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30


Después de aquella llamada, Jimin se mantuvo silencioso. Apenas y respondía alguna que otra cosa de las que buscaba hablar con él, se desconectaba a media conversación con la mirada fija en algún punto. Decidí que era mejor mantenernos en silencio, porque sencillamente no sabía que hacer con esta distinta y al mismo tiempo común faceta de Park.

Lo mejor que pude hacer, fue cambiar de tema para poder dejarlo solo, levantarme de la cama ahora que me sentía mejor y mi voz no estaba tan ronca. Me moví por la habitación con su voz llena de regaño en cada uno de mis movimientos, amenazado por dejarme noqueado ante un puñetazo si no volvía a la cama.

─Vamos, amigo. Voy por el colchón para que puedas dormir en él. Al menos que quieras dormir conmigo, por mí no habrá problema.

Entonces, su mano soltó mi muñeca, sus dedos perdieron tan rápido el contacto con mi piel como si la simple cercanía prendiera fuego en su cuerpo. Me burlé audiblemente en cuanto salí para buscar el colchón inflable en alguna de las habitaciones, no me importaba si las habitaciones de mis hermanos estuvieran aptas para dormir, quería compartir la habitación con él. Sentía que debía estar cerca, como si fuera a desaparecer en cualquier momento.

Encontré la caja en uno de los armarios, donde sobresalía la casi tan cuidadosamente doblada pieza de plástico y algo parecido a terciopelo. No sabía bien de lo que estaba hecho el colchón, pero eran realmente cómodos y oportunos al irnos a acampar. Junto a ella se encontraba igualmente el artefacto para inflarlo sin abusar de la pierna, mi padre al ser lo suficientemente perezoso decidió invertir en aquel. Funcional en casa debido a la corriente eléctrica, una perdida de dinero al estar en el exterior.

Caminé dedicando una última mirada a las fotografías de mis hermanos, ubicadas encima de la repisa blanca y desgastada arriba de los juguetes de infancia. Mi hermano mayor, Junghyun, tenía muchas fotos junto a sus amigos y varias de los tres cuando éramos más pequeños, en algunas ni siquiera estaba presente al casi doblarnos la edad. A veces las olvidaba, olvidaba esas fotos reveladas por mis padres cuando eran más jóvenes y tenían que lidiar con desastrosos hijos. A decir verdad, recordaba muy pocas de las cosas ilustradas en las fotografías donde me encontraba, incluso podría decir que recordaba más momentos sin fotografía que con algunas de ellas. Irónico. Supuestamente las fotografías son para captar momentos que deben ser inolvidables.

Perdí interés en las ilustraciones de rostros viejos, colores vivos, recuerdos perdidos y el cristal protegiéndolos. Dejé atrás las fotos de graduación de mi hermano mayor para ubicarme en aquel sonido extraño, junté mis cejas intentando encontrarlo, saliendo de la habitación para reunirme con el pasillo. Las paredes se volvieron delgadas y mi puerta pareció brillar, porque aunque mi cerebro no acababa de entender, mi corazón pareció doler, creando esa extraña sensación en todo mi cuerpo cuando caminé de prisa soltando las cosas que sostenía con mis brazos. Me situé frente a Jimin, quien se sostenía el pecho con la derecha, aferrándose a mis sabanas con su izquierda.

Mi zurda se aferró a su mejilla, la diestra sobre su rodilla, mi corazón intranquilo golpeaba mi caja torácica para encontrarse con él. Sus saladas lágrimas se desbordaron por sus mejillas, donde una de ellas chocó con mi dedo pulgar, mirándome con esos ojos azulados llenos de ira y de alguna manera, al mismo tiempo, llenos de pánico y dolor.

─¿Qué pasa?

─No puedo ─traté de entender entre esa voz ahogada ─, no puedo respirar.

Mi mente trató de encontrar el problema. Rememorar problemas respiratorios entre todas esas confesiones acompañadas de esa aura despreocupada, casi bromista ante problemas realmente serios, sin encontrar ni un pequeño rastro sobre asma o alguna derivada o similar. Me enfoqué entonces, en su cuerpo, temblando de sobremanera, como si la nieve afuera estuviera cubriéndole todo el cuerpo. 

─¿Tienes problemas respiratorios?

Negó con lentitud. Difícil, le era difícil incluso mover su cabeza.

Su rostro se veía somnoliento, pero sus ojos estaban aterrados, su respiración era irregular y decía no podía conservar un control. Su cuerpo temblaba, estaba realmente agitado y cuando encontré su mano para sostenerla, aquella se encontraba húmeda, alejándose de mi tacto en cuanto intenté sostener sus dedos.

Ansiedad.

¿Era un ataque de ansiedad?

─¿Es ansiedad? ─él no supo responderme, pero sus perlas de cielo me mostraron todo lo que tenía que saber ─. ¿Tienes medicamentos para esto?

Me arrepentí de preguntar, porque hubo esa chispa, esa ráfaga de más dolor.

"Tengo mucha mierda, más porque dejaron de llevarme y ahora tengo que hacerlo todo por mi cuenta. Ellos dicen que no funciona el tratamiento, porque a mis hermanos no les ayudó supuestamente y por lo entendido, a mí tampoco. No creen en lo que me diagnosticaron, pero yo soy completamente consciente de ello, pero es difícil, no importa cuanta fuerza de voluntad tenga."

¿Y qué mierda iba a hacer ahora?

Calmado, Jungkook.

─Está bien, Jimin ─solté. Mi voz no era temblorosa, me sorprendió lo decidido que estaba. Tomé su rostro entre mis manos, mirándolo a los ojos aunque él no quería unir su mirada con la mía. Park estaba más preocupado en querer protegerse a sí mismo ─. Estoy aquí. Mírame a los ojos y respira conmigo ─pronuncié, relajado, sin intenciones de sonar demandante ─. Por favor, mírame a los ojos y respira conmigo.

Su dolorosa mirada se apoderó de la mía, ojos bañados en una abrumadora tristeza que me habría descolodado, me habría asustado si no estuviera más preocupado por ayudarle a respirar. Su labio inferior se aferró entre sus dientes, pero no evitaba su mandíbula temblara, igual de tensa que sus piernas.

─Inhala conmigo, hasta diez. ¿Bien?, contemos ─indiqué ─. Uno, dos, tres. Eso es, amigo. Seis, siete, ocho. Vas bien. Ahora, exhala lento. Uno, dos...

Mi pulgar acariciaba su mejilla con cuidado, no separaba mis ojos de los suyos, por lo que observé el cambio en ellos en cada pequeño segundo. Me di cuenta de como su cuerpo reaccionó lentamente, perdiendo esa rigidez, desviando el temblor, añorando una calma que no llegó instantáneamente. Deseé que fuera así, deseé poder darle calma absoluta con un solo toque, saber más de lo que sucedía, para poder ayudarlo un poco más.

Me sentía realmente impotente e inútil.

Acaricié su mejilla tan lentamente, que sus ojos se cerraron cuando su respiración era más relajada, me levanté cuidadosamente y así no desembocar un nuevo episodio. Sentándome a su lado, separándome de su piel sin quererlo, me encontré de nuevo en contacto de él cuando mis brazos le rodearon. Sus lágrimas no perdieron rumbo, siendo acompañadas por esos sollozos, convertidos en dagas clavadas en mi garganta.

Nos recostamos sin decir nada, él sin poder hablar por los sollozos y yo sin saber exactamente que decir. Mi lenguaje se limitó a caricias suaves por su espalda y cabello, a sostenerlo en mis brazos, indicarle con ello si es que podía, que todo estaba bien. Que yo estaba con él.

No estás solo, Jimin. Estoy aquí contigo.

Y por más que quería decirlo, me fue tan difícil como verlo llorar.

Así como me di cuenta, que lloraba también.



(...)

El humo ascendía frente a mis ojos, lento y danzante como solo el humo podía ir, casi transparente, combinándose con el vaho que salía de mis labios al propósito. El cigarrillo decoraba mis dedos al igual que el anillo en el índice, aquel que le robé a Jimin hace solamente unos segundos.

Verlo dormir tan plácidamente en mi cama, como si no lo hubiera hecho en mucho tiempo, me hizo sentirme abrumadamente cálido. Me permití recorrer la piel pálida de su huesuda mejilla con la punta de mi dedo, bajando por toda ella hasta encontrarme con su barbilla, deteniéndome en sus labios redondos, apetecibles aun si estaban con pequeños pellejitos incoloros. Me detuve a mirarlos, deseándolos de nuevo, darles esa hidratación que necesitaban. Por lo que, en lugar de devorarlos, desvíe mi mirada a sus maltratadas manos de artista, encontrando el brillo de sus anillos y tomando uno de sus dedos para deslizarlo fuera con lentitud. Cuando aquel abandonó su piel y lo sostuve entre mis yemas, miré sus ojos cerrados y adentré mi dedo en la circunferencia de metal.

Abandoné la cama, cubrí su cuerpo con las sabanas que me protegieron del frío y dejándolo en mi lugar, tomé aquella frazada estampada a cuadros para ubicarla en mis hombros, encontrando la caja de cigarrillos que decoraban mi repisa y caminando en la oscuridad de mi hogar hasta llegar a la puerta. Me senté en las escaleras, tomé con mis labios la colilla y el fuego me dejó sentir su razón de ser, el tabaco en la lengua, el olor en mi nariz ahora roja ante el frío.

Jimin.

Park Jimin.

Un bello chico de piel pálida, ojos azules, carácter agresivo y una historia llena de misterio. Aún a pesar de los meses parecía no conocer ni una pizca de lo que era él y al mismo tiempo saber todo lo que tenía que saber, porque sencillamente, si ahora mismo viniera alguien a preguntarme por él, sabría decir desde su comida favorita, hasta la cosa que más detesta en el mundo.

Estaba seguro, de alguna manera, que Jimin podría hacer lo mismo conmigo.

Y sonreí.

Mi puerta me llamó, rechinando por la falta de grasa, papá no había bañado las bisagras todavía. Giré mi rostro, encontrando a un adormilado Jimin, sosteniendo mi celular, mostraba mi fondo de pantalla y levanté las cejas en duda.

─Te estaban llamando ─dijo él, reuniéndose conmigo, sentándose junto a mi ─. Pensé que no fumabas a menudo ─sus dedos chocaron con los míos en cuanto tomé mi celular, no olvidé la sensación.

─No fumo desde la fiesta de halloween, no te preocupes.

─Tsk. ¿Quién se preocupa? Jode como quieras tu cuerpo. No soy quien para decirte ni mierda.

Me reí. Ahí estaba.

Decidido de pronto, como antes de sostener su mejilla, de verlo tan herido, encontré la valentía de preguntar.

─¿Estás bien?

Los copos de nieve decoraron el silencio entre nosotros, ninguno miraba al otro, sencillamente al frente.

─Hm ─afirmó.

El no decirme claramente "estoy bien" me preocupó, porque sabía que a él no le gustaba mentir y tecnicamente no lo estaba haciendo. Necesitaba que me dijera esas dos pequeñas palabras que abarcaban un enorme camino. Quería que el nivel de agua que cubría este iceberg bajara considerablemente, para ver más que solo la punta.

─¿Estás mejor? ─corregí en su lugar, aferrandome al cigarrillo, más consumido fuera de mi boca que entre mis labios.

Silencio.

Un suspiro.

─Estoy mejor.

Sonreí.

Despegué mi mirada de la congelada calle, para posarla en su persona, estaba temblando y ahora seguro de que era por el frío y no un nuevo episodio, me deslicé más cerca, cubriendolo con la frazada que me protegía de la baja temperatura. No lo abracé, él tomó el borde entre sus dedos y mi mano se escabulló debajo de su codo, para entrelazar nuestros brazos y recargar mi mejilla en su hombro. Acurrucados en las escaleras de mi casa, frente a la nieve sobre el pasto seco y el cemento, con el calor de nuestros cuerpos y el cigarrillo humedeciendose entre mis tenis.

─Park.

─Hm.

─Tengo muchas preguntas que hacerte ─solté ─. Preguntas que no te he hecho porque tengo algo de pavor el causar cosas negativas en ti ─confesé, el indice y pulgar de la zurda hizo rodar el anillo en mi dedo ─. No quiero presionarte a nada y como te lo he dicho, estoy aquí para ti y si no quieres responderme o contarme, yo voy a entenderlo.

Otro suspiro más, esta vez siendo calido al estar tan cerca. Esperé pacientemene.

─Puedes preguntarme lo que sea y yo veré si puedo responderte. Solo que, hoy no, mañana tal vez. ¿De acuerdo?

─Claro.

Su respiración era tranquila, el frío era mucho, no estabamos tiritando y se sentía muy comodo estar tan cerca de él. No recordé nada sobre la llamada de mi celular, poco me importaba el remitente, solo necesitaba el calor de Jimin y su delicioso aroma. Solo quería entrelazar nuestras manos bajo la frazada y moverme a sentir sus labios en los míos.

─¿Ese es mi anillo? ─le escuché decir.

─Se lo robé a un muerto encima de mi cama ─solté ─. Como estaba en mi habitación, es mío.

─Que lógica tan rara la tuya, Junclok.

Sin embargo, no me lo quitó y yo no me aventuré a unir nuestras manos.









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