🌠Bandidos🌠
Sonora, 1849
Hizo un largo viaje a través del desierto. O al menos eso creía ella. No había más que la nada misma. Una llanura por completo seca, y calurosa.
Arabella se sentía idiota por no haberle específicado a la mensajera en que parte de América quería que la dejarán. Y más todavía, por haberse ido en armas con ella. Estaba teniendo una pésima racha con su humor, y aquella bruja no le ayudo a que mejorada.
Ahora se encontraba en un camino, siguiendo las indicaciones de una extraña, que tuvo la afortunada coincidencia de encontrar.
—Creo que te lo mereces —dijo la yegua blanca.
—Cierra el hocico o te hago pegamento —dijo la rubia.
—Te quiero ver intentarlo.
Siguieron el camino, a paso lento, y entre quejidos por parte de la rubia. Hacia una semana que iba de pueblo en pueblo, desde Europa hasta México. Aunque estaba segura de que prefería haber terminado en un pueblo fantasma que en medio de la nada.
Y con ese deseo en mente un pueblo se hizo presente ante su visión. White se apuro en llegar, porque ya no soportaba el peso y el humor de la rubia encima suyo.
Llegaron justo para el atardecer. El sol parecía ponerse a su espalda, dándole, a cualquiera que la viera, una visión cálida de la misma.
—Todavía no bajes —dijo White.
—No pienso hacerlo —murmuro Arabella.
Hicieron unos metros y un hombre las detuvo. En ningún momento Arabella quitó la vista del camino, ni la mano del cinturón.
—Hola hermosa dama —hablo un desconocido, siendo ignorado por completo.
Por dentro, Arabella contaba el tiempo que tardaba en decirle algo fuera de lugar, y cuánto tardaría ella en defenderse. Hizo un gran esfuerzo, armarse de paciencia frente a la catarata de halagos mezclados con improperios.
—¿Quieres que te diga dónde queda el burdel? Así vuelves de dónde saliste, bruja —vocifero.
Y colmada, con un rápido movimiento, desenfundó el arma que venía sosteniendo, y solo le bastó un disparo para callarlo. Escupió el palillo que venía masticando hacía horas, y se inclinó para ver la mirada horrorizada del hombre. Alzó el ala del sombrero con el cañón de la pistola, siendo atravesada por el olor de la pólvora.
—La próxima no falló —dijo, y dio una sonrisa perversa.
La bala dio en la copa del sombrero, haciendo que este cayera hacía atrás por el impacto.
—Y se donde queda el maldito burdel —añadió, y se enderezó.
Le chiflo a la yegua, y está comenzó a a andar. Quienes se le había quedado viendo, continuaron con lo que estaban haciendo, esquivando cualquier contacto visual.
A esa altura del siglo, a Arabella parecía no molestarse por guardar las apariencias. Si ella estaba decidida a algo, sea defender su honor, o demostrar quien tenía el poder, lo hacía con total impunidad. Y eso no ayudaba a que bajara de dónde estaba subida. Y muy pocos se atrevían a hacerlos.
De lo único que agradecía bajar, era de la montura de la yegua, y está también lo hacía. La ato a un poste, y le trajo algo de agua, y varias frutas.
Con White lista, se metió al bar que allí había. Por suerte, o por la hora, aún no había tantas personas. Solo el cantinero, y un par más refugiados en una esquina.
—Hola —dijo acercandose a la barra.
Dejo la pistola en esta, y el sombrero del otro lado.
—Veo que eres la del disparo —dijo el hombre, y le sonrió.
—¿Qué me delató?
—¿Qué le sirvo dama?
—Lo más fuerte que tenga, y llené la cantimplora de agua —dijo, y le echo una mirada más suave—. Por favor.
El hombre asintió, y tomo la cantimplora que le pasó. Cuando se marchó, hizo un sondeo del lugar. Era oscuro para aún haber sol, estaba revestido de madera, desde las paredes hasta el suelo y techo.
Y esos extraños no le quitaban la vista. Algo de lo que se percató a los minutos de entrar ahí. Pese al percance vívido hacía un instante, no quería problemas. Solo deseaba descansar y volver por una mensajera que le acercara a una ciudad más en el norte.
El cantinero volvió con la cantimplora y le sirvió un vaso tequila. Bebida que descubrió de contrabando en algún lado de Inglaterra, y que le había agarrado un gusto especial.
—La casa invita —dijo el hombre.
—Salud, por la mía y por la suya —exclamo Arabella con una sonrisa amplia.
—¿Forajida, cierto?
Ella vio el fondo del vaso, y lo había sentido el trago más liviano de todos. Solo esperaba no estar del todo acostumbrada, porque odiaría dejar de tomarlo solo por no sentir el ardor en su garganta.
—Digamos que si —respondio—. Me equivoque de ruta y eme aquí.
—Parece una buena chica —dijo el hombre.
—Y lo soy señor —sonrió—. Tengo diecinueve años y no me he desviado en ningún momento del camino del señor.
—Ya veo ¿Señorita?
—Arabella de Pericles —dijo y le extendió la mano.
El señor la estrecho, y le dio una sonrisa más cálida.
—Escuche señorita Pericles, si desea, con mí esposa manejamos un hospedaje —dijo—. Es pequeño, pero cómodo. En caso de no tener donde quedarse.
Ella sonrió, y tomo otro trago que le sirvieron.
—Me encantaría —dijo alegre—. Después de un largo día en el desierto, una cama no viene mal.
•
El cantinero le enseño donde quedaba el hospedaje. Arabella le agradeció otra vez y fue por White.
La noche recién caía por completo, y la brisa que corría era agradable. Mejor que cualquier otra brisa veraniega en Inglaterra.
Cuando llegó a la casa, llamo, y en minutos fue bien recibida por una mujer. Quizás un par de años más de los que ella aparentaban, y con una gran barriga. Lo que le provocó una gran sonrisa a la rubia. Y es que quien la atendió derrochaba cierta energía y alegría que muy pocas veces veía en pueblos de ese estilo.
—Hola, su esposo me dijo que tenía un cuarto para mí —dijo Arabella.
La mujer le tomo la mano que está le estaba extendiendo, y jalo para meterla dentro. Le dio un fuerte abrazo, y cuando se apartó la vio con seriedad.
—Cuarto, y un baño exclusivo para usted señorita, apesta a mil rayos —exclamo.
Arabella se vio disgustada, y más aún cuando White le confirmo aquello con un relincho.
—Si, puede que apeste.
—Bien, mientras usted se baña, le haré una buena cena —dijo, y la condujo por las escaleras—. El baño queda en la última puerta, y la anterior es su cuarto. Aquí tiene las llaves.
—Gracias, es tan amable —dijo Arabella—. Le pagaré muy bien, y mucho más.
En la bañera, despojada de cualquier prenda que le pudiera atrapar la cintura con fuerza, Arabella suspiro relajada. No recordaba cuando fue la última vez en que un desconocido fue tan amable con ella. Aún sabiendo que había dinero de por medio, muchos ni siquiera se limitaban a tratar con ella.
Sumergió la cabeza, y al salir la rasco para hacer algo de espuma con el jabón. Limpio cada parte de su cuerpo al menos tres veces, para sacarse el olor a desierto de encima.
Lista, perfumo su cabello mechón por mechón, y esparció la esencia de vainilla que llevaba a todos lados con una peineta. Se puso un vestido simple, y liviano, y respiro aliviada al sentir solo la tela del mismo en su piel.
Tras verse una ves más al espejo, y guiñarse un ojo, además de halagar su propia belleza, decidió a salir. Sin antes acomodar el desorden con el chasquido de sus dedos.
Al abrir la puerta, lo vio.
Su respiración se corto, y abrió la boca sin poder decir alguna palabra. Lo tenía allí, parado con la misma cara de sorpresa que ella. Después de tiempo sin verse, otras vez alguna buena jugada del destino lo puso en su camino.
Y esperaba que solo sea una coincidencia y que no estuviera detrás de ella por alguna u otra razón. El beso instantáneo, y el escandaloso encuentro en el cuarto de Hisirdoux, demostró que todo era una casualidad. Y como cada una de esta terminaban por enredarse, por cada minuto, día, año que estuvieron sin verse.
•
Arabella despertó, porque la luz de luna, intensa como ninguna otra noche, le daba de lleno en la cara. Se removió en su lugar, y noto la paz con la que Hisirdoux dormía.
Una sonrisa tonta se le dibujó de tan solo verlo.
Era tan raro el estar ahí, y no tener ganas de matarlo, o que él aún se viera tan amistoso, sin salir de la fantasía que era dormir con ella.
Fue extraño el pensamiento que la abordo. Por un instante se imagino por siempre a su lado. De la mano, o almorzando, leyendo ante el cálido calor de la chimenea, o disfrutando una fresca limonada en verano. Se pensó estando ahí compartiendo más que encuentros casuales que podían terminar tan bien como mal.
¿De verdad lo amaba lo suficiente para dejar atrás su vida de bruja temeraria? Y solo por unos segundos pensó que si. Qué lo amaba mucho para eso, y para mucho más.
—Quizás en otra vida —murmuro, y dejo un beso sobre su pecho.
Con cuidado salió de la cama, tomo un tapado, y sin hacer ruido salió de allí. Habían pasado un par de horas de la cena, pero por experiencia sabía que algo de comida quedaba dando vuelta.
Aún viva, moría de hambre.
Bajo por las escaleras, y sigilosa, se dirigió a la sala. No encendió ni la magia de sus manos, ni alguna vela, porque la luz de la luna le bastaba para ver el camino.
Grito asustada al ver sentada en la punta de la mesa a la anfitriona. Una tenue luz de vela le daba en el rostro, y noto que no estaba tan contenta como cuando la recibo.
—Me disculpo por todo —dijo Arabella—. Es un viejo amigo.
La mujer se enderezó, y cubrió la vela con la pantalla de vidrio para que más espacio se iluminará.
—No se cuál es tu truco muchacha, pero no tienes diecinueve años —dijo, y dio una sonrisa.
—¿Qué le hace pensar eso?
—Bueno, reconozco a una cuando la escuchó gritar —dijo, y la barrio con la mirada.
—La experiencia se gana en menos tiempo de lo que cree, señora —dijo Arabella y se cruzo de brazos—. Lamento importunarla, no volverá a suceder.
La mujer corrió una silla con el pie, y le indico a Arabella que se sentará. Esta no lo iba hacer, pero algo en su semblante le indicaba que era una mala idea no hacerlo.
—Vamos al grano —volvió a hablar cuando estuvo sentada—. No eres una chica cualquiera. Lo supe cuando te vi llegar.
—Bien, su intuición me ahorra mucho —dijo Arabella, y se echó hacia atrás en la silla.
Pero así como busco verse relajada, otra vez se reincorporo. Y observo a la mujer de más cerca. Termino por concluir que era una mujer como cualquier otra.
—Bien, tiene cinco minutos para pedir lo que sea, porque está claro que algo quiere —dijo, y otra vez se echó.
—Se que es una bruja, y está bien, no la juzgo. No sé de que clase será, pero creo que una buena, porque el pueblo aún sigue de pie —dijo la mujer.
—Esta claro que no me conoce, y está bien, no hace falta que sepa todo de mí —sonrió—. Vamos ¿Qué quiere? No me hago más joven.
•
Arabella entro a los golpes a la habitación del pelinegro. Tiro sobre él, el bolso que recogió en la sala.
—Por todos los brujos ¿Qué sucede? —exclamo horrorizado.
—Vamos bella durmiente, despierta —dijo Arabella frente al espejo.
Trataba de mantener la calma, para poder atarse el cabello en algo que se se quedará intacto.
—Si soy la bella durmiente, ven y despiertame con beso, mí príncipe encantado —dijo con voz ronca.
Arabella trato de no sonreír. Pero terminó por reír, e irse encima de él para llenarlo de besos.
La respuesta seguían siendo si. Seguía siendo si, si después de ese día ambos seguían de pie y en una pieza. Y estaba segura que seguiría siendo si por mucho tiempo. Deseaba que fuera así.
Cuando se detuvieron las risas y juegos, ella quedó sobre él, viéndolo, y con los brazos sobre sus hombros. Disfrutando de su sonrisa, y como sus manos le hacían cosquillas.
—¿Por qué estas aquí? —le pregunto.
—Problemas con brujos bandidos —respondio Hisirdoux.
Se acercó para darle un beso, pero se detuvo a centímetros de su boca.
—¿No serás tú la bruja bandida? —pregunto.
Arabella rió graciosa por eso, y culminó el beso que él quería darle.
—No, pero puedo ser tu bruja bandida —murmuro en sus labios.
—Lo eres, si te has robado mí corazón desde un principio —dijo, y dio una sonrisa—. También mí paciencia, mí energía, y creo que mí billetera hace unos años.
Arabella rodó los ojos, y tras un fugas beso, salió de encima suyo, para seguir con su cabello.
—Bien, porque también me dieron trabajo —contó.
—¿Cómo?
—La mujer de esta casa me dijo que no confiaba en el delgado joven que vino por los bandidos —respondio.
Hisirdoux salió de la cama, y se apuro hasta llegar a su lado. Arabella giro, y noto su cara de decepción al saber la verdad.
—Cariño, vas a poder con ellos —le sonrió—. Solo vengo a darte una mano, tú me das la otra, y así ambos terminamos rápido y . . .
—¿Qué más?
La rubia aclaro la garganta, y se vio a si misma envuelta en sus deseos por seguir hablando. En las ganas de decirle lo mucho que atesoraba, desde la madrugada, pasar mucho tiempo a su lado.
—Y nada, seguimos como siempre, pero no tan lastimados —continuo—. Bien, ahora préstame unos de tus pantalones, lo voy a necesitar.
—¿Qué? ¿Para que los quieres?
—¿De verdad debo darte explicaciones? Quiero terminar con esto lo antes posible, así que préstame un par de tus pantalones.
—Bien, solo porque es agradable a la vista verte lucir mí ropa —dijo coqueto—. Sobretodo los pantalones, te quedan particularmente bien.
—¿Alabas mí trasero, querido?
—Cada vez que tengo la oportunidad Ma'am —dijo, y le guiño un ojo.
•
Faltaban un par de hora para que la noche comenzará a aclararse, e iban a aprovechar ese momento para ir por quienes aterraban al pueblo.
Se metieron en la cantina, esta vez atendida por alguien más, y con los mismos huéspedes de hacia unas horas atrás. Estos no les quitaron los ojos de encima, aún así, tanto Hisirdoux como Arabella mantuvieron la calma.
—Quiero un whisky ¿Tu, querido?
—Lo que tú bebas por mí está bien —respondio sonriente Hisirdoux.
El cantinero les sirvió los tragos, y ambos dieron el primer sorbo, tras un brindis. El alcohol siguio corriendo, y Arabella dejo de ser discreta. Todos allí esperaban que el whisky comenzará a surtir algún tipo de efecto en ella.
—Quiero cantar —exclamo alegré.
—No creo que sea buena idea, harás aullar a los lobos —dijo Hisirdoux sin verla.
Estaba perdido en el fondo del vaso de whisky, como si estuviera buscando alguna respuesta.
—Que ladren lo que quieran, cantaré igual —dijo Arabella.
—Bien, lo tendrás que hacer sin música, no tocaré el piano para ti.
Arabella lo vio, y esperaba a que él alzara la vista del vaso. No lo hizo, y solo esbozó una pequeña sonrisa que a ella pareció irritable.
—Mírame todo lo que quieras, no lo haré —añadió.
La rubia se alejó de su lado, y se acercó al piano, con cara de aburrida, y suspirando. Hasta que logró captar la atención de alguien más. Uno de esos hombres que no dejaba de verla, y ella no hizo más que sonreírle.
—Puedo tocar para usted —dijo el hombre.
Hisirdoux la vio, y ella él.
—Espero que no sea un problema —dijo Arabella, y pestañeo un par de veces.
—Nunca es un problema complacer a una bella dama —respondio el hombre.
Mientras que Arabella fingía sentirse halagada por la muestra de caballerosidad, Hisirdoux contuvo las ganas de salir corriendo junto a ella, para evitar cualquier altercado. O era que no veía con buenos ojos que la rubia estuviera coqueteando con alguien más, mientras el fingía que no le importaba nada.
Arabella se apoyó contra el dorso del piano, y comenzó a tararear algo mientras esperaba las melodías del instrumento.
—Seasons came and changed the time. When I grew up I called him mine— murmuró Arabella, y vio a Hisirdoux.
De pronto sus miradas se cruzaron como si fuera la primera vez en toda la noche que se veían. Cómo si así pudieran decirse todo, aún en silencio, en la distancia. Confesando el deseo más anhelado, y con ganas de abandonar lo que fuera, para recomenzar de nuevo.
—Bang bang, I shot you down —canto, y le sonrió—. Bang bang, you hit the ground.
Hisirdoux negó con la cabeza, sonriendo a la par de ella, y la escucho con más atención, aunque no entonaron las notas más afinadas. Se dedicó a admirarla, porque aunque bajo los cálidos rayos de sol se viera como con un ángel, la luz de luna le hacía ver como el ser más perfecto y etéreo que sus ojos pudieron apreciar.
La sonrisa con la que cantaba.
La manera en que sus manos hacían magia.
La forma en que conquistaba a todos a su alrededor, y aún así sentir que eran ellos dos. Qué lo que ella hacía, solo era para él.
—Ah, que divertido —exclamo Arabella—. Tocas muy bien el piano.
—Y no es lo único, bella dama.
Arabella fingió gratitud, y pese al gran disgusto de tener que tomar la mano de aquel hombre, que no hacia más que darle malas energías, lo hizo sin perder esa sonrisa cargada de ebriedad.
Pasaron al lado de Hisirdoux, quien ya parecía estar por completo en contra de la idea, pero todo iba según lo planificado, y debía aguantar las ganas de correr detrás de ellos.
No pasó mucho tiempo para que desde afuera se oyera un gran alboroto, y antes que el resto de hombres fueran a ver lo que sucedía, Hisirdoux los detuvo con un hechizo. Los ato con lazo de magia azul, y se apuro en salir.
Se encontró con Arabella. Y esta no se veía muy alegré. Tenía una evidente marca de forcejeó en su cuello, y parte de las mejillas.
—¿Te encuentras bien? —pregunto.
—Si —respondio y le dio una sonrisa de pena—. Te dije que los pantalones eran necesarios.
—Veo, y te quedan bien, lo que me hace cuestionar un poco algo —dijo, y dejo de sonreír—. Los demás están en bar, ¿Este?
Arabella vio al hombre arrodillado frente a ella.
—No es el jefe —respondio—. Es un idiota no más.
Pronto se escucho unos pasos detrás de ellos, y una energía, que no hizo más que causarle disgusto, los atravesó.
—Asi es hermosa bruja, es un idiota —dijo alguien de voz rasposa, detrás de ellos—. Al dejarse engañar por tan bello, y malicioso rostro. La condena de los hombres.
Con cuidado giraron sobre sus talones, y vieron a un hombre alto y robusto. Un tanto anciano, y con la barba de años. Pero la espesa cabellera gris no fue lo que llamó su atención, sino la cantidad de cambiantes detrás de él.
—Maldición —se quejó Arabella—. No son hechiceros.
—Bueno, el estúpido detrás tuyo si, hija de Morgana —dijo el hombre—. Me presento, jóvenes hechiceros.
—De hecho soy bruja —dijo Arabella y se cruzó de brazos.
—Cállate —murmuro Hisirdoux.
—Como les decía me llamo Butch Peal —dijo, y les dio una sonrisa—. Ansiaba verlos. Ambos. A la hija de Morgana y el aprendiz del viejo Merlín ¿Como es que usted están juntos? —pregunto con cierta gracia—. Sus mentores se odiaban tanto, esto es sorprendente.
Arabella rodó los ojos.
—Bueno, él tiene algo que me agrada mucho —dijo ella.
—Si, ella —dijo Hisirdoux y la vio de reojo—. A veces creo que soy tu objeto favorito.
Arabella le sonrió con picardía.
—Lindo momento. Lo digo de verdad, amo el amor joven. Por favor manos arriba, y no intenten nada estúpido —dijo B. Peal—. Hagamos de su romance algo trágico.
A ningún le gustó como sonaba eso.
Obedecieron, no podían hacerse los héroes cuando los doblaban en número, y estaban en un poblado que, tranquilamente, podían derribar si se armaba una trifulca.
Caminaron un rato con la luna sobre sus cabezas, y rodeados de cambiantes que no hacian más que verlos con hambre. No estaban muy seguros de cómo iban a terminar esa noche, y Arabella esperaba juntar un poco de valor para poder decirle algo a Hisirdoux que no sea solo monosílabos.
—¿Este es nuestro fin? —pregunto el pelinegro—. Siempre supe que moriría a tu lado.
Ella lo vio por encima del hombro, y le dio una sonrisa de pena. Oírlo decir eso, no sabía bien como tomarlo.
—Por suerte no será a causa mía —dijo ella—. De verdad esperaba que esto fue diferente. Tengo mucho que hacer, y decirte.
Contra lo que le pidieron, y seguro de la falta de razón, Hisirdoux se detuvo. La vio confundido, y Arabella no hacia más que sonreírle con pena.
—¿Qué quieres decir? —pregunto.
Arabella se acercó, e ignoro las voces de los cambiantes que la obligaban a caminar. Ignoró todo a su alrededor, y se enfocó en él. En la idea que nació y que no sentía como un mero capricho más.
—Me gustaría pasar más tiempo a tu lado —dijo.
B. Peal se freno y los vio.
—No lo creo, pensé que una bruja de tu tipo ya no guardaba sentimientos humanos —dijo, y dio una sonrisa socarrona.
Hisirdoux vio la rabia surgir en la mirada café de Arabella, y como el marrón se iba tiñendo de un color rosa fuerte, casi rozando el peligroso rojo. El rostro angelical de hacia un momento se fue tornado endemoniado.
—No, no les hagas caso —murmuro.
Y a punto de llevarle la corriente, la risa se hizo eco a su alrededor. Hisirdoux de verdad esperaba que allí supieran que a la última persona que debían hacer enojar en un momento como ese, era a ella.
Se escucho el primer disparó. Hisirdoux trago aire nervioso, y giro en dirección a dónde apuntaba el cañón del arma de Arabella.
—No debiste hacer eso, muñeca —exclamo B. Peal.
—No me dirás qué hacer, no hablaras de mí —dijo entre dientes Arabella—. Mucho menos me dirás muñeca.
La noche se iluminó con las flechas mágicas, y los hechizos de Hisirdoux. El tranquilo silencio se llenó de gritos, y el aire puro de tierra.
Eran ellos dos contra una horda de cambiantes.
Hisirdoux la tomo de la mano, y como un trompo la lanzó a un grupo, que fue derribado con un hechizo. Corrió hacia ella, y se vieron como nunca antes. Cómo si se estuvieran descubriendo en la peor de las tragedias.
—Cásate conmigo —exclamo ella con una sonrisa.
—¿Qué? —pregunto asombrado.
Ambos se agacharon para evitar un golpe. Aún así, un cambiante logró tomar a la bruja del brazo y lanzarla lejos.
—¡Maldición! —grito.
Se reincorporo, y corrió en dirección a Hisirdoux quien estaban por recibir una gran paliza. Antes que pudiera llegar, Archie los pisoteó, y llegó White lanzando fuego por la boca.
—Tardaron ¿No creen?
—Lo siento, me distraje —respondio White.
Arabella se acercó a Hisirdoux, y le ayudo a ponerse de pie. Sacudió algo de tierra de sus hombros, le acomodo el chaleco y luego algunos cabellos que caían sobre su rostro.
—Si, acepto —dijo cuando Arabella no dejaba de pasar sus manos sobre él, buscando que no estuviera lastimado de más.
Ella sonrió, como hacía tanto tiempo no lograba hacerlo. Sonrió enamorada de él, y sin importarle el contexto del momento.
A punto de darle un beso para sellar su amor, algo se enlazo en su cintura y la alejó de él.
—No es justo — gruñó.
Cuando lo noto, B. Peal no lucía como un humano, sino más como un grotesco troll. Las manos de Arabella brillaron de inmediato, y sin espacio para hacer el arco y la flechas, tomo la cuerda que sujetaba la cintura, y le dio una descarga eléctrica.
Grito por el dolor que un hechizo así le provocaba, y pese a éste, no sé detuvo hasta que el caballo que la arrastraba lo hiciera. Cuando así sucedido, Arabella quedo de rodillas en el suelo, con el pantalón rasgado por el impacto, y el cabello hecho una maraña.
Las lágrimas de dolor caían, bañando las mejillas repletas de tierra, y nublandole la vista. Sin embargo, no era lo único. Enceguecida por la ira, se puso de pie e hizo el arco y una brillante flecha.
—Vamos, demuestra que lo que digo es cierto —murmuro B. Peal al verla.
—Tienes razón, no tengo corazón— gruñó, y tenso la cuerda del arco.
Antes de soltarla, la abrazaron por la espalda. El aire paso por sus pulmones tan tembloroso como todo el cuerpo. Cómo las manos, y las rodillas. Cómo la vista y los pensamientos.
—Si lo tienes —murmuro Hisirdoux—. Tienes corazón, siempre lo tuviste.
En la mañana siguiente.
Arabella despertó, un poco mejor de lo que se acostó la noche anterior. Sonrió al notar que Hisirdoux aún dormía a su lado, desparramado a lo largo de la cama. Estaba alegre porque todas las mañanas sean así, con él allí ocupando un lugar.
Salió con cuidado, y se dirigió al piso de abajo. Dónde la dueña la esperaba con algo de café, y una sonrisa de agradecimiento.
—Cumpliste con tu palabra —dijo la mujer.
—Tengo muchos defectos, pero siempre cumplo con lo digo —dijo, y le dio un sorbo al café—. Y eso incluye todo.
Se sentó a desayunar con ella, y por primera vez tuvieron una conversación más amistosa que la última vez que lo hicieron. A los minutos llego Hisirdoux, llamado por la risa de Arabella.
Al recibir un beso de saludo, no dejo de sonreír en ningún momento. Aunque noches atrás tuvieron el peor altercado, estaba segura que quería vivir así. Pasar las mañanas tranquilas, las tarde cálidas, y abrazarlo en las noches. Estaba dispuesta a llevar una vida ordinaria con tal de que sea con él. Y por primera vez no temió a la idea de ser alguien normal, suave y dulce.
★★★
Muy buenas, ¿Cómo les va?
Si, soy yo escribiendo sobre vaqueros 😂 oigan, quiero ser un camaleón de la escritura.
Para no manejar la acción, me gustó cómo quedó. Y bueno, el romance, que les digo, de mis favoritos.
Esto es antes que ella abandonara el altar, ah. Primero es por amor, y luego se dan cuenta que quizás con unos cambios se resuelvan un par de problemas judiciales 👀
Tarde en escribir esto, porque le escapaba a la revuelta, y ya no había marcha atrás.
Por suerte ya me lo saqué de encima, para escribir otras cosas y dejarlas a medias por semanas 😂
En fin, sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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