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|Por la noche, la soledad desespera|

 New York, 1909

Solo por esa noche no le intereso mucho que la vieran. Se había hartado de quienes la miraban fijo, buscando algo que ella no comprendía. Pero por esas horas, tomo la decisión de no darles el gusto de mantenerla escondida. 

Se puso un vestido rosa largo hasta el suelo, con una marcada cintura gracias a una cinta gruesa de un tono mas oscuro. Al momento de adquirirlo no le disgusto, hasta esa hora en que se metió en un bar. Comenzaba a odiar la moda del momento. Todo parecía hecho para atraparla, y contenerla. Sin embargo, había tomado la controversial decisión de no usar esos cuellos de encaje que tanto la dotaban de elegancia. Con el cabello recogido, y los hombros descubiertos, no hizo mas que llevarse las miradas del público presente. E ir sin acompañante de ningún tipo, no hacia que pasara menos desapercibida.

 Se acerco a la barra, cerca de un caballero desconocido. Le sonrió, como le hacia a cada extraño del que buscaba beneficiarse en algo. Sus ojos dieron un leve relampagueo rosa, y el hombre le devolvió la sonrisa. Jocosa en pocas palabras. 

—Si, acepto tu trago —dijo, y le guiño un ojo. 

 Mientras el extraño se encargaba de buscar al cantinero, Arabella sondeo el lugar con la mirada. Era la primera vez que estaba en ese bar, de ese lado de la ciudad. Había entre ellos, magos, alguna que otra bruja o hada disfrazada, y sin pasar desapercibido desde el momento en que puso un pie ahí, uno que otro cambiante, charlando entre ellos. Si, estos también la vieron. Pues, pese a los años transcurridos aun seguía vigente aquel título, que parecía imposible de quitar de encima. 

 Hija de Morgana. 

 Aquel nombre no le traía mala suerte, ni la perjudicaba directamente. Pero no podía soportar que su fama, a veces, sino es que la mayor parte del tiempo, se redujera a eso. Era el demonio rosa, el espíritu de la bruja, el cuervo rosa, y muchos otros apodos, pero siempre hija de Morgana. Porque estaba claro que alguien la había engendrado, pese a que la hechicera no era la madre en cuestión, y tampoco se refería a ese tipo de creación. 

 Sin embargo, alguien mas llamo su atención. 

 Verlo entrar, y suspirar, buscando un lugar con su evidente mirada cansada, le hizo entender que haber entrado ahí, en ese bar, al que nunca entro, de ese lado de la ciudad, no fue mera casualidad. 

 Nada que estuviera relacionado con él, era mera casualidad. 

 El cantinero dejo los tragos, y cuando el extraño le alcanzo una copa, Arabella tomo las dos, y rompió el trance del hombre.

—Oh, lo siento, estos tragos son míos —dijo sonriente.

Y sin decir más nada, se alejó. Con ese mismo aire de alteza con el que había entrado al establecimiento, se acerco a la mesa recién ocupada. 

—Hola —dijo—, tanto tiempo ¿Cierto?

 Por un instante no alzo la vista. Se quedo viendo sus manos tensionadas, como el resto de su cuerpo al oír la voz aquella ¿Cómo es que podía sonar tan dulce y perversa a la vez? No recordaba que ella fuera capaz de hablarle de esa forma, sino se tratara de un trato lejos de ser amistoso. 

 Tomo aire, y paso una mano tirando el cabello hacia atrás, y al fin alzo la vista, y se encontró con ella, terminando por robarle el aliento. 

—Ay, Doux —dijo y se sentó frente a él.

 No iba a negar que la oscurecida mirada del mago, por alguna razón, que segura ella tenia algo que ver, tenia ese efecto de siempre. El de robarle sonrisas y suspiros.  

—Contigo es así. Alejado de ti, llegó a creer que ha pasado mucho tiempo desde la última vez —dijo Hisirdoux, y le dio una sonrisa.

Una mueca cargada de nostalgia. Imposible de no notar. Se reflejaban en su boca apenas tensionada, y en su semblante suavizado.

Ella no lo iba a decir, pero sentía lo mismo. Estar alejada de él, le hacía creer que hacía una eternidad que no lo veía, y en ese instante se cuestionó cuando fue la última vez que lo hizo.

Parecía tan lejano, y borroso, que termino por sonreír con la misma nostalgia.

—Lo bueno, es que tenemos tiempo —dijo, y le acercó la copa—Una noche, ya es mucho tiempo ¿No crees?

—¿Lo dices de verdad?

—Con la verdad es la única manera que tengo de hablar —dijo sonriente.

Hisirdoux tomo la copa que esta le ofreció, y le dio un sorbo corto. Se quedó allí, viendo su interior, como si fuera a encontrar alguna respuesta, el valor para lo que sea, o la palabra necesaria que daría a cualquier camino al final de la noche.

Y es que hasta ese momento, Arabella le había roto tanto el corazón, que ya se sentía idiota de seguir amándola. Porque ella se podía dar el lujo de prometerse con alguien más, de rechazarlo, o hasta meterse en su propia vida amorosa, para terminar eligiéndola, siempre a ella. Pero el nunca haría ni la mitad de lo que esta le provoca.

Aún así, tenerla ahí, le hacía un mínimo de feliz. Y más que otras veces, la necesitaba, para desaparecer el dolor que crecía en su interior.

—Siempre hablas con la verdad —dijo.

Pero deseaba decir más que eso, o no haberlo dicho. Deseaba, irse de ahí con ella, y que el destino, como siempre, decidiera por ellos.

—Bueno, yo hablo, y tú crees —sonrió con alevosía.

—Y siempre lo voy hacer, aunque sepa que me estás mintiendo —dijo—. Y siempre se cuándo estás mintiendo. Conmigo, se te nota más de lo que imaginaba. 

El semblante de Arabella cambio al oírlo. Sombrío, y encantador, como nunca otra veces logro encontrarlo. Lo peor, es que tenía razón, no había forma en que le pudiera ocultar algo, porque de alguna manera lo terminaba sabiendo.

Él era su punto ciego, su mayor debilidad. Y aunque con el mago no llego a traicionar a nadie, todas sus relaciones se terminaban en su nombre. Siempre terminaba pensando en él, aunque estuviera abrazando a alguien más, durmiendo en una cama distinta, o sonriendo con dicha a otra persona.

—Que bueno que nos conocemos lo suficiente, para evitar todo ese trajín social —dijo Arabella—. No hace falta que te diga que no estoy comprometida para que me lleves a donde quieras.

—¿Un compromiso te detiene?

Arabella rodó los ojos, y le dio un sorbo a su copa.

—Depende de quien sea el comprometido —sonrió—. Si hoy estuviera comprometida con cualquiera de estos idiotas, no cabe duda que no me detendría. Yo espero que eso no sea un problema para ti.

—No, solo si me lo permites.

Tomo la mano que el mago tenía sobre la mesa, y le dio una leve sonrisa. No debía darle más que eso para que supiera lo que significaba.

—Por suerte si, lo permito y para evitar cargos de conciencia, no estoy comprometida.

Hisirdoux la vio, y aquella sonrisa que mezclaba todo lo que le gustaba de ella, le termino por convencer lo mucho que deseaba desaparecer a su lado. Poseerla como nadie mas, y ahogar sus tristezas en su perfumado cabello.

La deseaban más que en otras ocasiones, y le culpaba a un sentimiento de tristeza inmenso el querer hacerlo.

Deseo y tristeza, lo último que debía mezclarse, y solo por ella sería capaz de tal riesgo.

Se pusieron de pie al mismo tiempo, y cuando Arabella quiso encaminarse a la salida, Hisirdoux la detuvo. No lo había notado, fue muy rápido para hacerlo, pero lo tenía al frente. Tan cerca que pudo sentir su aliento contra el suyo, la calidez de sus manos sobre la tela del vestido, y el deseo en su boca.

En segundos poseyó sus labios, como hacía tanto tiempo, tantos años, tantos minutos, que no ocurría. Devoró hasta su fibra más racional, y le arrebató el último vestigio de cordura. Acarició su cintura encarcelada, y torció cualquier pensamiento. Provocó un incendio forestal en su estómago, que amenazó con convertir en cenizas su propia persona.

Y todo ese deseo devastador fue en tan solo algunos segundos que parecían la eternidad misma.

¿Qué pretendía? Realmente no le importaba, porque no esperaba ser de más nadie esa noche. Y es que al primer momento en que lo vio, supo que no deseaba ser de más nadie que solo de él. Aunque solo fuera por unas horas, por una noche, o un instante.

El camino hasta el departamento fue escandaloso. Las pocas personas que habitaban las calles a esa hora de la noche no hacían más que ver con escandalizados a la pareja. Iban apurados, deteniéndose cada tanto para librar una batalla con sus labios, para recitar hasta la más empalagosa poesía, para reír por el atrevimiento de ser dos almas viejas que se amaban como los jóvenes que aparentaban ser.

Y todo ese caos termino por desatarse en la alcoba del departamento de la bruja. Porque ya no era pasión lo que los desborda, eran el más ardiente incendio, y amenazaba con quemar todo a su alrededor.

Quemó todo. Hasta lo más difícil de alcanzar, y termino por producir la más insana calma.

Y cuando el silencio se apoderó de los dos, no pudieron dormir. Hisirdoux estaba sentado, y Arabella abrazando su espalda, mientras iba dejando algunos besos a lo largo de sus hombros, más delgados que en otras ocasiones.

Disfruto el tacto de su piel contra la suya. Y la paz, que le fue arrebatada de manera brusca, volvió a ellos.

—Entonces, —hablo ella— ¿Me dirás qué te aqueja? No creas que no lo noté. Tú podrás saber cuando yo miento, pero yo sé cuándo tú estás triste.

Tomó aire, apoyo la mejilla contra el hombro, y dio un fuerte suspiro.

—Aunque te cueste creerlo, soy más compresiva de lo que imaginas —continuo—. Quiero curarte los males.

Y por dentro Hisirdoux decía que ella era una de las fuentes principales de sus males y pesares. Pero no sé lo diría, no ahora que lo trataba con esa dulzura que tanto extrañaba, tanto añoraba.

Aún así no se atrevía a decirle que era eso que le hacía tan mal, porque existía una pequeña parte de su vida que ella desconocía.

—Solo es un mal día —murmuro, y dio una pequeña sonrisa.

Arabella, lejos de creerle, se sentó frente a él, y espero a que la viera. Parecía que Hisirdoux no podía hacerlo, no quería alzar la mirada.

—¿Qué ocurre? —pregunto con suavidad, y alzó su rostro del mentón.

—Es solo que ... —dijo, y vio hacia otro lado.

—Ah, ya veo —sonrió.

Salió de la cama, y tomo la camisa del mago para ponérsela encima. Giro, llevándose la vista de Hisirdoux, y este sonrió agradecido.

—Solo quiero que estés cómodo. Quizás que este vestida te haga hablar —dijo—. Oh, y té. Iré hacer té. Afuera llueve y eso hará todo más reconfortante.

Giro sobre si ante lo agradable de la idea, hasta que el pelinegro dijo algo que le hizo temblar. Algo que logro perturbar lo mas oculto en su interior. 

—Tengo una hija —confeso.

Arabella, quien le daba la espalda, quedó clavada al suelo. Cada vez que lo intentaba, le era imposible tratar de respirar de forma fluida. Lento, giro la cabeza para verlo por encima del hombro, y noto pena en la mirada de Hisirdoux. Mientras que sentía que el fuego brotaba de sus propios ojos, como un incendio forestal.

—¿Con quién? —logro articular.

Hisirdoux sintió eso como la peor de las amenazas. Por un instante se le cruzó la idea de decirlo, pero verla ahí, sin decir nada, echando humo por la nariz, le hizo retractarse.

Aun estando ahí, despojada de todo, luciendo más pequeña que en otras ocasiones, y encantadora con el cabello suelto y ondulado, no hacia más que causar terror.

Salió de la cama, y se acercó a ella. Pero Arabella dio un paso atrás, antes que sus manos lograran capturarla.

—¿Con quién Hisirdoux? —insistió.

—¿Crees que te diré estando de este modo? —dijo él, y retrocedió—. Es por esto que no te puedo contar nada, porque siempre lo tomas mal.

Arabella se cruzó de brazos, y dio una risa seca, acompañada con una sonrisa sarcástica.

—¿Sabes algo? Esta bien, por mí ten los hijos que quieras —dijo con gracia—. Porque está claro que yo . . .

Hizo una pausa, y trago aire, tratando de no temblar ante ninguna idea.

—Esta claro que no quiero ser madre, ni siquiera me llevo bien con el concepto de familia —continuo—. Has lo que quieras, Casperan, no te detendré.

Le dio la espalda, para irse del cuarto, y así esconderse en alguna parte del departamento hasta que él de marchará a pesar de estar usando su camisa, y la pocas ganas que tenía de estar sola. 

—Es Circe —dijo al fin.

No quería pelear, ni mucho menos irse de su lado, pese a que todo a su alrededor gritaba que se marchara de ahí.

—La adoptamos, como último deseo de su madre —continuo—. Se llama Olivia Julia, y hoy se fue con Circe y hasta dentro de unos meses no las vuelvo a ver.

Arabella no podía seguir fingiendo enojo. Menos cuando él se derrumbaba poco a poco frente suyo. No sabía como acercase, aún queriendo hacerlo, tenía miedo de hacerlo.

¿Por qué le costaba tanto verlo feliz sin ella? Se había comportado como un demonio, y él no hacia más que tener paciencia. Hasta el punto de hacerlo hablar cuando no quería hacerlo.

—Lo siento tanto —murmuro.

Y dio un paso largo hasta llegar a su lado, para poder abrazarlo.

—Lo siento, lo siento tanto —dijo con voz temblorosa. 

 El amanecer los alcanzo de nuevo en la cama. Hisirdoux se había quedado dormido casi de inmediato tras decirle el trato que manejaban con Circe con el cuidado de la niña. Y ella no hizo mas que contemplar como el cielo se iba aclarando a través de las cortinas de la ventana. 

 Pensó en el miedo que le tenían sus amigos para ocultarle tal cosa, o como es que poco a poco iba arruinado las únicas amistades que tenía. Ella sabía perfectamente porque Circe no le hablaba, o Hisirdoux no le contaba nada. 

—Solo he sido una bruja con ellos —murmuro. 

—¿Qué dices? —pregunto Hisirdoux somnoliento. 

 Arabella sonrió, al menos intento fingir que nada le molestaba, ni le preocupaba, o le causaba miedo. Se recostó, y apoyo la cabeza en el pecho del mago. Su calma respiración, y el suave sonido de su corazón lograba despejar todo mal que sentía. Al menos por un momento. 

—Pensaba, que algún día me gustaría conocer a Olivia —dijo—. Me llevo bien con los niños, ellos me adoran. 

—Luces como una princesa —murmuro Hisirdoux—. No hay manera que no adoren eso. 

—Bueno, puede ser —sonrió—. O es que ellos simplemente no ven la maldad cuando se les presenta. 

—Arabella. 

 Hisirdoux se sentó, y ella igual. La tomo de la mejilla, y alzo con cuidado su rostro. Contemplo su mirada brillante por las lágrimas, y la expresión llena de pena.  

—No eres malvada —hablo, casi en un susurro. 

La rubia parpadeó un par de veces, tratando de esbozar una sonrisa. Le ardía la mirada de tanto aguantar las lágrimas.

—¿Lo dices en serio? Casi te devoro vivo hace un rato. Me interpuse en tu "vivieron felices por siempre" con Rebecca y no me hagas decirte porque Circe ya no me quiere ni ver —dijo apresurada—. Soy un ser horrible y eres el único que no lo nota.

 Quito la mano que aun la sostenía con delicadeza, y largo un suspiro. Uno que denotaba cansancio. Porque estaba cansada de ser perseguida, cansada de ser la mala, de que le tuvieran miedo, y que fuera eso que le hiciera sentir bien, de alguna forma. 

 —Esto no puede ser el amor que nos prometimos cuando éramos niños —dijo sin poder verlo a los ojos—. He roto tantas veces tu corazón, y yo que jure nunca hacerle daño. 

—Lo se, y hay veces que solo siento dolor —dijo Hisirdoux, con la voz quebradiza—. Me duele tanto amarte, y no puedo dejar de hacerlo.

—Por favor, Douxie, esto es tan terrible —exclamo—. No te he maldito de ninguna forma para que me sigas amando, y si es así, te libero para que dejes de hacerlo. Deja de amarme. 

 Y tras eso último, no aguanto el peso de las lagrimas. Lloro sin tener tiempo de cubrir sus rostro para evitar que él la viera de esa manera. Tan vulnerable, tan triste, tan rota. 

—Solo deja de hacerlo —insistió.   

Un mes después.

Arabella iba por la calle. Caminaba sin poder dejar de ver a su al rededor. Se refugiaba en la idea de que aquel sombrero de alas anchas, y lentes oscuros la iban a ocultar de los indeseados. Hasta, en contra de lo que sentía, y por consejo de una amiga, no usaba ropa que llamara la atención. Y un vestido gris, sin mas complicaciones que un par de volados, era lo único en su ropero que no llamaba la atención. 

—Bien, después de hoy con los trolls un mes mas —se dijo así misma—. Pero vestir así es como estar con ellos.  

 Tan distraída que choco contra alguien, lo que le provoco un leve sobresalto. 

—¿Arabella? 

 Ella se quito los lentes, y lo vio. No esperaba que nadie la reconociera, y él había logrado hacerlo. 

—Douxie —dijo, tratando de ocultar su sorpresa. 

—Te ves muy sobria —señalo—. ¿Esta todo bien?

—Oh, esto. Si claro, me protejo del sol. 

—¿Cuál sol? Esta nublado —dijo gracioso. 

 Arabella rodo los ojos, y volvió la vista hacía él. 

—Bueno, resulta que hace diez minutos había sol —dijo ella, tratando de no sonreír—. Bueno, al menos te ves bien. Mejor diría yo. 

Él sonrió de manera agradable. Era una sonrisa cálida y reconfortante, que Arabella hacía tanto no apreciaba. Y sintió como de repente, salió el sol. 

—¿Estas muy ocupado? Me gustaría invitarte un café —logro decir, sin sentirse una niña avergonzada—. Obvio que si no quieres, esta bien. 

—Claro, me encantaría pasar una tarde, con mí mejor amiga —respondió, y le ofreció el brazo. 

 Odiaba ese termino, pero a él lo amaba lo suficiente para ser la amiga que necesitaba a su lado. Lo tomo del brazo, y junto comenzaron a caminar. 


★★★

Hola mis soles ¿Cómo les va? Espero que bien 👀

Ustedes dirán ¿Por qué? Y yo les digo que es necesario. Estaba inspirada, y tenía esta idea de que hay un quiebre en la estabilidad de estos dos. Que bueno, estabilidad como se le dice estabilidad, es algo que no tuvieron entre 1800 y 1900

Creo que después son puras cartas y visitas fugaces, y algo más 👀 hasta 1920 que sabemos que pasa.

Bueno, sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨

   

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