Cielos dorados
Quiero comenzar diciéndote, amor mío; que eres el único con el que me puedo desahogar.
Siempre me consideraste un hombre poético. Por ello fue que elegiste mi seudónimo, ¿recuerdas? Y por esa misma razón, no considero necesario que nuestros nombres sean mencionados en esta mediocre carta que te estoy redactando, esta carta que seguramente no podrá describir todos mis sentimientos.
Y por ello, en esta carta seré Apolo y tú, cariño, serás mi Jacinto. Tal vez su historia no sea la más compatible con la de nosotros, pero ambos se tenían un amor inmenso; justo como tú y yo.
Igual, quiero aclarar que mi carta será sólo para desahogarme como nunca lo he hecho, para llenar el papel de lágrimas y que la tinta quede hecha todo un desastre. Espero no haber sonado muy dramático, sé que lo odias. De todos modos, quiero recordar muchas cosas y que tú también lo hagas, Jacinto.
Ahora sin más, me permito a mí mismo comenzar con el verdadero contenido de esta carta. Y comenzaré, obviamente; por cómo nos conocimos.
Fue tan extraño, ¿sabes? Sentirse atraído hacia un muchacho de tu misma comunidad católica, recién habías llegado ese día y de inmediato te anotaste en el coro; junto conmigo. Sólo que en un principio, te resulté un estúpido que tan solamente tenía un gran talento con la guitarra.
Me veo capaz de admitir que no sé exactamente lo que me gustó de ti en primer lugar. No sé si fueron tus ojos (sí, es cliché en demasía) o todos tus rasgos asiáticos en sí que me resultaron llamativos de forma especial, al igual que la forma en la que ignorabas los comentarios respecto a tu hermoso cabello, siempre me pregunté cómo se te ocurrió ir a una iglesia con el cabello verde. Pero después de todo, yo nunca seré alguien para juzgarte.
Tampoco me puedo decidir entre tu hermosa voz barítono o tu gesto tan alegre a la hora de cantar, a pesar de que hayas tenido que entonar canciones cristianas. Entonces, ese día fue en el que me di cuenta que ser arrastrado a esa comunidad a pesar de mi firme ateísmo, (del cual, mis padres no estaban -y tampoco están- enterados ni por asomo) pudo resultar en algo asombroso. Y por ello, declaro que tú me llamaste la atención por completo.
Y por supuesto, por accidente (o eso quiero creer) escuché como conversabas con una de nuestras tantas compañeras del coro, dijiste que recién llegaste al país, pero no de Asia, como yo pensé, sino de Europa, en Inglaterra, y debí de haberlo notado, porque tu acento tuvo que haberme dado alguna señal, pero tal vez estaba demasiado distraído mirándote como para notar aquel detalle. Pero un detalle mayor fue el siguiente: íbamos a la misma secundaria.
Nunca me sentí tan afortunado por unas palabras que en otra persona me hubiesen resultado especialmente insignificantes, así que al día siguiente, sin poder evitarlo, te busqué por todos lados, tras preguntar mucho me contaron que estabas en la sección B de tercero.
Por ese suceso fue que comencé a hartarte con mi irritante presencia, muchos se preguntaron qué hacía yo acosándote cada día, a tal punto que una vez te tuviste que refugiar con tu amigo, un tipo de un metro noventa que resultaba aterrador.
En aquellos días en los que estuve cansándote con mi presencia, pude escuchar una pregunta común en los pasillos de la escuela; las personas se preguntaban ¿por qué él está buscando a alguien como ese tipo?
Bueno, Jacinto, tal parece que la razón de las preguntas era mi "exótica" apariencia, por mis ojos brillantes y mi piel morena, que resultaron de lo más llamativos. Me siento totalmente narcisista al escribir esto, pero muchas chicas (e incluso chicos) tenían la esperanza de tener una cita conmigo, y por ello fue que la pregunta rondó entre tantas bocas y tanto tiempo.
Finalmente (y gracias a algún tipo de divinidad) llegó el día en el que me encaraste, mi acoso iba más allá de lo que había hecho previamente, crucé mis propios límites al mantenerme tan unido a ti a pesar de tus constantes quejas ante mi presencia.
A veces continúo cuestionando si aquello fue normal, pero termino reflexionando con profundidad sobre ello y llego a una clara conclusión; siempre vas a merecer esa idolatría que desarrollé hacia ti, Jacinto.
Volviendo al punto donde me había quedado antes, te hartaste de mis acosos. Me preguntaste directamente que me sucedía. "¿Por qué me persigues?" Dijiste, y me quedé unos momentos pensando. ¿Por qué hago esto? Entonces miré tu ceño fruncido por la confusión y el enojo, admiré la forma en la que tu boca se torcía en un gesto de incomodidad y la manera en la que movías con ciertos nervios tu pierna derecha. Entonces lo descubrí.
No tenía ni la más mínima idea.
Te lo dije, te dije que no sabía porque lo hacía, sólo te dije un simple "no tengo idea" y tú te quedaste mirándome un rato. Luego, te limitaste a sentarte a mi lado en las gradas y comenzamos hablar. Me sentí feliz de que hablaras conmigo.
Descubrí que eres la mejor persona que he conocido en toda mi vida.
No sé si estaba cegado por la adoración o algo similar, pero me resultaste demasiado... perfecto. Amé tu gusto por la lectura y el voleibol, amé cada palabra que salió de tu boca en ese preciso instante.
Y desde ese día, no te acosaba más, ya no era necesario, puesto que ya hablábamos, como amigos normales, sin la necesidad de que yo te persiguiera todos los días, nos volvimos inseparables.
Otro recuerdo que quiero añadir a mi redacción tan nostálgica, es el día en el que fuiste por primera vez a mi hogar. Vaya, lo recuerdo con tantos nervios, me preguntaba si mis padres iban a estar de necios; o si no les ibas a caer bien, no fue lo que esperaba, comenzaste a conversar con ellos; tu voz y gestos llenos de carisma los dejaron totalmente engatusados con tu forma de ser.
El momento se tornó tenso cuando ellos sacaron el tema de los noviazgos; preguntando delante de ti si yo estaba en una relación.
En ese instante, cuando escuché tu risa forzada y como te disculpaste para ir al baño. Me di cuenta de algo, me sentí estúpido, sentí como si fuera el inepto más inepto de toda esta vida.
Porque me gustabas, gustas y gustarás. No, eso no, descubrí que estoy irremediablemente enamorado de ti, de todo tu ser. De tus rasgos asiáticos y tu voz barítono, que no era una idolatría o adoración hacia ti, que sólo era un idiota enamorado.
Y sentí miedo.
Por primera vez, sentí miedo de lo que mis padres fueran a pensar respecto a mí. Me aterraba pensar en la reacción de tus padres si se llegaban a entrar de mis sentimientos tan sólidos y fuertes hacia ti.
Para poder liberar mis sentimientos, te escribí una cursi carta, llena de errores de gramática y tildes en lugares erróneos, me dio tanta vergüenza cuando la leíste. Pero en lugar de burlarte de mí, me diste un gran abrazo; te había encantado.
Desde ese día mi gusto por la escritura surgió, mis relatos primero pasaron por tus manos, los leías, los acariciabas con tus ojos; y tras mantener estos relatos en tan sólo nuestra relación, me convenciste de publicarlos en una página que yo antes desconocía, de igual forma, me diste mi seudónimo; Apolo.
Apolo se volvió una sensación en blogs y diversas páginas. Pero no era yo, Jacinto. Ese sólo era Apolo; el flamante escritor que se sentaba a plasmar sus escritos con una taza de café amargo y música alternativa de fondo. No era yo, el muchacho de apariencia "exótica" que sólo era (y es) un tonto enamorado.
No vale la pena decir que pasó después de que te di esa carta donde escribí todo lo que sentía hacia a ti; desde la simple atracción hasta el enamoramiento confundido con idolatría. Me convertí en el hombre más feliz del mundo ante tu respuesta.
Tal vez si vale la pena decirlo, Jacinto. Pero tú eras la razón por la que me levantaba con una sonrisa todas las mañanas.
Tú, sólo tú. Eras suficiente como para hacerme olvidar las constantes riñas con mis padres, como para hacerme olvidar mis malas calificaciones, como para hacerme olvidar de nuestros deberes como "cristianos".
Descubrí en todo ese tiempo muchas cosas, la cantidad de lunares que tienes en tu espalda baja, que eres realmente enfermizo. Que los conejos te causan alergia y entre más cosas que podrían ser potencialmente vergonzosas.
Los meses pasaron como un pestañeo, y pensar en ese avance me trae recuerdos todavía más agradables, como aquel día en el que fuimos a una playa cercana, solos, tú y yo. Habíamos pasado a cuarto año y me regañaste constantemente por mi costumbre a fumar, a pesar de que tan solamente comencé por curiosidad. Ese día en el que estábamos admirando el mar y nos bañamos juntos. Nos besamos y nos tocamos como nunca. Ese día donde estábamos solos.
Sólo tú y yo, mi amor.
Ese fue uno de los días en los que me sentí verdaderamente pleno, sentí que estaba haciendo algo más con mi vida aparte de ser el chico que no se quería concentrar en las clases y fumaba por "verse atractivo". Ese día, un día en el que hiciste trenzas en mi largo y oscuro cabello, ese día donde dijiste lo tanto que amabas mi tez bronceada y que mis ojos eran como piedras preciosas; ámbar, tu color favorito. Me hiciste sonrojar con tus palabras.
Declaré que desde que te vi, mi color preferido es el verde, por tu hermoso cabello. Ambos nos quedamos ahí, sentados y admirando esos cielos dorados que nos cubrían durante esa excepcional tarde.
Pero luego de eso, no sé qué fue lo que sucedió. Porque tu salud fue deteriorando.
No tenías el mismo brillo en tus ojos, te cansabas más rápido y a veces te la pasabas casi todo el día en cama. Me pregunté qué te pasaba, les pregunté a tus padres, no me dijeron. Te lo pregunté y me dijiste que era sólo una de esas gripes que te entraban y se te iban rápido.
Pero no fue así, Jacinto. Claro que no lo fue.
Tu salud se deterioró tanto en los próximos meses, y en un parpadeo sucedieron demasiadas cosas que todavía no me veo capaz de entender. No me lo esperé, pensé que te pondrías bien rápido y que volveríamos ir a la playa, como hacía tan sólo unos meses atrás. Pero no fue posible, mi amor. Porque te perdí.
A veces creo que te envenenaron, a veces creo que fue una cruel jugada de parte del destino.
Recuerdo como lloré, Jacinto, lloré muchísimo por tu partida, me arrepentí de nunca sacar a la luz nuestra relación, me arrepentí de todas las cosas que pudimos haber hecho.
Me arrepentí de no haber escapado de la ciudad contigo.
Tu muerte afectó tanto a nuestros amigos como a tu familia; pero a nadie le afectó tanto como a mí, mi corazón se rompió, mi alma se desmoronó en miles de pedazos.
Cuando hicieron tu funeral, sentí que iba a vomitar, sentí que iba a cometer una locura; y la cometí, Jacinto, pues, delante de todos vociferé nuestra "pecaminosa" relación.
Tanto tu familia como la mía se mostraron indignadas, muy indignadas. Tus parientes me terminaron acusando de manchar con pecado a un ser tan puro como tú, me acusaron de ensuciar un acto tan lleno de pureza como un funeral. Ese fue un día de pleitos en el cual terminé con un ojo morado por culpa de tu padre, una marca de tacón en el rostro por culpa de tu madre. Y no mencionemos a tus primos, me apalearon por aquella declaración.
Pero no me importó, no me importó tener esas marcas en mi cuerpo.
Tras eso, caí en una profunda depresión donde me preguntaba: ¿A quién voy a amar? ¿A quién voy a idolatrar como hice contigo en un inicio? ¿Quién va a ser mi estro, mi inspiración para escribir? Me harté de los cientos de psicólogos que mis padres me hicieron visitar, me cansé, me sentí perdido sin ti, sin tu luz que me guiaba.
Me di cuenta de que nadie podría tomar tu lugar, Jacinto. Nunca sería capaz de amar tanto a alguien como sucedió contigo, nadie penetraría en mi corazón de esa forma tan intensa en la que tú lo hiciste.
Solamente... nadie.
Amor mío, como dije en un principio, las lágrimas están corriendo por mis mejillas mientras escribo esta carta, a las seis y de pie en uno de los tantos puentes de la ciudad, observando como los vehículos pasan por la vía y admirando los cielos dorados que están encima de mí ahora mismo. Y me pregunto; ¿estarás esperando por mí?
Tal vez, Apolo estará con Jacinto de nuevo.
Entonces, él, entre lágrimas y gimoteos, quemó la carta. Las cenizas volaron con la brisa que agitaba con fuerza, esperó con fervor que esas cenizas llegaran donde su amado. Rogó que anunciaran acerca de su pronta llegada hasta aquellos cielos dorados a los que tanto anhelaba ir.
Miró nuevamente hacia la vía y se impulsó con sus manos por el borde del puente. Primero sintió la brisa echar su suave y largo cabello hacia atrás, cerró los ojos y sonrió. Todo su cuerpo convulsionó en dolor cuando aterrizó. Pero la sonrisa no se apartó de su rostro.
Sus huesos, sintió como si sus huesos se hubieran roto todos al mismo tiempo.
Varios autos se detuvieron y muchas personas se acercaron a grabar, pocas a socorrerlo. Pero él no quería ayuda, y con esa sonrisa en el rostro. Vio a su novio, su asiático/inglés de cabellos color verde delante de él, extendiendo su mano para que la tomara.
Los cielos dorados eran más hermosos de lo que jamás imaginó.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro