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Nivel veintiséis: Ganar al maestro

La última semana de antes de la competencia se me va por completo entre los intentos de comer un poco más saludables de parte de Arón, que consisten en pedir comida a domicilio y tomar jugo en lugar de bebidas energéticas; y las citas en el oculista para no matar mis ojos después de tantas horas frente a la pantalla.

La última semana pasamos a los juegos rudos, de esos, de disparos que requieren reflejos y cosas por el estilo. Arón tenía razón, después de jugar todo lo demás, esto no parece tan difícil. Además, sigo practicando los puzzles en juegos de terror, que son mi contenido habitual.

Los últimos tres días han sido un entrenamiento intensivo en el Maze Survivor 1. Arón se sabe este jugo de pies a cabeza y me va mostrando cada atajo y truco de movimiento, por si retoman algo de esto en el juego de Netflix.

Pero si algo he aprendido de las películas de artes marciales que le gustaba ver a mi padre, es que ningún alumno puede considerar que finalizó su entrenamiento si no puede superar a su maestro. Así que, aquí estamos, mañana empiezan los juegos y yo intento ganarle una sola partida en el Maze Survivor 1.

Ah, y ya es la una de la mañana. Pequeño detalle.

No importa cuanto lo intente, no puedo llegar a su nivel en nada. Si es algo competitivo, pierdo; si es una carrera, él llega primero; en el Maze Survivor 1 él siempre llaga antes y se queda esperándome.

Suelto un grito de frustración cuando hago lo que considero un recorrido perfecto en Maze Survivor, pero en el centro del laberinto de todos modos ya está él.

No importa si el laberinto apenas se inunda, si mato a cada enemigo, salto cada obstáculo y adivino los caminos correctos a la primera: no puedo ganar.

—Olvidas que yo ya jugué este mapa. Has avanzado mucho, ya tienes mejor nivel que la mitad de los que van a participar. Este mapa lo juegan mucho en stream, se lo pasan en media hora y nosotros tardamos veinte minutos. —Me alienta.

Me gusta cuando se pone en su plan entrenador que intenta darme ánimos, pero aunque ya acepté que puedo mejorar, eso no va a quitarme la satisfacción de quejarme. A veces me gusta tirarme al piso para que me levante de allí.

—Es que no entiendo por qué sigues siendo mejor que yo en todo. Sigo esperando que un día de estos se te salga un cable y descubra que después de todo sí eras un robot —bromeo.

—Intenta jugar tu sola ahora. Yo observo.

Me pone de los nervios su mirada evaluadora, pero de todas maneras acepto.

Juego contra un bot el nivel siguiente. No estoy ni a la mitad del laberinto cuando Arón dice:

—Creo que ya sé cuál es tu problema.

—¡Dime! —me emociono.

—Termina primero.

—Dime, dime, dime.

Termina cediendo y pone pausa al juego.

—Estás más preocupada por estarte quieta que por jugar bien —señala.

—¿Qué?

—He notado algo: Siempre que hablamos de algo importante, no te quedas quieta en la silla, sino que das vueltas alrededor de mí. Cuando intentas recordar algo, golpeas el suelo con tu pie. Haces cosas así todo el rato.

—Lo siento. —Las palabras me salen en automático.

—No dije que fuera malo, esa es la cuestión.

—No entiendo.

—Esas cosas te ayudan a concentrarte mejor. Y ahorita que estabas jugando, noté como reprimes todo eso. —Toma el control para imitarme—. Cuando el personaje va a la derecha, tú también te mueves; cuando golpeas mueves el control contigo; o incluso imitas los sonidos del juego. O al menos es lo que quieres hacer, pero enseguida te detienes.

—Es que es raro.

Odio parecer como una loca o que crean que exagero. Siempre hago esas cosas sin pensarlo, ni siquiera es que intente ser graciosa. En lo que sí tengo que concentrarme es en reprimir esos impulsos.

—Entonces sé rara —concluye ofreciéndome el control.

Inicia una nueva partida para los dos.

Hago caso y me dejo llevar. No me había dado cuenta de la cantidad de espacio que queda en mi cabeza si dejo de pensar: «no te muevas», «no hagas eso». Es como desbloquear un nuevo nivel en mi cerebro.

Siento que hago las cosas exactamente igual que la última vez. Comienzo a creer que Arón no es tan sabio después de todo. Hasta que me asomo al centro del laberinto y no veo el avatar de Arón. No importa si aparece medio segundo después, no puede parar la euforia que se apodera de mi cuerpo como un demonio.

—Oh por Dios. —Me llevo las manos a la boca, el control cae en mis piernas—. ¡Te gané!

Arón está frente a mí con una sonrisa diferente a las demás que he visto, esta es de orgullo.

—No te dejaste ganar, ¿verdad? —Lo señalo, dando un respiro a mi euforia—. Porque entonces mi corazón se romperá en mil pedazos.

—Sabes que no me gusta perder, ni siquiera por ti. Aunque técnicamente los dos ganamos —aclara más para sí mismo.

Es cierto, no es una competencia, se trata de llegar juntos, pero en este momento no me importa: para fines prácticos acabo de ganarle a Arón. Él mira el tiempo que aparece en la pantalla junto con la leyenda «Nuevo récord».

—Dieciocho minutos. Felicidades.

¿Ese tiempo lo hice yo? Es decir, ¿yo pasé primero un laberinto de treinta minutos en casi la mitad del tiempo? Es imposible que me dejara ganar, porque ni siquiera él lo había logrado hacerlo más rápido, aun queriendo. Me da la sensación de qu intentaba a toda costa llegar antes que yo.

Y no lo logró. No pudo. Yo sí.

—¡Aaaah! —lanzo un grito.

Me emociono tanto que doy brinquitos sobre el sillón. Arón está allí sonriendo sin tratar de inhibirse en lo más mínimo. Siento que mi cuerpo es como un sol, que irradio energía y no sé como hacer para sacarla.

El sol que acaba de crecer dentro de mi pecho me pide que calme el fuego antes de que termine quemada. Los saltitos no son suficientes. El sol me dice que abrace a Arón y yo lo obedezco. Casi le cierro la mandíbula de un golpe cuando me arrojo con los brazos extendidos y lo atropello. Lo derribo en su propio sillón y caigo encima de él.

Entonces el sol deja de significar energía y pasa a ser calor, como si ahora nos fundiéramos. Como si con el contacto hubiera logrado pasarle la mitad de mi felicidad a él y la energía que me queda fuera suficiente para llenarme el pecho.

Es cuando me percato de que estoy abrazándolo. No hay nadie alrededor, nadie por quien tendría que fingir que somos más que amigos. Y aun así, Arón me devuelve el abrazo. Tiene sus brazos rodeando mi espalda, respira en el gorro de mi sudadera, de la que le cuelgan unas orejas de conejo.

No sé qué debería hacer ahora.

Sé que pronto el ritmo de mi corazón va a advertirle a Arón que ya no tengo más euforia y mis latidos se están sincronizando con los suyos.

Pensaría que en un momento como este mi cerebro explotaría con preguntas, pero en lugar de eso solo me quedan las certezas. Sé que pronto el concurso acabará y nuestro acuerdo perderá razón de ser, pero en lugar de preocuparme, estando en sus brazos, creo que tengo la respuesta. Tengo que decírselo ahora. En este mismo instante.

Estoy segura de que el perfume de Arón es la cosa más dulce que he respirado jamás, es un aroma que irradia calor, no me importa que los aromas no puedan sentirse, este sí.

El abrazo se alarga lo suficiente para que ninguno pueda fingir que esto fue producto de la emoción. No sé qué debería decir, así que me quedo aquí. Lo digo todo sin decir nada.

Cuando él se mueve, mi voz interna no habla, grita «Dile que no se vaya». Pero mi parte racional dice que ya me estoy pasando, así que me incorporo.

—No, no —me detiene de inmediato—. Solo...

Se sube más al sillón, no había notado que tenía medio cuerpo al borde de caerse. Pone una de sus manos en mi cabeza para guiarme hasta que volvemos a estar abrazados. Ahora estoy recargada totalmente encima de su torso, con la cabeza en el lugar justo para escuchar su corazón latir. Él tiene el ángulo perfecto para acariciar mi cabello.

Se siente como encajar en un rompecabezas al que le faltaba una última pieza.

Uno de mis brazos le rodea la cintura. Uno de sus brazos calienta mi espalda y me acaricia la cabeza; el otro está suelto. Su mano libre se acerca a la mía sin ningún ápice de timidez y enreda mis dedos entre los suyos. Mi propio cuerpo parece responder por mí cuando nos tomamos de la mano. Todo encaja.

No sé como logramos acomodarnos de una forma tan perfecta en un solo movimiento.

Ahora no me importa nada. No me importa si después hay que explicarnos el uno al otro que demonios pasó en este momento. Lo que menos quiero es arruinar esto con palabras.

Me dedico solo a sentir. Como si todas las áreas de mi cerebro que controlan el pensamiento hubieran decidido tomarse el día y solo quedaran las que se dedican a los sentidos.

Siento cada parte en que mi cuerpo hace contacto con el suyo y todas las caricias que le hace a mi cabello. La única reacción de la que me veo capaz es de sonreír cuando planta un beso en mi cabeza.

Siento todo y luego dejo de sentirlo. Veo toda mi sensibilidad desvanecerse en un suspiro cuando me quedo dormida.

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