Capítulo 28. Christian.
Estas personas están locas, completamente locas.
Toman turnos para vigilar desde las rejas de la entrada, instalados en camionetas cerradas con pesados equipos de video y los más sencillo solo llevan cámaras fotográficas de alta definición.
El taxista tenía razón, no puedo acercarme a la casa para pedirle que hablemos, ¿Cómo se supone que la contacte?
Miro a las personas ir y venir con vasos de té helado y café, como si acosar a estas personas fuera lo más normal del mundo. Ajusto los lentes oscuros y la gorra antes de acercarme al guardia de la entrada.
—Buenos días, estoy aquí para ver a la señorita Anastasia Steele.
El hombre me mira de arriba a abajo antes de responder.
—Lo siento, señor. La señorita Steele no está disponible.
Entonces si está aquí.
—Solo dígale que Christian Grey quiere hablar con ella, es... —no puedo mencionar a Raymond aquí sin causar un revuelo—. Es urgente.
—Tengo indicaciones —es lo único que dice y se mete de nuevo en la cabina de vigilancia.
Mierda.
Tengo qué pensar en otra forma de acercarme, al menos podría intentar brincar la reja o esperar a que alguien salga de la casa.
Lanzo la maleta en un rincón de la reja y me siento ahí mientras trato de idear un plan. Algo. Lo que sea. De pronto algunas cabezas giran y otros más llevando cámaras corren en la acera.
—¿Qué pasa? —pregunto a nadie en especifico.
Un auto blanco se detiene frente a la caseta de vigilancia y la mujer al volante habla con el guardia, le muestra algún gafete o una identificación, luego él asiente. Revisa el auto con cuidado, mirando incluso en el maletero antes de dejarla pasar.
Los fotógrafos capturan incluso la matrícula del auto, distracción que aprovecho para pasar por un lado del guardia. El hombre asume que haré un movimiento porque rápidamente gira para mirarme.
—No. —es lo único que dice.
Observo al auto blanco detenerse en la entrada de la casa, la mujer toma algunas cosas del asiento y empuja la puerta. Sawyer, el guardaespaldas de Ana sale de la casa directo a ella.
Ese imbécil.
—¡Sawyer! —le grito para llamar su atención—. ¡Sawyer!
Los fotógrafos, las cámaras y los gritos hacen que mi llamado se confunda, así que agito las manos al aire para que ese pedazo de idiota arrogante me vea.
—¡Sawyer! —grito de nuevo.
Ese si lo escucha porque gira brevemente, sus cejas fruncidas por encima de los lentes oscuros que lleva. Se detiene solo un momento antes de dirigir a la mujer dentro de la casa.
—¡Idiota! —gruño, atrayendo la atención del fotógrafo a mi lado—. Me debe dinero.
El hombre me dedica una mirada extraña y se aleja, seguramente confundiéndome con algún fan u otro fotógrafo en busca de fortuna.
—Mierda.
Vuelvo a mi puesto sobre la maleta, pensando en mis opciones y las pocas ganas que tengo de dormir en la calle afuera de la casa de Ana.
Tal vez debería comprarme uno de eso tés helados que llevan los reporteros aquí afuera. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando el auto blanco de la mujer sale de la casa, perdiéndose en el tráfico.
Algunos fotógrafos son tan audaces de seguirlo en sus propios vehículos. ¿Esto es siempre así? ¿Así es su vida? ¿Siendo acosada? Ahora entiendo todo aquello de cambiarse el nombre y cuidar su identidad. Pero, ¿Mi hijo tiene qué crecer de esta forma? ¿Viendo su cara en periódicos y revistas?
El sol empieza a ocultarse cuando decido que necesito un hotel, la mayoría de los reporteros ya se dispersaron, algunos todavía montan guardia afuera de la casa. Ana podría estar recluida ahí durante meses y yo jamás la vería.
Tomo el último sorbo de mi frappé cuando la reja se abre y un auto negro sale, nadie importante supongo ya que los fotógrafos apenas lo miran. Cuando se detiene a mi lado, tiene toda mi atención.
La ventanilla baja lentamente, así puedo ver al imbécil arrogante que se hace pasar por mejor amigo de Ana.
—Entra. —me dice. ¿Esta ayudándome?—. No me hagas repetirlo, chico. Sube al auto.
Tomo la maleta del piso y me acerco, tirando de la manija para subir al asiento del copiloto. Apenas cierro la puerta, Sawyer presiona el acelerador.
—¿Qué carajos haces aquí? —gruñe.
—Quiero hablar con Ana.
—Ella no quiere verte.
Sigue conduciendo por las calles a alta velocidad, girando solo un poco para mirarme.
—Es un malentendido, necesito verla.
—Tu tiempo ya pasó, Christian. Acéptalo y vuelve a tu casa.
¿Volver a casa? ¿Solo así?
—Tenemos un hijo —respondo.
Sus cejas se fruncen cuando me mira.
—Tenías más que eso, idiota, y lo jodiste. Ahora déjala en paz.
—¡No! ¡Intenté arreglar lo de Elena! ¿Por qué ella se fue? —pregunto como si él supiera.
—Annie necesita estar aquí, donde pertenece. —reduce la velocidad cuando nos acercamos a una zona conocida—. Justo ahora no tienes nada qué ofrecerle, ni material ni emocionalmente. ¿La quieres de vuelta? ¡Deja de actuar como un puto niño!
Frena y me hace una seña para que baje, y tengo que mirar dos veces para darme cuenta que me trajo de vuelta al aeropuerto de Savannah. Sawyer baja del auto para abrir mi puerta.
—Vuelve aquí cuando tengas algo más que ofrecer que berrinches y tu jodido orgullo.
—Imbecil —lo empujo cuando bajo—. Sé hombre y dilo, te deshaces de mi porque quieres a Ana para ti. Quieres hacer realidad tu puto cuento del guardaespaldas, ¡Pero tampoco la mereces!
Luke azota la puerta de su auto antes de mirarme.
—No sabes lo que dices, idiota. Y si ese fuera el caso, me esforzaría por ser el hombre que la merece —me grita, sin importarle quien mire—. Tú la tenías y la dejaste ir, así que asúmelo tú. Y lárgate de una jodida vez.
Rodea el auto para volver a subir y dejarme aquí. Me lanza una mirada de advertencia para que haga lo que él dice, olvidándose de una maldita cosa: a mi nadie me da órdenes.
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