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ㅤㅤㅤㅤLa paz fue devuelta, los dioses festejan en sus comedores mientras las lunas pasan sobre el cielo, mientras tejo y tejo un tapiz tras otro, cuidando del hijo del sol, pinto cuadros hasta que me duela la mano y doy vida a las cosas en el lienzo, ayudo a curar a las damas y trato sus malestares con mis medicinas, los días se acaban como la bola de estambre violeta que uso para tejer, mi divinidad se siente como un graznido sin escuchar o como una caracola vacía que alguien abandono en la orilla del mar.
Me arrastro entre los pasillos para ver las flores del jardín en un recuerdo de mi tiempo en la tierra, a veces canto canciones de cuna que escuche de alguna hermana o prima de la cual ahora no recuerdo su nombre mientras arrullo a Asclepio y él se queda dormido en mis brazos. Es un niño adorable, sus piernitas regordetas y sus mejillas rosadas lo hacen parecer un capullo, los días pasan y lo veo crecer, y con eso también veo como su parte divina se disminuye. Su cabello rosado como el de su padre ahora se adornaba con pequeñas hebras similares a las de su madre, aunque su sonrisa brillante como un sol siempre me recuerda al rostro de Apolo.
Su primera palabra fue “Ránide” y su segunda fue “mamá”, algo que sin duda me puso muy feliz, tanto que le conté felizmente a la primera doncella de Apolo que pasó ante mis ojos. En menos de un día, medio Olimpo ya sabía que el hijo semidiós de Apolo ya hablaba. Aunque me dio un poco de vergüenza, pues tenía algo de miedo de que me culparan si Asclepio crecía siendo un niño raro como yo lo había sido.
Aunque tal vez solo sería peculiar, destinado a ver su rostro grabado en las estrellas como los héroes que alguna vez recorrieron la tierra. Todos los héroes tuvieron algo que los hizo raros, desde fuertes sentidos de la justicia casi irracionales hasta una mente habilidosa para los engaños.
— Ránide, estoy bien.
La voz de la doncella fluyo suave llamando mi nombre, mientras me mantenía a su lado vendando su brazo. Había sufrido una leve lesión, curaría sola sin duda, pero en un mal movimiento podría ser permanente.
— Es mejor vendar la lesión para evitar un mal peor.
— Siempre te preocupas demasiado.
Las comisuras de mis labios se quebraron, formando una sonrisa seguida de una risa boba. Con vergüenza aparta la mirada, de cierta forma era verdad, tomaba las situaciones con más importancia pensando en las desgracias futuras como si fueran a pasar siempre. No es que sobrepiense la situación, solo soy precavida.
— Y tú eres muy descuidada al andar jugando en el bosque.
— ¡Oye! No sabes lo libre y feliz que me siento.
— Debe ser una maravilla — dije —, ¿Cómo están los bosques en esta temporada?
La ninfa guardo silencio un momento, vi como sus dedos jugaban con su melena castaña, sus movimientos ligeros guardaban años de encantos. Era una joya en su máximo esplendor.
— Bueno, las flores están más que bonitas y su néctar es dulce, y las hojas se ven muy verdes, la primavera es un momento ideal para nosotras.
— Me alegra saber eso.
Con cuidado corte la venda en su muñeca, poniéndome de pie y sacudiendo mis manos.
— Puedes irte ya, solo ten cuidado, si algo te duele tengo un par de hierbas para eso, solo búscame, sabes que siempre estoy aquí.
De un brinco se puso de pie, sus perlas dentales eran visibles por su sonrisa, a pasos ligeros se fue de mi habitación agitando la mano para despedirse de mí.
Cuando me quedé sola, mire a mi alrededor: hierbas medicinales, medicamentos hechos pasar por pinturas, lienzos a medio acabar y más, era un pequeño desastre del cual me sentiría orgullosa si no fuera porque parece que perdí la cabeza al no ordenar nada. Suspire mientras me acercaba para poder colocar un par de ungüentos en una caja de madera, estaba segura que la ninfa volvería por las hierbas y pomadas para el dolor, ¿Cómo se llamaba? No recuerdo, creo que Alke, pero era una más de las varias que sirven aquí entonces podría equivocarme.
Me mire al espejo del tocador, cada facción que alguna vez guardo un aire infantil ahora parecía más maduro, había llegado a la flor de mi vida estando aquí, tuve la oportunidad de florecer como el resto de las doncellas en los pasillos del palacio de Febo. Con las puntas de los dedos tire de mi carne, jalando mi mejilla, estaba tersa, siempre lo iba a estar.
Un suspiro escapo de mis labios, uno de resignación.
Yo siempre estaba en una primavera eterna, mirando el jardín de Apolo desde mi habitación o saliendo a verlo de cerca, pero nunca ponía un pie afuera del palacio, estaba limitada a estar encerrada cumpliendo el papel de las hijas en el hogar. Me conformaba con escuchar las historias y pequeñas anécdotas de otras ninfas o del propio Apolo sobre el exterior, no me importaba cuando hablaban de festines en el valhalla o juegos de dioses, las historias que más me gustaban eran las que trataban del mundo humano y sus bosques: los sitios donde Artemisa me crío. Y que pese a todo lo que paso, seguían siendo mi mayor símbolo de libertad, alejar a una ninfa de la naturaleza y tenerla en un palacio era como encerrar a un ave en una jaula de oro.
Incluso algunas veces, veo correr a Apolo a mí con la mano alzada saludando, y me cuesta un par de segundos comprender que lo conozco. Que no es Artemisa y que yo ya no vivo en sus bosques, que pasaron muchas cosas importantes que me tienen aquí.
Pero día a día que pasa, alzo la mirada al cielo con la esperanza de que llegue el momento en el que pueda volver a ser tan libre como las aves. Los crimenes de traición se lavan, pero yo no había sido purificada, solo había recibido un castigo y una pequeña firma de seguridad por quedarme quieta en este palacio. Lo mismo que me aseguraba estar a salvo, es lo mismo que me ata.
He intentado crear pociones, ungüentos e incluso resultados de los lienzos a los que doy vida para librarme de la marca, pero parece imposible. ¿No tendré la suficiente voluntad aún? Tal vez algo falta en la gran muralla de piedra, una pieza clave.
ㅤㅤㅤㅤCasi dejo caer la copa de vino de mis manos cuando una risa se ahogo en mi pecho, cubrí mis labios con la palma de mi mano cuando desvié la mirada. El hermanastro de Apolo, el Dios de la guerra que representa la brutalidad, la violencia y los horrores de las batallas, estaba de visita, aunque era la primera vez que lo veía fuera del campo de batalla. No era como lo imaginaba, me refiero, sus logros están más que válidos, pero su actitud me recordaba a la que yo adoptaba en antaño cuando Apolo se me acercaba, alejarlo a manotazos como un infante.
Vi como Apolo jugaba y bromeaba con su hermanastro, sus palabras salían como una serpiente en su lengua de plata, sus expresiones y como lo tocaba con la intención de espantarlo. Los hijos de Zeus son uno más raro que el otro, como pequeñas uvas de un mismo racimo que resultan diferentes entre si.
Ares había venido en compañía de Hermes, el hijo de la pleyade Maya, una sobrina mía. Cuando cruce la mirada con él, pude distinguir la misma mirada astuta que alguna vez me dio hace mucho tiempo. Con una sonrisa nos saludamos, sin decir palabra alguna. Supongo que para Hermes no tenía la misma mala reputación que con Ares, quien apenas podía verme a la cara sin fruncir el ceño. O tal vez Hermes solo sabía disimular mejor sus emociones.
Me incline sobre el sillón, apoyando el brazo en el respaldo, cada palabra pronunciada por Hermes mientras Apolo molestaba a Ares era digna de mi atención, no por interés, sino porque seguramente luego Apolo preguntaría más a fondo.
Reunión, dioses y humanos. Fue suficiente para querer ir a ver de que se trataba todo ese lío. Quería salir de casa, ver un par de humanos tal vez o a nuevos dioses lejos de las mismas cinco caras que suelo ver aquí de visita.
Cuando finalmente se fueron, mire a Apolo que para ese momento ya tenía su atención en mí. Él se acerco, hasta sentarse a mi lado y cruzándose de piernas.
— Tu "dios-amigo" no parecía muy feliz de verte.
— Mientes, él me ama demasiado.
Me codeo antes de echarnos a reír, el sonido de nuestras risas inundó la habitación. Después de unos momentos, me aclare la garganta y sonreí.
— La reunión para decidir el futuro de la humanidad...
— ¿Hmm...?
Con vagancia se recostó en mi regazo, lo mire con cierta gracia, siempre actuando tan despreocupado de las situaciones, siempre y cuando algo lo suficientemente serio no estuviera pasando. Era agradable, era un soplo de aire fresco.
— Me gustaría acompañarte.
— ¿Quién se quedaría cuidando de Asclepio?
— Tus damas.
— Ah- si, podría ser, pero ¿estás segura? Son muy aburridas.
Frunciendo ligeramente el ceño apreté sus mejillas entre mis manos, se quejo pero no lo suficiente como para pensar en dejarlo ir.
— Anda, sería como un pequeño favor, la última vez que salí fue en la ocasión de la princesa de larisa.
— No deberías salir, es parte del castigo impuesto.
— ¿Desde cuándo me acoplo a las reglas de forma correcta? Siempre hay una ruptura, vamos.
— Eres un caso perdido.
Apolo dijo, sentándose nuevamente y mirándome, una sonrisa dorada en sus bellos labios me daban la respuesta suficiente ante mi pregunta.
Se puso de pie con cuidado y luego se inclino ligeramente, como en una reverencia mientras me extendía la mano. Me puse de pie, tomando su mano con la ceja enarcada.
— ¿La doncella problemática me concedería una pieza antes de desaparecer en el umbral de la noche?
— ¿Y cuál sería la música? ¿eh?
— Nuestras propias risas y el viento que trae melodías desde lejos.
— Me parece bien.
Una risa en unísono dio inicio a la noche, cada paso era como un baile tonto de dos personas que nunca habían bailando en su vida, incluso si Apolo era experto.
Cada amanecer era brillante y el anochecer aún más, no había peligro que pudiera interrumpir nuestras risas y armoniosa alegría, nadie se interponía entre nosotros, como dos aves que juegan en la rama del mismo árbol, solos y cómodos el uno con el otro. Incluso si uno emprende vuelo de vez en cuando, siempre vuelve al lado del otro, que lo espera en la rama contento de su regreso y comiendo bayas, sin necesidad de dejarse caer del árbol.
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