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P r ó l o g o


¿He? ¿Porqué lloras? —preguntó una niña de unos cinco años.

Esta tenía un cabello largo hasta la altura de la mitad de su espalda y negros como la mismísima noche, y sus ojos..

Sus ojos eran de un azul color cielo, esos en donde parecías poder perderte fácilmente.

El pequeño rubio de su misma edad, que estaba sentado en el pasto mientras tenía su cabeza escondida entre sus brazos, subió su cara para encontrarse con aquella pequeña, quien lo miraba con una mueca triste.

Él, con sus manitas, limpió todo rastro de lágrimas que bajaban por sus mofletes, y le regaló una sonrisa fingida.

—Nada, no ha pasado nada.

Ella frunció el ceño.

—¿Cómo que no ha pasado nada? —preguntó cruzándose de brazos. — Mamá me ha dicho que cuando alguien llora es porque está mal.

Él se sorprendió un poco. No esperaba que ella fuera tan... No sabía ni cómo definirla.

—Además, tú estás mal. —ahora lo apuntaba. — ¿Qué tienes?

—Nada. —volvió a negar. La pequeña soltó un suspiro, y se sentó a su lado sin importarle ensuciar sus pantalones caqui, uno extraño para ser de una niña. Ya que la mayoría de ellas utiliza vestidos.— ¿Qué haces?— preguntó extrañado al verla situarse a su lado.

—Me quedaré aquí. —señaló donde estaba sentada. —Hasta que me digas porque llorabas.

Su cara era todo un poema, estaba un poco desconcertado por su acción. Si fuera otra persona, obviamente se hubiera ido dejándolo completamente sólo, o como aquellos niños crueles que lo hubiesen humillado, pero ella....

Ella no lo había hecho.

Agradeció aquello internamente.

Ambos eran unos chiquillos para ese entonces, así que el pequeño de cabellos dorados hasta la altura de sus hombros, se dejó llevar por su dolor y quiso compartir con ella su experiencia.

—Ya veo...—dijo la niña después de que lo hubiera escuchado con atención.— Entonces, no quieres jugar con ese balón porque unos niños te dijeron que pareces niña.. Y las niñas no juegan.. —Él asintió, y la fémina frunció el ceño.— Eso es injusto.

Claro que lo era.

—Lo sé. —murmuró un poco bajo poniéndose en la misma posición de antes. Ella volteó a verlo.

Él, era guapo, eso tenía que aceptarlo, tenía unas facciones tan delicadas, con una cabello que parecía brillar como el mismísimo oro, unas pestañas largas que ni su madre parecía tenerlas, de nariz respingada y un poco pequeña pero no tanto. Sí, parecía niña, debía admitirlo, pero no por ello esos niños debieron excluirlo del grupo. Qué fuera lindo no tenía nada que ver. Pero esos niños no quisieron entenderlo.

Eso fue lo que le había contado aquel rubio de expresión triste.

—Oye, no debes dejarte llevar por lo que digan ellos, si a ti te gusta patear ese balón, ¡Ve por él! ¡No pienses en el qué dirán! —animó la niña haciendo que el de hebras doradas la mirara detenidamente.

¿Quién era y de dónde había salido? –se preguntó.

Ella se levantó situándose al frente de él con una gran sonrisa.

—¡Anda ánimo! —su voz lo sacó de sus pensamientos, haciendo que reaccionara un poco. Esa niña tenía energía de sobra.

—¡Sí!

Su actitud tan optimista fue lo que lo llevó a hacer lo que parecía ser irreparable para él.

Tiempo más tarde se veía a lo lejos a una niña de cabellos negros animar a un niño rubio que jugaba por el parque dando regates y a veces chutando el balón hacia unas botellas –que habían conseguido por allí tiradas–, simulando ser una portería.

—Eso es, ¡Ya está! —chilló la niña alegremente al ver al contrario conseguir otro “magnífico” gol, como lo había llamado la niña.

El rubio que estaba respirando agitadamente, sintió dos brazos envolverlo por el cuello. Se sorprendió un poco, pero luego se dejó llevar por la sensación que trasmitía aquella niña.

Ella parecía ser una de esas personas de luz, esa de las que un día su padre le había contado. Aquel ser que sería el mejor obsequio para un humano, una persona completamente pura y de buen corazón.

Y eso le agradaba al rubio, haber conseguido a una persona tan especial como aquella.

Por eso, empezó a llamarle con ese apodo un tanto peculiar para ella.

Qué poco a poco fue tomando forma.

—Eres mi Diosa de la Victoria.—así le llamaba cada vez que la veía.

¿Podía ser posible que aquella Diosa de la suerte existiera?

Parecía como un cuento de hadas.
Algo completamente absurdo, algo verdaderamente estúpido e ilógico, Pero para Aphrodi.. era real.

Él estaba cien por ciento seguro de algo.

Seguro de que aquella niña, tenía ese Don especial para atraer la Victoria a cualquier persona.
























¿Y Cuál era su misión?

























Proteger a aquella niña de las garras malignas de cualquier persona con planes malos para el futuro, y esconderla para si mismo.

Aunque sonara un tanto egoísta, su Diosa, no podía caer en las manos equivocadas.

Y él se encargaría de hacer todo lo posible para que nadie la aleje de su lado.

Así sea lo último que hiciera.

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PRÓXIMAMENTE
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