El aire lo golpeaba fuerte mientras avanzaba por la autopista en su nueva motocicleta. La había comprado recientemente por si algún día la llegase a necesitar, lo que nunca pensó es que ese momento iba a llegar tan pronto.

Odiaba ese tipo de vehículos porque se sentía expuesto a todo, débil y vulnerable, algo que no era en lo absoluto.

Había llamado. No había contestado la persona a la que quería fervientemente escuchar, pero le habían contestado, eso ya era un avance.

¿Quizás se está haciendo el duro? Pensó.

Soltó una carcajada que estremeció el túnel por el que transitaba.

¿Eres tonto, Jimin? Se recalcó a sí mismo en sus pensamientos. Es obvio que se está haciendo el importante.

Su rostro se ensombreció. ¿A quién quiero engañar? Me gusta que se comporte así, muy en el fondo, me gusta.

Sacudió su cabeza, aún observando al frente los montones de autos cruzar a su costado.

¿Desde cuándo he desarrollado este trastorno de bipolaridad? Cálmate Jimin.

Habían acordado encontrarse allí, donde todo comenzó. Sus nervios crecían conforme avanzaban los kilómetros, estaba nervioso como si hubiera sido la primera vez.

Todo estaba exactamente igual que aquel día que tanto odió hacía uno tiempo atrás.

Y allí estaba él. ¿Quería volverlo loco?. ¿Porqué demonios llevaba su máscara puesta? Se suponía que ya le había dado esa confianza.

Su rostro entristeció. Esa confianza la habia perdido el día en que corrió como loco tratando de huir.

El cuerpo imponente del chico al que había comenzado a amar se mantenía rígido y sin emitir algún movimiento que indicara lo que sentía o que le preocupaba.

—¿Para que quieres hablar conmigo?— bufó con aquel carácter de los mil demonios que pocos soportaban.

¿Ese fue su saludo? Pensó el rubio. Claro, una bienvenida a su manera. Jungkook era especial por eso, hacía cosas inusuales en los demás. Eso quiso creer, prefirió aferrarse a esa conclusión por evitar lastimar mucho más su magullado corazón que se arrugaba adolorido por la frialdad que tenía delante.

—Solo quiero que me ayudes— un susurro, eso fue su voz al soltar la frase.

Una pequeña risa burlona se escuchó del otro lado de aquella oscura máscara dorada.

—¿Ayuda?, ¿en serio eso quieres de mi? No me hagas reír— obligó a sus pies a dar dos pasos hacia el frente. Aunque no lo demostrara a simple vista, se estaba conteniendo— te ofrecí mi ayuda, ¿recuerdas? Y la despreciaste como si fuera basura. Me pides ayuda ahora luego de que te fuiste, luego de que me humillé y te rogué, luego de que pisotearas mis sentimientos como si fueran cucarachas. No Jimin, así no son las cosas conmigo, o es todo o nada. No quiero tus migajas. Mejor vete y olvida que existo, yo haré lo mismo— se dio la vuelta y comenzó a caminar. Su pecho dolía como el infierno, sentía que el mismísimo diablo le estaba arrancando el corazón sin ningún tipo de piedad. ¿Era eso el amor no correspondido? ¿Como un puñal que se clava una y otra vez en el pecho?. No quería volver a sentirlo, no quería sufrir más por alguien que no sentía ni lástima por él.

¿Eso era todo, así acabarían? Una lágrima rodó por su mejilla fundiéndose con el dorado de una máscara que había sido la salvación y a la vez la perdición de su miserable vida. Recordaba la última vez que había llorado. Era en esos horribles días en los que a su madre no le temblaba la mano para pegarle hasta casi matarlo. En los que su padrastro llegaba borracho, agarraba a su madre por el cabello y la arrastraba por toda la casa y luego lo buscaba a él para pegarle con un tubo de hierro. Nunca había vuelto a llorar desde aquellos días y ahora lo hacía por un chico del que nunca esperó enamorarse pero con el que su corazón se había encaprichado y no quería soltar.