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🌠Amigos nada mas🌠

Iba por la calle junto con Lucero. La adolescente le iba contando algo sobre lo que hizo con Merlín, el fin de semana que pasó allí. Quizás Arabella bromeaba diciendo que si pasaban mucho tiempo juntos, a ella se le iba pegar lo amargado, sin embargo, la hechicera no pensaba lo mismo. Él la trataba de manera suave, le era paciente, y más amoroso de lo que alguna vez fue.

-Dijo que me daría un libro de hechizos -contó.

-¿De dónde lo sacará? Espero que no sea porque desea ver a Baba -dijo, Circe.

-¿Por qué lo dices?

Circe, quien prefería guardar ciertos detalles sobre la larga vida de quienes rodeaban a la niña, le dio un sonrisa nerviosa. A demás, sabía que Lucero no era la mejor guardando conversaciones. No tenía malas intenciones, ni mucho menos hablar sobre asuntos que no le competían, solo que surgían con naturalidad, casi sin pensarlo.

-Por nada, espero que encuentre el libro que necesita -dijo, y le dio una palmadita en el hombro.

Se detuvieron en un cruce, y a los segundos la luz se puso verde para su paso, lo que no le permitió admirar los detalles de la ciudad. Arcadia se le hacía tan extraña, con la magia que estaba allí por los aires, y en algunas personas; así también como cálida, por sus colores en las tardes, por lo tranquilo que lograba ser, tras tantos fines de mundo.

De frente, venían un par de personas, y una de esta no se corrió, provocando que Circe, distraída en la conversación con Lucero, lo viera con reproche.

Quizás no todos eran tan cálidos, logro pensar.

Hasta que cruzó miradas con aquel transeúnte. En un instante, reconoció aquellos ojos azules, esa mueca amable, su cabello negro.

También reconoció la forma en que su pecho se inflo, y su corazón palpito. Y una pequeña corriente le corrió desde lo más profundo, hasta la superficie de su piel. Cómo hacia tanto tiempo que no le suceda.

-¿Circe? -dijo, como si fuera el mayor descubrimiento.

Circe trago saliva, al oír su propio nombre salir de su boca, después de tantos años.

-¿Cillian? -dijo, y no pudo evitar sonreír.

No pensaba que alguna vez, lo volvería a ver. Aquel hombre que parecía escondido todo el tiempo, estaba allí, en Arcadia, a plena luz del día. Brillante como la primera noche que lo vio, y aún más, que la última vez que lo hizo.

Lucero jalo de su mano, y siguió caminando, lo saludó a lo lejos, dándole una sonrisa amistosa, como a muy pocos les daba.

Hubo silencio por unos minutos, y Circe no podía dejar de pensar en él y quizás la muy casual coincidencia. Pensarlo le daba cierta nostalgia. No siempre se cruzaba con rostros que alguna vez le fueron amables desde un principio.

-Mamá, ¿Quién era él?

Cuando se dio cuenta, estaba a unos pasos de la casa. Ya no reparo en paisaje de Arcadia, y lo cálido que lograba ser. Ahora tan solo pensaba en el hechicero, en la última vez que lo vio, y lo misteriosa que podía ser esa ciudad ahora.

-¿Quieres que te cuente una historia? -pregunto y Lucero asintió de inmediato-. Haremos algo de té, y te diré quien es él.

Manchester, 1824

Circe se siguió dedicando a la curación por mucho tiempo, hasta llegaba a recibir correspondencia pidiendo por favor ayuda. Ahora, es esa pequeña casa que compartía con tres personas más, no se decidía que hacer.

-Ve, te hará bien -le alentó Zoe.

-¿Tienes alguna información sobre esto? Baltimore es quien me dice que tan buen idea es -dijo, casi sintiendo pena por no confiar de inmediato.

Debía admitir que a veces dependía mucho de su esposo. Al menos en esas clases de circunstancias, en dónde Circe no le terminaba de cerrar por completo algo. ¿Por qué una familia importante de Francia iba a requerir ayuda de una hechicera? Todos sabían, más los mágicos, que los franceses eran los más reticentes en cuando esos asuntos se trataba. Y ella también, con el territorio que más mancho sus manos con la sangre de mujeres, brujas o no.

-No es la corte, ni la iglesia -dijo Zoe-, además está carta está encantada, la envío un hechicero.

-Como si ellos no fueran capaces de irse contra los suyos -hablo Circe con desprecio.

-Te digo, está es magia amable -insistió Zoe-. No te lo diría si también desconfiara, pero de verdad es un encantamiento suave.

Circe volvió a tomar la carta, y tras unos segundos de concentración, sintió lo mismo. Bajo su piel cosquilleo, una agradable electricidad, suave como Zoe dijo. De alguna forma, le era familiar.

Dió un soplido y a punto de decir algo, llegó Olivia. Dejo aquel tema por el momento, y le prestó atención a su hija, y como Zoe lograba sacarla de lo cabales con rapidez. Se divertía verlas, sin embargo, no quería demostrarlo, y terminaba actuando como la madre que esperaban que fuera.

-Ya deja de molestarla Zoe -le reprochó-. No quiero oír ninguna palabra más, Olivia saldrás de esta casa, y Zoe irá contigo. Y yo,

Vio con seriedad la carta, como si está le fuera a decir que era una mala idea aceptar ir a Francia. Sin embargo, recibió un inanimado silencio por parte de aquel papel bien doblado.

—Ire a Francia contra mi voluntad —añadió.

Ambas asintieron, y en silencio se marchó, no sin antes llevarse su propia invitación. De solo pensar que debía ir hacer un trabajo, y que por eso tendría que aceptar ir a la fiesta que se hace, le daba dolor de cabezas.

Con el tiempo, dejo de gustarle los encuentros sociales. Más allá de aquellos a los que iban sus amigas, el resto de bailes, meriendas, cenas, o juegos en las tardes, se le hacía una tarea agotadora. Más aún porque el mundo que asistía allí, no hacia más que ponerla bajo una lupa. La veían, y no de la manera en que veían a Arabella. Lo hacian estudiandola. No solo por ser una hechicera, sino por el color de piel, su cabello llamativo, sus ojos llenos de misterio, las pecas, los tatuajes.

Frente al espejo, se vio desilusionada por seguir pensado que ella era el problema de estar bajo la lupa.

—Solo serán unos días —murmuro.

Giro hacia el ropero abierto, donde se asomaban algunas faldas, todas del mismo color, algunas más oscuras, pero ninguna tan clara como las que usaba su hija.

—Seran los peores días —añadió.

Arabella ya le había dicho de que debía incorporar colores lilas, más blancos, algo de lavanda, algún celeste, sin embargo, Circe se negaba a eso. Bajo su criterio, si usar violeta ya llamaba la atención, usar pasteles no la dejaría alejarse de la vista de nadie.

Se acerco al cofre de viaje, lento y pesado fue guardando los vestidos. Guantes y zapatos, algunos collares y aretes, sin olvidarse de las pulseras y los pañuelos.

En la mañana siguiente fueron por ella, así la dejarían cerca de una mensajera, y la ayudarían a llevar el equipaje. Le habían asegurado que del otro lado la iban a esperar, sin embargo, estando ya en Francia, en la oscuridad de un bosque, no lo hacía nadie.

Se quedó parada a un lado del cofre, sin moverse por un momento. Estaba segura que no iba a poder llevar el cofre ella sola. Tampoco quería estar tanto tiempo en medio de la nada.

—¿Hola? —llamo.

Era positiva al pensar que la habían dejado en el lugar equivocado, y que seguro estaban a unos metros, detrás de algún árbol o arbustos. Pero no hizo más que recibir silencio, uno que le causaba pavor.

Decidida a no esperar más, y segura de que no le iban a llevar el cofre, se fue alejando. Debía encontrar la salida antes de la noche. Lo último que quería era tener que estar allí en la oscuridad rodeada de grillos, y con hambre.

A medida que se iba alejando, pensaba en su esposo. Lo extrañaba y no solo porque con él le sería más fácil hacer el trabajo, sino porque había pasado mucho tiempo de cuando se fue. Hablar por cartas estaba alejado de lo que era hablar con él. Su voz, su mirada prestándole atención, la sonrisa cuando ella le decía algo con entusiasmo.

Dio un soplido y continuo, tratando de evitar sentir tristeza por la falta de Baltimore. Pensarlo mucho, le hacía dar cuenta de la soledad que sentía pese a estar con su familia, sus amigas. Necesitaba de sus besos, sus caricias, sus abrazos, lo necesitaba a él, al menos un ratito fuera de sus sueños.

Cuando menos se dió cuenta, chocó contra alguien. Tras un quejido, se froto la nariz, y se fue hacia atrás, pidiendo perdón sin ver a quien no noto en un principio.

—Esta bien Circe, no pasa nada —dijo un hombre.

Su voz conocida, amistosa como muy pocos, la hizo alzar la cabeza de inmediato. Verlo allí, luego de tanto tiempo, y en medio de un bosque, que cada vez se tornaba más oscuro, le daba alegría.

—Cillian —exclamo.

Sin pensarlo dos veces, lo abrazo como si fuera aquel amigo de toda la vida, que había jurado volver a ver. Y algo así era la relación amistosa que tenían.

Cillian se ocultaba demasiado, no solo por ser un hechicero que no le gustaba exponerse, sino por el trabajo que tenía en la comisión. Era a quien llamaban en casos de suma emergencia, y él se encargaba de buscar a la persona ideal para llevar a cabo la tarea. Era un intermediario, que pocas veces salía de la oficina.

Y cada vez que Circe se lo cruzaba, él parecía no cambiar ni un cabello. Sus ojos azules le hacían recordar el cielo a punto de anochecer, y su cabello oscuro la noche dándole paso al día. Pálido y con esos hoyuelos encantadores.

Ante sus ojos, era bastante apuesto, y estaba segura que cualquiera de sus amigas estaría encantada con él. Sino fuera por el trabajo, ninguna confiaba en la Comisión de Magia, y no se podían permitir caer frente a los encantos de un hechicero que trabajaba para ellos.

—Que alegría verte aquí —dijo cuando lo soltó—. No sabes, nadie me esperaba, y temia tener que cargar el cofre con mis pertenencias yo sola.

—Lo siento Circe, vine en cuanto me dijeron que no iban a poder llegar —dijo, Cillian con cierta pena en la voz—. Ah, me tendría que haber encargado desde un principio.

—No te aflijas querido, no es tu culpa que sean unos irresponsables —respondió Circe y le dió una sonrisa—. De todas formas, me alegro que seas tu él de la carta, y quién venga por mi. No me fío mucho de los extraños.

Junto a él volvieron a dónde la mensajera la dejo, y luego marcharon a ver el lugar en que pasaría esos días Circe.

No lo diria, solo por educación, pero no quería pasar la noche, y los siguientes días en una mansión, rodeada con gente no magica, que se notaba a lo lejos que no les gustaba la magia.

Sin embargo, se sorprendió cuando Cillian la llevo a una cabaña, de la misma mansión, solo para ella. Tenía todas las comodidades que debía tener, hasta para hacer las próximas cenas, y camas bien tendidas.

—¿Esto es para mí? —pregunto sorprendida.

—Si, ellos creyeron que te sentirías mas cómoda en tu propio espacio —contesto Cillian.

—Entiendo, ellos no me quieren allí dentro —dijo Circe, mientras paseaba por la pequeña sala.

Era algo básica, bastante mas pequeña que la casa en Manchester. De un solo piso, ventana rectangulares, con cortinas simples, y un cuarto separado del resto.

Cillian trago saliva nervioso, y Circe creyó que una leve luz verde cubrió su mirada nerviosa.

—No te preocupes, tampoco quiero pasar tiempo de más con ellos —dijo la hechicera—. Me deja más tranquila, estar alejada. Evitar que me vean mal, previo a hacer mi trabajo, me pone de los nervios.

—Ellos se lo pierden —dijo Cillian, y sonrió algo nervioso—. Digo, se pierden conocer a una maravillosa hechicera.

—Ya lo creo —dijo Circe.

Cillian le mostró un poco más el lugar, y le dio un par de indicaciones de como iban a ser los próximos días. Cuando supo que el baile que se iba a llevar a cabo era por ella, no sabía cómo tomarlo. Ya estaba convencida de no ir, hasta tenía la excusa perfecta.

Ahora no sabía que cara poner. Era la invitada de honor, eso decía mucho de lo que esperaban que hiciera.

—Eso es todo, mañana temprano vendré por ti para que vayamos a ver a la enferma, y sepas lo que le pasa.

—¿Es muy grave? —pregunto Circe.

—Creo que tiene una maldición —dijo Cillian—. Pero creo que lo vas a poder lograr.

—Eso espero.

Cuando se preparaba para marcharse, algo en la hechicera la obligó a detenerlo. Quizás era que hacia mucho tiempo que no estaba tan sola en una casa para ella sola, o que no tenía ganas de estarlo. Aún cuando las sombras la acompañaban a todos lados, tener que hablar con alguien a quien no podía ver, se le hacía agotador.

—¿Quieres pasar un tiempo aquí? —pregunto Circe—. Entiendo si dices que no, pero podría hacer de almorzar, y yo cocino muy bien.

Cillian sonrió, y aceptó con gusto la propuesta de la hechicera. Aún era temprano, y debían buscar ingredientes para el almuerzo. Así que, tras ver qué podían comer, hicieron una lista, y fueron juntos al mercado.

Circe iba de su brazo, hablándole de todo un poco. Se le hacía interesante tener una conversación con otra persona que no sea su hermano o sus amigas. Se la pasaban entre que especia le daría un sabor diferente al puré de papas que querían hacer, que usar para que el pan quede más esponjado, hasta las manera más efectivas de hacer algún hechizo.

—A veces elijo lo tradicional —dijo Circe—, ya sabes teñir el lienzo con raíces en vez de un hechizo. Se que sería más rápido, pero estar en contacto con la tela, y la tierra es agradable.

Cuando Cillian quiso añadir algo, para dejar en claro que estaba muy de acuerdo con ella, una mujer se les acercó, ofreciéndoles un ramo de flores. En especial a él, para ella.

—Para alegrarle el día a su amada —dijo la vendedora.

—Oh no, no, no —dijo apurado, y vio a Circe.

En realidad, quería comprarle todas las flores que le ofrecieron en el camino, tomarla del brazo, y darle la razón en todo. Sin embargo, algo en Circe se lo impedía. No sabía qué, pero estaba en el aire de que no podía dejar al descubierto, o aún más, lo que sentía cada vez que la veía.

—Ella, ella es una amiga —dijo.

—Esta bien, en ese caso ...

—Yo le regaló una flor —dijo Circe—. Le compraré una para él.

—Bien, una venta es una venta —dijo la mujer, y le dio la flor que la hechicera escogió.

Cuando la mujer se fue, Circe giro en dirección a Cillian, y le ofreció la flor de color azul. Entonces noto en su pálidas mejillas suave rubor rojo, que le hizo enternecer. Aun con diez años más que ella, a veces lograba verlo ser un jovencito que perdía la capacidad del habla de repente. Y eso le agradaba.

—Es para ti —dijo y sonrió—. Por ser tan gentil conmigo. Eres un buen amigo Cillian.

Aquella palabra le atravesó como una flecha. Sin dejarse derrotar por su mal presentimiento, tomo la flor, y le sonrió.

—Gracias Circe, eres encantadora —dijo, y vio con atención la flor—. Y agradezco mucho tu amistad.

Volvieron a la cabaña con la misma energía con la que se fueron. El hechicero no iba a dejar que sus sentimientos no correspondidos no le dejarán disfrutar de la compañía de Circe. Pues aún seguía pensando, después de siglos de la noche en que se conocieron, que ella era la mujer más hermosa y amable.

Hablar con Circe se volvía cómodo, y los silencios no eran algo de que preocuparse cuando se hacían evidentes. Preparar el almuerzo, por lejos para él, fue de las mejores actividades que alguna vez pudo hacer.

Habían puesto la mesa juntos, y continuaron con alguna conversación, hasta que la botella de vino se vacío, y el tema llegó a su fin. Aún así, estar en la misma mesa con ella, en silencio, era agradable.

—Gracias por tu compañía —dijo Circe, acompañandolo a la puerta—. Es agradable hablar contigo, y no solo huir de una fiesta en la que los problemas surgían de la nada.

—De la nada no —le rebatió.

—Cierto, de la nada no —sonrió.

Cillian la tomo de la mano, y le dejo un suave besó en sus nudillos, y Circe creyó que su corazón iba explotar en su pecho. No traía el anillo de boda, y en ningún momento lo menciono, dando por hecho que era algo que ya se sabía. Aún así, no pudo evitar sonrojarse por el aquel contacto, por el beso.

—Mañana vendré por ti —dijo, y le sonrió—. Que descanses Circe.

Ella lo despidió, y en cuanto cerro la puerta, se echó sobre esta. Apoyo la mano en el pecho, sintiendo el alocado ritmo de su corazón, y como sentía calor en sus mejillas.

—Esto no está nada bien —murmuro—. Yo, yo soy una mujer casada. No debería pasar.

Quizás era por el hecho de que extrañaba mucho a Baltimore, o que hacía tanto que no recibía esa clase de cariño, pero estaba segura que no debía ponerse así por algo tan simple como un beso en sus manos.

Más bien en sus nudillos huesudos, dónde la piel se demostraba más el paso del tiempo, pese a tener un rostro de alguien de veinte años. Ningún otro hombre se atrevía a verle las manos, y solo eran capaces de estrecharlas si usaba guantes.

Y Cillian hizo lo que ningún otro hombre, que no fuera su esposo, hizo.

¿Podía perder los estribos tan fácil? Ella estaba segura que si. Y bajo el agua tibia de un buen baño, busco evitar pensar de más la situación. Le fue inevitable, llevando algo tan simple como un saludo caballeroso, a sus sueños.

Circe no podía decir con exactitud de quién se trataba, pero tampoco podía negar el gran deseo por ser besada como en el sueño. Despertó abrumada antes que el gallo cantará, y con pesadez salió de la cama.

Ahora sí tenía más motivos para extrañar a su esposo. Él era incapaz de protegerla de aquellos sueños vividos, llenos de calor y romance, pero al menos lograba tranquilizarla o hacerlos realidad.

Desayuno con pocas ganas, mientras le escribía una carta contándole todo. Desde la llegada a Francia, que se encontró con un viejo amigo y lo mucho que lo extraña.

—Y quiero que sepas que con urgencia debes volver a mi lado, porque no hago más extrañar tu presencia en la noche, y despertar entre tus brazos en la mañana —murmuro—. ¿Será demasiado?

Si o no, dejo la carta tal cual estaba, y la envío con una lechuza mágica. A los minutos llamaron a la puerta, y dio un pequeño brinco del susto.

—Vamos Circe, no es la primera vez que un hombre te, te —guardo silencio, sin saber que decir—. Maldición.

Tomo sus pertenencias, y fue a ver de quien se trataba. Del otro lado, Cillian la esperaba, medio adormilado, sin perder el porte elegante que lo acompañaba siempre.

—¿Lista? —pregunto, y le ofreció el brazo.

Por un instante se dejo embargar por lo elegante que se veía. Como el chaleco marcaba su cintura, y los pantalones le calzaban a la perfección. El cuello de la camisa le daba un toque serio, que iba en perfecto equilibrio con su sonrisa.

—Lista —respondió y tomo su brazo.

Circe conoció a la mujer que tuvo que atender. Era una joven embarazada. Le faltaban unos meses, aún así su barriga era grande por lo que dijo que esperaba mellizos. Una sorpresa para los presentes.

No estaba maldita, los vómitos contantes, los dolores de cabeza y la falta de energía, en realidad se relacionaba al hecho de que esperaba dos niños, y no un pequeño como le habían hecho creer.

En realidad, le habían hecho creer demasiado.

—Estas personas piensan que toda la vida van a verse bien —dijo Circe, estando sola con Cillian—. Aún embarazadas, prefieren mostrarse como si nada les afectara.

—Me debo disculpar por haberte traído con un caso común y corriente —dijo Cillian, apoyado contra el muro.

Circe evitó verlo a toda costa, porque cada movimiento que hacía, le daba una visión diferente de como lucía. Y estaba engañándose con que el chaleco no le quedaba tan bien, que sus piernas no eran elegantes, y que no deseaba para nada que le tomara la cintura lejos de la vista de cualquiera.

 ¿Qué tan imprudente seria besarlo allí mismo? Se pregunto si por un momento sería capaz de olvidarse de que estaba casada, y comerte un acto contra prudente en la cocina de la mansión. Agitó la cabeza, y se regaño de tan solo pensar una respuesta. Su imaginación podía ser muy amplia si se lo proponía.

—Esta bien, ella está enferma —dijo Circe—. Necesitaba que le dijeran que no es solo un niño lo que traerá al mundo. Es tan pequeña como mi Olivia, y le mienten tanto.

—¿Tu Olivia?

Por dentro, la hechicera festejó. Seguro así, se le iría todo el interés. ¿Por qué, quien deseaba estar con una madre? Esperaba que Cillian no fuera tan gentil, como para seguir siendo amable ahora que iba a saber la verdad.

—Si, mi hija —dijo ella alegre—. La hemos adoptado con Douxie. Ella es tan linda, y tan pequeña físicamente. Cómo está muchacha. Lo último que haría sería decirle que la mejor experiencia es la de un embarazo.

Lejos de apartarse, Cillian se acerco a ella, con lo ojos brillantes, y una sonrisa cautiva.

—Espero que te lo digan seguido —dijo, y tomo sus manos—. Eres increíble, una hechicera maravillosa, una persona estupenda.

—¿Qué?

—Adoptaste a una niña, y dices todas estas cosas irreverentes que ninguna mujer le diría a nadie, menos a un hombre —dijo con entusiasmo.

—¿Hablas de decir la verdad? —pregunto confundida, tratando de reprimir una sonrisa.

Un hombre, que aparentaba ser mayor que Cillian, serio, y tenebroso ante los ojos de la hechicera, se acerco a ellos. Circe quería mantener la distancia con él. Pues en algún momento noto una mirada sobre ella, que la incómodo. Entonces comenzó a odiar el escote de su vestido, el color de su piel, su cabello que no lo podía usar suelto, sus ojos que no dejaban de llamar la atención.

Le ordenó a Cillian que se marchara, y este vaciló un instante. No quería déjalo con ella, no quería dejarla sola.

—Enseguida voy —dijo, dando un sonrisa.

Contra su voluntad se marchó, y ella se quedó dónde estaba. Recta como si estuviera frente a la reina, y dando una, apenas marcada, sonrisa.

—¿Se le ofrece algo? —pregunto—. Estoy por hacerle un té a su esposa, para aminorar el malestar que lleva arrastrando. Con un ligero cambio en la dieta, más descanso, y evitar moverse a todo momento, ella llevará mejor el embarazo.

—Hare que sus deseos sean concedidos —dijo el hombre.

Circe no supo a qué se refería con eso. Ella no deseaba nada, era más bien con un doctor que recetaba algún medicamento para calmar cualquier malestar. No quiso tentar a la suerte, en su vida eran pocos los hombres que no la veían como si fuera un pedazo de carne. Y sabía que el que estaba frente a ella, no era como Baltimore o Cillian.

—Sobre todo la parte del descanso —insistió—. Recuerde que son dos bebés los que vienen en camino.

—Entiendo —se acerco.

Tanto que el olor a su fragancia le impregnó las fosas nasales, causándole disgusto.

—Le llevaré el té, a mi amada esposa —dijo, y tomo la charola con la bebida.

Se marchó, y Circe pudo respirar a salvó una vez más. No iba a negar, que quería llorar. Aquello era una locura, algo que buscaba evitar toda la vida. No era como su amiga, capaz de hacer que los hombres se acerquen, para luego darles una cachetada por hacerlo de mas.

No, ella solo se quedaba paralizada, esperando a que el mundo continuara.

Una parte logro superar su temor a los hombres. Merlín e Hisirdoux, le habían ayudado. Luego Baltimore le demostró que no había que temerles. Quizás Galaga tenía esos aires de ser un idiota, pero ella estaba segura que si le decía que no la molestará él dejaría de hacerlo. Hijos de sus amigas eran muy caballerosos, y ancianos solo querían que las rodillas dejarán de sentir dolor.

Cillian, quien era dulce, y siempre supo su lugar. Era la clase de hombre que deseaba ver en todos lados.

Sin embargo, luego se presentaban estos. Cómo su padre, quien la quiso muerta, o los que la encadenaron cuando solo era una criatura. O quienes la veían con malos ojos, o llenos de un repulsivo deseo. Le hacían dolor el estómago, y quedarse sin palabras.

—¿Te encuentras bien? —pregunto Cillian, entrando en la cocina.

Ella agitó la cabeza, y sonrió despreocupada.

—Solo quiero irme de aquí —murmuro, con la voz temblorosa.

—Lo harás pronto —dijo, y se puso a su lado—. Lo único, es que es inevitable el baile.

—Ah, odio los bailes —murmuro, y apoyo la cabeza en su hombro—. Odio todo esto, pero alguien debía ayudar a esa jovencita.

—Por suerte, has llegado tu —murmuro, y se tentó a tomar su mano.

No hizo nada, se quedó allí a su lado, hasta que la hechicera tuvo las energías necesarias para continuar con la tarea.

Frente al espejo, envuelta hasta la cabeza, se quedó ideando una manera de no llamar la atención. No podía, la imagen que tenía al frente así lo demostraba.

Un peinado alto dejaría al descubierto sus hombros tatuados, pecosos, delgados. No tenía nada en contra de aquella parte de su cuerpo, le daba elegancia, y Baltimore parecía débil frente a estos.

Y el cabello suelto, era algo que todo el mundo veía con asombro. Rizado, anaranjado, como una flama. Así no pasaría nunca desapercibida.

Luego estaba ese vestido sobre la cama. Uno que apareció luego de haber vuelto de la mansión. No era algo que Cillian organizó, ni un regalo de Arabella, quien los hacía cada vez que se enteraba que iba a un baile.

Cuando se lo puso, no hizo más que resaltar su figura. Siempre supo que no se iba a mantener como la niña delgada que alguna vez fue. Y aquella pieza violeta oscura como la noche, se encargaba de demostrarle que luego de los dieciséis años, su cuerpo ya no era el mismo.

Se mantenía delgada, con caderas anchas, y el busto acorde. Parecía las estatuillas griegas que veía en algunas casas elegantes. Solo que estaba lejos de considerarse una diosa. Su nombre evocaba a una hechicera que le hacía cosas terribles a los viajeros.

  Con el vestido puesto, sin poder esconder su pecho, sus hombros, y sintiendo la cadera bajo la suave tela, supo que su cuerpo no estaba hecho para esa época.

—No me molestaría una vez en la vida pasar por completo desapercibida —murmuro, acomodando el escote.

Tiraba hacia arriba, creyendo que este podía cubrirla más, sin embargo, volvía a su lugar.

—Espero que Olivia no se ande con tonterías, y no este —gruño y alguien llamo a la puerta—. Estúpido escote.

Creyendo que podía ser Cillian, se acerco a abrir, con los brazos extendidos para hacerle una broma de lo ridícula que se sentía. Los bajo de inmediato, al ver de qué se trataba de otra persona.

—Oh, lo lamento —dijo, con pena, y se hizo hacia atrás.

—Veo que mi obsequio le queda de maravilla —dijo el lord.

—Si, no, en realidad no estoy acostumbrada a estos vestidos —dijo.

Busco un chal, y se lo puso sobre los hombros. Estaba segura que así desviaría la atención de todo el mundo en el baile. Volteó, y lo tenía cerca, con aquel perfume que le hacía doler el estómago.

Entendió que había una visión que no iba a poder quitarse de encima.

—Es usted una diosa —murmuro.

No supo en que momento paso, pero su cuello quedó encerrado con un grillete que le hizo temblar las rodillas, y le cortó el flujo de magia de inmediato. Circe aparto al hombre de un golpe en la entrepierna.

¿Cómo es que alguien tan corriente era capaz de conseguir un objeto como ese? Se cuestiono al tocar el frio metal que encerraba su piel. 

Intento abrirlo, pero no tenía fuerzas. Estaba cayendo ante la desesperación de muy antiguos recuerdos. Solo que sin magia, no podía sentir a las sombras hablándole.

El lord la atrapo del brazo, y la empujó contra el muro que separaba la entrada del resto de la casa. Circe estaba mareada, a punto de caer y con temor a perder. Lo aparto de otro golpe, no tan fuerte, pero el necesario para que la persona que llegaba, lo viera.

—¿Circe? —llamo Cillian.

Cuando vio al lord, salir de la penumbra del pasillo, supo que nada estaba bien. Fue rápido en hechizarlo, y cayó al suelo dormido. Cillian busco a Circe, y la encontró sostenida del muro, con la mirada iluminada.

Se acercó lento, mostrando sus manos, y sin decir nada, le quitó el frío metal que envolvía su cuello. Circe tomo aire, y dejo caer las lágrimas al mismo tiempo que se aferraba a él.

—Tuve mucho miedo —murmuro Circe.

—Ya estás bien —murmuro—, ya estás bien.

Sin dar aviso de nada, volvieron a Manchester. Ahora si, Circe estaba segura que no volvería a pisar Francia nunca más. Y si ahí fuera la boda de su hija, buscaría la manera de allí no sucediera.

En un momento, cuando recobro la compostura, tomo la mano de Cillian. Suave y tibia, como un refugió en medio de una noche tempestuosa. Lo vio, y le sonrió, para dejarle en claro que estaba bien, que él no tuvo la culpa, y que lo iba a superar.

Al final siempre lo supero, pensó Circe.

Y Cillian, se sintió flechado una vez más. Ahora la veía en otra faceta, lejos de la curandera, la amiga que le regalaba flores, la víctima de los hombres que no conocían los límites.

Entonces se detuvo, quedó frente a ella, y la vio con más atención. El sol salía a su espalda, dándole un sutil brillo que la hacía más hermosa de lo que era. Con un peinado a punto de desarmarse, y el saco cubriéndole los hombros.

Antes la vio bajo la luz de la luna, ahora bajo el gran astro, y en todo momento, veía al ser angelical que se pintaba en los grandes cuadros de los artistas. Y de forma religiosa, otra vez, le quitaba el aliento.

—Circe —hablo por lo bajo—. Creo que, creo que estoy bajo tus encantos, desde el primer momento en que te vi.

—Oh Cillian, yo lo lamento.

Él sonrió. No iba a negar que se le hacía tan adorable como inocente, que aún con todos los años que tenía, que creyera que podría causarle algún mal.

—No, no lo hagas —dijo, y tomo sus manos con más fuerza—. Porque ha sido hasta el momento, el mejor encantamiento que han puesto sobre mi.

Aclaro su garganta, y Circe lo noto nervioso, acelerándole el corazón.

—Te deseo, lo he hecho todo el tiempo, hasta las veces que intente engañarme de que no sea así —dijo, y la vio a los ojos—. Pero no puedo engañarme, porque lo que me pasa cuando te veo, no solo es el deseo de sentir tus labios, y recorrer tu cuerpo, sino un sentimiento también. Enloqueces mi corazón, y nublando de manera perfecta, y nada vil, mi mente.

Petrificada, no supo que decir. No supo como reaccionar. Sus mejillas ardían, y su corazón latía mucho más rápido, enloquecido, deseoso de seguir oyéndolo.

—Cillian yo —hizo una pausa, y sintió sus lágrimas—. He sido malvada todo este tiempo. No estás encantado, sino, maldito.

—No es cierto, y si fuera así, no me importa.

—¿Cómo que no? Estuve jugando con tus sentimientos —exclamo—. Debí decirte desde un principio, estoy casada. Amo a un hombre de la misma forma que tú me amas, hasta más que eso.

Cillian se acerco, y le dio un suave beso en la frente. Circe cerro los ojos ante el beso, y dio un leve suspiro, soltando el aire que contenía.

—Lo se, y no me importa —murmuro—. Aprenderé a vivir con esto, y un día ya no me dolerá, porque se que eres feliz. Y no hay nada mejor que verte feliz.

—Espero que algún día conozcas a alguien tan importante que sea capaz de romper el embrujo —respondió Circe.

 Llegaron a la casa, al mismo tiempo que el brujo lo hacia. Circe, si dudo en algún momento lejos de él, corroboro al correr a sus brazos, que nunca seria capaz de sentir por otra persona lo que sentía por él. 

—Hechizada por completo —murmuro en su oído. 

—Tuyo y de nadie mas —respondió Baltimore. 

  Cuando la vio irse con el brujo peliblanco, Cillian no iba a negar que los celos nacieron casi de inmediato, que deseaba ser él quien se cobijara en sus brazos durante la noche, y poder oír como la mejor melodía los latidos de su corazón. Aun así, sonrió tranquilo de que ella estuviera bien, de que ella fuera feliz. 

 En la actualidad. 

A Lucero le conto sobre la noche en que lo conoció, y como al día siguiente se acerco a ella para saber si estaba bien. Circe recordaba aquel día con mucha vergüenza, porque no podía creer que alguien tan apuesto como él fuera capaz de preocuparse por ella. 

 La joven se marcho en cuanto Merlín fue por ella. El hechicero quería actuar como un abuelo, además de buscarle una solución a la maldición de su otra nieta. 

 No iba hacer de cenar, los viejos tiempos le quitaban el apetito, pero le daban ganas de tomar una copa de vino. Sola, sin nadie que la acompañara. Hisirdoux aun seguía de luna de miel, y el resto de sus amigas, e incluido Galaga, tenían otros asuntos. 

 Y sin esperar a nadie, alguien llamo a la puerta. Con ciertas dudas, se acerco, y al ver por la mirilla, no tardo en abrir. No pudo evitar sonreír, y hacerse cientos de preguntas de como es que llego hasta ahí. 

—Zoe me dijo —respondió Cillian, cuando Circe le pregunto—, pero yo tuve intenciones de saberlo. 

 Circe le sonrió, y le ofreció una copa. Como en los viejos tiempos, pasaron el resto de la noche hablando de todo y nada a la vez.  


💖💖💖

Muy buenas, menos para el pobre Cillian.

¿Cómo les va? Esperó que bien.

Pobre Cillian, ama a alguien que evidentemente ama demasiado a alguien, aún después de la muerte.

Cosas que no dije, pero los diré en su momento 👀 Cillian es divorciado. Y aunque tuvieron un par de citas, ponele como que salieron un mes, como que no pegaban. Así que quedaron como amiguis.

Cómo cosas que suceden, tanto Olivia como Arabella en realidad piensan que si se gustan mucho pero no se animan, quedan como amiguis ¿De dónde suena eso? 👀

No es un capítulo triste triste a lo desgarrador, pero lo es de alguna forma.

Sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨

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