El mal genio.
Fue muy particular la manera en que Merlín y Baba se conocieron. El destino tenía algo escrito para ambos, por separado, pero juntos iba más allá de lo que cualquier otro ser, mágico o no, podía imaginar.
A ella se le dio la tarea de vigilarlo, puesto que se esperaban grandes hazañas, aunque esté no fuera ni la mitad de hechicero que llegaría a ser. Baba, quien nació como un simple ser curioso que luego se transformó en saber, supo que esa tarea sería distinta a todas las otras.
Basilisa, su nombre como la semidiosa de la sabiduría y el socorro, tenía muchos años en la tierra al momento de tal encargo. Iba de un lado a otro, ayudando a quien necesitará, y dando las respuestas a preguntas que no dejaban dormir.
Sin embargo, por haberse metido en muchos problemas con el ser humano, le prohibieron ayudar sin mirar a quien. Se le concedió la gracia de solo dar una mano a quien más lo necesitará, a quien estuviese perdido, o sin manera de librarse del peligro.
Ella iluminaba con sus saberes, y calidez. La podían ver de muchas maneras, su favorita siempre fue con la piel que nació, la que la semejaba a muchos trolls. Azul y pulida, de brillantes ojos verdes, y oscuro cabello negro. Tenia gruesos cuernos que la coronaba, repletos de piedras preciosas. Tenía la particularidad de un cuerpo delgado y frio.
Pero la tarde en que conoció a un muy joven Merlín, no estaba para seguir con su tarea, iluminar con su don o paseando con su verdadera piel. En aquel bosque salvaje, iba como una ninfa de largo cabello azul, jugando con otras que se asemejaban a ella. Era delicada como una flor, y alegre como la brisa de verano. Sus ojos verdes no dejaban de brillar, y no se avergonzaba de solo cubrirse muy poco.
Aunque estaba dictado que era él quien la descubría a ella vigilándolo, su primer encuentro estaba lejos de ser así.
Cómo si de una ninfa cualquiera se tratara, Merlín la atrapó con una red, haciendo que el resto huyera, y él se quedara con ella. Las mejillas de Baba enrojecieron de la furia.
—¿Qué crees que haces? ¿No sabes quién soy? —preguntó disgustada.
No lo esperaba, cuando el nació ella ya dejaba de vagar buscando a ayudar a todo el mundo. Con la edad que él tenía casi no se mostraba con la misma frecuencia de antes.
—Eres quien me ayudara con un conjuro —respondió.
Tomó la red, y comenzó a caminar, arrastrando consigo a la ninfa. Merlín estaba muy seguro de lo que hacía, hasta pensaba que era una magnífica idea. Le cortaría el cabello, usaría las flores que decoraban su cuerpo, y luego la liberaría.
—Y no intentes nada, esto está hecho por tejedores mágicos —añadió.
Baba se río, era lo único que podía hacer, frente a una tonta consigna. Ningún artilugio como esos le afectaría a su magia, menos aun siendo una semidiosa.
—Lamento decepcionarte, joven Merlín —dijo, y este se frenó.
—¿Cómo sabes mí nombre?
Al voltear se encontró con algo que estaba lejos de ser una ninfa. Su pálida piel ahora era azul claro, con manchas oscuras. Conservaba su largo cabello azul, mucho mas oscuro, aquel que iba a cortar sin piedad, que cubría su pecho. Pero lo más llamativo era su mirada. Era verde, tan claro que parecían transparentes.
Se acercó a ella, y sacó la red, para luego ponerse en cuclillas y verla directo a sus inmensos ojos. Sentía temor por haber arrastrado a la sabiduría por el suelo, pero como un efecto mágico, también sentía curiosidad.
—¿Ahora sabes quién soy Merlín de Ambrosia? —preguntó cruzándose de brazos.
—Eres una Diosa —murmuró.
Ante eso Baba no supo que decir. Nadie le decía así, estaba claro, que, frente a todos, ella era una semidiosa, alguien menos frente a sus hermanas. Una que nació del vientre de Aquehua por puro capricho divino. Aunque era sabiduría y socorro, algunos la veían como el barro que la diosa madre frotó en su estómago, que no la hacía tan especial como al resto de las creaciones.
Pero Merlín dijo que era una diosa. Viéndola a los ojos, la elevó por encima de otros.
—Me llamo Basilisa, semidiosa ...
—Si, lo sé, de la sabiduría y el socorro —interrumpió—. ¿De verdad me crees tan ignorante?
Y pronto volvió a ser el joven mago que vigilo por más de veinte años. Arrogante y testarudo.
—Te tendría que haber dejado masacrar mí cabello, y profanar mis flores, a ver que pensaba el resto —dijo Baba.
—¿Cómo sabes eso?
Aunque no se notará por el color de su piel, Baba podía sentir como sus mejillas azuladas tomaban temperatura ante la metida de pata.
—Solo lo sé, no sé qué te sorprendes —respondió un tanto nerviosa.
—Mientes, pero lo dejaré pasar.
—Disculpa —exclamó ofendida—. Yo dejaré pasar el hecho de que casi cercenaras mí belleza.
Se calló y la ayudo a ponerse de pie. Entonces la contempló por completo. Era diferente a cualquier otro troll que haya visto, sus rasgos eran más suaves, y no tan alta. Parecía ser más joven que él, pese a que ella llevaba milenios en la tierra.
—¿Qué tanto ves? —preguntó—. ¿Nunca viste una deidad de cerca?
—Pensaba que no había manera de acabar con tu belleza.
—¿Cómo?
—Porque esta es prácticamente nula —dijo y se rio.
Salió corriendo, aun sabiendo que no tenía escapatoria. Y Baba lo vio, aunque estaba enojada, aquello se sintió extraño. Tantos años estudiando a los humanos, ahora comprendía porque algunas amistades que vio, se formaban de simples palabras brutas.
—Es que aún no te has visto al espejo —exclamó Baba entre risas.
Y fue detrás de él.
Algunos años después.
Primero cayó Merlín, y en sus brazos Baba, quien lucía una extraña mezcla entre elfo y troll.
Con cuidado la dejo en el suelo, y tomó aire profundo, para dejarlo salir con calma. Y la vio, aún traía los ropajes del ritual, más una extraña corona de flores azules. Pese al dolor de cabeza en que se convirtió su extraña amiga, no dejaba de verla como una criatura hermosa. Mas aun con aquellos rasgos mezclados en un solo ser de piel azul.
—¿Perdiste la cabeza? —pregunto por lo bajo—. Te desapareces semanas, preocupas a medio mundo celestial, y me encargan a mí que vele por ti ¿Perdiste la cabeza? —repitió.
Baba arrojó la corona de flores al suelo, se cruzó de brazos, y una luz verde la cubrió para luego volver a su forma original.
—No puedo morir —se defendió Baba.
—No sabes eso —le contradijo Merlín.
—Si lo sé ¿Por qué me cuestionas todo? —alzó la voz, y dio un paso al frente—. Solo trato de divertirme.
—¿Buscando que te maten? —pregunto casi a los gritos el hechicero.
Él sabía lo que ella sentía respecto a ser una deidad con poca visibilidad. Sabía que le abrumaba pasar horas en el bosque, esperando la señal divina para ir a ayudar a alguien, y que, aunque la regañaran ciento de veces no dejaría de ponerse en peligro.
Baba de verdad se empezó a sentir aburrida con su tarea cuando vio de cerca lo que un humano le podía ofrecer.
—Esto es mí culpa —habló Merlín frente al silencio—. No deberíamos seguir con esto. Ser tu amigo te ha puesto en varios aprietos, y no puedo ir a salvarte todos los días, solo para que te diviertas unas horas.
—No necesito que me salves —dijo Baba, con voz trémula.
—Lo se Baba, aun así, me preocupo, y lo hago —respondió—. No creo poder soportar tanto algo así. Ser tu amigo es difícil.
Solo bastaron esas simples palabras para que Baba notara la gravedad del asunto.
—No, Merlín —tomó su mano—. Eres mí amigo, y aunque odio decirlo, tú me enseñaste algo que yo ...
Se acercó, y puso su mano sobre su pecho, del lado del corazón, un sitio tibio en comparación con el resto de su piel que permanecía fría por ser de piedra. Lejos de estar nervioso por tocarla, solo pudo reparar en sus brillantes ojos verdes, transparentes, a punto de ahogarse en lágrimas.
—Eres un gran tonto, el único que desconfía de quien más sabe, cuestionas y corriges mí sabiduría —dijo dando una leve sonrisa—. Me hiciste sentir querida de verdad y no solo por salvar ciento de veces tu pellejo.
—Eso no es cierto —hablo nervioso—. Yo, yo no me meto en problemas, creo posibilidades.
—Solo cállate un segundo —susurró—. Te he salvado tantas veces como tú lo has hecho conmigo, estoy en deuda por haberme enseñado un lado que nunca hubiera aprendido viendo desde lo alto.
Y cuando menos se dio cuenta Baba le estaba robando un beso, quizás no el primero de él, pero si el de ella. Nunca había sentido esa sensación de cosquillas en su estómago, o su sangre correr enloquecida bajo su fría piel. Por mucho tiempo se cuestionó que sentían los humanos, y ahora que los viva en sus propios labios azulados, entendía porque era un ritual tan popular.
Después de miles de años viéndolos desde lo alto, ahora estaba en la tierra sintiéndose una más de estos, pero tan especial que era única, al menos por esa noche junto con el hechicero.
•
Despertó y tenía la leve sospecha que la luna aún no se movió de su lugar en toda la noche. La tierra se detuvo, o estaba bajo el ojo vigilante de su hermana mayor. Baba solo esperaba que fuera la primera opción. Le habían advertido sobre enamorarse de los humanos, más aún si se trataba de Merlín.
Pero ¿Qué tan malo podía ser? Él aún dormía abrazo a su espalda, y le había jurado amor eterno, que nada malo pasaría, y que siempre estaría junto a ella.
Baba no estaba preocupada, y se lo hizo saber a todo el mundo celestial. Era la más joven creación, y tenían sus razones para no confiar tanto. Después de todo se había estado comportando de manera errática los últimos años desde que se acercó al hechicero que solo debía ver de lejos.
De rodillas pidió que confiaran en ella, y les aseguro que nada malo iba a pasar. Aunque recibió numerosos votos de confianza, un par de años más tarde, cuando Merlín ya tenía cuarenta años, ella esperaba feliz a su primer hijo. Una situación que nadie esperaba, ni las divinidades, ni el hechicero o la semidiosa.
Nix y Selene hablaron a su favor, y convencieron a la gran diosa de no seguir reprochando a su más joven creación.
•
Quien estaba tan ansioso como Baba, era Merlín. Nunca imaginó que algo así pasaría. Cada día mejoraba un poco más, y Baba le brindaba tanto apoyo como una mano a un mejor camino para su magia.
Para él era algo extraño. Aunque estaba seguro que era merecedor de eso y mucho más, nunca dudo de sus habilidades con la magia. Cada día que pasaba junto a Baba, le decía lo mucho que compartiría su saber con su futuro hijo.
Nada malo pasaría, era una promesa que le hizo a ella, y ahora a su hijo.
Por seis meses anduvieron juntos, y vivían en paz y calma en lo profundo del bosque. Él la hacía reír con sus ocurrencias, y ella no podía evitar atraer a pequeños seres con su risa. No solo eran los pequeños ratones de sabiduría que se acercaban al sonido, sino también monstruos más grandes que habitaban la oscuridad.
Y fue así que Gunmar la hallo.
Era de noche, y la luna era solo una fina uña en un oscuro cielo inmenso, cuando escucharon ruidos fuera de su pequeño hogar.
Baba fue detrás de Merlín, contra lo que él le pidió.
—Al menos cúbrete, no solo hace frío, sino que luces como humana —murmuró.
—Eres molesto —dijo Baba y volvió dentro.
Tras unos minutos salió con una camisola del mago, y este solo rodó los ojos al verla.
—Te enfermeras.
—Solo cada mil años, y ya pasó —señaló—. Por suerte aún no habías nacido para vivirlo.
Hicieron unos pasos fuera de la cabaña, hasta donde la vegetación crecía aún más salvaje, y de entre las plantas salió un pequeño ratón azul. Baba lo agarró, y le hablo al oído para que esté brillara.
—Los cree para compartir lo nuevo, y me ayudaban a esparcir conocimiento —contó.
—Son lindos —dijo Merlín tomamos una de las criaturas—. Creo que nuestro hijo también será así de lindo.
—¿Cómo un ratón? —preguntó.
Merlín dejo el roedor en el suelo, y este huyó. Se acercó a ella para darle un beso, pero algo lo hizo detenerse. Otra presencia.
Una gran mano de piedra, con rapidez, agarró a Baba por completo, y la arrastró a la oscuridad. Merlín corrió detrás de ella, siguiendo el grito de la semidiosa. Cuando al fin la alcanzó, la vio parada al final de un camino, y tras su espalda una gran sombra apareció.
—Mer, no, no te muevas —pidió con voz temblorosa—. O podría hacerte daño.
—¿Qué hay de ti Basilisa? Esto no es un juego —preguntó dando un paso más.
Un gruñido lo hizo detenerse, y Baba cayó al suelo de rodillas cubriéndose lo más que podía.
—Esta es mí señal mago —exclamó—. Si ella hace lo pido, no tiene porqué pasarle nada —añadió.
Baba se puso de pie, y secó su rostro, tratando de dar una sonrisa.
—Es un trato —dijo—. Yo aparecí en su camino, y cuando esto acabe, volveré a ti.
Vio al gran troll que se escondía del mago, y este le asintió. Baba corrió hasta Merlín para abrazarlo con fuerza.
—Por favor Merlín, por hoy no me cuestiones —susurró.
Plantó un suave beso en sus labios, y volvió donde estaba Gunmar. Merlín la vio desaparecer en la oscuridad, como su pequeña figura de ninfa se perdía en la inmensidad del bosque. Aunque quiso seguirla no pudo, algo le frenaba.
—Maldición.
Baba lo había clavado al suelo con alguna clase de hechizo que desapareció a la hora.
•
Por catorce días el mago durmió afuera de la cabaña esperando su llegada. No perdía la esperanza, confiaba en la palabra de Baba, siempre lo hacía, aunque nunca se lo decía. En la quinceava noche, donde la lluvia parecía no querer parar, y llevarse consigo todo, la vio llegar.
Corrió a su encuentro, y la abrazo para brindarle algo de calor, su piel estaba aún más helada, y sus pómulos hundidos. Y su cabello oscuro corto por los hombros.
—¿Qué te han hecho, mi amor? —preguntó aterrado
Habían cercenado su belleza, aunque él la seguía viendo como el ser más hermoso de todos. No negaba que tenía ganas de llorar al verla tan frágil, pero solo las guardo. Las lágrimas y el dolor que sentía por verla de esa manera.
—Vamos dentro —susurró—. Te hare algo caliente para que comas.
—No, vamos al lago —pidió Baba—. Lo necesito, y no puedo caminar más.
Por mucho que se le hacía mala idea, decidió callarse. La alzó en brazos, y caminó bajo la lluvia hasta lo más profundo de bosque. Anduvo con la semidiosa aferrada a él por largos minutos, siguiendo alguna clase de pista para llegar a ese lago.
—Déjame en la orilla —ordenó con suavidad Baba cuando llegaron.
—¿Quieres morir congelada?
—Sabes que no puedo, solo déjame en el agua —insistió Baba—. Te lo pido de buena fe, no me obligues a hacerte daño.
—¿En tu estado?
—Si, en mí estado —afirmó la semidiosa.
El brillo en sus ojos le hizo temer. La dejó en la orilla, y Baba nado hasta el centro. Merlín creyó haber alucinado, pero pudo ver como una luz amarilla cobró la forma de una mujer morena de larga cabellera dorada. Tuvo que ocultarse para evitar ser quemado por el resplandor de la diosa sol.
—Madre —musitó Baba al verla—. Por favor cobíjame en tu seno.
—Basilisa, sabes lo que eso significa ¿No?
Ella asintió.
—Deberás hablar con él señaló.
—Lo sé —murmuró Baba.
—Hazlo rápido, el fin del mundo nos espera.
Baba salió del agua, y camino en la tierra buscando al mago. Lo llamó un par de veces, hasta que esté salió de su refugio. Corrió hasta quedar frente a él y lo abrazó con fuerza. Ya no llovía, y su piel no se sentía tan fría.
—Mer, óyeme —dijo sin soltarlo—. Me debo ir.
—¿Qué? ¿A dónde? ¿Con, con nuestro hijo? —cuestionó preocupado, apartándose.
—Es que, es que sucedió algo cuando estuve presa, e irme con mi madre me ayudara, solo ...
—¿Quieres que confíe en ti? —pregunto, y ella asintió—. Al menos dime a donde irás.
—No puedo, y no debes saber —respondió.
Agarró las manos del mago y las puso al cada costado de su vientre. Estaba helado, y él solo pudo imaginar lo peor.
—No me quiero ir, pero es por el bien de nuestro hijo —musitó Baba—. Tu solo espérame, yo volveré.
—Destrozas mí corazón, Basilisa —dijo—. Aun así, te esperaré.
—Se que lo harás, y cuando esté de vuelta sanare tus heridas.
—Y yo las tuyas —dijo forzando una sonrisa.
Le dio un último beso, tan amargo y cargado de desesperanza.
Así como Baba apareció se marchó con la Diosa Madre. Merlín se quedó viendo el lago mientras trataba de anotar en su mente todo lo que veía, pero las lágrimas eran más pesadas, y aquello no le dejaba pensar con claridad.
Entonces, perdido fue así que vio otra pequeña criatura. No era un roedor, ni un troll o un humano. Parecía ser una niña, de color verde y cubierta de hojas, pero está no estaba sola. Y pronto aquel lago se vio envuelto en una tempestad. La temperatura se alzaba, y bajaba. Había hielo y fuego por todos lados, y una magia oscura enojada brotaba junto a otros seres, uno rojo, otro azul, y otra figura más que no podía distinguir, pero estaba seguro que de esa brotaba la oscuridad.
En un cerrar de ojos la locura se calmó, pero aquello quedó grabado en su memoria. Debía saber de ese pequeño grupo, de algún lado debía buscar información, necesitaba saber sobre su magia para mejorar aún más suya.
Y eso fue lo que lo distrajo y obsesionó por tres largos meses.
•
El tiempo corrió sin que lo notara, no tuvo más noticias ni de su amada o su hijo, y solo podía pensar que todo estaba bien, aunque le preocupaba esa frase que dijo Baba:
"—Algo paso".
¿Qué fue lo que sucedió? Se preguntó por mucho tiempo, sin embargo, saber sobre aquellos seres del lago lo distrajeron de los pensamientos oscuros.
Una noche, llena de estrellas y con la inmensa luna alumbrando el cielo oscuro, alguien entró a la pequeña cabaña. Merlín saltó de su silla y corrió a su encuentro. Otra vez su cabello era largo, y su piel brillante. Sus ojos eran fuego puro, tan cálido. Y su sonrisa era el reflejo mas fiel de la felicidad que se avecinaba con su presencia.
—Baba —murmuró estando cerca de ella.
—Y él —habló, sin dejar de sonreír.
Merlín descubrió lo que ella traía en brazos y se encontró con un bebé durmiendo con suma tranquilidad. Aún no sabía lo que le pasó, pero si ambos estaban bien él era feliz.
—¿Cómo lo llamaremos? —pregunto tomando al bebé.
Lo alzó por encima de la cabeza, observando con atención cada parte de su hijo. Pálido, y de cabello negro, ceño fruncido.
—Zafiro —respondió Baba.
Merlín sonrió ante tan particular nombre. Baba se sintió dichosa una vez más, y se acercó a él para abrazarlo. Debía ver lo mismo que el hechicero, su mas perfecta creación.
—¿Dices Zafiro? —indagó Merlín.
—Si, me gustan los zafiros, y sus ojos, al igual que los tuyo, son de colores similares —respondió.
Caminó hasta la cama y se sentó. Podía sentir como sus piernas iban perdiendo la fuerza para sostenerlo, y las lágrimas le dificultaban ver. Baba se quedó allí parada, disfrutando a los hombres que amaba.
Mientras Merlín examinaba al recién nacido, Baba sintió curiosidad. Hacía mucho no sucedía algo así. Siguió aquello que despertaba su lado más primitivo, y se acercó a la mesa. Encontró notas y escritos con algo que la dejó impactada.
—¿Por qué te interesa la Orden Arcana? —preguntó Baba.
Merlín chasqueo sus dedos y las hojas desaparecieron.
—Te sugiero que no te metas donde no te llaman — dijo Baba—. Son un peligro hasta para ellos mismos. Viven intranquilos por el creciente avance de los humanos.
El mago guardó silencio, y por más que la semidiosa de la sabiduría y el socorro le advirtiera sobre los peligros, no dejaría aquello atrás.
•
Aquella noche durmieron los tres juntos, solo que uno despertó antes que el sol saliera. Merlín sabía que estaba por hacer una gran idiotez, pero ahora que vio a su hijo sano, y a ella bien, debía seguir con lo demás. Estaba seguro que Baba sabía más de lo que callaba.
Bastó un hechizo para buscar algo en su mente, y fue así que halló lo que necesitaba. Y ella no notó que estaban hurtando en su memoria, ni que dejaban su lado, y un último beso.
•
Por diez años, se encargó de cuidar y amar a su hijo. Supo que Merlín le robó y no lo volvería a ver en la mañana que se hicieron presentes sus hermanas para decirle las malas noticias.
Otra vez volvió al fin del mundo junto con la diosa creadora, y allí se encargó de brindarle todo lo que pudo a su mejor creación. Mientras ella buscaba sanar el corazón roto.
Zafiro creció sin un padre, y Baba continuó con la idea de que la soledad era algo inevitable.
Cuando el niño cumplió los diez años volvió al bosque salvaje, adoraba el lago que allí había, y los misterios que no quería descubrir. Baba no siempre quería saber todo, le gustaba sorprenderse.
El niño nadaba de una punta a la otra, seguido de pequeñas hadas que lo hacían reír. Mientras que Baba no le quitaba los ojos de encima, sonreía encantada, pero no distraída de su alrededor.
—Se que me espías —dijo Baba.
—Se que lo sabes.
Merlín salió de su escondite, y se acercó a ella, quien se puso de pie con rapidez.
Estaba diferente. Su cabello negro se iba tiñendo de gris. Llevaba una particular armadura plateada, y sobre todo traía en mano un báculo. Con una gran gema verde, que emanaban mucha magia.
—Te has puesto viejo — dijo Baba al verlo—. Pero aún conservas el brillo en tus ojos.
—Tu sigues igual, veo que más despierta.
—Si, me he dado cuenta que cuando duermo es cuando ocurren las mayores traiciones —dijo y sonrió con sorna—. Espero que aquello que tomaste te haya servido de algo.
Merlín la ignoró, y pasó a su lado para acercarse a la orilla del lago y ver al niño que no le quitaba los ojos de encima. Su cabello negro, su mirada azul, y esa pizca de magia era tan similar él.
Volteó para verla, y la encontró intranquila. Ella nunca le hablo de él, y el niño, por muy raro que se le hiciera, nunca sintió curiosidad.
—¿Qué quieres? —preguntó—. Estamos bien sin ti.
—Lo dudo —habló el mago.
—Siempre dudas de mí palabras —exclamó Baba.
—El niño tiene magia, le va hacer falta un buen maestro — dijo Merlín—. Por lejos, soy el mejor que hay.
—¿No crees que necesita un padre, mas que un maestro? —cuestionó—. ¿Por qué haces esto?
Baba supo de lo que hablaba. Amaba a su hijo, al niño que cuidó sola, a quien nunca le faltó nada. Su respiración se alteró, y su mirada se enfadó.
—Es un niño humano, y debe crecer entre los humanos —añadió Merlín.
Dio un paso al frente, acercándose a ella, y esta lo vio aún más enojada.
—Sabes que, por ley, divina o no, él me pertenece — agrego—. No le faltara nada.
—¡Si, le faltara su madre! —gritó furiosa—. Y tú, lo transformaras en ...
—Dilo, semidiosa de la sabiduría y el socorro.
Así como una vez la elevó por encima de otras deidades, ahora la dejaba donde la supo encontrar una vez, en la tierra misma. Y Baba chocó contra el cruel muro de la realidad, tarde o temprano, Merlín sería eso que una vez profetizaron. Un gran hechicero, pero también alguien cruel.
—Puedes despedirte —añadió al verla.
Baba tomó aire, y dio una forzosa sonrisa. Se acercó al lago, y sacó a su hijo del agua. Lo cubrió con un manto que traía, mientras tarareaba una canción. Luego de vestirlo, y asegurarse que no tuviera agua en sus oídos, le dio un fuerte abrazo.
—¿Qué pasa mamá? —preguntó preocupado.
—¿Recuerdas cuando te enseñe lo que era una bifurcación en el camino? —preguntó y el asintió confundido—. Hoy pasara eso con el nuestro.
El niño saltó a su cuello para abrazarla, lo último que deseaba era separarse de su madre. Zafiro era astuto e inteligente, todo lo que sabía era gracias a Baba. Y no solo se trataba de sabiduría, sino de bondad y amor, él lo aprendió de ella.
—No me quiero separar de ti —murmuró el niño entre llanto.
—Pero nunca lo haremos.
Quitó una piedra de uno de los cuernos, y la transformó en un collar, que puso alrededor de su cuello.
—Siempre estaré contigo hijo, cuando sientas curiosidad, o tengas hambre de saber, soy yo acompañándote —murmuró—. Y no debo ver el futuro para saber que serás un gran hechicero, tan bondadoso y fuerte —añadió abrazándolo—. Nadie podrá cambiar eso de ti Zafiro, siempre encontrarás la manera de volver a ser quién eres por más que te hayan cambiado.
El niño se soltó del abrazo, y tomó las mejillas de su madre. Se vieron por un instante, y este le dio un beso en la frente.
—Es bueno saber que tu si crees en mí —dijo ella dando una sonrisa.
—Mamá, tú eres quien más sabe —dijo Zafiro.
Le dio un último beso, e hizo un movimiento con su cabeza para que se fuera. A pesar de sus diez años, tomó aire para juntar valor. Todo lo que conocía comenzaba y terminaba junto a Baba, ahora todo sería distinto.
Caminó lento hasta llegar a Merlín, y tomó la mano que este le ofrecía. Ni Zafiro ni Baba voltearon a ver, pues sabían que eso les haría doler.
—Lo siento, hijo —murmuró, y cubrió su rostro.
Sus lágrimas brotaron como un luminoso manantial que llegó hasta el lago y se fundió con el agua del lugar. Pronto se esparcieron atrayendo a otro visitante.
—¿Por qué lloras? —preguntó una voz dulce.
Cuando alzó la vista vio a otra mujer, era la primera vez que se cruzó con ella. No tenía idea, ni tampoco sentía curiosidad. Quizás era su corazón adolorido que bloqueaba sus otros sentires.
—Hoy perdí un pedazo de mí alma —respondió—. ¿Quién eres?
La desconocida se acercó a la orilla, y estiro su brazo por fuera del agua para tomar su mano.
—Me dicen —se frenó un instante—, me llamo Nimue.
★★★
Hola mis soles invernales ¿Cómo les va? Espero que bien.
Les traigo este capitulo (de una obra que ya no está subida) en dónde reveló a Zafiro, como un guardian de la magia y trata de detener a Arabella porque la historia la respalda, va a hacer una estupidez.
Si, es hijo de Merlín y Baba. Estos dos se llevaban bien, hasta que dejó de pasar. Y si, el niño viene con sus traumas, gracias papá. También subiré pronto otro capítulo sobre el en Camelot 😭
Sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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