Hay un castaño de ojos azules que cada martes y jueves en la mañana venía a mi centro de trabajo y pedía un café cargado con dos cucharadas de azúcar extra y unas cuantas magdalenas.

Pero hoy yo no había ido y no sé sí él asistió o no le importó.

Hoy era mi día libre y por eso aproveché a ir al hospital para mi chequeo mensual. Mi madre estaba a mi lado, tomándome de mi mano y viéndome con ternura.

“Ben” llama el doctor haciendo que mi madre y yo nos levantaramos de los asientos y caminar a su dirección.

“¿Ha visto alguna mejora?” preguntó con temor mi madre y el doctor negó. Sabía que no había visto ninguna mejora, pero escucharlo, me destrozó más.

“No, lo siento” asentí. No era la primera vez que escuchaba eso. He estado un mes recibiendo la misma respuesta y ya estaba acostumbrada.

Hoy nuevamente extrañé a mi chico del Starbucks pero era momento de dejar de verlo porque me dolerá cuando llegue ese día. El día que nunca quiero que llegue.