|En medio de la noche|
Essex, Inglaterra 1643
Venía corriendo tanto como la gran herida en su hombro le permitía. A esa hora solo se podía oír el ladrido de algunos perros, y su agitada respiración. Aún no sabia si todavía la seguían pero no quería detenerse a averiguarlo.
White iba a su lado como un gato, casi en las mismas condiciones que ella. Le insistió en que podía llevarla a su lomo como un corcel pero Arabella se había negado.
Por dentro se maldecía por aún seguir en aquel pueblo. Se tuvo que haber marchado en la primer oportunidad o cuando notó que todo fue una sucu jugarreta para capturarla.
Pero aún más molesta estaba por notar a tiempo las señales. Ni más temprano ese día, o mucho antes.
Así herida no podía ir muy lejos, y con algo de suerte podría llegar a donde se alojaba en las noches. Era a unos kilómetros fuera de Essex, y con aquel dolor en su hombro esa distancia parecía incrementarse. No sé detuvo, pese a creer que la herida se hacía profunda, o se abría paso en su piel.
Contra todo pronóstico logro alcanzar la puerta de la cabaña. Aún había luces en su interior, y se escuchaban pasos. Solo esperaba que su débil llamado fuera suficiente para llamar la atención de quien estaba del otro lado.
Los paso se detuvieron, y volvieron a andar en dirección a la entrada. Sus piernas flaquerón a causa del dolor y se derrumbó a tiempo en que abrieron la puerta.
—¿Arabella?— llamaron con desesperación del otro lado.
Ella sonrió al oír su nombre salir de su boca, y cerró los ojos perdiéndose. La oscuridad del desmayo mitigo el dolor que parecía no tener tregua.
Un mes atrás.
Recibió una tarea en Inglaterra. Marion le había dicho que eso no parecía buena idea. Qué algo en esa carta le hacía desconfiar. Y tenía sus razones. Ella no sabía que la bruja era bruja, y su correspondencia estaba escrita de tal forma que solo Arabella podía entender.
Sin embargo, su amiga tenía razón. Había estado recibiendo noticias de lo que pasaba en algunos estados con respecto a las brujas, y esa carta parecía demasiado amable.
—Esta bien, solo es algo de unos días.— dijo Arabella frente a la preocupación de Marión.
La mujer otra vez tomo la carta y la leyó. La deconstruyo para volver a construir. Y no le encontraba sentido.
—Opino que es una mala idea.— insistió.
—Opino que todo va a estar bien, porque no es la primera vez.— Arabella sonrió.
Aún así Marion no encontró tranquilidad en su sonrisa.
En la tarde armó su valija, y se despidió de su amiga al grito de que volvería. De todas las personas que la oyeron gritar algo así, Marion era la única que sentía alegría de saber que era cierto.
•
Llegó a Essex a través de mensajería. Aquellos portales solo hacían que sus ganas de vomitar fueran en aumento. Desde la primera vez que lo uso con Galaga hasta la última, sus síntomas parecían no mejorar con el tiempo.
Mientras buscaba una posada, y re leía la carta al mismo tiempo, choco contra alguien. Arrugó la hoja de papel contra su pecho, al igual que su nariz y el resto de rostro. Y pudo haberse apartado y perder sus modales en segundos, pero se quedó allí.
Y contuvo las lágrimas contra aquel pecho que parecía conocer de memoria, con los ojos cerrados, hasta sin haberlo visto en años. Pronto sintió que sus brazos la envolvían, y le daban esa paz que se le fue arrebatada en muchas ocasiones.
En comparación con otros reencuentros, este carecía de todo el caos que conllevaba verse. No había gritos, ni besos apresurados, ni la idea de que el destinó quiso que se vieran en alguna extraña circunstancia. No tenía la anhelada necesidad de probar sus labios, o que sus manos recorrieran con delicadeza cada centímetro de su piel. Mas que nada, aunque fuese en medio de la calles, solo quería estar entre sus brazos hasta perecer en ellos de ser necesario.
Contra todo, se separaron, para verse a los rostros. Ambos guardaban lagrimas en los limites de sus ojos, y sonrisas de pena. En las últimas ocasiones, era la pena, el dolor, los mayores sentimiento entre ambos. Su último recuerdo juntos era sosteniéndose la manos mientras veían como cubrían la tumba de quien para ambos era un gran amigo pero para ella el otro amor de su vida. Esa tarde gris, Arabella se sintió afortunada de haber amado intensamente a dos hombres, y a la vez sentía desdicha de tener que enterrar a uno de ellos.
Para ella nunca debió ser así. Debía amarlos a los dos hasta el final de los tiempos, y para eso solo hacia falta un ingrediente. Uno que Galaga no acepto, y que termino por marchitar su vida como sucedía con cualquier humano. Y cuando eso sucedido Arabella se refugio en las entrañas de una pequeña casa, sin dejar que el otro hombre de su vida pueda dar con su presencia.
Y ahora estaban ahí, viéndose como si fuera la primer vez que lo hacían. Tímidos como dos extraños que tenían un largo pasado, y se conocían de memoria cada parte que los componían.
Como si fueran dos extraños recién casados, se tomaron de las manos y comenzaron a caminar. Con el silencio como la otra presencia que nadie invito.
Arabella sabia que no debía ir por ahí de la mano con alguien que pudieran reconocer. Estaba segura que eso le traería problemas si el servicio salía mal. Pero no le podía soltar, no quería. Aquel suave agarre, tan intimo y tímido a la vez, le hizo entender la falta que le hizo por tantos años ¿Cuántos fueron? La última persona que la toco fue Marion con un abrazo fraternal, que no se comparaba al solo roce de sus manos en ese momento.
Solo cuando llego a la pequeña cabaña a las afueras de Essex cruzaron palabras. No hablaron de lo que hicieron en los últimos años, ni lo que uno hacia ahí. Tuvieron la conversación mas matrimonial que pudieron establecer hasta el momento. Solo les faltaba un par de hijos para terminar con aquella puesta tan extraña.
Hicieron el almuerzo juntos, como hacia tanto no sucedía. Casi nunca compartían la cocina, era mas las veces en que uno quería cocinar para el otro como una muestra de cariño. Y en ese momento descubrieron lo mucho que se extrañaban. Lo mucho que extrañaban actuar como si fueran las personas mas corriente del mundo. Descubrieron que también se podían necesitar para sonreír de manera genuina, o que el silencio era lo mas cómodo.
Aquello duro lo que tuvo que durar. Ni ella se detuvo, y él tampoco lo hizo. Pues sabían que era una fantasia, una mas poderosa que cualquier magia de ilusión.
Arabella se iba después del almuerzo, y lo buscaba en medio de la oscura y fría noche. Hisirdoux, le soltaba la mano en la calidez de la mitad de día, para volver a tomarla cuando la temperatura bajaba.
Era la noche su mayor aliada, y el día el recordatorio de que debían continuar por separado.
No fue hasta el décimo quinto encuentro (mitad de mes) que no cruzaron palabras al verse y solo se dejaron llevar por esa insana pasión que parecía haberse hecho presente desde el primer día en que se volvieron a ver luego de tantos años, aunque Arabella lo negara. Y es que hasta esa noche, Hisirdoux la recibía con los brazos abierto, y Arabella dormía arropada en su pecho. Creían no necesitar nada mas intimo que eso, hasta ese momento.
Querían mas que tomarse las manos, y hacer el almuerzo juntos. O despedirse en el día para dormir apacibles en la noche. Y se tomaron las restantes quince noches para volver a conocer sus cuerpos. Para volver a pertenecerse en la oscuridad, y hasta con los ojos cerrados.
Sus lunares seguían ahí. Al igual que cada marca de nacimiento. Algunas nuevas cicatrices aparecieron, pero no quitaban la belleza de sus pieles. Las cosquillas estaban en los mismos lugares de siempre, sin embargo estaban eso nuevos puntos que estremecían y provocaban gritos de placer que antes no. Era un juego divertido y apasionado volver a conocerse, y acaba en la mañana hasta la próxima noche.
Y a ninguno parecía molestarle aquello. Tanto que no preguntaban lo que hacían en la ausencia del otro. Tan encandilados por la necesidad, que no creían necesitar mas nada.
En la mañana del incidente.
Arabella le pedía a Hisirdoux que le ajustara sin miedo el corsé. Estaba claro que temía quebrarle alguna costilla, o aprisionar de mas sus pulmones.
—Insisto en que no te hace falta.— dijo Hisirdoux.
—Yo insisto en que hagas mas fuerza, aun puedo respirar sin complicaciones.
Hisirdoux rio por aquello, y tiro un poco mas, sin haber medido la fuerza. Tras un apretón, Arabella emitió un leve gemido ante el aire que se escapaba, y el mago se aparto de inmediato. Aterrorizado, seguro que se desmayaria ahí en su brazos.
—¿Te encuentras bien?— pregunto preocupado.
Ella asintió.
—Esta perfecto.— sonrió.
Arabella giro sobre si, e Hisirdoux pudo apreciar la terrible pero magnifica magia del corsé sobre la cintura de la rubia. Por naturaleza ella tenia una figura, que dependiendo de la época, era envidiada o daba que hablar, pero que la mayoría apreciaba cuando carecía de cualquier ropaje. y aquella pieza hacía que está resaltará.
Quedó boquiabierto, no creía que fuera posible hacer que su cuerpo de vieran tan contraído como atractivo. De verdad que no terminaba de entender la moda del momento, y como es que ella lo podía tolerar.
Sin embargo le era imposible no ver con asombro.
—Mis ojos están aquí arriba galán.— dijo.
Hisirdoux se acerco a ella, con esa sonrisa que Arabella podía reconocer hasta en la mas espesa oscuridad. Paseo sus manos por su cintura, hasta llegar a la cadera, y jalo de ella para arrimarla.
—Lo siento hay unos motivos que me han distraído.— murmuro.
Arabella tomo tanto aire como sus pulmones apretados le permitieron, cerro los ojos por un instante y se dejo embriagar por sus besos. Era la primera vez que sucedía en la mañana, mas aun después de haberse esforzado tanto en ponerse aquel corsé, que comenzó a incomodarle mas que en otras ocasiones. Y cuando sus labios al fin alcanzaron su boca deseosa, se olvido de aquella molestia, y lo mucho que tardaba en ponerse aquella pieza tan rudimentaria que hacia aun mas notable su, de por si, pequeña cintura.
No tenían reglas acerca de sus encuentros, pero había una implícita. Y la estaban rompiendo. La noche era para desatar el caos de su pasión, y la mañana servía para apaciguar cualquier rastro del encuentro.
Cuando volvió a despertar, era el medio día. Hisirdoux aun seguía dormido sin soltar su cintura. Estaba segura que, donde ahora se posaba con delicadeza su boca un poco mas abajo de su hombro, sobre el borde del omoplato, le había mordido dejando alguna marca. Y solo esperaba que el vestido llegara a cubrir eso.
Con cuidado logro zafarse de sus manos, y fue a vestirse de nuevo. Esta vez sin pedirle ayuda, y dejando un poco mas libre sus pulmones y resto de órganos implicados a la hora de ponerse esa trampa mortal. Se pudo haber quejado por haberse dejado arrastrar por la pasión mañanera, pero prefirió callar. No iba a comenzar una discusión en su último día en Essex, menos cuando en medio de la noche, entre besos y caricias se prometieron volver juntos a Italia para pasar mas tiempo, si no es que lo que restaba de sus vidas juntos.
Solo era un almuerzo, claramente tardío, y que le pagaran por el trabajo que estuvo haciendo durante un mes. El menos complicado y sucio hasta el momento. Quizás debía soportar alguna otra propuesta, indecorosa o de trabajo estable. Pero estuvo escuchando algunos rumores acerca de supuestas brujas enjuiciada, y prefería no averiguar que tan cierto era eso. Ya de por si lo que hacia era por demás ilegal como para que lo fuera mas todavía.
En ningún momento Hisirdoux despertó, así que lo despidió con un suave beso en su sien y salió de la cabaña acompañada de White. Quien se guardo todas sus opinión al respecto, y se limito a ser la familiar que la bruja necesitaba.
•
—¿Qué tal el almuerzo, señorita Pericles?— pregunto un hombre.
Ella vio su plato, estaba a punto de terminarlo. Prácticamente lo había devorado sin detenerse a analizar que era lo que metía a su cuerpo o los diferentes sabores mezclándose en su paladar. Y lo hizo sin perder la finura de una dama, aunque por dentro se sentía como una vikinga que recién volvía de una batalla hambrienta por comida.
—Todo esta muy rico.— sonrió.—Gracias por el almuerzo, y otra vez me debo disculpar por la tardanza.
Tras el último bocado, dio un largo bostezo. Supuso la razón de su cansancio. Pues a decir verdad no deseaba estar ahí. Quería estar entre los brazos de su amado, respirando su mismo aire. Se arrepentía de haber salido de la cama, a esa altura el pago no le importaba. Venia acumulando muchas pepitas de oro, entre joyas y piedras preciosas, que la harían vivir sin preocupaciones.
Y otra vez bostezo. Se tomo el puente de la nariz, y fue ahí que noto que algo no andaba bien ¿Tan ruda había sido la mañana que ahora no podía enfocar la mirada por el cansancio? Por dentro solo esperaba que eso que le ocurría fuera a causa de la intensidad con la que se trataron horas atrás en el cuarto.
Soltó el cubierto que tenia en mano, y este cayo en el plato haciendo un frio ruido.
—¿Se encuentra bien señorita Pericles?— pregunto el hombre.
Ella negó, y trato de ponerse de pie, sin embargo volvió a caer en su lugar. Y cuando se dio cuenta el hombre que la contrato estaba a su lado, dando una macabra sonrisa.
—¿Por que las mujeres mas bellas tienden a ser brujas?— indago fingiendo pena por ese hecho irreal.
Hasta donde Arabella tenia conocimiento de la causa, cualquier mujer que mínimo supiera hacer algo mas de lo que se esperaba de una mujer era considerada una bruja. La belleza no tenia nada que ver.
Y en cuestión de segundo cayo dormida sobre el plato. Llegando a reventar el vaso de cristal contra su hombro.
•
Despertó. No podía ubicarse. A su alrededor había oscuridad, y humedad. Se podía dar cuenta de esto por lo frío de dónde estaba sentada, a demás de oían algunas gotas caer a su alrededor.
Aún así no se atrevía a abrir los ojos. No quería ver su propio estado. Y el dolor de cabeza tampoco ayudaba a querer hacerlo.
Y tras un largo silencio, pudo oír unas pisadas acercarse. Eso fue motivo suficiente para abrir su vista, y alarmarse.
—Pero.— dijo, y vio sus muñecas.
—¿Sorprendida?
Arabella llevo su vista a quien estaba a uno paso de ella. Era quien la había contratado. Un hombre canoso, y mirada arrugada y perturbada. La luz amarillenta, que entraba por una una pequeña ventila, le daba un aspecto lúgubre y teatral, como salido de una cuadro de Caravaggio. Aquel artista le daba miedo, y podía ver en ese tipo un cuadro viviente del mismo.
—Las cadenas son por si el veneno tarda en hacer efecto.— explico cómo si le hubiese leído la mente.
—¿Veneno?
—Si. Estoy sorprendido de que no lo hayas notado.— respondió.—Hasta la copa lo tenía.
El hombre se acercó a ella, y la tomo con una repulsiva delicadeza del mentón. La observó cómo si fuera la primera vez, y también como si fuese un ser de otro mundo. Se relamio, y respiró su fragancia.
—Vainilla, y flores.— sonrió.—Hasta en la mierda misma hueles a bosque.
Asqueada, Arabella forcejeo. Pero no pudo hacer más que liberarse de su mano, y sentirse mareada. Era la primera vez en muchos años que volvia a estar en una situación tan vulnerable como esa. Casi no recordaba que algo así le volviera a suceder.
—Intenta huir, pero de aquí solo te irás muerta.— sonrió.—Y con tu cuerpo frío podremos ver cómo funciona una bruja.
—¿Qué?— pregunto espantada.—¿Me van a abrir?
—¿Cómo crees que funciona la ciencia?
Rió con furia, y le hecho una última mirada. Una que Arabella odio hasta con la parte más oculta de su ser. Más que nunca de culpaba por estar usando un escote como ese.
Pero su diversión duro poco. Los muero temblaron, y desde afuera se pudo oír el fuerte gruñido de una vestía. El hombre que la tenía presa vio a todos lados en busca de la fuente de aquél caos.
—¿White?— la voz de Arabella tembló.
Temía de que le hubiesen hecho algo. Grito su nombre con toda su fuerza, y en unos minutos el silencio se hizo otra vez.
—Creo que la bestia se ha calmado.— dijo un poco más tranquilo.
—¿Qué le hicieron?— pregunto preocupada.
No le respondieron nada. Se marchó, y la dejo sola. Arabella tenía ganas de llorar y gritar, pero si cuerpo no le podía seguro el ritmo a sus emociones. Pronto fue sintiendo que cada vez menos podía mantenerse despierta.
Todo se veía difuso, y distorsionado. Iba a morir así. Tan fácil que no lo podía creer. Con su cuerpo que poco a poco se iba apagando.
Y la bestia no estaba del todo tranquila. El muro tras suyo explotó, empujando a Arabella hacia atrás. La adrenalina corrió por su cuerpo dándole un arrancon de energía. Y allí pudo ver a su dragona blanca. Una gran serpiente de cuatro patas, y escamas de plata.
—White.— exclamó.
—Vamos, que no tengo mucho tiempo.— dijo agitada.
•
Solo fue cuestión de minutos para que se dieran cuenta de lo que ocurría. White logro hacer un gran muro de fuego para tener ventaja, y tras hacer unos metro como dragona volvió a ser una gata. Iba tan rápido como su familiar.
Logro calmarse cuando Hisirdoux les abrió la puerta. Este las vio espantado, más que nada a Arabella quien tenía una gran herida en su hombro.
Las entro. A Arabella la llevo a la recámara, y con mucho cuidado la acostó en su lado de la cama. Rompió el vestido y aflojó la faja, haciendo que la bruja diera una bocanada de aire, volvió a caer sobre el colchón mullido.
—¿Qué le ocurre?— pregunto Hisirdoux.
—En su maleta.— dijo White agitada.—Hay antídoto. En verde oscuro.
Hisirdoux le hizo caso y esculcó entre sus pertenencias. Algunos libros, y otras cosas que prefería no saber para que utilizaba. Hasta que por fin encontro un frasco con líquido verde.
Le dio de beber gran parte a la rubia, y contra su voluntad a la gata. Esta no quería quería probar ni una gota. Pues antes que ella deseaba que se salvara su humana.
—No quiero alarmarlos, pero debemos irnos de aquí.— dijo Archie.—Veo fuego a lo lejos, y eso no es nada bueno.
—¿A dónde iremos?— pregunto White.—Ella no va a soportar un portal de mensajería. La matará.
Hisirdoux alzó a Arabella, y les dijo a los familiares que tomaran algunas cosas y lo siguieran. Este salió por detrás de la casa. Atravesó el patio, y antes de meterse en el bosque limpio su huellas con magia. Puso un escudo en el límite, y continuó caminando.
Esperaba no tener que usar ese lugar. Pero eso era una gran emergencia.
Caminaron por horas entre la maleza y el frío de la noche. Hisirdoux casi no sentía sus brazos, aún pero no podía sentir nada de Arabella. Esta mantenía la cabeza echada hacía atrás, con la boca entreabierta.
Se detuvo, y la recostó en el suelo. Acercó su oído a su pecho, y podía oír un muy lejano latido. Subió hasta llegar a su boca, hasta sentir su débil aliento. Respiró aliviado, ella aún seguía con vida.
—¿Entonces nos quedamos acá?— cuestionó White.—¿Quieres que mueras congelada?
—¿Puedes tener paciencia?— pregunto irritado.—Dame un respiro.
White guardo silencio, y corrió la vista. No iba a llorar, pero realmente tenía ganas de hacerlo.
—Esto es culpa de su tonto romance.— dijo ella.—Y su vida hogareña de mentira.
—Detente White.— pidio Archie.—Dejas que hable el miedo.
—No, es la razón lo que habla.— exclamó.—Perdimos la noción de la realidad.
—¿Qué tiene de malo?— cuestionó Hisirdoux.—Escapamos de lo que más nos hacía doler. La realidad apesta White.
—Si, y es un peligro para nosotras, para ustedes también ¿Creen que no han cazado brujos? Debemos estar atentos.— dijo.—Y jugar al matrimonio feliz no ayuda en nada.
Hisirdoux guardo silencio, y otra vez alzo a la rubia. Continuó el camino, hasta por fin llegar a una cabaña. Con White no volvió a hablar sobre el tema, y sobre ningún otro.
•
Arabella despertó unos días después. Le dolía hasta el cabello, y le ardía la espalda por todo el tiempo que estuvo en esa posición.
Cuando pudo sentarse, solo White estaba con ella. Dormía tranquila a sus pies. Observó el nuevo lugar en que estaba, y no lo reconoció.
—¿Dónde estoy?— pregunto.
White despertó de inmediato al oírla, y salto sobre ella. Frotó su rostro en pecho de la bruja, y comenzó a ronronear.
—Estas bien.— soltó aliviada.
—Si ¿Casi muero?
—Si, pero ya estás mejor.— respondió White.
—¿Los demás?
—Fueron a la otra cabaña.— dijo White.—Querían ver si podían rescatar algo antes de volver a Italia.
—¿Italia?
—Allí está Circe y el brujo ¿Qué piensas?
—Pienso que es hora de irnos.
Con cuidado salió de la cama, y se sacó aquel vestido. Tomo una camiseta y unos pantalones de Hisirdoux. Apurada, tomo las pocas pertenencias que le habían quedado, y casi lista se acercó a la salida.
En cuanto abrió la puerta del otro lado estaba Hisirdoux. Su sonrisa se borró de inmediato al verlas. No debía ser un gran pensador para ver lo que estaba ocurriendo de verdad.
—¿Huyes?
Ella dio un paso atrás, y corrió la mirada.
—Es mejor así ¿No crees? Arruine tu vida.— dijo, y se cruzó de brazos.—Nada de esto debió suceder.
—¿No es mejor que vengas con nosotros a Italia? Y así dejas de huir.
Hisirdoux se acercó a ella y la tomo de la mano. Pero Arabella se soltó de inmediato. Aún sin verlo paso a su lado. No le respondió nada, guardo silencio. Y luego de unos minutos lo que se pudo oír fue la puerta cerrarse a espalda del mago.
El día paso desolador, y cuando la noche llego, con la luna en su punto más alto, nadie llamo a la puerta.
★★★
Hola mis soles ¿Cómo les va? Espero que bien.
Ah, un drama de época. Debía hacerlo, estoy segura de eso.
Me gustó como quedó. Vayan a ver al artista que mencionó y van a ver porque Arabella siente aún más repugnancia.
Este capítulo está conectado a otro, y para ese otro hay otro (que ese es bien comedia romántica)
Y para que sepan después de este sigue uno que nos va a poner locos de alegría o en todo caso uno de Circe que también nos va a poner locos pero no de alegría jajajaja
En fin sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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