|Una maldita y una desafortunada|
Circe quedó viendo hacia un punto fijo. Pensativa en algo que pasaba pero le costaba poner en palabras. Había quedado muy preocupada luego de enterarse que su hija se escapó en medio de la noche para seguir un mal presentimiento.
Ahora era ella quien lo tenía.
-¿Mamá?
La hechicera parpadeó un par de veces y llevo la vista a su hija.
-¿Te encuentras bien?
Circe suspiro, y frunció el seño.
-Si -respondio-. La próxima vez que sientas que algo no está bien, me lo dices. No puedes ir huyendo así nada más ¿Qué si te pasaba algo?
-Mamá -se quejó la más joven.
—Olivia Julia, por favor —dijo.
Circe la vio con enfadó, y luego se relajó. Tomo las delicadas manos de su hija, y las vio con atención. Eran, de cierta forma, perfectas. Al lado de las suyas, estaban intactas. No tenía marcas de nada, por lo tanto la piel era tersa, suave e impoluta. Manos de una joven bruja que no ha pasado por la misma desdicha que ella, y se alegraba por eso.
Pero a la vez le daba pena. Olivia era inexperta, y eso le daba miedo. Recién cumplía diecinueve años, y lucía como una niña.
Era su niña. Una que seguía sus instintos de manera poco precavida. Realmente le costaba reconocer que la hayan educado de esa manera.
-Lo digo en serio, hija -continuó-. Se que no debo provocarte miedo, pero si algo te pasa, me muero.
-Mamá, lo siento -gimoteo-. No volverá a suceder.
Y le creyó. Siempre creía en la palabra de su hija.
Cuando la envolvió con un abrazo, otra vez sintió aquello que la hizo perderse por un instante. Un escalofrío recorrió la espalda, haciendo que alzara los hombros, y tomara aire muy profundo.
Al volver a la normalidad, se separó de Olivia, y la sonrisa maternal se borró de inmediato.
-Ahora estás castigada -sentenció-. Una semana sin distracciones.
-Pero mamá . . .
-Sin peros, hiciste algo que no debías y ahora las consecuencias -dijo, y agitó una mano en el aire-. A tu cuarto. Después le diré a tu padre que te confisque los libros.
-Mamá, ya soy mayor para esto -alego Olivia poniéndose de pie.
—Y aún vives aquí —sonrio.
Circe le copio, y mantuvo la postura de madre rígida. Casi tenían la misma estatura, pero ella era quien imponía con su corporalidad.
Olivia golpeó el suelo con el zapato, y para evitar rabiar frente a su madre, se marchó al cuarto. El portazo a la distancia dio a entender que estaba furiosa con la desición.
Hisirdoux, bajo el diario, y la observó. Largo un silbido, llamando la atención de la hechicera, y no se atrevió a decirle que en realidad había exagerado un poco.
-Alguien tiene que ser la policía mala -dijo, y tomo su bolso-. Y claro que no puedes ser tú porque lloraste como demente cuando supiste que se fue con un muchacho.
-¿Es mí culpa cuidar la inocencia y pureza de mí hija?
-Solo digo que eres un exagero -dijo.
-¿Debo recordarte que fue ella quién huyó? ¿Por qué te la agarras conmigo?
Se detuvo frente al espejo, y acomodo algunos cabellos que se desprendían rebeldes de su peinado. Trataba de no reír frente al repentino enojo de su hermano.
-Y, y, y ¿Se puede saber a dónde vas? Comenzaste una discusión, ahora arreglarlo.
-Voy a ver una amiga, y esa es mí manera de solucionarlo -dijo, y giro para sonreírle-. Ahora te toca quitarle los libros a tu hija.
-¿Qué? ¿Ahora debo terminar tu trabajo y ser el malo?
Circe se acercó a él, y le dio un beso en la frente.
-Querido, tu no puedes ser el malo -dijo sonriente-. Vendré para la cena.
Antes de salir pudo oír el quejido de Hisirdoux y no hizo más que reír.
Algunos siglos después.
Ciudad de New York.
Apenas entro a la casa, frotó sus brazos buscando algo de calor. El viento logro desarmar su preciado y tan costoso peinado, además de arrugar la falda del vestido.
-Llegue -anuncio.
A medida que se iba acercando a la sala, fue dejando piezas de abrigo. Desde los guantes hasta la bufanda. Y si no fuera por el lindo peinado, que ya no existía, hubiese dejado el gorro a juego.
-En la cocina -avisaron a lo lejos.
Circe se apuro en seguir su voz, y el aroma a la cena. Frederick no solo pintaba bien, sino que lograba hacer buenos platos elaborados. Según él, eran sus raíces de Francia que le dotaba de tal don culinario.
-Hola -saludo Circe sonriente.
Él giro, y se inclinó para poder recibir el beso que acostumbraba cada vez que ella llegaba de trabajar. Solo que esta vez, Circe quedó colgada de sus hombros, alargando aquel beso, hasta poder cubrirse con su calor.
-Hoy llegaste temprano -dijo, apenas se apartó—. Te deben dejar salir temprano más seguido, si llegas a casa con estos ánimos.
-No amor, me mandaron a casa -contó, e hizo un leve puchero.
-Debes aceptar las vacaciones, Circe -dijo Fred-. Vamos, unos días en la casa de campo en Francia te va hacer bien.
Dejo los guantes de cocina a un lado, y la tomo de la cintura para moverse con suavidad de un lado a otro.
-Allí no hay este viento espantoso. El sol es mucho más lindo. Las flores más perfumadas -murmuro-. Le darías el color que le falta a la villa.
La hizo girar, y cuando estuvo frente a ella otra vez, la arrimo más para poder hablarle al oído.
-Te juro, que solo por ti, si me dices que si, echó a cualquiera de mí familia que este ahí -murmuro.
-Oh, Fred -suspiro.
-Solo los dos, en Francia ¿Qué más romántico que eso?
Escucharlo decir eso, era algo tan raro para Circe. Pues era la primera vez en la vida que un esposo le proponía tal plan. Y no era como que con Baltimore nunca hayan ido a Francia, porque con el recorrió una gran cantidad de países, pero con Fred era distinto. Él tenía otra casa en Francia, y estaba segura que la familia tenía otras casas más en otros países. Y ninguno ahí era algún cretino.
La familia Vanhause era la gente más amorosa que conoció en su vida, y que no la vieron raro cuando se presentó.
-¿Cómo me hablas de esa forma, y pensar que te puedo decir que no? -cuestiono Circe, sonriente.
-¿Entonces es un si? Si es si, le hablo a mí madre para que saque a cualquiera que esté ocupado la casa, y mañana -se acercó a su oído para murmurar algo.
Circe lo escucho con atención, y pronto el rojo fue tiñendo sus mejillas.
-Ay, Frederick -dijo, y lo apartó.
Agitó una mano frente a su rostro acalorado, y le entrego una sonrisa nerviosa.
-Si lo pones de esa forma, es un si -dijo, y le guiño el ojo.
Y con el mismo nerviosismo, volvió a acercarse. Lo tomo de la cintura, mientras él tomaba sus mejillas, y lento deslizó las manos hasta llegar a su cabello, produciéndole un leve cosquilleo en la nuca a la hechicera, y todo para darle otro beso, pero ella lo detuvo.
-¿Pasa algo más? -pregunto.
Porque pudo notar un leve temblor en su mirada bicolor, y supo, desde el momento en que puso un pie en la cocina, que algo más que el simple frío, o sus proporciones románticas, le hacian temblar.
-Pensaba, en que -dijo, y titubeó-, quizás en una locura, pero . . .
-¿Sabes que contigo nada es una locura? -sonrió.
-Podríamos intentar, ir dos, y volver tres -dijo, casi por lo bajo.
Hacía un par de años que estaban casados, y entre tantas cosas que quería hacer con él, tener un hijo era una de esas. Porque, y no les faltaba amor, estaba segura que deseaba repartirlo.
-Bueno -dijo Frederick, aclaro la garganta, y sonrió tan emocionado como nervioso-, me parece una excelente manera de pasar las vacaciones.
-¿Si?
Frederick le dio aquel beso que ella freno, y así respondió.
-Podemos comenzar justo ahora -termino por decir-. Bueno, después de la cena, porque sé que mueres de hambre.
Circe dio una risilla, y se apartó para ir corriendo al baño.
-Pon la mesa -dijo desde el pasillo.
•
Circe se quedó viendo al techo. Frederick le había soltado, y aprovecho para girar sobre si, y perderse en algún punto como le había sucedido en la tarde durante el trabajo.
Suspiro, y otra vez un leve escalofrío trepó por su cuerpo. Esta vez desde lo pies hasta el último cabello sobre su cabeza.
-Cir -escucho a su esposo murmurar a medias su nombre.
Giro la cabeza, y lo vio darle la espalda. Se acercó para abrazarlo, y dejo un beso sobre su hombro.
-Esta todo bien -murmuro.
-No, ¿Qué pasa?
-Fred, ¿Crees que es momento para hablar de eso?
Él giro, hasta quedar de frente a ella, y lento fue abriendo los ojos. Pensando que le iba costar verla en la oscuridad, noto que los ojos de Circe daban un leve resplandor, permitiéndole ver parte de su rostro.
-Si algo te molesto, cualquier momento es bueno para hablar de eso -dijo, y dio una sonrisa.
-Bien -suspiro, y le dio un beso-. ¿Recuerdas lo que te conté cuando Olivia cumplió diecinueve años?
•
Circe llego a España. Conocía el camino a la casa de su amiga. Había ido allí un par de veces, quizás no las suficientes en los últimos años. Realmente, no recordaba cuando fue la última vez que se vio con ella.
Quizás fue aquella vez en donde supo ver a Baltimore en el club para el cual cantaba.
O unos años después, cuando necesitaba un consejo para hacer crecer sus plantas.
No lo tenía bien claro, pero si estaba segura que fue hace mucho. Tanto que no sabía bien que era de su vida, o la de su hijo.
Al llegar a la casa, noto la puerta abierta. Y eso fue lo necesario para saber que todo estaba mal. Pues además de lo obvio, el lugar emanaba una extraña energía. Una que solo sentía cuando la muerte estaba cerca. Era pesada y oscura, provocándole esos escalofríos como hacia una hora atrás.
Camino apurada el corto trayecto que quedaba hasta la entrada, y no encontró más que la nada misma. Más esa abrumadora sensación que le daba escalofríos, y le hacía temblar los tatuajes de su cuerpo.
-No, no, no -dijo apurada.
Al llegar a la cocina encontro oscuridad, ropa manchada de sangre, y un vestido en igual de condiciones.
-¿Margaret? -llamo apurada.
Comenzó a ver a su alrededor, y veía nada más que la nada. Aterrada se dirigió a un cuarto. Se topó con un hilo mágico, fino y del cual no podía identificar de quien se trataba. Y al acercarse a la puerta, oyó un sollozo.
-¿Peggy? -pregunto, y dio un paso adentro.
Al borde de la cama, viendo sus propias manos, manchas con algo que no quería reconocer, pero aquel olor le era tan familiar. Le produjo un nudo en la garganta, y pronto su imaginación comenzó a volar, hasta que cayó en una idea impropia. Algo que no quería ni imaginar, pero todo indicaba que así era.
Faltaba alguien, y sobraba demasiada oscuridad.
-Circe -dijo, apenas audible.
No alzó la mirada de sus manos, ni dejo de llorar frente a la presencia de la pelirroja.
-Debes ayudarme -murmuro.
Circe se sentó a su lado, evitando hacer cualquier movimiento brusco, o pregunta innecesaria. Sabía que ayuda pedía, y estaba segura de no saber cómo decirle que no.
-Se que puedes -dijo por lo bajo.
¿Qué podía? De alguna forma, eso le ofendía. Pero tampoco le quería regañar por tener una idea sobre ella y su magia tan desacertada después de tantos años de amistad.
-Sabes que no -murmuro Circe-. Peggy, de ha ido -dijo, afirmando la peor de las verdades.
Una frase tan cruel, que nadie tendría que escuchar o decir en la vida. A ella se la dijeron, cientos de veces, y nunca dejaba de doler. Aún así no podía hacer nada contra la muerte, más que mantenerse alejada de ella.
-Lo siento -murmuro.
Tomo su mano, y sintió el hielo trepar hasta su corazón, y provocarle esa sensación, que solo una madre podría sentir. Contuvo las lágrimas al límite de su mirada, y se limitó a oírla llorar.
—Lo siento —repitió con voz quebradiza, y la abrazó.
•
-¿Y bien? ¿Qué ocurrió después? -pregunto Frederick intrigado.
-Nada. Ella dijo, ya vuelvo, salió, y nunca más la volví a ver -respondio Circe, un tanto consternada-. No he sabido nada de Peggy. Y hay veces que me da miedo lo que pueda hacer.
-¿Intentaste ir por ella?
Circe guardó silencio. Claro que lo hizo, al menos los primeros meses. Pero perseguir a Peggy era algo que siempre terminaba en un callejón sin salida.
-Lo hice, hasta que note que no quería ser encontrada -dijo, y se encogió de hombros.
-¿Y ahora que ocurre? ¿Estará en la ciudad?
La hechicera suspiro, y otra vez volvió la vista al techo.
-Es complicado -dijo, y dio un gruñido-. Ahhh, por todos los cielos, ¿Por qué es tan complicado tener amistades mágicas?
Apagó la luz, y se volvió a acostar, obligando a Frederick hacer lo mismo. Lo busco en medio de la oscuridad, y recostó la cabeza en su pecho. Dando un suspiro, quizás un poco cansada y algo ilusionada.
-En realidad no es complicado -murmuro, y dio una sonrisa-. El día que la conozcas, te va a encantar.
—Bueno, todas las personas que te rodean son de mí agradó —murmuro, y le dio un beso en la cabeza—. Y es que solo por ti la gente me agrada.
Circe rió por su ocurrencia, y dejo un beso en el centro de su pecho.
•
Cuando Frederick murió, ella no escucho a nadie decirle que ya no iba a volver. Su familiar actuó frío, y no le dio tiempo a nada.
Intentó curarlo, y volverlo a la vida, sabiendo que eso estaba prohibido, y que no lo había hecho nunca en su vida. Lo intento, pese a que ya no quedaba nada más, que la nada misma.
A través de ella, la muerte hablo, y a su alrededor quedó el hedor de la misma. Y con un mechón de cabello anaranjado, bañado en sangre, le ordenó Desdemona que así acabará con su vida.
Y lo creyeron. Hasta ella llego a creerlo.
Por meses se refugió en algún lado, sin hablarle a nadie, sin el valor de ir al entierro de su esposo. Con la leve esperanza de deshacerse en lágrimas, y así terminar con ese ciclo sin fin de ver a lo que más amaba morir.
Pero otra vez engañó a la muerte ¿O está se había olvidado de ella?
Y así fue que en la década de los sesenta, supo porque ya no podía dar con su amiga. Pero no lloro por ella, y rezo porque su alma al fin pudiera encontrar la paz que tanto merecía.
En vano.
Una tarde, a cinco años de la muerte de su amiga, llegó de visita Olivia. Era ella y Zoe las únicas que sabían donde vivía. Era en algún pueblo remoto, pequeño, sin nada que llamara la atención, y se llegaba por tren. Un tren horrible, que muy pocos abordaban.
—Mamá, Cloe, tu amiga, insiste, insiste, en leerme la suerte ¿Qué suerte? No quiero, dile algo —exclamo furiosa Olivia—. Se que mí suerte es pésima, ¿Para que quiero que alguien me lo recuerde?
A punto de decirle algo, y tratando de resistir la risa de oírla, alguien llamo a la puerta.
—Solo deja que lo haga, está aburrida de hacerlo conmigo —dijo Circe, yendo a la entrada—. Aunque no creo en nada de lo que dice. Seguro es ella, ve y haz té.
Olivia fue a la cocina, y Circe grito despavorida al abrir la puerta. Tan grande fue la impresión, que de caminar marcha atrás, cayó al suelo por no haber visto una silla.
—¡No, tu estás muerta! ¡Olivia! —grito con evidente terror en su voz.
—No, no, no —exclamo apresurada la nueva visita—. Deja que te explique.
A ellas, se acercó corriendo, agitando un cucharón de madera en el aire, Olivia. Y se freno al ver la escena. Su madre en el suelo, con las manos cubriéndose la cara, y otra mujer de cabellera castaña, buscando tranquilizarla.
—¿Qué, qué está pasando? —pregunto confundida.
—Un, un fantasma —afirmo con seguridad Circe—. Estas muerta, estás . . .
Tomo aire, y vio la mano de la bruja que la veía desde arriba, con una sonrisa llena de pena.
—Peggy, ¿Estás viva? —pregunto, y tomo la mano que está le ofrecía.
—Si, es una larga historia —respondio apenada, y jalo de la mano.
Se puso de pie, y la vio con atención. Tomo sus mejillas, para poder verla mejor. Entonces supo, que no era ningún fantasma, o espíritu siniestro.
—Ohhh —suspiro.
Apresurada, la cubrió con un fuerte abrazo, y lloro en su hombro. Otra vez su corazón corría con calma, y los colores le volvieron.
—Estas viva —balbuceo, y lloro con más fuerza.
—Tu también —dijo Peggy y le correspondió el abrazo.
•
Estaban en el pequeño jardín disfrutando el té que Olivia les hizo. Esta prefiero dejarlas solas, y evitar alguna pregunta incómoda, pues Peggy había asegurado que la última vez que la vio era muy pequeña.
Por un instante se hizo el silencio. Y es que a ambas les costaba decir o preguntar la razón de porque estaban ahí y no enterradas bajo tierra. Aquel tema se evitó, pero hubo otro que si se tocó.
—Circe, hice algo —dijo.
Pronto la mirada de pelirroja fue de confusión. Cuando alguna de sus amigas decía algo por el estilo, era porque, evidentemente, hicieron algo terrible.
—Hice magia —continuo frente a la falta de una respuesta.
—Creo que debes ser más específica, querida, después de todo sigues siendo bruja ¿Cierto?
Peggy tomo aire muy profundo, y lo largo por la nariz.
—Creo que fue magia prohibida —respondio.
—¿Cómo que crees? Peggy, no es cuestión de creer, es hacerlo o no hacerlo —dijo, como si la estuviera regañando—. ¿Por qué me lo cuentas?
—La noche en Marius murió, volví al hospital, e intente —otra vez tomo aire, y controló las lágrimas—. Intenté revivirlo. Cómo con las plantas.
Circe se inclinó hacia adelante, y le entrego una mirada oscurecida, una que logro que Peggy temblará nerviosa.
—Fue una medida desesperada, ¿Qué pretendías que hiciera? Lo debía intentar. Circe, tu, tu hubieras hecho lo mismo —hablo temblorosa.
—Algo así es de consecuencias Margaret —murmuro—. ¿Para que me lo dices? ¿Para que volviste? ¿Por qué me buscaste?
Peggy tomo sus manos, y noto lo frías que estás estaban. Se le hacía difícil que alguien como ella, que parecía brillar como un cálido rayo de sol, fuera tan fría en ocasiones.
—Porque necesitaba una amiga en igual de condiciones —dijo, y dio una sonrisa—. Ya sabes, una desafortunada y . . .
—Y la otra maldita ¿No?
Parpadeó un par de veces las evitar llorar, pero le fue inevitable que un par de lágrimas cayeran, y se llevarán con estas algo de rímel.
—Peggy —dijo, y la bruja la vio—. Se que quieres saber si está vivo. Pero desde que Fred murió, no he vuelto hacer magia oscura —hablo, y aparto la mirada—. Y si, hubiese hecho lo mismo. Solo que no tuve las agallas suficiente. Y además . . .
Volver a pensar en esa noche no hacia más que causarle dolores de cabeza. Aún así trataba de recordarlo para evitar caer en lo mismo, y no olvidar lo peligroso que era perder las líneas de su magia.
—Circe, no me debes decir nada —dijo, al verla sufrir.
—Es que si alguien más lo sabe, me pesara menos la pena —murmuro—. Peggy, quizás no lo traje de vuelta a mí, pero cruce los límites de mí oscuridad. Y lo peor de todo es que si mataba a Desdemona, yo, yo no me iba a arrepentir de eso.
—Circe . . .
—Una vez me dijeron que los nigromantes están siempre en busca de poder, y uno elige si hacerlo no —continuo.
—Tu no eres como ellos —dijo Peggy.
—Peggy ¿Cómo estamos tan seguras que no somos como quienes nos educaron? —pregunto a punto de llorar.
Estaba claro que ambas estaban pasando por una crisis, tras el encuentro tan inesperado que era el de dos amigas que se creían mutuamente muertas.
—No lo se, estamos acá, tratamos de hacerlo diferente ¿Eso cuenta? Circe, yo no lo sé.
—Y yo tampoco —exclamo, y se quebró en llanto.
Las dos se abrazaron, y lloraron al mismo tiempo. Como un extraño ritual que se solía repetir una vez cada siglo, al menos.
—Mamá ¿Se encuentran bien? —pregunto Olivia quien las veía desde la puerta corrediza de la casa—. Mejor no me digan, iré al supermercado.
Al oírla, se apartaron, y se vieron. Las dos traían cabellos pegados al rostro por las lágrimas, y manchas de rímel y maquillaje corrido por más mismas. Era una extraña imágen de apreciar, que no le hizo más que causar gracia.
—No vuelvas a casi morir —murmuro Circe y le dio una sonrisa.
—Y tu igual —dijo Peggy, sonriendo a la par.
★★★
Hola mis soles resplandecientes ¿Cómo les va? Yo ando sufriendo por el frío que hace. Odio el frío, que venga la ola de calor 😭 mentira, que los ciclos sigan como deban seguir. Pero igual me voy a quejar.
Este capítulo es un capítulo más subí baja, ah. E iba continuar con otro final, pero ¿Para que? Mejor les dejo a las amigas reunidas.
Entonces sin muy pocos los que saben que Circe está viva. Y más pocos los que saben dónde vive (O sea Zoe, Olivia y ahora Peggy)
Releyendo un capítulo de Ascendiendo a la magia, me di cuenta que Arabella no sabía que daban por muerta a Circe (porque dice que la ve a lo lejos en España junto con Douxie [en proceso de escritura])
Y es que antes de preguntarle a fanfictioner67 si Peggy y Arabella se volvieron a conocer (en su au) pensé que me hacía falta como un drama de este tipo en plan ¿Dónde está mí amiga?
En fin sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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