Él se volvió su respiración, su objetivo, pero sobre todo su obsesión, encontrarlo y capturarlo era su primera imposición a cumplir.

Cuando sus ojos se miraron por primera vez, frente a frente, cara a cara la incapacidad lo abrazó por completo.

Uno renunció a todo y el otro lo entregó todo.

Un amor floreció y un enemigo apareció.

Pero no uno cualquiera, sino uno que los separó.

Se fusionaron y convirtieron en uno solo; pero el día final los sorprendió y uno de ellos renunció.

                          ¿porqué?

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—¿Estás seguro de esto?— preguntó con su característica mirada oscura mientras sostenía en sus manos una cuerda de poliéster el doble de resistente que las que solía utilizar.

El húmedo interior de aquel estacionamiento abandonado al que habían ido a parar los envolvía cada vez más en su asfixiante penumbra.

Ese pequeño pero fuerte cuerpo que yacía sobre una silla de madera lo miraba suplicante para que continuara.

—Estoy seguro Mister Gold— sus dientes estaban fuertemente apretandos y contenía la respiración para no llorar, aquello podía resultar en un desastre total y no sabía si saldría vivo de allí por lo tanto se dedicó a observar a ese cálido chico que lo había amado como nunca antes nadie lo había echo.

—¿Porqué me llamas así?— frunció el seño confundido.

—Es solo por seguridad, no sabemos quien pueda estar viendo y escuchando todo.

—De acuerdo— se acercó hacia él y suavemente ató sus manos detrás de la silla en la que reposaba. Se detuvo muy cerca de sus labios y dejó un apasionado beso en ellos— no te pasará nada, yo estaré vigilando.

El contrario asintió frenéticamente. Su corazón latía a mil por hora y sus manos y frente comenzaron a sudar en cuanto su protector abandonó el lugar dejándolo solo a merced de quien sabe que clase de personas.

Su miembro latente se detuvo al ver a la persona que acababa de entrar al lugar solo minutos después de estar atado. Su garganta se secó y fue obstruida por un grueso nudo que no lo dejaba respirar.

En ese instante su protector salió acompañado de más de veinte hombres armados hasta los dientes. Ambos bandos se miraban amenazante mientras se apuntaban unos a otros.

—Yo lo amo, ¡no puedes hacerlo!— bajó su cabeza con lágrimas en los ojos.

—Yo lo odio y va a morir— apuntó su arma favorita hacia la cabeza de su víctima número quinientos decidido a matarlo.

Es imposible amar a quien no te amó de forma sincera. Es imposible olvidar los buenos momentos que siempre creímos que eran honestos.

Sus vidas se cruzan solo para descubrir esa dolorosa verdad.