Reborn recorría las calles cubriendo su cuerpo con una túnica larga. No era de su gusto vestirse así, pero era lo mejor para poder moverse sin que lo reconocieran.

Mientras avanzaba podía contemplar los rostros alegres de la gente, las tierras llenas de cosechas, las estructuras de las casa bien cuidadas y decoradas, las escuelas llenas de niños y adolescentes disfrutando de sus clases. En definitiva, el reino estaba lleno de vida. Y eso se debía al joven que lo esperaba en la orilla de aquel lago.
Tal y como lo habían prometido se esforzaron en cumplir con sus obligaciones mientras disfrutaban de su amor. Tsuna o su pequeño cielo como le gustaba llamarlo en privado se esforzaba al máximo para poder mejorar las cosas en el reino, incluso hizo amistad con otros reyes con los cuales colaboraba para poder ayudar a los refugiados de aquellos reinos en crisis, también ha implementado algunas ideas de su antiguo mundo.
A veces Reborn se ponía a pensar por qué el menor nunca había intentado regresar, y no pudiendo resistir la duda se lo pregunto.
Cuando escucho al castaño contar todo lo que había pasado hasta el día que se conocieron agradecía nuevamente al cielo por permitirle encontrarlo y sacarlo de ese lugar. Aquella gente no se merecía a un joven tan amable y cálido como lo era su pareja. La prueba de lo maravilloso que es el chico está en que cada vez que se escapaba al reino siempre hacia amigos y la gente estaba dispuesta a ayudarlo, aunque no sabían que se trataba de su rey.
Así fue como logro conseguir a varios de sus consejeros y oficiales. En los últimos doscientos años habían tenido problemas y momentos estresantes, pero entre los dos lograron salir adelante. Y mientras le sostenía la mano a su rey y avanzaban hacia el castillo estaba seguro que sin importar que problemas o conflictos surjan en el futuro mientras se mantuvieran juntos serían capaces de superarlos todos.