Capítulo 35. Christian.
No puedo creerlo.
El mundo realmente debe estar jodidamente loco.
Mi móvil vuelve a vibrar con una notificación de mi cuenta de inversiones, otro pequeño ingreso que se suma a todos los demás pequeños ingresos entrantes de la última hora.
—¿Qué mierda?
—¿Christian? —la voz adormilada de Ana me hace bajar el móvil para mirarla—. ¿Qué haces?
—Nada. —cambio de nuevo el timbre a modo silencioso y lo dejo en el buró—. Aún es temprano, vuelve a dormir.
Me acurruco contra su espalda otra vez, pasando el brazo por la cintura y poniendo la palma de mi mano derecha sobre su vientre. Para haber dormido en esta posición toda la noche, estoy bastante cómodo.
Apenas consigo volver a conciliar el sueño cuando un pequeño sollozo viene desde el monitor de bebé, Ray despertando con los primeros rayos del sol como lo recuerdo.
Ana suspira y aparta la sábana, pero la detengo.
—Quédate, yo voy con él.
Beso su cabeza y salgo de la habitación con mi pijama. Anoche cuando regresamos de la cita, decidí que no volvería a dormir lejos de ella. Sobre todo sabiendo que Luke entra en su habitación con tanta confianza.
—Hey, campeón —lo levanto en mis brazos y beso su mejilla—. ¿Cansado de estar ahí sobre tu espalda?
Me siento en la silla mecedora y lo pongo contra mi pecho, acariciando su espalda con suavidad arriba y abajo. Unos minutos después, Ray comienza a llorar más fuerte.
—Bien, bien, revisemos ese pañal apestoso —me río y lo llevo al cambiador nuevo que Ana compró—. No veo la necesidad de gastar $1700 dólares en un mueble que hace lo mismo que los demás.
Es exactamente igual que el otro mueble, con un tono diferente de pintura y un cajón extra de donde saco toallitas húmedas y talco. Tomo un pañal limpio y comienzo la maniobra.
—Carajo... ¿Qué te dan de comer? ¿Animales muertos?
Lanzo el pañal dentro del bote de la basura, luego me aseguro de limpiar bien la piel de mi hijo.
Me detengo cuando una pequeña risita viene desde la puerta y encuentro a Ana ahí recargada con un biberón de leche. Seguramente escuchó todo por el monitor.
—Supuse que tendría hambre —señala la botella—. Y si la popó te parece asquerosa, espera a que comience con los sólidos.
¿Qué?
No puedo evitar la mueca de asco.
—Ven aquí, bebé —ella besa su pancita descubierta—. Deja que mamá te vista para que tomes tu biberón.
La observo en silencio cuando ella le pone un trajecito de figuritas y lo levanta para darle la botella. Lo acuna contra su pecho y gira para mirarme.
—Tu móvil sigue sonando, creí que querrías checarlo en caso de que fuera importante.
¿Todavía?
La jodida aplicación debe estar descompuesta.
Decido dejar el móvil en la habitación y sigo a Ana y a Ray por el pasillo hasta la planta baja, donde sus padres y el maldito Sawyer ya están bebiendo café.
—Buenos días —Ana sonríe entrando a la cocina—. ¿Qué estamos desayunando?
Raymond hace una mueca de indiferencia y Carla muerde un pan tostado con mermelada de fresa.
—¿Annie? —es Luke el único que tiene el ceño fruncido—. ¿Quieres ver esto?
Ella ladea la cabeza y él levanta el periódico en sus manos, una sección con un gran titular y una foto de nosotros, en nuestra cita de anoche.
Por la cercanía y la calidad, asumo que las fotos fueron tomadas por alguien dentro del restaurante con un ángulo perfecto de nosotros.
—¿Qué es?
Se acerca más para mirar, bajando la botella vacía de Ray y acomodándolo para palmear su espalda y hacerlo eructar.
—¿Y qué? —dice—. No hay nada nuevo ahí, todo eso ya lo sabían.
Sawyer dobla las hojas y estira el brazo hacia mi para que las tome, desconcertado por su repentino interés en mi. ¿Qué hay aquí que lo tiene así?
—Funcionó —lo escucho susurrar, pero es más como un gruñido bajo.
Levanto los ojos solo para ver a Ana callarlo con un Shh, sus ojos puestos en bebé Ray. Estoy cansándome del puto asunto de llamar a mi bebé y que su padre también volteé.
Vuelvo mi atención a las hojas, al titular y la fotografía que ya vi, luego me desplazo más abajo, al pequeño título que dice: “¿Quién es Christian Grey?”
—Seattle... Hijo de un importante abogado y una prestigiosa pediatra... —leo rápido en voz baja—. Inversionista menor, se dedica a comprar empresas en banca rota y...
Dejo de leer cuando mi mente, más despierta que hace un rato, comienza a unir los puntos dentro de mi cabeza. Mierda.
Lanzo el periódico sobre la mesa y corro por las escaleras hasta la habitación, lanzándome por el móvil que brilla una vez más sobre la mesita de noche.
Salto las notificaciones de transacciones y voy directo a mi cuenta para revisar el saldo. Mi boca cae abierta por la sorpresa.
Más de 100 mil dólares se acumulan, sumando algunos cientos de dólares cada vez que el móvil se ilumina con la notificación de transacciones.
—Mierda, mierda... ¿Pero cómo?
¿Por qué de pronto las acciones de la pequeña empresa que compré se fueron a las nubes?
Intento no pensarlo, pero sé cómo funciona el mercado, cómo se mueve el interés por los productos nuevos. Y solo hay una explicación.
Anastasia.
Ella me puso bajo el reflector, una sola jodida cita hizo todo esto. ¿La confirmación de nuestra relación ante los medios y el interés por nuestro hijo provocó todo esto?
Una parte de mi dice que no tome el dinero, que lo deje ahí porque ese dinero no es resultado de mi manejo empresarial. La otra parte de mi, la que quiere poner un anillo en su dedo, está gritando que aproveche la oportunidad ahora y me preocupe después.
Tomando la desición rápidamente, le envío un rápido mensaje de texto a mi nueva socia Ross y le pido que se mueva a la siguiente parte del plan:
*Toma el dinero y reinviértelo, sigue el análisis de mercado y haz la siguiente compra*.
Su respuesta llega en segundos.
*Entendido, jefe*.
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