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Capítulo 26. Christian.

—¡Pero vivo aquí! ¡Usted me conoce!

Le grito al vigilante de Escala que me mira con nerviosismo, pero finalmente toma el teléfono y marca hacia el ático.

—Si, ¿Señor Taylor? El señor... Christian Grey —lee de mi identificación—. Solicita permiso para subir al departamento.

No escucho lo que el hombre de seguridad dice, solo sé que el vigilante cuelga el teléfono y al cabo de unos segundos la puerta del ascensor timbra. Esperaba ver al hombre rubio cuando la puerta abriera, pero no está ahí.

Me acerco para intentar entrar cuando algo llama mi atención: una maleta. Una sencilla maleta negra que me pertenece.

—Mierda.

El vigilante la toma antes de que las puertas se cierren de nuevo y la pone a mis pies, me entrega la identificación y señala la salida con la cabeza.

—Lo siento, señor Grey. Tengo que pedirle que no vuelva por aquí.

—Pero... ¿Y Ana? —el hombre niega con la cabeza.

No contesta el teléfono, ni los mensajes y no sé nada de ella.

Tomo la maleta y salgo del edificio, empujando a los reporteros que intentan hablarme y tomarme fotografías, pero los ignoro a todos para subir a mi auto. Al menos en la casa de mis padres tengo algo de paz.

Ni siquiera sé que pasó. Solo salí a explicar el jodido asunto de Elena atacando a Rose para que el señor Lincoln supiera las razones y me diera tiempo de conseguir su dinero. Luego Carrick se ofreció a dármelo después de una larga plática con mamá y él.

Los autos me siguen incluso entre el tráfico, así que respiro aliviado cuando entro en el residencial de Bellevue y luego en la casa de la familia. Arrastro mi maleta dentro y la lanzo a algún lugar en la sala donde Elliot está viendo televisión.

—¿Qué hay, Chris?

—No preguntes —me dejó caer a su lado en el sofá—. Creo que Ana me dejó.

Sus cejas se fruncen en confusión.

—¿Crees que te dejó? —deja la botella a un lado para mirarme—. ¿Crees?

—Si, lo creo. No me dejan entrar al departamento y prácticamente lanzaron mi ropa afuera, ¿No es eso extraño?

—Bueno... —bebe ese trago de cerveza—. Algo hiciste.

—No.

Creo.

—¿Seguro?

No.

—Puede que algo haya pasado recientemente, pero debería poder hablar con ella, ¿No?

Elliot asiente volviendo su vista al frente, al programa de lucha libre que transmiten en el canal de deportes. Apenas un momento de silencio antes de que vuelva a hablar.

—Entonces... ¿Rose Ana está libre?

Imbécil.

—¡No! —golpeo su brazo—. Aléjate de ella y de mi hijo, Lelliot. Consigue tu propia chica.

Me levanto del sofá para alejarme de él antes de que lo golpeé de verdad, sabiendo que seguirá molestándome.

—Si, claro —se queja—. Dices eso porque tienes la suerte de tener a una preciosa actriz caliente. ¡Le dije que quería conocer a Scarlett!

No tengo tiempo para sus estupideces, tomo de nuevo la maleta para ir a mi habitación y llamar a papá. Ana puede negarse a verme, pero aún tengo influencia sobre mi hijo Raymond.

—¿Te gusta este vestido? —chillan dos vocecitas desde el pasillo

—Creo que es demasiado ajustado para ella.

Me asomo a la puerta abierta de mi hermana donde ella y su amiga Lily miran revistas para adolescentes y hacen esos malditos test de todo. Un momento...

—¿Mía? ¿Puedo hablar contigo?

Ella levanta la cabeza para mirarme.

—Si.

Sigo a mi habitación y la escucho venir detrás de mí. Justo ahora ella es la única persona que podría tener noticias de Anastasia por medio de los jodidos paparazzis.

—Oye, ¿Sabes si el representante de Ana dijo algo sobre la noticia del bebé?

—No. —dice, luego mira mi maleta—. ¿Entonces es cierto? ¿Ella se fue?

¿Qué?

—¿Sabes algo?

—Bueno, no hay nada oficial —toma el móvil del bolsillo y busca entre las noticias—. Se dice que fue vista en el aeropuerto de Georgia, en un jet privado.

¿Jet privado? ¿Georgia? Creí que estaba en Escala, ¿En qué jodido momento se fue?

—Christian, ¿Por qué se fue? ¿Pelearon?

—No, pero... Mierda —me paso las manos por el rostro—. Tuvimos un problema y traté de resolverlo sin involucrarla. Acabo de ir a su departamento para verla y me negaron la entrada, no sabía que estaba pasando todo esto.

Y eso quiere decir que se llevó a mi hijo lejos de mí.

—¿Quién dijo lo del bebé?

—Elena —confirmo, recordando el asunto del ataque—. O eso creo, solo ella podría hacer hecho algo así.

—¿Y que piensas hacer? —insiste mi hermana.

No lo sé.

—¿Justo ahora? Quisiera hablar con papá antes de subirme al primer avión. —rumbo hacia... ¿Dónde?—. ¿Sabes dónde vive Ana?

Mía sonríe.

—Tiene un departamento en Nueva York, pero sus padres vivien en Savannah y es probable que esté ahí.

—¿Tienes alguna dirección o algo?

Pone los ojos en blanco.

—Es la casa de los Steele, Christian. Estoy segura que todos los taxis de la ciudad saben dónde viven.

Cierto.

Es casi la hora de la cena, papá debería estar aquí en cualquier momento. Él y mamá podrían aconsejarme mejor sobre esta situación, aunque mi instinto me dice que vaya a Georgia sin importar qué.

Después de explicarles los recientes eventos y solicitar otra orden de restricción para Elena, tomo la maleta ya hecha que traje de Escala para ir a Sea-Tac porque necesito hablar con ella sobre todo este asunto.

La ventaja de viajar de noche es que puedo dormir la mayor parte del tiempo. Para cuando estamos aterrizando, el sol ya ha salido en la cálida ciudad. Tomo la mochila y salgo a buscar un taxi.

—¿Conoce la casa de los Steele? —pregunto al chofer.

—¡Claro que sí! —pone el auto en marcha—. ¿Reportero o turista?

Ninguno de los dos.

—Viaje de negocios. —el hombre gira en el asiento para mirarme rápidamente.

—Bueno, buena suerte entrando ahi, chico. —conduce por las calles casi saliendo de la ciudad—. Es una locura ahí afuera, todos quieren una foto del bebé.

—¿Ah, si?

—Si, dicen que vale miles de dólares. —gira para mirarme de nuevo cuando se detiene en un semáforo—. Me sorprendería que pudieras acercarte a la casa.

Carajo, ¿Qué se supone que haga ahora?

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