Muchas veces un beso significa más que mil palabras, palabras que no fueron pronunciadas por ninguno de ellos. Lo único que los motivaba y los hacía sentir cosas que nunca antes habían sentido era ese pequeño pero gigante gesto que el ser humano adora brindar cuando se está enamorado.

Jimin no detuvo el beso, al contrario, quiso seguir adelante. El cosquilleo que se producía en su estómago era algo nuevo para él y lo encontraba ,de cierta forma, fascinante.

Mientras su corazón lo incentivaba a continuar con esa dulce acción, su cabeza le gritaba que no debía mezclarse con un asesino, que eso estaba mal. Pero muchas veces lo malo es bueno y lo bueno es malo.

Una de las manos escurridizas de Jungkook acariciaba su espalda mientras poco a poco se adentraba por debajo de la camisa y rozaba con sus dedos la piel desnuda y sensible de aquel chico pelirubio. Jimin se estremeció. No supo porque fue solo sabía que quería más. Y ahí fue cuando calló en la cuanta de que tenía que detenerse.

Lo empujó con todas sus fuerzas y se levantó rápidamente del sofá.

—¿¡Qué estás haciendo!?, ¿¡te volviste loco!?— con el dorso de su mano limpió su boca.

El contrario sonriendo se puso de pie y se colocó frente al rubio.

—Loco estoy desde que nací. Y en cuanto a lo que estaba haciendo, lo quería y tú también.

—¿Qué?— frotó su cabeza molesto— ¡en tus sueños!

—Hubieras podido detenerme pero me seguiste el beso, eso es querer— mordió su labio inferior mientras observaba lo que había acabado de probar.

—Estás enfermo— lo miró con asco— ¡vete de mi habitación!— señaló con una de sus manos la puerta de salida.

—Te recuerdo, corazón— se acercó y acarició la mejilla de Jimin— que esta es mi casa.

Algo en el pecho del más bajo se rompió. No sabía el porqué pero aquellas palabras le habían dolido mucho. ¿Cómo puede una persona ser cálida y dulce y al instante volverse como un témpano de hielo?

—Tienes razón, que tonto soy. El que se tiene que ir soy yo— caminó, casi corrió hasta la puerta pero un fuerte brazo lo sostuvo por la muñeca impidiendo que escapara.

—No vas a ir a ningún lado. Estamos lejos de tu casa.

—No me importa, estoy bien y puedo tomar un vuelo directo. No es necesario que permanezca aquí por más tiempo.

—Me parece que no me has entendido aún, Jimin— recalcó su nombre mientras su rostro iba cambiando a un semblante para nada agradable de ver— no vas a ir a ningún lado porque a mi no me da la gana.

Jimin padeció al instante. No creía lo que estaba escuchando. Hasta ese instante no sabía en dónde se había metido y ahora que lo había descubierto quería que la tierra se partiera en dos y se lo tragara.

—¿Estás..estás diciendo que no tengo derecho a irme?— presionó sus labios intentando contener las lágrimas, pero sobre todo la rabia que escarbaba sus entrañas buscando salir al exterior.

—Veo que sabes usar la cabeza— sonrió con sorna— y no solo eso— hizo una pausa y se acercó lo más que pudo a Jimin, quien apretó sus puños con fuerza para ocultar los temblores— no te irás de aquí hasta que yo quiera, ve acostumbrándote porque ahora me perteneces.

Y dicho esto besó la pálida mejilla del rubio que se mantenía estático mirando a la nada y salió por la puerta cerrando la misma con llave.

INFIERNO, esa era la palabra perfecta para describir aquel lugar.

DIABLO, esa era la palabra perfecta para describir a aquel hombre.

A veces no es necesario morir y que sean contabilizados nuestros pecados para conocer ese lugar tan perverso al que nadie desea ir. Pero Jimin tuvo esa mala suerte, esa maldita mala suerte que tanto evitaba. Ya no le quedaba nada, nada excepto consumirse en las llamas y sentarse en el trono junto a Hades. Solo de esa forma podría apoderarse del látigo y domar al diablo.