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Nunca sintió la calidez de su oficina tan agradable como ahora. Sabía perfectamente porqué llevaba dos días más sonriente de lo normal y estaba feliz con ello, aunque un poco incómodo ya que no acostumbraba a mostrar cambios repentinos en su humor. Incluso Hoseok se había percatado de aquel giro en su amigo y lo observaba con rostro extrañado.
Jimin se había mantenido oculto en su habitación sin salir, hasta ahora.
Mientras tanto Hoseok batallaba por encontrar la causa de tantas sonrisas en su amigo.
Era media tarde y se hallaban los dos compañeros sentados en la sala de estar de aquel gran apartamento. Se mantenían en silencio; pero como hacía cuarenta y ocho horas, la pizca de diversión en la mirada del pelinegro hizo a Hoseok fruncir el ceño. Ya no se podía callar tenía que averiguar si o si a que se debía aquel cambio tan repentino en el humor de su jefe
—¿Se puede saber que te pasa?— apretó su boca al darse cuenta de que había hablado con la autoridad que nunca tuvo para con el contrario.
Todo rastro de alegría desapareció de los duros rasgos de Mr Gold y el escrutinio llenó su mirada.
—¿Se puede saber quien te permitió que me hablaras así?— despegó su espalda de la parte trasera del asiento y con la mirada estrecha aguardó la respuesta.
Hoseok mordió su labio inferior tratando de buscar una salida de su metedura de pata. Lo que menos quería era iniciar una nueva discusión en la que él siempre era el mayor perjudicado.
—Lo siento, es que he notado tu cambio de actitud y me preguntaba a que se debía.
La sonrisa apareció nuevamente en los labios y rostro del contrario lo que hizo a Hoseok desesperarse aún más internamente, y por mucho que evitaba que su cuerpo no lo transmitiera le era imposible.
—Tú trabajo no es saber, es actuar.
Jimin se encontraba en la parte más alta de la escalera. Había escuchado toda la conversación y también le había extrañado la manera de actuar de aquel hombre desconocido.
En su encuentro hacia varios días atrás se había mostrado frío, calculador y con una carcajada macabra que parecía no tener fin; pero aquello no era de su incumbencia.
Decidido retirarse se levantó y al poner un pie en el último escalón el crujido de la madera lo hizo abrir los ojos a tope.
El pelinegro había sacado un arma y la sostenía apuntando en su dirección se quedó helado sin poder hablar.
Hoseok, sin embargo, había marcado aquel día como el más inusual y lleno de sorpresas en su agenda. Había visto a aquel chico y se recordaba perfectamente de él; pero, ¿qué hacía allí?
—Yo, lo siento, no quería molestarlos, es solo que estaba aburrido allá arriba y quería recorrer la casa— se disculpó el rubio mientras se daba la vuelta para observarlos de frente.
Jungkook volvió a sonreír lo que hizo a Jimin fruncir el seño. La sonrisa se había vuelto parte de su día a día lo cual le resultaba extraño no solo a él, a un estupefacto Hoseok también.
—Puedes recorrerla todo lo que quieras pero no puedes salir— la autoridad no abandonó el tono de su voz.
Jimin asintió. No saldría, al menos no por ahora. Le convenía permanecer más tiempo en aquel lugar en busca de pistas o algo que lo condujera a la verdad.
Lo primero que se propuso fue ver la cara de aquel hombre, ¿siempre llevaba puesta aquella máscara? ¿Nunca se la quitaba? ¿Ni cuándo se bañaba?. El sonrojo cubrió sus mejillas ante la tonta idea que había cruzado por su cabeza...de ninguna manera lo iba a espiar en la ducha, a menos que no le quedara otra opción, ahí sí que se lo replantearía.
A toda prisa subió el escalón faltante. Decidió primero inspeccionar el piso de arriba. Aunque pensó un momento que aquella invitación a que siguiera su recorrido debía de ser porque antes de traerlo aquí había borrado toda evidencia; pero aún así los detectives siempre son perspicaces, algo tenía que encontrar, por muy insignificante que fuera.
El estrecho y pequeño pasillo de madera que conectaba todas las habitaciones fue recorrido por sus pies rápidamente. Cuidando de no emitir ningún sonido y de no ser visto decidió entrar en la primera puerta. Tomó la manecilla y la bajó suavemente. Al ingresar se encontró con una pequeña habitación decorada, parecía una sala de estar con muebles de color negro y dorado junto a las paredes de la derecha. Una chimenea calentaba y abrigaba aquel pequeño espacio. Una lujosa mesa de madera con un ordenador y muchos papeles que se extendían sobre ella estaba en una de las esquinas junto a la chimenea.
Recorrió con su vista, los anchos y largos estantes en las paredes, cubiertos de libros, muchos clásicos de la literatura antigua y novelas policiales. Los mismos le dieron ganas de reír. Como era posible que a un asesino le gustaran ese tipo de novelas.
Dejando a un lado todo caminó hacia el escritorio cerrando la puerta detrás de él.
Revisó con su minuciosa mirada cada uno de los estantes inferiores del pequeño escritorio. Tenía tres del lado derecho, una gaveta en el lado izquierdo y una pequeña puerta debajo de esta.
Se sentó sobre el sillón que acompañaba al escritorio y con su mano intentó abrir ese cajón, el qué más había llamado su atención.
No se sorprendió al ver que no cedía. Estaba asegurado. Lo dio por terminado ya que buscar la llave sería como encontrar una aguja en el océano.
Aún así su curiosidad no tenía fin.
Fijó su vista en la puerta para comprobar que estuviera cerrada y agudizó su oído en busca de algún tipo de ruido proveniente del exterior que lo alertara de una posible intromisión pero nada se percibía.
Con un poco más de prisa comenzó a revisar los cajones restantes. Montones y montones de documentos los llenaban ¿qué hacía él con tantos papeles?
El último de todos se encontraba casi vacío a excepción de un arma y un pequeño portafolio, el cual agarró, lo abrió y extendió todo su contenido sobre la mesa.
Lo que vio lo dejó pensado y replanteando muchas cosas en su cabeza.
Varias fotografías infantiles llenaban la pequeña bolsa de cuero negro. Una familia de dos personas aparentemente felices se hayaban en todas las imágenes.
Pero había algo en común en la mayoría y era la cara de un niño de negros ojos desprovistos de luz y sin pizca de alegría en su rostro.
Solo una de ellas mostraba verdadera felicidad. Una hermosa pareja de elegante vestir con un pequeño niño en brazos con mejillas rosadas y regordetas.
Un escalofrío acompañado de un nudo en su garganta lo invadió. Aquel niño tenía que ser el mismo hombre que se encontraba sentado tranquilamente en la sala de su casa.
Al ver aquellas fotos se dio cuenta de que su vida, su infancia no habían sido nada fáciles y muy en el fondo le dolía.
Sostuvo entre sus manos una pequeña foto en la que tendría aproximadamente unos cuantro años. Su rostro denotaba tristeza y una sonrisa fingida.
La puerta se abrió de golpe y un muy furioso hombre de cabellos negros como la tenebrosa oscuridad apareció frente a Jimin. En ese momento supo que estaba en problemas y en unos muy serios.
—¿Se puede saber que diablos haces revisando mis cosas?
Disculpen lo corto que está. Los estoy haciendo así para poder actualizar diario. Besitos.
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