•Tiro con arco a caballo•
—Cambié de opinión, Aioros. Acabo de recordar que tengo... algo que hacer.
Aioros suspiró y se masajeó las sienes.
—No seas tan difícil, Saga —advirtió irritado—. Me dijiste, en términos muy claros, que estarías dispuesto a aprender tiro con arco a caballo. Y, a menos que me equivoque terriblemente, esa habilidad implica montarse a lomos de un caballo.
Saga entrecerró los ojos ante la bestia negra que tenía delante. Estaba familiarizado con este caballo, pero eso no significaba que confiara en él. Cada vez que intentaba acercarse, la maldita cosa le mordía los dedos y Aioros le reprochaba tener poca paciencia con los seres vivos en general.
El caballo castrado miró plácidamente a Saga, luego bajó la cabeza hasta el suelo para degustar la hierba.
—No me agrada, Aioros. Es caprichoso y salvaje. Está pensando en pisotearme mientras hablamos.
—Súbete al caballo, Saga. Y los caballos no piensan. Tampoco planean tu asesinato. No seas innecesariamente paranoico.
—Bien. Procuraré regar mis sesos por tus zapatos cuando esta cosa me asesine —dijo sarcásticamente—. Dile a Kanon que arroje mi cuerpo a una zanja y que mate a Tatsumi. No soporto los funerales.
—Athena aprendió a montar a caballo a una edad temprana. ¡Y era una chiquilla, por todos los dioses! Tú eres un hombre adulto. Uno capaz de destruir estrellas. Confío en tus probabilidades de sobrevivir a una lección de equitación.
Saga levantó una ceja ante el comentario, pero optó por reprimir su lengua.
—De niño aprendí a controlar mi cosmos, no ha montar en un estúpido caballo —protestó, acercándose a regañadientes a la silla. Cautelosamente colocó su palma contra la suave columna del animal, pero el caballo lo ignoró a favor del pasto.
Saga vaciló y luego volvió a mirar a Aioros.
—El caballo me odia —afirmó, como si fuera lo obvio—. Y yo también. ¿Cómo quieres que haga esto?
—Sólo hazte su amigo.
—Entonces, ¿me enseñas a ser su amigo?
La mirada de Aioros se suavizó. Con un suspiro exasperado, tomó la mano de Saga para mantener el equilibrio y corrigió su postura, dirigiendo su bota izquierda hacia el estribo para poder balancear su pierna derecha sobre la silla.
Saga se encorvó en la silla de montar, con los ojos entrecerrados por la concentración. Ya se sentía tonto, pero mientras no se cayera al suelo, lo consideraría una victoria.
—Listo, ahora sujétate del pomo para mantener el equilibrio —indicó Aioros.
Saga, por el contrario, no soltó su agarre sobre él.
Después de un momento de incómodo silencio, Aioros dio un paso cuidadoso hacia adelante, guiando al caballo con una mano y sujetando a Saga con la otra. Saga estaba más nervioso de lo que quería admitir en voz alta: no era un gran aficionado a los caballos, y por lo general le resultaban indiferentes, pero Aioros tenía un efecto en él del que no lograba escapar, y a menudo terminaba cediendo a sus tonterías. De hecho, ni siquiera podría manejar un arco en circunstancias normales. Entonces, ¿cómo pretendía Aioros que lo hiciera en un maldito caballo? Además, ¿no necesitaría ambas manos para tal cosa?
—Con el tiempo te acostumbrarás a controlar tu montura sólo con las piernas —dijo Aioros, como si leyera su mente.
Saga se rió por lo bajo. Sí, por supuesto.
—¿Podrías concentrarte en la tarea que tienes entre manos? —espetó el hombre—. Espero que no estés tan rígido para cuando llegue tu caballo.
Saga parpadeó.
—¿Mi caballo? —preguntó con incredulidad.
—Obviamente no puedes montar a Harry para toda la vida. Es mío —dijo Aioros, asintiendo sabiamente en dirección a su caballo castrado. Saga entrecerró los ojos. ¿Esa bestia se llamaba Harry?
—¿Ése es su nombre... ? —balbuceó, moviendo su peso incómodamente en la silla.
—Sí, Harry —respondió Aioros —. También tienes que pensar en un nombre para el tuyo.
Saga resopló.
—Bien. Lo llamaré Cosa Uno.
—¿Quieres que te diga algo, Saga? Me enorgullezco de mi capacidad para ver el valor de las personas y encontrarles un papel —recitó Aioros, no por primera vez. Luego, una pequeña sonrisa apareció en su semblante y alzó la vista para encontrarse con la mirada del geminiano—. Creo que tendrás talento para esto. Demuéstrame que no estoy equivocado.
Le dio un último apretón en la mano y luego soltó las riendas, espoleando al caballo con una palmadita en el trasero. Esperaba que Saga entrara en pánico, o que al menos le suplicase ayuda, pero se sorprendió cuando el griego se bajó hábilmente del animal.
—Olvídalo, Aioros —siseó mientras se alejaba muy dignamente, sacudiendo el polvo imaginario de su ropa.
—¡No puedes irte!
—¡Mírame!
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