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Nivel tres: Stalker

—No voy a stalkearlo —repito por milésima vez desde que esta conversación empezó.

—No es stalkear —insiste Sam con mi teléfono en la mano, en la pantalla sigue su nombre tecleado en el buscador.

—Un poco sí —dice Jo.

—Bueno, si lo es. Pero no es nada malo, es solo... estudiar para mañana.

—Ya sé lo que necesito saber.

—¿Cómo qué?

—Sé que perdió en los Squid, aunque es muy bueno jugando. —Pierde porque es un tipo solitario, los otros buenos jugadores quieren eliminarlo primero—. Que nunca sonríe. —Aunque conmigo...—. Que odia a mi ex. —Casi más que yo—. Y que es virgo con ascendente en Escorpio —Lo más importante.

—Son datos importantes —apunta Jo.

—Pero podríamos averiguar mucho más, como por ejemplo... —Sam, teclea, se ha metido en el modo detective—. Mm, no hay información sobre su familia, ni sus trabajos anteriores, o qué estudió.

Jo le pide el teléfono a su esposa en un intento por usar sus habilidades tecnológicas —ninguna en especial— para averiguar sobre el tipo.

—Una de dos. O el güey no ha hecho nada en la vida o su información la protege el puto FBI —concluye al final de la infructuosa búsqueda.

—Yo no voy a rendirme —declara ella. Se queda con el celular y se sienta derecha sobre el puff.

—¿Podrías al menos usar tu propio teléfono? —me quejo.

—Nop.

Caso perdido.

Mientras ella sigue con su búsqueda, nosotros miramos un documental de asesinos. Todo el mundo sabe que no hay nada más relajante que eso. A Sam no le gustan los documentales, pero está demasiado ocupada para decir algo. Lo único que hace es interrumpir de vez en cuándo, al encontrar datos interesantes.

Gracias a ella, ahora sé que su cumpleaños es el veinte de septiembre, es después de que el concurso pase, así que no tengo que preocuparme por olvidarme de su regalo. Es amigo de un chico llamado Alex, que parece un solecito con sonrisa bonita. Y es bueno jugando, es bueno nivel: la gente tiene la teoría de que en realidad es un robot.

—Por eso su logo es un robot —señala Jo.

—Tiene sentido del humor, no lo parecería.

Fue lo mismo que yo dije cuando lo conocí.

—Mira, aquí está jugando a si te ríes pierdes.

—¿Y cuánto perdió?

—Nada. Ni un centavo. Va por el episodio treinta y tantos. Empezó con veinte dólares, pero ha ido sumando y ahora el premio es como de trescientos. ¿Qué clase de psicópata puede ver un gatito que dice conchesumadre y no reírse?

—A ver —me asomo a la pantalla. La sonrisa se me forma antes de que pueda reaccionar. Por eso yo no hago esas competencias, termino más pobre de lo que empecé—. ¡No movió ni un músculo de la cara! Empiezo a preocuparme por su estado mental. ¿Será buena idea verlo?, ¿y si es un psicópata?

—No, no. No vas a tomar esto como pretexto.

Resoplo.

Aunque Sam no consigue averiguar mucho acerca del tipo misterioso, no fue más incompetente que los policías de nuestro documental.

Yo sé más cosas de Aaron de las que hay en internet y eso sigue siendo así después de que ella revise los casi cuarenta mil resultados que saltan del buscador.

Cuando la parejita vuelve a su nido de amor —una casa preciosa a unos cincuenta minutos en auto desde mi departamento—, yo me digo a mí misma que debería recoger el desastre en mi sala. Después de todo, no dejé que ellos me ayudaran —porque mi mamá dice que es maleducado y hay costumbres que no se van incluso cuando no te conviene seguirlas.

Debería.

Ya que recoger es muy aburrido y el teléfono es mucho más tentador, termino rodeada de basura, pero cómoda en el puff gigante que es mi sillón con el celular y su pantalla de infinitas posibilidades en mis manos.

Me digo a mí que stalkear a mi futuro compañero de equipo no estaría bien. Porque él es solo eso: mi futuro compañero. Y porque hace un rato no fui yo, sino mi amiga la loca.

Pero ya deberías imaginar que nunca hago lo que debería, porque por lo usual es la más aburrida de las opciones y mi cerebro no es bueno en eso de concentrarse en cosas aburridas.

Así que paso el resto de la noche en algo menos agresivo, algo que a Sam no se le ocurrió porque ella quería respuestas rápidas. Miro el contenido de Aaron.

Bueno, en realidad veo clips y Tiktoks, porque un vídeo más largo... bueno, no retiene mi atención.

La mayoría se limitan a recopilar sus mejores jugadas en cualquier juego, aunque su especialidad es el League of Legends. No lo juego mucho, pero en la cuarentena me obsesionó, sé lo suficiente para notar que Aaron podría perfectamente pertenecer a un equipo oficial si se le diera la gana.

Otra categoría de los videos que la gente sube sobre él es la que llamo «Injusticias», porque se encarga de recopilar momentos en los que no le ha ido muy bien, con gente expresando su opinión al respecto. Al parecer el chico es un solitario y eso le juega mal cuando se trata de concursos con otro montón de personas formando grupitos.

No me sorprende que uno de esos grupos que suelen acorralarlo para matarlo y sacarlo de la competencia apenas tienen oportunidad es el de Teo, Orson y Levi. Los odiosos. Orson es el mejor cuando hablamos de habilidad, Teo es el más débil de los tres, pero también el más popular.

Resulta que el año pasado Aaron era finalista de los Squid, pero competía con Orson y Teo. ¿Adivina a por quién fueron en cuanto tuvieron el cuchillo en la mano? Exacto. Y al final ganó Orson. Vaya robo.

Aaron ni se inmutó. En el clip observo como respira profundamente después de ver el «Game over» en su pantalla, luego despide el stream y se va. Muy profesional. Si esto me hubiera pasado a mí hubiera explotado.

Sé que se supone que esta clase de juegos tienen un componente social, pero vamos, dentro del rol del juego no se supone que tengan una rivalidad con Aaron.

Ahora, lo más importante: la tercera categoría en los videos del tipo del balcón.

Tecleo «Aaron» y una de las opciones me lleva a «Aaron sonriendo». Ups, se me fue el dedo. Fue un clic accidental, quien diga lo contrario miente.

Los resultados no cumplen del todo con lo que prometen, porque en sí Aaron no sonríe para las cámaras. Algunos muestran el detalle de como se le suben las mejillas con el cubrebocas puesto; otros toman como suficientes los momentos donde tiene la cara destapada y muestran sus labios curvarse dos milímetros; otros son simples edits.

Esa categoría la devoro entera.

Le doy un corazoncito a cada video en el que las comisuras de los labios de Aaron se levantan un poquito, para que mi algoritmo sepa que quiero más de esto. No pasa nada, tengo los «me gusta» ocultos, nadie va a enterarse.

Es adictivo. El cerebro libera cosas, cosas que te hacen sentir bonito cuando alguien más sonríe —quisiera poder ser más exacta, pero no soy neurocientífica, solo una aficionada con acceso a internet—. Aunque no estoy segura de que es exactamente lo que libera cuando buscas una sonrisa que no llega del todo, ¿será que para él está muy baja la vara de lo que es o no es una sonrisa?

A lo mejor es que necesito pruebas. Necesito ver algún video en el que el tipo sonría en pleno, así como lo hizo conmigo, quiero probarme que no soy nada especial. Cada que deslizo mi mente evoca su imagen: sentado en el piso a mi lado, riendo de mi chiste que no era para nada gracioso. Y luego sus ojos...

Okay no. Volvamos, no es momento para divagar en recuerdos.

Vamos, tiene que haber algún momento en que haya sonreído así. No es posible que lleve cinco años creando contenido y nadie tenga una maldita foto de su sonrisa.

Pero resulta ser posible.

Espero que sonría así en la vida real con personas que no soy yo, porque si no... es un desperdicio.

Vuelvo a recordarlo, y me dejo sumergir en el recuerdo. Solo una vez. Solo esta vez puedo permitirme volverme a imaginar en el balcón. A partir de mañana este recuerdo estará prohibido y encerrado bajo candado, ¿de acuerdo, Bria? Bien.

Dios. Debería ser ilegal tener una sonrisa tan bonita y no mostrarla a todo el mundo.

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