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Capitulo 9. Hera

— ¡Orden! ¡Dije Orden! - Zeus golpeó el estrado con sus puños un par de veces, obligando a todos a callar. – Suficiente con el murmullo... ¿Ya están presentes todos los dioses a los que este tema compete? – Preguntó, volviendo a tomar asiento en su trono junto a Hera.

— Están presentes Hades, Afrodita, y Eros – Comentó la reina de los dioses, pasando una mano por su cabello para acomodarlo. – Diría que ya podemos comenzar

— Espera, ¿y Poseidón? – Se volteó a mirarla. – Él también quiere saber lo que está pasando...

— ¡ZEUS! – Reprendieron Hera y Hades al unisonó.

— ¡Bien! Bien... Le pasaré el mensaje después – Zeus se reclinó sobre su asiento y se cruzó de brazos. – Hera, esta es tu audiencia, así que ya puedes comenzar

La diosa se levantó, caminando hacia el estrado. La habitación del trono en el templo de Zeus, el lugar donde se promulgaban los decretos del rey, y se impartía justicia divina. Hoy servía como un sitio imparcial donde se buscaría la verdad, y nada más que la verdad sobre lo ocurrido con Perséfone.

Un cuarto dorado e inmaculado, con estatuas de mármol pulido repartidas uniformemente, cada una representando a un dios olímpico. Una antorcha gigantesca en el medio de la habitación iluminaba generosamente el lugar. Un par de escalones elevaban tanto el estrado como los tronos de los reyes.

Hera tomó una bocanada de aire, y comenzó.

— Hades, Rey del Inframundo y Dios de los Muertos – Se dirigió hacia el dios lúgubre que rechinaba los dientes de manera sutil. – Has convocado esta audiencia el día de hoy ante mí. Ahora dirás tus motivos. Empieza – Lo señaló con la palma abierta, cediéndole la palabra.

Hades dio un paso al frente, y levantó la mirada. Comenzó a explicar todo lo sucedido. Como Perséfone no había regresado luego del equinoccio. Como la encontró vagando entre los mortales. Y más importante, el cómo le fue imposible a la diosa reconocerlo como marido.

— Apolo – Dijo su nombre de la misma manera que hubiera dicho un insulto. – Al parecer, la había encontrado antes que cualquiera de nosotros. Pero, en vez de regresarla al inframundo, ha estado pasando tiempo con ella entre los humanos... - Frunció el ceño. – Luego, me dice que Afrodita ha hecho que Perséfone se olvidé de mí.

— Que tremendo... – Pensó Zeus en voz alta, escuchando con atención.

— Zeus, silencio por favor – Hera masculló. – Prosigue, Hades.

— Se me ha dicho – El dios avanzó un paso hacia el frente. – Que, en su estado actual, el matrimonio, MI matrimonio con Perséfone, ha quedado invalidado – Sus ojos refulgieron con una furia que se esforzaba en contener. – El matrimonio que tanto tu como Zeus bendijeron. Y eso por alguna razón le ha dado a Apolo el derecho de divertirse con MI reina... Así que pregunto... ¿Qué han hecho exactamente? – Terminó, rodando los hombros hacia atrás mientras observaba a Hera.

La habitación quedó en completo en silencio. Los segundos pasaban con lentitud. Hera y Afrodita se miraron entre ellas, una pequeña sonrisa en sus rostros. Como dos amigas que no podían esperar a tomar una taza de té juntas para reírse del infortunio de los demás.

— Hades – Comenzó lentamente. – Lo que te ha dicho Afrodita es nada más que la verdad. Tu matrimonio con Perséfone no está... Totalmente roto. Pero, pronto será así – Explicó con una sonrisa pícara. – Al llegar la media noche, en el equinoccio de la próxima primavera, tu divorcio con la reina del inframundo se hará permanente

— Nooo – Zeus negó con la cabeza lentamente. – Ay, Poseidón no me va a creer

Hades abrió los ojos como platos, y por un momento sintió que se quedaba sin aire, por lo inhaló lentamente.  

— Entonces es cierto... Ayudaste a Afrodita con esto... - Se rascó la frente, boquiabierto. Sacó fuerzas de su ira para volver a ponerse firme ante la reina, y preguntó con un rugido. - ¡¿Por qué han hecho esto?!

— Bueno, ahora debo darle la palabra a Eros y Afrodita – Hera los señaló con amabilidad. – Ellos te explicarán las razones de nuestro pequeño... Desafío

— Por supuesto – Eros dio un paso hacia adelante. Su semblante estaba sereno, y sus manos detrás de su espalda. – Todo empezó durante una agradable tarde primaveral...

El dios del amor empezó a explicar tranquilamente, como fue que un día de primavera bajó desde el olimpo a los campos de Sicilia. Se había tomado la tarea de recoger algunos de los primeros retoños de la época como regalo para su esposa. ¿Y qué mejor lugar para reunir flores que los campos sagrados y ocultos de Deméter?

Con sumo cuidado, aterrizó en los hermosos jardines que rebosaban de vida. Y empezó a recolectar rosas y violetas, todas las que pudieran sostener entre sus manos.

— Pero entonces – Se detuvo, y sonrió como un niño travieso. – Escuché una voz quejándose. Me acerqué tan silenciosamente como pude... Y allí, sentada a las orillas de una pequeña laguna, la mismísima diosa de la primavera estaba mirando su reflejo...

En cuanto Eros mencionó a Perséfone, Hades se volteó en su dirección, observándolo con sumo cuidado. Sus largas orejas se sacudieron gentilmente, y su mirada se endureció.

— Desde lejos pude ver que la diosa tenía una mirada un tanto melancólica... - Negó con la cabeza, y suspiró dramáticamente. – Oh, ¿Qué digo? "Melancólica" se queda corto... Perséfone tenía el rostro de una mujer con el corazón roto – Se agarró el pecho y volvió a suspirar.

— Pobre mujer... - Afrodita se llevó una mano a la frente y soltó un pequeño sollozo falso.

— Por supuesto, esto picó mi curiosidad... - Eros se recompuso, volviendo a sus miradas traviesas. - ¿Qué cosa en la tierra, cielos, o mares podría deprimir de tal manera a la portadora de la muerte? – Se encogió de hombros, extendiendo los brazos en confusión actuada. – Así que me acerqué... Y lo descubrí. El origen de la tristeza de la diosa... Era nada más y nada menos que...

Eros se permitió caminar alrededor de la sala, mirando a todos los presentes como si fueran sospechosos de un crimen. Finalmente, se detuvo en seco, y volvió a sonreír antes de revelar la verdad.

— ¡USTED! – Exclamó, señalando a Hades con su dedo índice.

Desde el fondo de la habitación, se escuchó el pequeño chillido de impresión de Zeus.

— ¿Disculpa? – Hades levantó una ceja. - ¿Qué quieres decir con eso? – Volvió a fruncir el ceño, con una mirada fría que le advertía a Eros que escogiera bien sus siguientes palabras.

— Cuando me acerqué – Eros empezó a narrar otra vez. – Escuché sus palabras exactas, y fueron estás – El dios del amor se aclaró la garganta antes de hablar.

"Hades, ¿Cuándo nos volvimos tan distantes? ¿Cuándo te volviste tan frío? Ya no es lo mismo, ¿qué cambió? ...¡ A veces quisiera poder olvidarlo a él y al inframundo por completo!" Dijo Eros, haciendo movimientos dramáticos con las manos, en una impresión casi perfecta de la reina.

Hades enderezó su espalda, y sus ojos se abrieron un poco más. Lo peor era que, podía creer en que esas habían sido las palabras de Perséfone.

— Que trágico, un amor que ha perdido su chispa... - Afrodita prosiguió. – ¡Oh! Que triste me sentí por ella cuando Eros me lo dijo... Sé lo que se siente estar atrapada en un matrimonio sin amor – Volvió a suspirar, juntando sus manos y presionándolas contra su pecho. – Y me dije a mi misma... Afrodita, ¡no puedes permitir que esto siga así! Perséfone y yo quizás no nos llevemos muy bien, pero ninguna diosa merece estar atada a un... ¡Un patán! – Señaló a Hades.

En circunstancias normales, Hades le hubiera fruncido el ceño, hubiera gruñido suavemente, o le hubiera dicho que tuviera cuidado con su lengua. Pero ahora, estaba demasiado ensimismado como para ponerle atención a los dramatismos de Afrodita.

Estaba así, desde que Eros había repetido las palabras de Perséfone en frente de toda la corte. Con la mirada perdida, agarrándose la cabeza con una mano. Jalando sus cabellos negros suavemente.

Al no tener respuesta de Hades, la diosa prosiguió.

— Así que... Se me ocurrió un plan... Un pequeño desafío para saber si el señor del Inframundo en verdad da la talla como marido... - Afrodita sonrió de oreja a oreja, poniendo su dedo índice sobre sus labios rosados.

— ¿Desafío? – Hades levantó la mirada. Finalmente, se recompuso.

— ¡Así es! Hera y yo hemos pensado en las condiciones de este reto – Se volteó a ver a la reina de los dioses, dejando que ella tomara la palabra.

— Aidoneus – Hera lo llamó por su primer nombre, obligándolo a verla. Ella como jueza, y él en el estrado. – Cuando Afrodita vino a mí, me sorprendí un poco. Perséfone y tu se veían tan felices el día de su boda... Me decepcioné un poco al enterarme que las cosas no estaban yendo muy bien entre los dos – Suspiró suavemente. – Pude haber hablado con Perséfone directamente, pero... Afrodita tuvo una idea bastante curiosa

— ¡Pero ya digan qué es lo que hicieron! – Zeus exclamó desde el fondo. – ¡Me tienen con piel de gallina por aquí!

— ¡Zeus! – Hera lo reprendió, y su marido se encogió en su trono. – En fin... - Prosiguió. – Como ya sabes... Perséfone no recuerda nada de ti... Ni lo hará jamás

La mandíbula de Hades se tensó, al igual que los músculos de sus brazos. No hizo nada, esperó a que la diosa terminara de hablar.

— A menos que... - Levantó una mano en un ademán. Había algo más que decir sobre esta maldición. – Logres que se enamore de ti otra vez. Y, tienes que hacerlo antes del equinoccio de la primavera, que será el día en que la maldición se vuelva permanente...

— ¿Y si fallo? – Hades preguntó cuidadosamente. – No planean que Perséfone crea que es una mortal para toda la eternidad...

No es que no tuviera confianza en sí mismo. Pero no te vuelves el Rey del Inframundo, el Juez de las Almas, sin aprender a como leer entre líneas. Era mejor conocer TODOS los detalles de este desafío, antes que irse con una explicación a medias.

— Claro que no... Falles o no – Hera continuó. – Ella volverá a recordar su posición como diosa. Solo no podrá recordar alguna vez haber estado casada contigo. O recordarte en lo absoluto – Se encogió de hombros. – Sellando su divorcio de manera oficial

— ¡Y eso no es todo! – Afrodita se sacudió emocionada. – Por supuesto, no sería un reto para recordar si no subimos la apuesta, ¿no? Así que... - Junto sus manos de manera maliciosa. – En el caso de que no seas tú, pero cualquier otro dios del panteón el que logre robar el corazón de la pobre Perséfone, bueno... Ya te imaginarás – Soltó una pequeña risita.

— Así que – Hades exhaló lentamente, masajeándose el puente de la nariz. – ¿Me has puesto a mí, en contra de todos los dioses del panteón, para ganar el afecto de Perséfone? ¿Eso te ha parecido sensato? – Gruñó suavemente.

— ¡Es divertido! – Afrodita sonrió, extendiendo los brazos hacia el aire. – ¡Un poco de drama nunca está de más!

— Olímpicos... - Hades masculló para sí mismo, mientras sentía una vena detrás de su ojo amenazando con reventarse de la rabia.

Ahora entendía bien porqué Perséfone había intentado darle una caja llena de muerte a Afrodita aquella vez... La entendía totalmente.

— Si te sirve de consuelo – Eros alzó la voz. – No íbamos a declarar el desafió hasta que encontraras a Perséfone, para darte una ventaja justa junto con el resto del panteón... Apolo solo se nos adelantó porque lo descubrió desde antes – El dios rodó los ojos, cruzándose de brazos.

— No. No me sirve de consuelo – Hades refunfuñó. - ¿Y cómo comprobaran que Perséfone se ha enamorado? – Volvió a hacer una pregunta astuta.

Detalles. El diablo estaba en los detalles. Necesitaba saber todos los detalles de este desafío.

— Un beso, por supuesto – Afrodita contestó. - ¿Quieres romper la maldición? Deberás de darle un beso de amor verdadero a tu amada. Solo así podrás lograr que recupere sus memorias

— Que cliché – Zeus comentó, aún con la vista fija en todo el caos.

— Un beso... - Hades lo consideró por un momento.

No era tan difícil... Claro, Perséfone quizás lo intentaría golpear otra vez. Pero una vez la haya besado, recuperaría sus memorias y entendería el porque la tuvo que forzar. Y lo perdonaría por el inconveniente. Luego, podrían volver al inframundo y-

— ¡Na-ah! – Como si pudiera leer sus pensamientos, la diosa del amor se paró en frente de Hades, y lo señaló. – ¡No lo puedes forzar, Hades! Ella debe querer besarte. ¡ELLA debe besarte!

— Si. Si fuera así de fácil, Apolo ya lo hubiera intentado – Eros agregó, y sus palabras hicieron que algo dentro del rey del Inframundo hirviera.

— Y – Afrodita caminó hacia su hijo, rodeándolo con un brazo. – Cualquiera que se gane el beso de Perséfone, ganará de igual manera una flecha de Eros, ¿no es así? – Sonrió.

— ¡¿Qué?! – Hades frunció el ceño.

— Ah, solo como un pequeño premio extra – Eros se encogió de hombros. – Y también como un incentivo, para asegurar que cualquiera que sea el próximo esposo de la reina y ella tengan un matrimonio MUY feliz

Hades empezaba a perder los estribos. Cada palabra que soltaban los dioses del amor lo hacía enfurecer más y más. Su rostro se mantenía calmado, solo levemente fruncido, como si solo estuviera ligeramente molesto. Pero por dentro, quería colgar a madre e hijo de cabeza en el tártaro justo ahora.

— Bien... - Masculló. - ¿Y qué sucede, si nadie logra enamorar a Perséfone? – Su última pregunta.

— Pues ese sería un final muy aburrido – Afrodita hizo un puchero. – Pero no pasaría nada. Volvería a recordar que es una diosa, solo... No te recordará a ti, Hades – Volvió a señalar al rey con la palma de su mano. – Y puede que nunca lo haga

Hades bajó la cabeza, y se mantuvo en silencio.

— Bien – Hera comenzó. – Si eso es todo, entonces... ¿Estamos listos para iniciar el desafío de manera oficial?

— ... No – El rey del inframundo dijo simple y llanamente.

Y fue como si un frío desgarrador se hubiese apoderado de toda la habitación.

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