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ii. Manicomio.

Una auténtica locura.

Así había descrito Pepper su nuevo pasatiempo antes de presentar el divorcio sobre la mesa. Algo bastante irónico en vista a las circunstancias, pero prefirió ser bueno esa vez y no reírse en su cara.

Es decir, claro que lo era. Visitar un manicomio por propia voluntad no podía ser otra cosa que una completa locura, pero, en su defensa, ella había empezado.

Después de todo, fue su esposa quien sugirió enviar a su madre a un hospital psiquiátrico, dígase, un manicomio.

La realidad era que Tony amaba a su madre. Era la mujer que más amaría en su vida, pero la situación era simplemente insostenible. Había prometido cuidarle en casa hasta el último día de su vida desde que su padre se había suicidado, pero cuando comenzó a volverse violenta, producto de una creciente demencia, no tuvo más opción.

Dejar que su madre volviera a atentar contra ellos por la razón que fuera no era algo plausible, no si él y Pepper buscaban tener hijos en algún momento.

Así que pese a tener toda la tecnología que la época ofrecía, todo el dinero para todas las enfermeras del mundo, eso no hacía que él y Pepper dejaran de discutir. El matrimonio veía la relación volverse insostenible por tener a aquella mujer hablando sola, encontrando fantasmas donde no había nada y despertándoles en el medio de la madrugada.

Fue lo mejor que podían hacer, por el bien de todos los implicados.

Dos años enteros pasaron desde que la había internado hasta que su madre, viuda, atacada por una enfermedad incurable, había fallecido dormida en el mismo lugar donde la encerró.

Admitía no haberla visitado demasiado, porque, al fin de cuentas, su queridísima madre solía enloquecer de solo verlo y no le reconocía. Dolía como ninguna otra cosa, así que había desistido. Pidió que se le notificaran cosas de suma importancia relacionadas a su evolución y nada más.

Durante los últimos cinco meses, estuvo recibiendo llamadas sobre su estado de salud, así que estuvo listo cuando le dijeron que debía ir a firmar la defunción, retirar el cuerpo y todas esas cosas que nadie quiere hacer.

No obstante, mientras ojeaba las fichas que debía terminar de llenar, no pudo evitar entablar una conversación con la madre superiora que manejaba el lugar, tratando de, al menos, poder mejorar un mínimo la última imagen que había tenido de su madre.

—Su madre hablaba mucho de usted, Señor Stark. Se notaba que le quería mucho.

Tonterías. Puras mentiras. Tony más de una vez se había retirado de aquel lugar lleno de rabia, viendo como se la llevaban a la fuerza para calmarla, porque ella gritaba y afirmaba que no le conocía de nada.

—No hablaba de usted con nadie, excepto con el chico.

El chico.

Tony asumió que se refería a un enfermero o un pasante. Tal vez a un aprendiz de la iglesia que buscaba ayudarle a confesarse antes de perder la poca cordura que le quedaba.

La verdad era que podría haber terminado de firmar todo, agradecer por la información, llegar a casa, abrazar a su esposa y planificar un entierro decente para su pobre madre.

Pero, vamos, Tony era un ingeniero curioso por naturaleza. Si bien jamás había sido muy avispado para entender de cosas más allá de las maquinas que había diseñado, tenía la mente abierta a todo tipo de cosa que se le antojara fascinante. Y que alguien, por muy joven que fuera, hubiese logrado que su madre le recordara, era algo que necesitaba presenciar con sus propios ojos.

Así que pidió como último favor, que le llevaran frente al joven trabajador que había logrado semejante cosa.

Pero bueno, la vida es de todo menos justa. De todo menos predecible.

Todas las esperanzas de Tony de saber que tanto había dicho su madre sobre él, parecieron esfumarse de golpe al ingresar a un pabellón de recreo en el tercer piso donde varios internos estaban sumidos en su propio mundo.

Y allí, en una esquina apartada, hecho una bolita que abrazaba sus propias piernas y miraba con asombro por la ventana, se encontraba el famoso muchacho.

Se veía ínfimo, con el cabello sin engominar y con sus dulces bucles adornando toda su cabeza. Iba descalzo, pero vistiendo de un apagado gris, como los demás.

Estaba solo, con la mirada perdida, pero con un semblante tranquilo y suave.

—Peter Parker, dieciocho años. Huérfano, mató a sus padres, pero jura que no fue su intención. Según él, una araña le picó esa mañana y perdió el control de su propia fuerza— había murmurado la bendita monja que estaba encargada de alcanzarle las medicinas—. Sigue pensando que tiene alguna especie de poder otorgado por el insecto que le picó, señor Stark. Suena terrible, pero le aseguro que desde que ha llegado aquí, jamás ha lastimado a nadie. Dice estar arrepentido.

Y Tony pudo darse media vuelta y largarse.

¿Qué podía decirle un demente sobre su madre que a él le interesara escuchar? ¿Cuántas horas de su vida pensaba gastar en semejante tontería? Era ridículo siquiera pensar que algo bueno podría salir de eso, pero, entonces, el chico sonrió y se dio vuelta para mirarle, como si supiera que estaba allí por él.

Tony no pidió permiso para sentarse junto a él y el chico no se quejó, solo le miraba con una mejilla apoyada en su rodilla y los ojitos bien clavados en él, admirándole ilusionado. Daba la maldita sensación de haber estado esperando por él, de tener muchas ganas de escucharle, de querer ser su amigo.

Y Tony, envuelto en la nostalgia y la obvia necesidad de contención, suspiró, quedándose allí durante cuarenta minutos, dando paso a sus monólogos, sus pensamientos y, finalmente, sus preguntas.

—...Así que no creo estar listo para tener niños. No estoy seguro de si se me darían bien, porque mi padre fue un completo asno— masculló, sintiendo que toda la rabia, toda la incertidumbre y la jodida carga que llevaba en la espalda, se descomprimía poco a poco al ir escupiendo las palabras. No obstante, el chico solo le miraba en silencio, con una pequeña sonrisa en los labios, asintiendo a todo lo que decía sin hacer ni un solo sonido—. ¿Hablas? ¿Escuchas? Responde, mocoso.

Tony esperaba que el chico soltara una risa desquiciada o no entendiera ni una palabra de lo que él decía. No sabía por qué. Suponía que la novedad que era la televisión, se había encargado de sepultar en la desgracia la fama de los manicomios.

Pero no. El muchacho remojó sus labios y suspiró una pequeña risa, achinando sus lindos ojos.

—María tenia razón. Usted es muy hermoso, señor Stark— murmuró—. Me habló tanto de usted que es imposible no saber ya todo lo que acaba de decirme. Le extraño mucho, señor. ¿Usted la extraña? Claro que la extraña. Si no, no estaría aquí, conmigo.

Y eso resultó ser. Una maquina imparable de hablar. Tal vez por eso se había mantenido tan callado todo ese tiempo, porque sabía que una vez que abriera la boca, ya no podría cerrarla.

El chico decía desde la cosa más graciosa hasta la más descabellada. De verdad, decía muchos sinsentidos. Pero no podía negar que cada cosa que comentó de su madre, era cierta. Esos recuerdos de su infancia, esos detalles tan pequeños.

Peter le dijo que su madre no le reconocía de grande porque no recordaba que Tony había crecido. Le aseguró, que ella se había ido recordando a Tony como un chico de dieciocho años y que lo confundía con él todo el tiempo, así que se encargaba de besarle la frente y acomodarle la ropa cada vez que lo veía. Y Peter, sin corazón para apartarla, fingía ser Tony durante horas hasta que ella se dormía.

Así que ese día, se fue de aquel lugar con un nudo enorme en la garganta, pero con la sana tranquilidad de saber que su madre había pasado los últimos años engañada, pero feliz.

Y eso pudo haber sido todo. De hecho, eso era todo. Ya no tenía nada más que lo atara a ese lugar. Ninguna madre que visitar, ningún cuerpo que retirar.

Y, sin embargo, Tony se pasó por allí al día siguiente. Y al siguiente. Y así, todos los días.

Al principio solo pasaba media hora a dejar algo. Luego, empezó a extender su estancia hasta que, finalmente, pasaba más horas allí que en su casa o el trabajo.

¿La razón? El chico, por supuesto. El muchacho de ojos café que parecía ser la jodida alegría de ese espantoso lugar. Si Peter encendía la radio y ponía música, sacaba a todos a bailar, hasta a quienes no sabían hacerlo.

Contaba historias y actuaba voces para hacer reír a los menos cooperativos. Inventaba juegos y ayudaba a las monjas todo el tiempo, calmando a los internos, llevando cosas pesadas o consolando a familiares de quienes no soportaban su propia locura.

Con el pasar de los meses, Tony se encontró creyendo cada palabra de lo que el chico decía, porque la magia que irradiaba, todos sus relatos y cuentos, lograban que de repente, el mundo fuera un lugar mejor.

Si el chico decía que tenía poderes de araña, él le creía. Si decía que era un superhéroe, le creía. El muchacho aseguraba tener mejor oído que los demás, mejor olfato y un sexto sentido que le avisaba cuando algo iba mal. También le decía que podía trepar paredes y lanzar telarañas para balancearse por el lugar, pero que no quería asustar a nadie y que las enfermeras tampoco le dejaban hacerlo y por eso no le podía mostrar.

También sabía envolver a los demás internos en sus historias. Decía que James Rhodes, un ex Coronel que había perdido sus piernas en batalla, era en realidad un héroe y que sí podía caminar cuando nadie le veía. Afirmaba que tenía en alguna parte, una prótesis que le permitía moverse libremente, hasta saltar tanto como quisiera, tal alto, que seguro llegaba al techo de un solo movimiento.

Decía también, que el hombre que padecía Amnesia al fondo de la sala, ese que siempre estaba callado y dulcificaba todo con sus ojos azules, en realidad, no era un humano. Que era un ser superior que podía leer la mente de todos ellos. Como el hombre no hablaba mucho, Peter le llamaba Visión, porque aseguraba que él podía verlo y saberlo todo.

Murmuraba que el paciente más peligroso que tenían escondido en la planta más alta, ese asesino a sangre fría al cual habían diagnosticado con personalidad múltiple, era en realidad un príncipe, un dios o un rey al que habían desterrado. Peter no sabía su nombre, pero le decía Loki, como al de los cuentos que leía antes de irse a dormir.

Decía que la muchacha con esquizofrenia a la que siempre terminaban encerrando por sus ataques, era en realidad, una bruja muy poderosa llamada Wanda. Y que el enfermero que llevaba una horrible herida en el rostro, la famosa sonrisa de payaso, que había sido atacado por un violento interno, le llamaba Happy.

Y Tony le seguía el rollo. Si lo pensaba, esas historias eran mejores que las reales. Visión parecía seguirle el juego también, dejando que Peter le enseñara cosas que él había olvidado, disfrutando su dulce compañía.

Eventualmente, las tardes de charlas se convirtieron en tardes de juegos.

Peter insistía en arrastrarle a su mundo, a explotar toda esa imaginación, a convertirle en lo que él quisiera ser.

Así que, durante las mañanas, Tony solo era un pésimo esposo, padre de ningún hijo, Ingeniero mecánico en la empresa mediana familiar, sin amigos de verdad.

Y, por las tardes luego del trabajo, era un ingeniero dueño de la industria de tecnología más grande la historia. Soltero, mejor amigo de James Rhodes, Jefe de Happy Hogan, amigo y creador de Visión. Mentor y enamorado de Peter Benjamín Parker.

Fingía ser un superhéroe con él, fingía trabajar con él en máquinas, hacer bocetos, debatir ideas. Tanto fingía, tanto reían, que una tarde, tuvo la grandiosa idea de fabricarle un traje al chico. No uno tecnológico como el muchacho imaginaba, porque las barbaridades que ostentaban no estaban al alcance de su mano, ni la de nadie, pero al menos respetó el diseño y los colores lo más que pudo e hizo que la tela fuera fresca para que no le estorbara.

Peter nada más verlo se le había lanzado encima, llenándole el rostro de besos detrás de la primera cortina donde se pudieron esconder. Tanto tiempo pasaba con Peter, tanto creía en sus palabras, tanto se había enamorado de su sincera locura, tanto le gustaba el mundo que el chico que había creado, que realmente empezó a verlo.

Empezó a ver aquel paisaje futurista que el chico le describía.

Un complejo de superhéroes, una torre en el medio de la ciudad con su apellido, sus armaduras. Su pasado, su historia completamente reescrita. Tenía recuerdos y anécdotas de cosas que jamás le habían ocurrido, pero estaban tan vividas en su mente, que Tony no podía negar que realmente habían ocurrido.

El exceso de imaginación, por supuesto había aumentado excesivamente su felicidad y autoestima, pero había terminado de arruinar lo que quedaba de su matrimonio.

Llegado a un punto, Tony comenzó a hablarle al techo de la casa, asegurándole a Pepper que había una inteligencia artificial que hacía todo lo que él decía. Que tenía reuniones en otros países, que tenía que salvar al mundo de una amenaza superior.

Todos esos cambios, cosas que Pepper describió como tonterías y locuras infundadas, le valieron el divorcio.

Y eso pudo haber dolido, tal vez, siete meses atrás, cuando la realidad era solo eso, cuando no existía nada más allá de lo que conocía.

Honestamente, Tony se había perdido. Tenía intervalos en los cuales creía saber qué cosas eran reales y cuales eran un cuento inventado en un manicomio. Pero luego, pasaba de estar en un taller diseñando una nueva armadura a estar sentado frente a una pared, moviendo las manos como si estuviese haciendo algo, cuando en realidad, allí no había nada.

Era preocupante para quien lo viera desde afuera. Pero para Tony, nada de eso era importante, porque, al final del día, Peter esperaba, asomado en la ventana, con su traje rojo y azul, con sus cuentos, con sus amigos de verdad, con todo el universo que habían creado juntos.

Esperaba que su Señor Stark llegara al complejo, que le enseñaran cosas a Visión, que rieran con el Coronel, que se burlaran de Happy.

Le esperaba listo para abrazarle, para decirle que era el hombre más increíble que había conocido y que juntos, iban a cambiar el mundo.

No se si esto es tierno o triste, ya me dirán ustedes ♥

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