siquiera me fiaba de que fuera el real. Trague saliva, si la posibilidad de que fuera él era cierta... Tenía en mi potestad la oportunidad de disculparme.

— Siento tanto haberte causado la muerte, viviste libre y moriste inocente, diferente a mí en aquel momento... — dije —, si lo que deseas son los ritos funerarios que no te di, te los dare-

Fui interrumpida, pues un viento que me helo la columna se hizo presente.
"Mi cuerpo ya recibió lo debido, volví a la naturaleza que amaba, donde yace mi cuerpo es ahora donde nueva vida nace" su voz fluyo espectral pero con elegancia, asentí en silencio.

— ¿Por qué te has presentado? ¿qué es lo que no te calma y te deja en paz?

"Cuenta los granos de arena de la playa y mide el mar; entiende el habla de los mudos y solo así lograrás tejer un nuevo hilo. El rey se alzará en su gloria, pero su propia voluntad lo hará caer muerto, así mismo el hijo de la mujer por su orgullo perecerá bajo la mirada colérica del padre de su padre."

Sus palabras fluyeron como una serpiente que susurra a mi oído, me perdí un momento, pero luego lo comprendí. Una profecía.

Intente tocarle el hombro para quejarme, necesitaba una explicación, pero apenas mis dedos rozaron con la fría piel su cuerpo se esfumó como humo entre mis manos, haciéndome tropezar y golpear donde reposaba la vasija. Cayó al suelo y se quebró ante mi mirada perturbada.

Sentí como el icor dorado en mis venas se detenía, mi cuerpo se movió solo retrocediendo por mero instinto.
Busque con la mirada a Apolo, incluso si sabía que no estaría aquí. Me di la vuelta y me aleje de allí, corriendo como lo hice antes.




ㅤㅤㅤㅤAbrí la puerta de su habitación de golpe, escuché el grito de espanto de las damas que estaban ayudándolo a arreglarse. Me apoye en las rodillas, la respiración desigual me impedía hablar, sentía mi pecho arder como una llama a punto de extinguirse por una lluvia torrencial. El rostro de Apolo parecía confundido ante mi comportamiento tan brusco, pues siempre acudía a él con una sonrisa, hace tiempo que no me sentía de esta forma. Sentía que algo malo pasaría y no podría tratarlo.
Me acerque a él, ordenando a las doncellas a su lado que se fueran, apenas lo dije desaparecieron cruzando el umbral de la puerta finalmente tallada, murmurando con voz dulce lo que podría estar pasando.

Me abrace a sus rodillas como las ninfas con sus amos, sentí su confusión a flor de piel mientras me sostenía el rostro para relajar mi expresión de espanto. Ni siquiera era la aparición de Bemus lo que me asustaba, el simple hecho de recibir una profecía era lo que me tenía intranquila. ¿Cuantas son las historias que has escuchado de como saber el destino solo lo hace más fatídico? Había logrado hacer una obra de arte, mi vida brillaba pues pese a la ausencia de la libertad que pude poseer antes, ahora vivía sin autosabotearme a cada respiro ya que el apoyo de quien me aprecia está presente a diario. Una profecía no era el fin del mundo, yo lo sabía, pero si que era algo que tomar en cuenta. Las señoras del destino tejen hilos cuidadosamente, el tapiz de la creación es cuidadosamente visto, si te hacen ver algo que solo ellas pueden saber sin haberlo buscado antes es por algo.

— Una profecía, he recibido una visión.

Apenas le dije, la sonrisa en el rostro de Apolo se curvo hacia abajo, sus labios mostraban incredulidad como si fuera falso. Aprete sus túnicas, asegurando con la mirada que no mentía. Era el dios de la profecía, él debería saber cual era el significado de esto.

— ¿De qué se trataba?

Con detalle le conté lo que había escuchado de los labios de Bemus, cuando acabe sentí un suspiro suyo recorrer mis rasgos. Apolo, dios de la luz profética, que invirtiendo su esfuerzo se gano la oportunidad de conocer los designios de Zeus sobre el futuro. Él no era el tipo de dios que conoce el futuro, él lo escucha y lo interpreta, de ahí viene la forma tan extraña en la que los humanos del pueblo de delfos suelen recibir sus respuestas cuando acuden al oráculo.

— ¿Y bien? ¿Qué significa? ¿Crees que algo malo pase?

— No es por parte de Zeus, las damas del destino hablaron por boca de alguien más, no del viejo.

— Tal vez es una mala broma de alguien...

— No. Sin duda es una profecía, ¿tu padre era un Dios profético, no? Igual que casi todos los titanes.

— ¿Por qué él habría de hacer eso? Soy la hija que no cuenta, no valdría.

Apolo hizo una pausa, sus manos de largos dedos enredaron entre los mechones de mi cabello rubio. No había resentimiento y odio que albergar a mi padre ahora, no valía la pena, pero yo sabía que había traicionado al final al patriarca de mi estirpe, no me sorprendería que ahora me resulta con adelantarme el desdichado futuro solo para molestarme. Cuando ofendes a un dios, suelen castigarte, ya lo habia experimentado.

— La profecía ya fue dada, eres tú quien debe entenderla.

Me puse de pie, en silencio ante su respuesta final. Cuando nací de mí no se dijo nada, pues era la menor de mis hermanas, con suerte me hubiera casado con un dios o un rey sino fuera porque Artemisa reclamo sus deseos. Ahora parecía que mi sola existencia hubiera sido una mala jugarreta de las moiras a mi padre, como si hubiera nacido con el propósito de andar de un problema a otro. Primero confiando ciegamente y casi armando un conflicto peor al que ya estaba sucediendo en ese momento, ¿Qué seguía? ¿Iba a quemar el Olimpo entero?

— Me iré a arreglar para la reunión y a dormir a Asclepio.

Susurré, dándome media vuelta y saliendo de su habitación. La mala suerte, la desdicha, todo eso porque los dioses escogían nuestro destino, no podemos escoger como nacemos ni para que, muchos no rompen el hilo al que nacen atados. Yo quería hacerlo, lo estaba haciendo bastante bien hasta ahora, viviendo una vida agradable cuidando de Asclepio y siendo compañera de juegos de Apolo pese a que debería sufrir como castigo a las acciones de antaño, estudiando y explorando los límites de mis habilidades como pharmakis pese a las restricciones de mi castigo de Zeus que el propio Apolo a veces dejaba de lado -tal vez porque opté por la medicina, nada peligroso-, estaba tejiendo un hilo aparte a lo que debería haber sucedido.

No iba a permitir que ahora una mala jugada de las señoras del destino arruine el hermoso lienzo que llevo pintado, si me dieron una profecía que sonaba aterradora de alguna forma, la tomaría y ya. Sin quejas, sin llantos, pues Zeus nos da mala suerte para que los venideros tengan historias que contar, pero yo no quería ninguna canción sobre mi vida. Iba a construir una de las más hermosas y dramáticas pinturas que el mundo pueda ver, una donde la lucha contra el destino siempre esté presente.

Solo necesitaba saber si quienes me acompañan están igual de dispuestos a cambiar el destino que se les fue dado. Estaba un poco asustada, pero eso es algo que los dioses y humanos tenemos en común.

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ

ㅤㅤㅤㅤAcune a Asclepio en mis brazos, era un pequeño muy calentito y regordete, un bebé totalmente adorable. Le había dado de comer un tipo de ungüento que cree especialmente para él, algo que lo mantenía inmune a diversos peligros que cualquier bebé humano puede llegar a tener, pues a diferencia de algunas diosas que ponen bajo la braza a los bebés mortales que tienen con humanos logrando así quemar su mortalidad y hacerlos divinos, yo era incapaz de hacer eso, solo me quedaba proporcionar lo que estaba en mi poder para que Asclepio no sufra peligros. Daba la vida por el pequeño en mis brazos, pues pese a no ser mi hijo, él era una esperanza para el futuro, un pequeño reflejo de lo que me hubiera querido ser, era tan humano en alma que era perfecto, incluso si su mortalidad me hace temer por su futuro.

Deslice los dedos en su cabello castaño que apenas conserva el rosado con el que lo conocí, pues cada día que pasa crece más y su mortalidad se hace más evidente, incluso si los semidioses suelen demorarse de crecer al tener sangre divina en ellos.
Una risa escapo de sus labios rosados, curvados en una sonrisa alegre ante mi tacto, me acerque a su cuna de madera de olvido, finalmente tallada por Hefesto a petición de Apolo. Cuando lo recosté entre las sábanas de algodón egipcio, doradas y de estampados, eran un regalo mío, algo que yo misma cree en un telar similar al que Apolo alguna vez encontro en ese sitio oscuro donde me escondí como un ratón, al final si que he logrado aprender a tejer tan hermosamente, aunque dudo rivalizar con la doncella de ojos grises.

Bese su mejilla y me ergi, el vestido azulino se acoplo a mi figura, con cuidado me pase los mechones dorados detrás de las puntiagudas orejas. Sus ojos me siguieron a cada movimiento que daba, mientras con mi pie mecía su cuna.

Cuando finalmente se durmió, con una sonrisa en sus labios, me apoyé en mis brazos sobre la cuna y acaricie su mejilla. Sus pequeños brazos extendidos y su cabeza ligeramente ladeada, pero el toque de la puerta me hizo girar la cabeza. Me acerque en silencio y abrí, encontrando un par de ojos dorados que me miraban amablemente.

— Ya debemos irnos.

Dijo, su voz sonó como una melodía suave, pues era consciente del placentero sueño de Asclepio.

— Le he dado de comer y está durmiendo, es tan lindo cuando descansa...

— Pones una cara muy boba cuando hablas de él.

— ¿Celoso?

— ¿Por qué habría de estarlo? Mi propio hijo es incapaz de rivalizar conmigo — exclamó teatralmente.

Una risa escapo de mis labios antes de hacerle caso, cerrando la puerta de la habitación de Asclepio, un arruyo que fluye como el agua va a nutrir sus sueños, dejándolo dormido hasta cuándo vuelva a verlo. Una infusión mezclada con azafrán, una planta sagrada para Artemisa, también fue de ayuda.

Cuando estuvimos solos fuera de la habitación de su hijo, apoye mi mano sobre su hombro, sentía mi corazón latiendo ansioso.

— Estoy un poco asustada.

— No tienes por qué, te conoces a ti misma y eres lo suficientemente lista como para dejar que los pecados pasados influyan en el hoy. Brilla intensamente, el agua puede iluminarse aunque cueste.

Sabiamente sus palabras me tocaron la húmeda alma, se sentía como un roce suave del cual puedes tomar un poco para aliviar el dolor. Apolo era un Dios listo, su conocimiento de sí mismo lo llevó a mejorar y convertirse en uno de los doce Dioses del Olimpo.

— No tiene que ver con mis acciones, se trata de mi divinidad.

Yo, una ninfa, un ser que de naturaleza es mortal pero con el regalo de la eterna juventud, tenía miedo no por como fuera vista por el resto, sino por la visión que tenía el resto de aquella parte que influía más en mi vida. Soy perfectamente humana en todos los sentidos. Y a estos dioses hambrientos un humano no es más que algo que mirar de reojo, algo que puedes tomar y luego abandonar. Mira cuántas historias de dioses tratando con doncellas humanas hay, incluso con ninfas, estos dioses no conocen mi rostro pero si mis acciones, si me presento ante ellos con la boca cerrada soy un banquete de pies a cabeza. 

— Cualquiera que te intente faltar al respeto primero tendría que pasar sobre mí, y sabes muy bien que el brillante Apolo no pierde.

Exclamó, rodeandome con sus brazos para apretarme justo a su lado, deje salir aire mientras mantenía la calma.  No conocía a dios alguno que a mis ojos fuera un rival para él. Aunque tal vez soy un poco exagerada, alguno habrá de haber, pero mientras puedo encontrar confort en sus palabras.

Mientras caminábamos a la salida del palacio, los hermosos ventanales eran objeto de mi atención pues podía ver mi reflejo, pase la mano sobre el cristal de uno de ellos y me detuve para verme reflejada.

Los ojos están menos cansados que antes, los labios se curvan con una sonrisa segura, el cabello ondulado cae como oro fundido sobre sus hombros y me tiende la mano. Me estaba viendo al espejo, no era mi yo actual, sino lo que aspiraba a ser, siempre podía verlo cuando este tipo de situaciones pasaban: sigue adelante, avanza hasta convertirte en aquello que deseas, rompe los hilos y dejar caer la máscara teatral para tu libre albedrío; me decía.
Quería ver una imagen similar a la de Artemisa, mi amada madre, rezaba a los mismos dioses que temo porque el todopoderoso Zeus me tenga algo de clemencia.

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