Detras de un Guardian.
Merlín lo empujó a hacer algo que por mucho tiempo solo estuvo en su cabeza. Habían pasado días en que supo la verdad detrás de la misteriosa mujer, no volvió a ver a Melinda, y los días de estudio junto a Morgana dejaron de coincidir.
No tuvo que pensar demasiado para darse cuenta que todo era causa de Merlín. Ahora el mago hacía que las pocas personas que lo mantenían con una sonrisa, y hacia que sus días fueran un poco mejor, se alejaran.
Zafiro estaba agotado de tanta soledad.
—Y si voy a estar solo, mejor estarlo lo completo —dijo antes de dar su próximo paso.
Con diecisiete años, a un par de semanas de los dieciocho, Zafiro no perdía la elocuencia en sus palabras y actos, ni mucho menos la curiosidad en sus ojos azules. Se mantenía tal cual cuando era un niño, que aún siendo gruñón y distante, no dejaba de ver curioso el mundo que le rodeaba.
Esta curiosidad se sumó a sus ganas de estar lejos de aquello que le hacia mal, y lo condujo a lo que sería su próximo refugio. Se metió en el bosque (como normalmente haría) dejándose guiar por los sonidos de la naturaleza, la suavidad del sol que atravesaba las frondosas copas de los árboles, el verde pasto y hierba bajo sus pies descalzos, notó un ser particular. Un ratón, pequeño, de grandes orejas, y cola muy larga.
Lo reconoció en el acto, y sin dudarlo, sintiéndose como su madre se sintió una vez, fue detrás del roedor.
Y solo porque sentir cierta inseguridad, fue dejando un rastro mágico para evitar perderse. Sabia de ante mano, que esos roedores llevaban a cualquiera por un camino laberíntico, hasta dejarlo en la nada.
Sin embargo, este fue gentil. Supuso que se dio cuenta de quien era hijo, como para evitar la crueldad de seguir a ciegas la curiosidad.
Lo llevó más allá del lago que se ocultaba casi en el centro del bosque, lo cual lo puso nervioso. Estaba yendo solo a donde antes no, y no quería ver que tan cierto era el dicho "la curiosidad mató al gato" o en este caso, al muchacho. Iba a continuar hasta donde él creyera prudente.
—Comienzo a creer que solo quieres que me extravié —dijo, algo asustado.
Estaba por dar la vuelta y volver, pero alguien habló.
—¿Por qué crees eso? —preguntaron.
Reconoció su voz en el acto, y se desesperó en cuestión de segundos. La buscó, y no la encontraba por ningún lado. ¿Cómo era posible tenerla tan cerca y lejos a la vez? Zafiro estaba a punto de perder la poca cabeza que le quedaba, y comenzaba a creer que aquello solo era un alucinación, lo que su corazón agotado y cabeza atormentada más deseaban.
Cada mañana que pasaba alejado de ella, se hacía a la idea de que ya no le hacía falta, que pronto la olvidaría. No sentía rencor, pero debía admitir que seguir viviendo con la ilusión de que vuelva por él no le hacia bien.
Tropezó, quedando de rodillas en el suelo, y sintiendo las lágrimas calientes al borde de sus ojos cansados.
—Lo siento tanto hijo —exclamó Baba.
Salió de su escondite, y se apuró en llegar hasta el pequeño bulto en que se convirtió su hijo. No podía permitirse que su creación más preciada se rompiera, aun más de lo que estaba.
—Oh, mi niño —murmuró.
Lo abrazó, sintiendo el calor de su piel contra el frío azul que era la brillante piedra que la cubría. Sus latidos le devolvieron la alegría que perdió el día que lo perdió a él. Zafiro le correspondió, y lloró sobre su hombro, los años que le hizo falta algo tan necesario como su amor.
•
Baba lo guio unos metros mas dentro del bosque. Pasaron un pequeña cabaña oculta entre los gruesos troncos de los árboles, y se adentraron entre los frondosos y muy verdes arbustos. Llegaron hasta una parte del lago en la que no estuvo antes. O no, los últimos años. Un recuerdo fugaz atravesó su mente, e hizo brillar su mirada.
—Este lago —dijo y sonrió.
Allí se alojaba un dulce y a la vez triste deseo. Pues, a los diez años Baba lo llevó allí, a nada entre seres llenos de magia. También, lo conoció a él. Por un tiempo, creyó que la vida junto a Merlín sería como la de esos niños con sus padres que vio durante la época que vivió con su madre.
El hechicero no tardó en demostrar que nada sería como él conocía. Las mañanas eras grises, las comidas insípidas. No escuchaba la risa de nadie, y todos se hacían a un lado, cuando el pasaba. Era un intocable solo por ser su hijo, por tener magia, y porque muchos tenían la idea que sería tan grandioso como Merlín.
Ahora, junto a Baba, y lejos de Merlín, no sentía la desazón de aquellos que no le demostraban nada, y que había continuado su vida como si nada. Como si él, y su madre fueran tan solo una pagina que se olvidaba al pasarla.
Esa tarde, su vida dio un giro.
Unas semanas después.
Baba volvió a visitarlo, y juntos fueron a desayunar al lago. Frutas dulces, panes crocantes, mermeladas coloridas. Todo del otro lado del mundo. Zafiro volvía a sentir el gusto por abrir los ojos en la mañana, esperar con ansias las tardes en que Morgana iba a visitarlo, y dormir en las noches, con la esperanza que horas más tardes, todo sería igual de maravilloso.
No existían las reglas inquebrantables, solo las que el ponía, y lo dejaban ser un poco más libre.
•
En el lago, se quitó la camiseta, al igual que las botas, y se zambullo en el agua. El sol caía sobre esta, haciendo que no estuviera helada, y nadar allí sea placentero. Pequeños peces nadaban entre sus piernas, y las haditas revoloteaban encima suyo murmurándole lindas palabras.
Baba lo veía divertirse desde la orilla del lago. Cuando Zafiro era feliz el mundo que lo rodeaba se tornaba brillante, y cálido. Se teñía con los colores del oro, y hacia un poco mas mágico todo. Pues lo había visto triste y como el azul lo rodeaba, y los muros grises se hacían bloques de hielo. No le gustaba verlo así, y menos, no poder acercarse para darle un abrazó.
Y mientras lo observaba como si fuera la pieza de oro cubierta de diamantes mas importante y reluciente, él iba de un lado a otro, huyendo de las titilantes hadas. Se sumergió, y nado con los ojos cerrados. En cuanto los abrió, en el fondo vio la delicada silueta de una mujer.
Sus miradas se encontraron, y el brillo en los ojos contrarios lo asusto, haciendo que soltara el aire, y volviera a la superficie.
—¿Qué sucede? —preguntó Baba al verlo salir apurado.
—Hay algo allí abajo —dijo y señaló la profundidad.
Otra vez vio, y no había nada. Cuando estuvo por alejarse, giró para ir con Baba, y del agua, salió aquella persona que vio momento atrás. El cabello rubio cobrizo caía sobre su delgado pecho, y su mirada brillaba de un claro color turquesa. Sus labios eran de un rojo natural, y su piel algo pálida y rosa.
—Hola —dijo ella—. No quería que te asustaras.
—No lo hice —dijo él—. Solo me, me sorprendiste.
Se aclaro la garganta, y viendo a un lado extendió la mano al frente.
—Me llamo Zafiro —murmuro.
Ella sonrió y tomó su mano para estrecharla.
—Lo se —dijo sonriente—. Te he visto antes, con Baba, con Morgana, solo. Te he visto varias veces, creo que cuando no sabes a donde ir, vienes acá. Me llamo Minue.
—¿Vives aquí? —pregunto Zafiro—. ¿Por qué no te he visto antes?
—Si, en el fondo del lago, entre los arboles, las rocas —respondió Minue—. No se, andas muy ocupado hundido en tu tristeza. Creo que el bosque antes era tu refugio.
Zafiro no supo que decirle. Pero ella tenía razón en algo, él solo se acercaba al bosque, y al lago para llorar en paz, y dejarse llevar por el sonido de sus lamentos en soledad. Ahora sabía que no estaba del todo solo, y que su lugar para dejar al descubierto lo lastimado que estaba no era tan secreto.
—Bueno, ahora vivo acá —dijo y sonrío.
—Lo se —dijo Minue—. Y ya no luces más triste. Te ves mejor.
—Gracias —dijo, y sus mejillas se tiñeron de rojo—. Quieres jugar, las hadas no me dejan en paz.
–Me encantaría —exclamo Minue.
Siguió nadando un rato más junto a Minue, estableciendo así una rápido amistad. Y es que, a él de verdad le gustaba hacer amigos, solo que en el castillo muy pocos se acercaban con la pura intensión de serlo sabiendo de quien era hijo.
Y mientras ellos jugaban, Baba decidió irse sin que lo notaran. Dejo su figura allí, algo hecho de magia, que no debía hacer nada, más que fingir que los vigilaba. Tenía que ir a ver a Merlín. Ver si la falta de su hija lo afectaba en algo.
Debía hablar con él. Hacer que abriera los ojos.
•
Antes de meterse dentro del castillo, se hizo un vestido con el chasquido de sus dedos. No le gustaba usar esa clase de ropa. Encerraba demasiado su cuerpo, y con cualquier reflejo notaba la forma del mismo. No tenía problemas con ellos, pero casi nunca lograba identificarse como una simple humana.
Decidió que verse como la ninfa que Merlín conoció le haría más fácil la tarea él. También lo ultimo que deseaba era que viera su piel de sacerdotisa.
Sin las orejas largas y puntiagudas, ni el cabello azul. Traía un peinado alto, dejando escapar algunos bucles oscuros. Sus ojos verdes, los de siempre, se iluminaban por los nervios de volver a ver al padre de su hijo. Y por los mismos, su pálida piel sudaba. Además que el vestido se ajustaba a su delgada figura, y le incomodaba, haciendo que todo sea aun peor.
Una cárcel en plena libertad.
Atravesó un portal, y apareció en su taller. Supo que era de él por el desorden ordenado que era el lugar. Los libros ocupaban algunos espacios en la biblioteca, pero se desparramaban en el suelo. Sobre la mesada de madera se acumulaban pedazos de latas, algunas piedras y bastones. Estaba segura que quien sea la persona que limpiara allí sufriría mucho.
No pudo evitar sentir nostalgia al verse rodeada de los elementos que hacían a la persona que alguna vez amo en profundidad, a quien le entregó sus debilidades, y, claro, las uso en su contra. No dejaba de pensar en lo mucho que lo arruinó, y como miró a otro lado, aun teniendo el cruel presentimiento que algo así podría pasar.
Alguien entró al taller, y Baba giró de inmediato sobre sus talones. No se encontró con Merlín, sino con otra mujer. De largo cabello rojizo, y profundos ojos oscuros. En su rostro notaba la misma sorpresa que estaba segura tener en el suyo.
No debía verla nadie, salvo que el destino así lo quisiera, ¿Por qué hacer que una mujer de la nunca escuchó hablar entrará en ese momento? ¿Debía suceder así, o solo era la más pura casualidad?
—Hola —dijo Baba—, busco a Merlín.
—¿Quién eres? —preguntó la mujer.
Y cuando quiso hablar, Merlín llegó a tiempo. Las dos giraron en su dirección. Baba notó, por unos segundos, algo de temor en sus ojos azules. Estos apenas habían temblado, y una línea de expresión se dibujaba entre sus espesas cejas. A Zafiro le sucedía igual. Tenían esos modos que lo hacían tan iguales, que ella no debía pensar de más para saber que algo le sucedía.
—Mi antigua mentora —dijo Merlín.
—¿Mentora? —preguntaron las dos al unísono.
—Si, el tiempo no pasa igual para todo los mágicos —dijo Merlín, con despreocupación en su voz.
—Si, y algunas personas no tenemos algo dentro que es capaz de devorarnos hasta hacer que los años se nos noten de más —añadió Baba.
—¿Cómo te llamas? —preguntó la mujer—. Lo siento, Merlín no habla mucho sobre sus días antes de casarnos.
Baba sonrió, aunque por dentro no dejaba de rasgarse y gritar. Habían pasado casi veinte años desde cuando se dejaron. Más bien, Merlín la abandonó y ella continuó su vida con un dolor en su pecho, que poco a poco, se iba desvaneciendo.
Cuando quiso decir su nombre, sus labios se tensaron impidiendo que hable. Intento una vez más, y fue en vano.
—Enora —dijo Baba, y sonrió un poco más relajada.
—Es celta —exclamó la mujer con alegría.
—Si, significa honor, lo que muy poco tienen —explico, y le echo los ojos a Merlín—. Aún no se como te llamas, ha de ser la mujer más afortunada de todas. Digo, para estar casada con él. No es algo que ...
—Ya Enora —dijo Merlín y frunció el ceño.
—Aurora —dijo la mujer, y extendió la mano al frente.
—Es un nombre hermoso —dijo Baba, estrechando su mano—. Es un gusto conocer a la nueva mujer de mi antiguo aprendiz.
—Oh, y espera a que conozcas a Willian —dijo Aurora emocionada—. Que por cierto, vendrá pronto cariño, y realmente necesito que tengas el decoro de ser un poco más su padre. No le hará daño a ninguno de los dos. Él realmente lo necesita.
Aurora continuó hablando, con la atención de Merlín sobre ella. Y Baba, poco a poco iba dejando de escuchar lo que tenía por decir. De alguna forma, que no la sorprendía, sabia de lo que hablaban. Aquel mago no era el hombre que conoció, lo dejó de ser mucho antes de ver por primera vez a Zafiro. Justo cuando se marchó para evitar la muerte de su joya más preciada.
Si Baba hubiese sabido que haberse ido junto a su madre le iba a causar tanto dolor, no lo cambiaría. Con el tiempo aprendió que Zafiro era su destino.
—Bien, iré a ver si Morgana está en su nueva biblioteca —dijo Aurora—. Enora, un gusto conocerte. Espero volver a verte.
Baba no dijo nada. Tenia un nudo en la garganta, al rededor de su cuello, se ahogaba en sus lagrimas. Solo pudo sonreír.
Cuando la puerta se cerró, se sintió débil. Deseaban gritar, romperle todo el taller, partirle una escoba en la cabeza, pero solo lo vio con furia. Sus ojos verde centellaban enojados.
—Merlín eres ...
—Guardate todo lo que tengas que decir, Basilisa —le interrumpió—. Llevo horas buscando a Zafiro, ¿Dónde demonios estás? Sabes bien que no te lo puedes llevar.
—Hasta crees que cometería el estupido error de hacerte enojar —respondió dando una sonrisa torcida—. Tu hijo no quiere estar cerca tuyo.
—Él no ...
Baba hizo un paso adelante, quedando a una corta distancia. Leyó en sus ojos azules una verdad cruel. Supo que Merlín no consideraba a Zafiro como un hijo. Era un aprendiz, un discípulo, alguien capaz de algún día ser mejor que él, pero no un hijo.
¿Todo lo que le dijo alguna vez, estando embarazada, fue mentira? ¿Qué sucedió en cabeza, en su corazón, para que fuera tan frío con su creación más preciada, lo que nació de su amor? Oh, su amor. Ahora Baba no estaba segura de si alguna vez la amó de verdad.
—Sigue Merlín, tratando a tus hijos como parias —gruñó Baba—. Quieras o no, Zafiro es tan hijo tuyo como William. A ti se te da una oportunidad tras otra, y no único que haces es desperdiciarlas ¿Cuantos corazones deberás romper para ser feliz?
Se hizo hacia atrás, y se abrazó. Una luz intensa la cubrió, dejando en su lugar su verdadera piel. Azul y brillante, llena de tristeza y marcas.
—Zafiro siempre fue frágil, ahora es poderoso, es tan parecido a ti. Hoy llegué a temer que de verdad sea como tu. Tan roto, capaz de romper a los demás —dijo, y alzo la vista—. Por suerte, tiene tanta bondad, que no se escapa de sus grietas.
—Baba, espera ...
Merlín quiso detenerla. Por un instante, escuchándola, se arrepintió de lo que no dijo, y de verdad temió lo que ella profetizó. No, Baba nunca le echaría una maldición, pero era capaz de ver más allá de las estrellas, y estas le hablaban. A eso sí le temía, los astros nunca mentían.
—Te doy permiso para decir que estoy muerta —dijo y le sonrió—. De verdad, con todo el amor que te tuve alguna vez, espero que esa oscuridad por el saber, se desvanezca, y veas lo valioso que tienes al frente. No debes buscar en los libros, lo hallaras en otros ojos, que clamen por una oportunidad.
•••
No volvió a ver a Baba, ni sentir su presencia mágica. Mientras que a Zafiro le había perdido el rastro físico. No tenía idea de dónde estaba, y ya comenzaba a enfurecer.
Lo que la semidiosa le dijo, pareció afectarle. Había decidido, por unos días, no despegarse de su recién llegado hijo. Willian, a quien lo reconocía como su sangre, su primogénito de su matrimonio, no tenía magia. O al menos no la expresaba. Lo que por unos días eran de color del oro, como Baba supo ver alguna vez, estos se fueron tiñendo de oscuro.
Merlín no podía seguir con un niño que no tendría sus mismas capacidades, mientras que otro, que estaba casi a su nivel, andaba suelto por ahí, y su otra estudiante parecía llevar la delantera en cuanto a magia se trataba.
Morgana no abriría la boca. Ni siquiera, si no hablaba con Zafiro, diría donde está.
De Baba no sabía nada, y tampoco diría algo al respecto en caso de hallarla.
De alguna manera tenía que encontrar el escondite de Zafiro.
•
Aurora sabía de Zafiro. Aunque desde que llegó a Camelot nunca lo vio. Entendía las razones de porque el hijo de Merlín, quien no era llamado más que con su nombre, no quería saber nada de ella.
Hasta que una tarde se topó con él, y en secreto lo siguió. Ya había visto un par de veces a Morgana salir a escondidas, y ella mantenía su palabra de honor. "Voy a dar un paseo", se limitaba a decir. Hasta que un día dejó de hacerlo.
Estaba segura que no tendría otra oportunidad.
Fue así que sin pensarlo tanto, siendo sigilosa, lo siguió. Y detrás de ella, sin que lo notara, iba la doncella que llegó junto con la futura esposa de Arturo.
Era una criatura curiosa siguiendo a una mujer ansiosa por saber sobre ese "tesoro" que escuchó alguna vez.
Aurora iba unos pasos detrás, deteniéndose cada tanto. Madeleine iba escondiéndose entre los gruesos troncos de los árboles. Zafiro, hacia de cuenta que nadie lo seguía.
Ninguna parecía ocultar lo más primordial. La magia que emanaban era algo evidente. Aurora no lo hacía por estar concentrada en algo más, y Madeleine se creía una humana más, no tenía idea de su propia magia.
La mujer le perdió el rastro, y quedó en medio del bosque, viendo a todos lados, tratando de hallar a Zafiro. No tardó mucho en dar la vuelta, el sol estaba a punto de caer, y sabía de los peligros que se ocultaban en la oscuridad de la noche. A punto de irse, una red luminosa y azul, la alzó del suelo, dejándola colgada de los árboles.
—Lady Aurora —exclamó Madeleine y salió de su escondite.
—Maddie, ¿Qué haces acá? ¿Me estabas siguiendo? —pregunto consternada.
—Yo lo siento —dijo casi suplicante.
Oyeron unos pasos acercarse, y ambas vieron en la misma dirección. De entre los árboles, salió Zafiro. Aurora vio a Merlín en aquel joven y su magia. En sus ojos azules, y el cabello negro. Hasta la misma nariz. Un escalofrío le recorrió.
—Madeleine, la has traído hasta acá —exclamó Zafiro—. Te advertí que dejaras de seguirme.
—No, no, no fui yo —exclamó Madeleine.
—Es cierto, no fue ella —le siguió Aurora.
—¿Merlín te manda? —le cuestionó Zafiro.
—No, pero me ayudó a su modo —habló el hechicero mayor.
Sabia que le daría problemas. Su esposa no iba a dar el brazo a torcer, y ya podía sentir en el aire como ella con rapidez se iba enojando.
—Lo trajiste hasta acá —dijo Zafiro con temor en su voz.
—No es cierto —exclamo Aurora—. Merlín, no hables, solo vas a empeorar la situación.
—Baja a mi esposa de allí arriba —ordenó Merlín.
—Ni te atrevas niño, puedo hacerlo por mi cuenta —dijo desafiante Aurora—. Merlín, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir. Te conozco. De nada sirve ...
Merlín chasequeo los dedos, y tanto Aurora como Madeleine, desaparecieron del lugar. El silencio se hizo entre ambos. Sus miradas azules se reflejaban en la otra desafiante.
—Tienes un hermano —habló Merlín.
Zafiro lo sabía. Baba se lo dijo, y le pidió ser comprensivo. Pero el joven hechicero, no entendía aquello de lo que nunca recibió. ¿Como podía tolerar la idea de un hermano cuando el hombre que lo engendró nunca le demostró un ápice de cariño?
—Y ahora, tienes un deber —añadió el mago.
—¿Como es que tienes las agallas para venir a pedirme algo? —cuestionó Zafiro.
Su magia se hizo intensa, y brilló azul en su mirada enojada. Sin embargo, lejos de dejarse poseer por el enojo del momento, hizo lo de siempre. Respiró, y dejó que aquello que lo hacía idéntico al hombre que tenía en frente, fluyera.
—Me arrebataste todo Merlín, mi madre, mi vida, a Melinda. Quieres que me aleje de Morgana, que no la ame —dijo con voz trémula—. Y tú, continuas como si nada, amando a alguien mas. ¿Qué pretendes con todo esto? Arruinaste a mi madre, lo haces conmigo ¿Qué deseas de mí?
Zafiro cayó de rodillas al suelo, y se sostuvo la cabeza, tratando de ocultar las lagrimas que caían desenfrenadas de sus ojos azules. Le dolía la cabeza, el corazón, el alma. No podía respirar con tranquilidad, sentía que en cualquier momento estallaría.
—Ya no se que darte para hacerte feliz, para que me reconozcas como tu hijo, como alguien capaz de estar a tu nivel —murmuro.
Merlín lo vio desde arriba, con desdén, ignorando sus lágrimas.
—Mi hijo no tiene magia, y tu eres lo mas cercano a ser como yo —dijo despreocupado—. Eres el mayor, conoces tu deber. Debes cumplir, es el lugar que te tocó.
No dijo mas nada, y se fue. Zafiro se quedó allí, viendo donde segundos atrás estuvo su padre, el hombre que ignoró por completo su dolor, y a la vez lo reconoció como una extraña copia de si mismo. No era un hijo, era lo mas parecido a ser como él.
Y Willian era su hermano, porque no lograba cumplir con las expectativas del hechicero. Ambos unidos por el dolor que un hombre le causaba.
Sin embargo, con el corazón roto, por ese factor, por Morgana que se alejó de él, por una madre que no podía intervenir, por el vacío que lo rodeaba y cada día se hacía más grande, Zafiro le rogó en silencio a su abuela, por ayuda. Rezó porque le quitara el dolor, que le diera una carga distinta. Estaría dispuesto a lo que sea con tal de dejar aquel calvario que era vivir en Camelot.
Ella se lo concedió. Zafiro se hizo un guardián de la magia, y ninguno de sus padres lo volvió a ver.
•
Un tiempo después Merlín entendió lo que Baba le dijo, lo que Aurora le gritó en su cara. Y unas décadas más tarde, en una noche de lluvia, años después de la llegada de Hisirdoux, y Arabella, es que vio en otros ojos la oportunidad de un cambio.
En aquella mirada diferente, llena de dolor. En sus pecas, en su magia descontrolada. En su alborotado cabello anaranjado. Es su piel lastimada. En su escuálida figura, en el hedor a muerte. En todo eso, vio a la joven doncella que alguna vez dieron como un obsequio al clan del bosque. No había pensado en Madeleine hasta esa noche.
En su súplica encontró la manera de hacer un cambio. Y sus brillantes lagrimas teñidas de negro limpiaron la oscuridad que nublaba su vista.
—Circe Hestigio —repitió una y otra vez la noche en que le dio asilo.
Había perdido todo, y en la joven nigromante, temblando del frío, muerta del miedo, con muchas ganas de vivir una vida lejos de los mandatos de un clan siniestro, encontró esperanza.
—No lo arruines esta vez —murmuró Zafiro.
Merlín vio por encima de su hombro, y sonrió.
☆☆☆
Ohhhhhh, miren que capitulazooooooo 😮😮😮
Hola mis soles, ¿Cómo les va? Espero que bien. A un paso de las vacaciones. Ay, como las necesito.
Este relato (largo) tiene dos o tres parte. Solo dos son muy importantes (bueno, todas lo son) Vemos como a Baba se le rompe el corazón, y como es que Zafiro llega a ser guardián.
También conocemos a la esposa de Merlín. Es Aurora, la abuela de Merlina, personajes de Fenix0305 Si, es un pequeño cameo (y en lo que no vemos, le da sus buenas patadas a Merlín por ser tan 🤬🤬🤬)
¿Alguna vez Zafiro conocerá a Merlina? ¿Él volverá a ver a su padre? Yo creo que si. Ya lo veremos.
Bueno, sin más que decir ✨besitos besitos, chau chau ✨
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