•El que se queda con las termas•
—¡Shura! —alguien, presumiblemente Aioros según la voz, golpeó la puerta de las famosas aguas termales subterráneas del Santuario, que estaba bien cerrada—. ¡Sal de ahí!
Shura no se molestó en dignificar esa demanda con una respuesta. Estaba cálido, finalmente, y contento. Saga y Aioros podían irse al demonio.
—¡Shura! —Aioros lo intentó de nuevo—. ¡Esto no es justo!
Shura tampoco estuvo de acuerdo con esa evaluación. Si bien Saga pudo haber sido el autor intelectual de la broma, Aioros no advirtió a Shura ni mostró mucha simpatía cuando una tarro de pintura cayó sobre él, seguido de una avalancha de plumas de pollo. Aioros también era culpable, en lo que a él respectaba.
—¡Saga lo siente mucho!
—No lo sient-
—Cierra la boca y discúlpate.
Hubo un largo período de silencio desde el otro lado de la puerta y un golpe muy fuerte, como si el hombre de cabello rubio hubiera sido reprendido físicamente por su hermano de cabello oscuro.
—Lo siento mucho, Shura. No era para ti. Era para Milo y Aioria.
Y una mierda, pensó Shura. Un "lo siento" no contaba para nada cuando ninguno de los dos lo sentía de verdad. Se inclinó hacia adelante y se dejó caer en la piscina hasta que sólo su rostro fue visible en el agua. Toda la conmoción en el exterior sonaba apagada y lejana con los oídos tapados, pero aún así, gracias a sus ocho sentidos, era comprensible.
—¡Dije que lo sentía, así que déjanos entrar!
—Saga...
—¡Nos estamos congelando aquí afuera!
Bueno, eso también era sólo otra consecuencia de sus acciones con la que tendrían que vivir. En opinión de Shura, que ambos fueron privados de sus amadas termas era el equivalente justo a tener un traje de plumas de pollo adherido a su cuerpo en pleno Coliseo; porque termas, termas, había muchas, a decir verdad, pero ninguna con las propiedades fantásticas como las que gozaba él en ese momento.
—¡Voy a decirle a Shion!
¿En serio? ¿Qué tenían, ocho años? ¿Y qué pensaban que iba a hacer Shion? Su voz sonaría tan intrascendente desde el otro lado de la puerta como la de ellos.
—¡Shura! ¡No puedes quedarte ahí todo el invierno!
Al contrario, Shura sonrió para sí mismo, sonaba como la mejor idea que había tenido en su vida. Luego estaba la pequeña complicación de que no había nada que comer, pero tal vez valiera la pena morirse de hambre si eso significaba privar a Saga y Aioros del agua gloriosamente tibia que acunaba cada célula de su cuerpo. Sí, los Santos de Oro a menudo morían en batalla, pero tal vez él podría morir en est
—Dame espacio, hijo.
La voz de Shion, repentinamente a su lado, despertó a Shura de su aturdimiento con una sorpresa incómoda. Balbuceó hasta sentarse, miró dos veces para asegurarse de que la puerta todavía estaba cerrada y luego se quedó observando sin comprender a su viejo mentor mientras el Patriarca se sumergía en las aguas.
—¿Cómo hiciste para... ?
Shion se limitó a enarcar un puntito.
—¿Crees que sólo hay una forma de entrar aquí? ¿De verdad?
Shura intentó (y falló) en no hacer un puchero.
—¿Chip y Dale lo saben?
—¿Los ves aquí ahora mismo?
—¡Shura! —Aioros lo intentó lastimeramente—. ¡Al menos déjame entrar! ¡Saga fue quien lo inició!
—¡Traidor! Tú eres el que dijo...
Hubo otro golpe de carga seguido de más forcejeos. Al menos los dos estaban encontrando otras formas de mantenerse calientes.
—¿Vas a dejarlos entrar? —preguntó Shura, con los ojos entrecerrados.
—¿Vas a hacer que acepten preparar la cena para nosotros primero? —indagó Shion a su vez.
Esa era una concesión fácil, en realidad.
—Trato hecho —dijo y se pusieron de acuerdo.
—¡Abre! —gimió Saga.
—¡Por favor! —suplicó Aioros.
—Pero en un minuto —dijo Shura, acomodándose en el agua con una sonrisa satisfecha.
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