
36
Mis padres regresaron con un montón de cosas navideñas en su auto y la enorme sorpresa de otros dos autos más estacionándose frente a mi hogar, de los cuales, un pequeño niño mocoso, seguido de otra más, corrieron hasta tirarme en la entrada de mi casa. ¿Cuánto habían crecido ya mis sobrinos? Supe notarlo cuando entre risas y su agudo "tío Jungkook" me levantaba del suelo para observarlos de pies a cabeza.
Cada uno era hijo de mis hermanos, la niña del mayor y el niño de mi hermana. Pude sonreír a mi pequeña sobrina cuando me enseñó la falta de su diente de leche y a mi sobrino cuando me contó hasta el número cincuenta.
Las vacías habitaciones llenas de fotografías sin recuerdos claros fueron ocupadas por sus respectivos dueños con sus pequeñas familias. La casa se llenó de ruido, extrañas voces cambiadas por la edad yendo de un lado a otro y mi madre apurada con ideas para la decoración.
Mi padre estaba decidido a descansar en el pequeño sillón de mi sala, con la mirada en la televisión y un programa de naturaleza extendiendo su conocimiento por todo el lugar. Sin embargo, una delgada mano jaló de su oreja obligandolo a buscar la caja de herramientas para colocar cada pequeña y excéntrica decoración que mi perfeccionista madre encontró en descuento.
Mientras que, ella de forma apurada llamaba a mis hermanos a ayudarle con la comida y otras tantas cosas. Cuál niños se movieron rumbo a ella, justo como los recordaba al ser yo apenas un niño y ellos adolescentes tal vez.
—Yo te ayudo, papá —llamé y mis pies enfundados en las pantuflas de conejo le siguieron de cerca rumbo a la cochera. Su mirada oscura se fijó en mi, pero volvió al camino con una sonrisa —. ¿Les fue bien?
—Claro que sí. Tu madre despilfarró mi dinero como cada año —me reí —, pero se ve feliz y yo estoy feliz si ella lo está.
—Por eso trabajas más horas en estas fechas para que gaste como quiera.
—La mal acostumbré —asimiló, sus largos dedos movieron la escalera para mí —. ¿Cómo estás tú? ¿Sobreviviste estos días sin nosotros?
—Me enfermé, me disloque la mano y —tuve sexo con un precioso chico en la casa —me vino a cuidar un amigo. Jimin.
—Sigo queriendo conocerlo, hablas más de él que de ti mismo últimamente. ¿Tan agradable es?
—Bueno, él es... —mal hablado, serio, con problemas de agresividad, inteligente, duro, directo — ¿Especial? Cuando le conoces sabes llevarlo.
Tener entre mis manos la caja de herramientas me permitió extenderla a mi padre, quién desde abajo seguía sosteniendo la escalera para mí y trataba de alcanzar la caja. Estando seguro de tenerla, comencé a bajar y encontrarlo a mi altura. Sus analizadores ojos no dejaban de observarme.
—¿Y cuando confirman?
Me atragante con mi propia saliva.
—¿Confirmar? ¿Confirmar qué, papá? Solo es mi amigo.
—Sí, claro. Y tu madre no está loca por la navidad.
Un largo suspiró salió de mí, mis manos se escondieron en mi bolsillo y, sabía que él podía oler mis emociones. Todos éramos tan comunicativos que no me costó nada conversar la situación, más cuando respetaban realmente todo lo que era, todo lo que somos.
—Solo somos amigos, papá. Puede parecerme muy atractivo y todo, pero nuestra relación no parece ir más allá que simple amistad y, tal vez algo más.
—¿Estás seguro?
—Completamente. ¿Por qué me hablas de esto justo cuando acabas de llegar? Literalmente me disloque la mano.
—¿Cómo sucedió tal cosa?
—Defendí a Jimin de un chico que decía le plagió.
Estábamos dentro de la casa, en el pasillo, su asentimiento me hizo ver lo rápido que razonó y mirando mi mano cubierta por la tela de la sudadera, volvió a mi vista sonriendo con amplitud.
—Suena razonable y irrazonable. Sé que de haber sido grave nos habrías llamado, además de que nos avisó la universidad. De hecho, no puedes ir los primeros tres días después de vacaciones.
—¿Qué?
—¿Por qué golpear a un estudiante en la cara si eres pacifista? Te enseñamos que hablando y demostrando siempre es la mejor forma, bebé.
La caja creó chasquidos metálicos al dejarla caer en el suelo. Las carcajadas de mis sobrinos jugando con nuestros antiguos juguetes combinaban con las curiosas miradas de mis hermanos sobre mí.
—¿Quién golpeó a quién? —cuestionó mi hermana.
—Kookie se dislocó la mano golpeando a un chico.
Mi hermana era una joven en sus veintinueve años, pero ni aún así dejaba de ser tan energética y aplaudir situaciones que tal vez no debería. Así como ese contexto obtenido, no sabía la razón y comenzó a aplaudir con su cabello rosado moviéndose al asomar más su cabeza en el umbral de la puerta.
Seguido de ella estaba mi hermano, a quien también le intrigó saber. Teniendo treinta y tres años había siendo tan correcto como ahora. Desde joven nunca abandonó su sentido de lo correcto y la madurez, el buen comportamiento. Un hombre demasiado tranquilo y sonriente cuando era necesario, pero recordaba esas cejas fruncidas y mirada reprensiva.
—¿Te metiste en problemas cuando estás en segundo año de universidad? ¿Quieres perder la carrera de marketing, Jeon Jungkook?
Negué rápidamente, mi mamá salía detrás y mis cuñados aparecían también.
—Fueron por buenas razones, lo juro.
—No puedo creer que golpearas a alguien, no eres violento —Indagó mi madre.
—¿Te sancionaron? —Cuestionó la pareja de mi hermano.
—¿Le rompiste la nariz? —siguió la pareja de mi hermana y nadie perdió ambas manos chocando los cinco.
—¿Te expulsaron? —volvió mi hermano, con aura protectora.
—Defendió al muchacho del que les hablamos no dejaba de hablar —intervino mi padre, sentándose comodamente en el pequeño sillón para descansar —. Lo estaban culpando de plagio según dijo mi pequeño. No lo agobien y mejor dejen que se explique.
No duró mucho en ese sillón, mi madre con una sonrisa en mi dirección pidiendo la historia completa volvió a tirar de su oreja para hacerlo trabajar. Y yo por mi parte tuve que ser tan detallista cómo podía desde que lo conocí para que entendieran la gravedad del asunto. Eso, sin mencionar ciertos detalles que sabría le costarían la cabeza a Jimin o tal vez a mí.
La casa se llenó de tintineos, colores fuera de la habitual decoración enfocada en el gusto de mi madre y opiniones nuestras, olores deliciosos y preguntas explicadas con calma. Cada uno de mis familiares estaba interesado en saber lo que sucedía entre mi persona y el chico de azulada mirada. No apartaban sus miradas a menos que ocuparán hacer alguna cosa y regresaban con la conversación sin problema alguno. Hasta que parecía haber terminado y el silencio se instaló.
—¿Cuándo tendremos el honor de conocerle? —preguntó mi madre después de unos segundos.
Apoyé mi cuerpo en la barra, al menos mi tronco para empujar lo demás hacia atrás y jugar a crear figuras invisibles en el mármol.
—Lo invité a pasar noche buena con nosotros y, navidad también. Parece ser que no iban a hacer nada en su casa, pero no he tenido oportunidad de preguntarle si podrá venir.
—Con todo lo que nos dijiste tememos que así sea. Podríamos intentar convencer a su padre con una llamada.
—¿Eso no lo metería en problemas, Kookie? —preguntó mi hermana, le miré con mi labio inferior entre dientes.
—Entonces vamos a su casa y no le demos opción a su padre —intervino mi hermano —. Vamos, Kook.
—¿Ahora? Ni siquiera estoy vestido. Oye, no te vayas. ¡Hyung, traigo mis pantuflas!
[...]
Mi calceta roja no combinaba con mi calceta gris de franjas azules, tampoco con el pantalón de pijama cuadrado y las pantuflas de conejo, sin mencionar mi cabello rosado y la sudadera amarilla. Pero nada de eso importaba si ya me había visto escurriendo mocos y sin nada de ropa. La vergüenza en mí, era más por la imagen que el señor Park tendría de mi persona, además de invasivo en su hogar y como el chico que emborrachó a su hijo. El chico por el cual le desobedeció.
Me importaba, porque era el papá de Jimin, era quien le daba los permisos, el trato, el hogar. Nada más que por desear tener el pelinegro cerca y no por querer su respeto. Él ya había perdido algo de mí.
La dirección fue clara y mi hermano estaba determinado, lo sabía por la forma en la que miraba la carretera y conducía con ambas manos sin separarlas casi nada del volante. Lo supe al estacionar del auto y bajar con prisa, teniendo una larga sonrisa que conocía como su mejor versión para hacer negocios. Pero mi hermano tardaba en tomar decisiones, por eso me sorprendía que en unos cuantos minutos decidiera simplemente aparecer en el hogar de Park.
Su mano subió a golpear nudillos contra la puerta de entrada, descubriendo el reloj obtenido en su cumpleaños por mí, luego estaba sosteniendo su cadera con ambas manos para mirarme con esa misma estratégica sonrisa y cuando la puerta se abrió, su afable voz recitó un "buenas tardes" hacia el padre de Jimin.
Bajé con cuidado del auto aunque no estaba presentable, pero no me quedaría escondido dentro de la camioneta, tenía que verme decidido aún si mis calcetas eran nones. Más cuando, la curiosa mirada de cejas fruncidas de Jimin se asomó detrás del hombro de su padre.
—Venimos para ver si Jimin tiene permiso de quedarse en nuestra casa el día de hoy y tal vez mañana también—comenzó mi hermano, yo sin poder moverme más allá de la línea de la banqueta —. Sabemos que a Jimin le gusta mucho dibujar y planeamos una actividad de ello para divertirnos todos —no sabía porqué estaba mintiendo tan bien —. Aún no terminamos la cena y nos gustaría tener tiempo de hacer algo que le guste a él, además de que venimos personalmente para que no tenga problema al llevarlo.
La expresión del señor era un poema, tuve que girarme para no reírme en la cara del hombre, porque estaba confundido y Jimin tenía una mirada brillosa en mi dirección.
—Jimin me había pedido permiso para ir, pero ya no me dijo nada más y creí que lo cancelaron. ¿Qué dices, hijo? ¿Quieres ir?
Su mirada fue a la del pelinegro, una expresión entre pasivo agresiva que identifique de inmediato. Podía reconocerla por el tiempo que estuve con Jimin. Era un gesto suyo también. Hubo un brillo de indecisión y miedo que me llenó de rabia.
—Voy a pagarte lo de esta semana también, Jimin. No sabes lo mucho que nos ayudas trabajando para nosotros.
Apartó la vista de su padre, yendo a mí, entendí lo difícil que era tomar está decisión, de lo contrario no apretaría así su puño junto a su cadera.
—Iré, iré. Voy por mis cosas.
Mi hermano sonrió victorioso recibiendo la sonrisa a medias del señor Park y pronto estaba saliendo Jimin con una mochila en mi dirección después de despedirse de su padre y dejar a ambos adultos mayores hablar de los detalles de horas y llegada.
—Hola, Jeon.
—Hola, Park.
—Me encanta tu oufit, es tan innovador —y su habla estaba llena de sarcasmo. No me quedó nada más que cruzar los brazos y subir a la camioneta con su compañía —. ¿Ese es tu hermano?
Asentí lentamente, ambos con la mirada en mi familiar que se despedía del hombre. Se giraba lentamente para caminar a la camioneta.
—Se parecen mucho.
—Somos hermanos, Jimin.
—Yo no me parezco a mis hermanos. Mi hermano menor es idéntico a su madre, yo soy como mi padre y mi hermana luce como... ella. Es idéntica a mi madre biológica.
No quise preguntar más, no lo sentía correcto. Tal vez podría saber más de eso, en algún momento. Porque en este, dónde mi hermano subía a la camioneta y Jimin dejaba su mochila sobre sus piernas para mirar por el retrovisor no era el indicado.
—Es un placer conocerte, Jimin. Soy el hermano mayor de Jungkook...
[...]
Todo mi hogar brillaba en luces navideñas, nieve de mentiras, un árbol grande y verde con esferas coloridas. Cada uno de mis familiares vestía un navideño suéter en rojo, blanco y verde con decoraciones en amarillo. Tanto Jimin como yo tuvimos que usar uno, él el destinado para mí y yo uno que era de mi padre el año pasado.
Vimos películas con la temática adecuada para nosotros, gritando juntos -a excepción de mi hermana, su novia, hija y Jimin- por equivocarnos con una que era de terror. Tomamos chocolate caliente con malvaviscos, jugamos juegos de mesa y mi hermano orgullosamente improvisó con colores y hojas de cuaderno para dibujar nuestro deseo navideño.
Me encantó ver a Jimin quejarse cuando tenía más cartas a mi causa, guardando las fuertes para no tener que llenar de cartas a mi sobrina y siempre diciendo uno tan fuerte como mi hermana. Competitivamente tenía delantera en muchos de los juegos que teníamos, no me sorprendía en lo absoluto.
Pero nada se comparaba con verlo hacer lo que amaba. Todos conversábamos de cualquier cosa mientras teníamos total atención en nuestros dibujos, prestandonos los colores y escuchando el grafito pasando por el cuadriculado papel.
—¿Te puedo decir oppa? —indagó mi pequeña sobrina, demasiado tímida para poder creermelo. Al parecer mi pequeña estaba embelesada con él y de no ser porque soy una persona madura pelearia con la pequeña.
—Claro que sí —respondió de inmediato con una gentil expresión.
Sabía por el propio Jimin la facilidad que tenía de tratar a los niños, estando acostumbrado prácticamente a criar a su hermano menor, además de su notable cariño por los mismos. Lo había escuchado demasiadas veces hablar con "insecto" apodo que recibía el pequeño. Jimin siempre fue tan paciente y lento al hablar, además de sonar como alguien con mucho poder. Su forma de ser con su hermano hablaba de mucho tiempo juntos en dónde mi amigo era prácticamente su figura paternal.
Mi sobrina asomó su mirada en el dibujo de Jimin y rápidamente comenzó a alardear de lo buen dibujante que era, llamó la atención de toda mi familia curiosa de ver y aunque estaba orgulloso necesitaba que le dieran su espacio.
—¡Es el mejor dibujo que he visto, hyung!
—¡Sí, es genial! ¿Cómo hizo para hacer así el pasto?
—Es muy fácil. Solo sé tienen que combinar los colores, primero son los claros y después los oscuros. Puedo enseñarles.
—¡¿En serio?!
—Claro que sí.
Ambos pequeños rodearon al pelinegro con su atenta mirada en las finas manos de él, mi sobrina me abordó dejándose caer en mis piernas sin importarle nada e importandome poco decidí acercarme también. Era mi curiosidad ganando mientras mi madre y hermanos iban a la cocina para llevar la cena al comedor.
El dibujo de Jimin era de un chico de hielo derritiendose acostado en un campo verde con flores por pequeños espacios. Le rodeaban un hombre de cristal, una mujer de espuma, un niño esponja y un muchacho de rosas. El chico de hielo tenía los ojos cerrados, pero sonreía ampliamente con su mano entrelazada a la del chico de rosas.
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