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|Rosa Pálido|

 Las primeras noches de Arabella en Camelot, fueron un completo caos. Aunque Morgana busco de todas las maneras posibles hacer que la niña no llorara o pensara en lo sucedido antes de su abandono, era un caso perdido. Cada vez que lo lograba, y dejaba la habitación de la niña, esta volvía a llorar. 

 Y fue una noche, que algo mas fuerte que el llanto desato el caos. 

 Arabella había logrado conciliar el sueño luego de un largo día de distracciones. Porque así funcionaba. Aunque Morgana tenia otros propósitos con la pequeña bruja de vajilla, no dejaba de sentirse mal al notarla tan desdichada. Y es que esa niña, que conocía desde su nacimiento, llego a su corazón de una forma que le era difícil sacar para la hechicera. 

 Fue esa noche, donde el caos se desato entre sueños, que la mujer conoció la desesperación de no poder hacer algo por alguien que amaba. Arabella gritaba en el cuarto, y este parecía brilla con una luz rosa muy fuerte. 

—Ayúdame —aullaba Arabella—. Me quema. 

 Cuando  Morgana quiso dar un paso dentro, la misma magia de Arabella la repelió. Y al ver a la niña en la cama, esta lento se iba cubriendo por una especie de baba brillante. Y antes que pudiera llegara a su cara, la hechicera no dudo en lanzarle un conjuro, haciendo que esta se durmiera, o quizás desmayara. 

 Arabella quedo tumbada en la cama, y Morgana paralizada en la puerta. Tras unos minutos, dio un paso, y luego otro. Hasta que corrió el poco trecho que quedaba.  

 Esa noche, Morgana descubrió el caos mágico de las emociones, y que la niña que posaba en sus brazos seria una gran fuente de ambos. Emociones y caos. 

 Por otra parte, no fue la única en descubrir algo. Arabella no recordaba nada. Ni de esa noche, ni de esa semana. Una corto capitulo en blanco de su vida. Pero no el único, porque, aunque tenia una edad corta, supo que ese suceso no seria el único en su vida. 

 Y años mas tarde, décadas después, siglos en adelante, lo termino por corroborar.  

Londres, Inglaterra, 1807

No recordaba bien cuando sucedido. Sin embargo aún tenía esa sensación en la piel, el gusto en la boca, y un suave ardor en sus labios. La conocían por traicionera, y esa ocasión atravesó los límites, unos que ella juro nunca hacerlo. Quería hacer daño, y lo logró. E hizo bastante porque a sus oídos llegaron los rumore. Sabiendo los resultados que tendría, solo hacia falta de que alguien se lo corroborada. 

 Por un tiempo no se arrepintió, hasta esa noche. 

Otra vez aquel sueño. Otra vez sus manos se prendían en medio de la noche haciendo del rosa el color más temido. Otra vez era devorada por su magia, aquel oscuro y profundo océano. De vuelta era una niña, pero esta vez por completo desprotegida. 

Despertó agitada, segura de que había gritado, pues al ver a su familiar, está tenía los vellos encrespados, y una mirada perturbada. La tercera vez en lo que iba de la semana. Y llegó a pensar que pasaría una cuarta como semanas anteriores.

—Esto es una locura —murmuró.

Volvió a caer sobre la cama, y giro la cabeza para ver por la ventana. Aún no había salido el sol, y no tenía más sueño, solo un leve dolor de cabeza.

Eso era lo malo de vivir sola, los malos sueños la asechaba, justos como en su infancia. Lo único que lo diferenciaba a cuando era una niña, es que ahora podía controlar la magia si está se hacia presente entre las pesadillas.

O al menos gran parte de las veces.

Salió de la cama, y anduvo por la solitaria casona. Ya no deseaba vivir ahí. Ni en la casa ni esa zona. Era un sitio muy apartado, a donde los vendedores ambulantes no se atrevían llegar, y quiénes lo hacían iban con una sola creencia en mente.

Estaba segura que esa casa iba a costar venderse en cuanto se marchará de ahí.

Fue a la cocina, y se preparó un té. En lo que el agua hervía leyó su correspondencia. Algunas eran viejas noticias, un par de servicios, que no sabía si aceptar. Entre tantos estaba un caso que le hizo mucho ruido, tanto por la corta edad de la víctima, esta aun no nacía, así que se trataba de una predicción. Pero era quien firmaba, quien mas sospecha, y curiosidad, le causaba.

Y una carta de su amiga.

—¿Cómo es que la pase por alto? —se preguntó—. Oh, y tiene carácter de urgente.

Cuando lo noto el sobre databa del mes pasado, y su contenido, pese a lo urgente, no parecía expresar lo mismo.

—¿Estamos muy lejos de Escocia? —le pregunto a su familiar.

White no le respondió nada. Lo que Arabella lo tomo como un no.

—Bien, entonces iremos a visitar a alguien —exclamó alegre—. Iremos en tren.

Hizo las maletas sin ver realmente lo que estaban guardando. Cantaba alegre alguna vieja nana mientras acomodaba su bolso, ya sin pensar en otra cosa. Ahora parecía no preocuparle no dormir las horas que le correspondía, sino más bien que vestido llevar.

La carta no especificaba con lo que se iba a encontrar, sino más bien era un pedido de ayuda. O era tal vez las ganas de compartir con alguien más aquel nuevo secreto.

El viaje en tren no fue tan arduo como había pensado. Tan solo fueron cinco horas donde se durmió sin darse cuenta. Lo hizo sabiendo que White no iba a permitir que alguien le hiciera algo cuando estuviera con las defensas bajas.

Al llegar, decidió ir caminando. Según la carta se había mudado a la ciudad, algo que odiaba, y a Arabella se le hacía un poco dificultoso creer.

Hacía más frío de lo que había imaginado. El chal sobre sus hombros no ayudaban, y eso que sus vestido era de mangas largas y tela gruesa. Solo que no lo suficiente para ese clima.

  En ese momento no había pensado que un corte francés la iba a desproteger tanto, y  entendía como es que su amiga odiaba aquel sitio.

Fue de casa en casa hasta que por fin dio con la correcta. O al menos eso pensó, pues del otro lado tardaban en atender. El grito de que pronto abrirían, tras tocar reiteradas veces, termino por confirmar sus dudas.

—¿Arabella?— dijeron del otro lado.

—¡Sorpresa! —grito emocionada—. Seguro que no me esperabas.

—La verdad, te espera hace un mes —se cruzó de brazos.

—Días más, días menos —exclamó agitando una mano en el aire.

Se sacó el chal que cubría sus hombros, y se lo pasó a su amiga, que la veía un tanto indignada. A viva voz, comenzó a elogiar la pequeña casa, y su dueña iba por detrás tratando de hacer que hablara lo más bajo posible.

—Ni que tuvieras un niño aquí —exclamó.

Y rio frente a la idea de su amiga con un hijo dando vueltas por ahí.

—Arabella, por favor —murmuró.

Arabella volteó a verla, y solo pudo ver preocupación en su rostro.

—¿Hay un niño aquí? —pregunto—. Margaret ...

Oyó una voz, que no logro reconocer, llegar desde atrás de ellas, y Arabella la siguió con intriga. Se acerco al sillón, cerca de la estufa, y allí pudo ver una pequeña mirada gris.

Y algo de magia. Tan leve, aun así no dejaba de estar ahí.

Se puso en cuclillas frente a él, y lo descubrió. Ambos se vieron con extrañeza. Y el niño, asustado frente a la mirada rosa de la rubia, corrió hasta la otra bruja.

Arabella se puso de pie, y dio un paso hacia Margaret. Nerviosa jugo con la piedra verde de su collar, tratando de evitar romper la cadena de un tirón.

—No entiendo —murmuró— ¿Cómo ...?

La otra bruja se tomó el puente de la nariz y suspiro cansada. Aún era muy temprano, y sentía que ya era de noche y no tenía más energía.

—Desayunaremos y te diré todo —dijo—. Marius ve a tu cuarto. Y tú ven conmigo.

Mientras el niño se fue, seguido por la mirada de la rubia, está siguió a Margaret.

Tras cerciorarse de que estuvieran solas, se detuvo, y miró a Arabella.

—¿Qué ocurre contigo? —pregunto.

—¿Me estás regañando? —Arabella sonó ofendida.

—Te has desaparecido por un mes, o más, y llegas de la nada ¿Por qué?

—Llego y tienes un niño, nunca te vi embarazada, y hasta donde se tu idea de ser madre no estaba en tus planes ¿Por qué?

Ambas guardaron silencio, y compartían miradas furiosas. Cruzadas de brazos, esperaban que una dijera algo. Hasta que Arabella suspiro casi con el mismo cansancio que su amiga.

—Hice algo, hace mucho, y ahora no sé cómo enfrentar las consecuencias —confesó.

—¿Cómo crees que te puedo ayudar?—indagó Peggy.

—Solo quiero que me escuches, no lo otro —respondió sin verla—. Y té con mí gran y mejor amiga ¿Eso es mucho?

Peggy sonrió, y asintió.

—¿Lo quieres conocer? —pregunto por lo bajo—. Creo que le vas a agradar.

Arabella chillo emociona, y salto en su lugar. Salió corriendo de la cocina, dejando a Margaret sola. Y esta no estaba tranquila. No estaba muy segura con lo que se podría encontrar.

Arabella esperaba a Margaret y el desayuno. Y algo llamo su atención. Era una presencia viéndola a unos pasos de ella. En cuanto encontró al pequeño espía, en la puerta de un cuarto, dio una sutil sonrisa.

Supo que actuó mal cuando volvió a ocultarse de ella.

—Hola —saludo Arabella—. Juro que no te voy hacer nada. Yo me disculpo por lo que viste.

El niño se asomó, aún desde el marco, con medio cuerpo oculto en la oscuridad del cuarto, la observó con atención. Al verla sonreír, de una manera más cálida que la primera vez en que la vio, se acercó. No lo suficiente, mantenía cierta distancia.

—¿Eres como mí mamá? —pregunto.

—Algo parecido ...

—Una bruja —murmuró.

—Si, una bruja.

Margarita los veía a la distancia. Por un momento aquello se le hizo una imagen tierna, de su amiga con quién ella llamaba, y aún le costaba decir, su hijo. Sin embargo el contexto de aquel momento no dejaba de preocuparla, y le generaba dudas, que no sabía si iba a poder despejar.

Dio un leve suspiro, y volvió a la cocina. Allí se encuentro con White, la gata blanca moví a la cola como si esta fuese una serpiente.

—Ella está mal —murmuró.

—¿Alguna vez estuvo bien? —pregunto y luego se arrepintió—. Lo siento es que ...

—No te disculpes, hija de Morgana.

Peggy creyó haber visto un leve brillo en sus ojos y una sonrisa maliciosa en su hocico.

—Uh, lo siento. Cada vez que digo ese nombre alguien se ofende —dijo—. Pero esa herencia no viene al caso. Y tienes razón.

—¿Con que?

Margaret se cruzó de brazos. No le iba a dar la razón, pero un poco ofendida se sentía por la actitud del familiar.

—Ella hace mucho que no está bien, y todo empeoró con ...

El grito de Arabella y Marius clamando por Peggy le interrumpió. La gata guardó silencio, mientras que bruja rodó lo ojos antes la incompleta información.

Entro al pequeño comedor y ambos estaban en la mesa.

—Tenemos hambre —exclamó Arabella.

—Si —dijo Marius con la misma actitud.

—Ya se calman, o no habrá nada para nadie —Peggy dio una pequeña sonrisa.

Si su amiga siempre estaba mal, debía aprovechar los momentos en que estaba bien. Y Arabella parecía haberse olvidado por completo lo sucedido más temprano. Aquel niño le había devuelto la sonrisa, y estaba alegré con tan brillante presencia.

Ningún tema se tocó. Habían hecho el almuerzo, y tras una corta siesta salieron a dar un paseo. A Peggy le pareció una mala idea, más que nada por el frío pero Arabella logro convencerla.

Iban ellas tranquila, mientras que el niño iba un poco más adelante viendo todo a su alrededor.

—Les quiero hacer un obsequio — dijo Arabella—. No me esperabas y fuiste muy hospitalaria.

—Sabes que no hace falta

—Al menos deja que cocine —sonrió—. Tu no deberás hacer nada. Yo me encargo.

—Pero ...

—Es lo mínimo, Margaret —le interrumpió—. Por favor.

 Le sonrió, con esa particular sonrisa, una que no entendía como es que todos caían hechizados, hasta ese momento. Se pudo haber enojado, por caer en las artimañas de su amiga rubia, pero no se sentía con ganas de seguir negándole todas las propuestas que esta le daba. 

—Bien, tu haces la cena —dijo, y siguió adelante—. No puedo creer que me convencer. 

 Así fue, que fueron al mercado por algunas verduras frescas, carne y algo de pan. Y entre tanto ajetreo, Arabella perdió a Margaret y Marius. Un poco desconsolada, y siendo empujada por el tumulto que se armaba a su alrededor, percibió magia conocida. No era de su amiga o hijo, sino de alguien mas. Y un leve susurro le hizo perder los estribos. 

—Nunca lo podrás olvidar —dijo aquella voz femenina en su oído. 

 El mundo de gente comenzó a girar a a su alrededor, quitándole el aire, y haciendo que perdiera el equilibrio. Pronto se vio envuelta en la abrumadora sensación de estar perdida. Otra vez, y ahora despierta. 

 Y cuando creyó que iba a quedar al descubierta su identidad mágica, llego Margaret. La tomo del hombro, y la hizo girar, y nunca antes estuvo tan agradecida de encontrarse con la mirada verde de la bruja. 

—Por favor, volvamos a tu casa —balbuceo. 

 Se pego a ella como si fuera una niña perdida, y lloro como si a quien hubiese encontrado fuera a su madre.   

La cena no se hizo. Solo fue un té caliente para ella, mientras que para el mas joven de la casa, algo de pan tostado con un vaso de leche. 

 Arabella no había vuelto a decir mas nada, y Margaret tampoco la iba a obligar a decirle nada. 

 Así que los tres se quedaron en silencio, frente al pequeño fuego del hogar.  

—Lo siento, he arruinado todo, una vez mas —murmuro Arabella. 

—¿Ya antes lloraste en publico? —pregunto Marius. 

—Marius —exclamo Margaret—. Ten un poco de decoro. 

 Arabella la vio, reprimiendo una risa por las palabras implementadas por su amigas. 

—¿Desde cuando hablas así Margaret? —pregunto, exagerando su acento en el nombre—. Marius debes saber, que normalmente no lloro. 

—No le des ideas extrañas —murmuro Margaret. 

—Y no lo hago, porque me molesta que crean que soy emocional, o que lo hago solo por ser mujer, y que me tilden de débil por eso —añadió—. A decir verdad, me había olvidado lo bien que hace llorar, aunque con publico no es de las mejores ideas.  

—¿Qué pasa si no lloras por mucho tiempo? —pregunto con curiosidad Marius. 

 Margaret vio con la misma atención que el niño a la bruja rubia. No iba a negar que era una buena pregunta viniendo de un infante. 

 —Tienes pesadillas, que te recuerdan todo lo malo que has hecho, y que luchas por no olvidar como una forma de . . . —se pauso. 

 Y vio a Marius, luego a su amiga. Ambos tenían esa expresión de no haberse esperado la respuesta que esta les lanzo. 

—Si lo contienes te hace mal, y terminas sorprendiendo a todos con las lagrimas —continuo y dio una sonrisa—. Si me disculpan, iré al baño. 

Se puso de pie, e impulsada por sus nervios, prácticamente salió corriendo de allí. Por detrás, un poco mas calmada fue Margaret, en lo que respectaba su apariencia. Mientras que Marius se quedo en su lugar, sin entender muy bien lo que estaba sucediendo.  

—¿Qué esta pasando? —le increpo Margaret—. Y no digas que nada, porque esta claro que si. Llegas luego de no saber por meses de ti, actúas mas raro de normal, y solo sonríes ¿Qué esta pasando?

 Arabella tomo aire muy profundo. Mordió su labio inferior buscando contener lagrimas o gritos. 

—Cometí un error, fue hace muchos años, y ahora . . . 

—¿Tienes pesadillas? 

—Si, como cuando era niña, y estaba atormentada por lo que me paso —susurro— ¿Qué pasa conmigo?

—Arabella —dijo con suavidad y tomo sus manos—, creo que siente culpa por lo que hiciste. 

—Oh, odio cuando todo tiene sentido —murmuro. 

 Y como un repentino acto de magia, comenzó a llorar. Esta vez sin voces espectrales, ni magia desconocida, o el mundo girando a su alrededor. Margaret la abrazo, y la dejo llorar en su hombro, corroborando que era cierto. Que estaba mal, perdida, y que las lagrimas no era un lujo que se podía dar con libertad. 

✨Bonus✨

 Aprovechaban lo cálido de esa tarde invernal. Marius jugaba en el patio con los familiares, mientras las brujas esperaban a que el té se enfriara un poco.

—¿Me dirás que hiciste? —pregunto Margaret. 

—Oh, Margarita, me vas a regañar si te digo —dijo Arabella. 

—No es cierto — dijo Margaret dando una sonrisa. 

 Arabella tomo aire, e inflo las mejillas con el mismo.

—Bien, me metí con alguien . . . 

—Ay, no lo puedo creer —exclamo.  

 Marius se acerco corriendo, riendo, y por detrás llegaron las dos gatas. 

—¿Qué no puedes creer? —pregunto risueño.

—Oh, ah, la tía Arabella tomo algo que no le correspondía —dijo Margaret. 

—Y lo peor es que me gusto —chillo Arabella. 

—¿Te gusto robar? —pregunto el niño. 

—Me encanto robar, y robaría tantas veces como sea necesario, pero tú no lo hagas —dijo Arabella tratando de sonar estricta—. Esta muy mal, te puede dar pesadillas.  

Margarita termino por quebrarse de la risa, lo que también hizo reír a Arabella y por último a Marius, quien corrió siendo seguido por los animales.

—Recuerdarme nunca dejarlo a tu cargo —sonrio, y dio un suspiro—. Ahora, creo que es mí tú turno de hablar.

—Margarita, solo si tú quieres —dijo Arabella, dando una sonrisa tranquilizadora—. Soy tu amiga, y es la hora del té, era lo que necesitaba.




★★★

Hola mis soles ¿Cómo les va?

Ah, acá está nublado, y yo rindo un final en unos días, pero nunca está demás publicar esto.

Uf, junto polvo de lo lindo. Y cada tanto me olvidaba, porque no sabía como continuar, no me gustaba el principio (que cambie, porque estaba narrado diferente) y bueno, salió esto.

La mayoría de mis personajes se mueven por los sentimientos/emociones. Arabella lo hace por culpa, o irá. Porque ella no sabe manejar lo que siente. Dios, y es a la que más le cuesta ir a terapia.

Así es, siempre que ve a Marius cree que no lo vio hace mucho tiempo. Pero esta es la primera vez que lo hace. Y la Peggy de fanfictioner67 siempre fuerte ante las lagunas mentales o la actitud de White 😂

Bueno, sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨

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