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Capítulo 25.

Olvidé lo cansado que es volar de un lado a otro, especialmente con un bebé tan pequeño como Ray.

—Vamos a aterrizar. —Luke se detiene a mi lado y me mira.

Llevo los lentes oscuros para que no vean mis ojos hinchados, pero  él lo sabe. Soy un desastre lloroso y me da vergüenza admitirlo. Me aseguro de revisar el cinturón de seguridad del portabebé de Ray, luego el mío y asiento hacia Luke para que se marche.

—Annie...

—Estoy bien —lo interrumpo—. Recuerda que mis padres no saben nada de esto, ten cuidado al mencionarlo.

Sawyer hace un gesto de cerrar la boca con llave y vuelve a su asiento del otro lado del pasillo del jet, no demasiado lejos pero dándome privacidad.

El descenso es un poco brusco y bebé Ray despierta de su siesta para llorar. Mi primer instinto es liberarlo de la silla pero me detengo cuando el jet comienza a alinearse con la pista, en cuestión de segundos se detiene en el aeropuerto.

Tan pronto como las luces de advertencia se pagan, Luke se pone de pié con el móvil en la mano para dar más instrucciones a lo que sea que haya organizado.

—De vuelta a casa, bebé —digo bajito a mi hijo, sacándolo del portabebé—. De dónde nunca debimos haber salido.

El jet se detiene en el hangar y dos camionetas ya esperan para llevarnos, Trev y Jimmy ayudando a bajar las maletas de todos. Sawyer se mantiene cerca de mi como el buen guardaespaldas que es.

—Señorita Steele —mantiene la formalidad ante la tripulación del jet—. Estamos listos para desplazarnos a la siguiente ubicación.

Mi maleta, la de Ray y la de él están en la segunda camioneta, Trevor y Jim en la primera. Supongo que va a enviarlos de vuelta a Nueva York y no tengo objeción en eso.

—Bien.

Él coloca el portabebé en el asiento, toma al bebé de mis brazos para asegurarlo y luego camina conmigo para que yo entre por el otro lado. El chofer de papá esperando para conducir.

—¿Estás bien? —vuelve a preguntar antes de cerrar la puerta.

—Si —gruño. Su preocupación está comenzando a molestarme.

Sube del lado del copiloto y vuelve a poner el móvil en la oreja, señalando al frente y dando indicaciones como si el conductor no supiera llegar a la casa de mis padres. Luego lo escucho pedirle a uno de los chicos que confirmen cuando estén en el avión a Nueva York.

No debí venir aquí tan pronto, lo tengo cabeza para explicar a mis padres por qué tardé tanto en volver o contar cualquier otra cosa sobre Seattle.

Pero es muy tarde para arrepentirse cuando la camioneta pasa el enrejado de la casa y estaciona al frente. Por lo menos los paparazzis de aquí no se han enterado de la buena nueva.

Luke baja primero para verificar, como siempre hace y asiente al chofer para que baje las maletas. Cómo siempre mi madre es la primera en asomar la cabeza.

—¡Annie! —me abraza brevemente antes de empujarme para tomar a Ray—. ¡Hola, bebé! ¡Abuelita te extrañó!

Tal vez el bebé la reconoce porque comienza a balbucear, o tal vez solo le parece una señora muy graciosa. La sigo dentro de la casa y voy directo a los brazos de mi padre.

—Mi niña —me besa la frente—. No creí que tardarías tanto, ¿Cómo fue la negociación?

¿Ah?

Mi mente está en blanco por cierto chico que rompió mi corazón.

—No llegaron a un acuerdo —Luke agrega sin mirarme—. Las condiciones que exigían eran inaceptables.

—Oh —papá vuelve a mirarme—. Tranquila, bebé. Acabas de dar a luz, podrías tomarte unos meses más antes de retomar tu carrera.

—Lo sé, papá. Gracias. Era un proyecto importante, pero ya no importa.

Algo en mi semblante lo hace desistir, porque me libera sin hacer más preguntas. Lo único que quiero es ir a mi cama a dormir... Tal vez revisar los mensajes de mi móvil, si supiera dónde lo dejé.

—Cariño, ¿Por qué no tomas una ducha y duermes un poco? —Mamá arrulla a Raymond con pequeños movimientos—. Me haré cargo de este hombrecito.

—Gracias mamá. —hago una seña hacia mi amigo—. Es todo, gracias Luke.

Estando a salvo en mi habitación y bajo el chorro de agua tibia, dejo que la tensión se vaya, incluso hasta debería fingir que las últimas semanas en Seattle ni siquiera existieron.

¿Se daría cuenta que nos fuimos? ¿Siquiera le importa?

—Basta Ana, deja de pensar en él.

Por fortuna, estando en Georgia es facil volver a mi antigua rutina. Podría no tener a Gail aquí para ayudarme, pero mi madre hace un estupendo trabajo y ama pasar el tiempo con Ray.

Una semana después, he vuelto a mi rutina de ejercicio porque mi mamá asegura que recuperar mi figura es vital para seguir haciendo películas. Como lo supuse, la noticia de mi bebé se esparció como pólvora, atrayendo de nuevo la atención de los paparazzis a las puertas de la casa en espera de la confirmación. Mi agente Claire se encarga del control de daños.

—¿Banana? —Luke entra en la sala de ejercicios de mi papá—. Pedí que se aumentara la seguridad al exterior y contraté dos vigilantes más por indicación de tu papá.

—Bien —sigo corriendo en la caminadora.

—Aún creo que solicitar la orden de restricción sería una confirmación del bebé.

—Lo sé —llevo trotando al menos 30 minutos y ya estoy exhausta—. No me importa, haz que el abogado la solicite.

—Como digas.

Se detiene a mi lado con las manos en los bolsillos y mirándome, sus ojos azules sobre mí como cuando quiere decir algo y no sabe cómo empezar.

—¿Qué? —gruño con fastidio—. ¿Qué, Luke?

—No te ves bien, Annie, ¿Estás durmiendo?

No.

—Si.

—¿Y estás llevando la dieta que te ordenaron?

No.

—Si.

—Parece como si estuvieras matándote de hambre.

—No lo hago.

Hace un gesto con la boca que justo ahora encuentro muy irritante porque si, mi humor no es el mejor estos días.

—Deberías escuchar a tu padre y tomar las cosas con calma.

Disminuyo la velocidad del aparato, pero no lo detengo y sigo moviéndome con el ceño fruncido hacia Sawyer.

—Tengo qué recuperar el tiempo perdido, retomar mi carrera y dejar todo esto atrás.

Luke enconge los hombros.

—Solo digo que no te presiones tanto, podrías... —salto del aparato por un pequeño mareo y Sawyer se interrumpe para sujetarme—. Te dije que estás presionándote demasiado.

Quiero decirle que se calle, pero el mareo aumenta y las náuseas me revuelven el estómago. Sin que pueda evitarlo, inclino el cuerpo hacia delante y vomito sobre sus costosos zapatos italianos.

—¡Annie! —chilla—. Mierda, pudiste avisarme...

—¡Lo siento! No quise hacerlo —me aparta y me siento en una banca—. Debí comer algo en mal estado.

—¿Segura?

No.

Carajo.

¿Podría...?

Luke suelta un gran suspiro.

—Necesito un aumento de sueldo.

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