Capítulo 1.
La arena es tan suave bajo mis pies descalzos que parece un sueño, uno magnífico donde solo hay paz y tranquilidad.
No sé si es el día, la hora o el lugar, pero éste lado de la playa está tan tranquilo que puedo escuchar las suaves olas arrastrarse por la arena y veo mis pies hundirse.
Me alejo un poco para poder sentarme sin mojar mi pantalón y dejo los tenis, el gorro y los lentes oscuros a mi lado para ver las estrellas.
— Esto es tan genial. — Digo para mi misma.
Creí que estaba sola pero comprendo mi error cuando una voz ronca susurra.
— La vista es preciosa.
Mi corazón se agita en el pecho de miedo cuando volteo para mirar al hombre vestido de negro que se pierde con la oscuridad, su perfil un poco iluminado por el reflejo de la luna sobre el agua.
— ¡Mierda, me asustaste! — Chillo.
— Lo siento, no quise hacerlo. — Se acerca un poco más y se inclina para mirarme. — ¿Te importa si me siento?
Carajo, ¿Me reconoció? ¿Sabe quién soy? ¿Es un fanático? O peor aún, ¿Un paparazzi?
— Yo... No sé... — Señalo echando un vistazo alrededor. — No vi a nadie en la playa, creí que estaba sola.
— Es muy tranquilo por aquí, así que salí a caminar.
El hombre se sienta y puedo ver que es joven, probablemente de mi edad. Su cabello tiene unos cuantos rizos pero son sus ojos claros los que llaman mi atención.
— Soy Christian. — Estira su mano para saludarme.
— Soy... Rose.
— Mucho gusto, Rose. ¿También saliste a dar un paseo?
— Si.
Espero a que Christian comience a hacer preguntas de mi vida como usualmente las personas hacen, pero él de verdad no parece interesado. ¿No me reconoce? ¿O sabe quién soy y no le importa?
En lugar de eso, permanece en silencio disfrutando la calma igual que yo. Y ya que él no parece ser una amenaza, me recuesto sobre la arena para mirar al cielo.
— ¿Te gustaría acompañarme a cenar? — Dice. No puedo dejar que me vean, y él debe sentir mi incomodidad porque se apresura a agregar. — Hay un pequeño lugar de comida aquí cerca, es muy tranquilo.
Suspiro.
— Bueno, tengo hambre.
— Perfecto, entonces vamos. — Se levanta y me tiende su mano para ayudarme a levantar. — ¿Vives por aquí, Rose?
— No, yo... Estoy de vacaciones.
— Yo igual, — Sonríe. — Es la primera vez que tomo unas vacaciones solo.
Me mira antes de desviar la mirada, seguramente preguntándose por qué vuelvo a colocarme el gorro teniendo un clima tan cálido esta noche. No soy tan paranoica y dejo los lentes oscuros colgar de mi camiseta.
— Entonces, ¿No vives en Los Angeles? — Pregunto para desviar el tema.
— No. Vivo en Seattle.
— ¿Seattle? — Repito sorprendida. Solo una vez estuve ahí y lo recuerdo como un día lluvioso.
— ¿Y tú?
Intento no balbucear la respuesta.
— Mi familia es de Georgia pero hace unos años nos mudamos a Nueva York.
Caminamos un par de metros más allá de la playa hasta un pequeño restaurante con mesas en el exterior y justo ahí bajo la luz de las farolas es que puedo distinguirlo.
Alto, delgado, cabello cobrizo rizado y ojos de un azul oscuro que parece gris. Christian señala una silla y la aparta para mí.
— ¿Quieres beber algo?
El mesero trae dos menús y espera paciente a que terminemos de leerlo.
— Qué tal algo de vino tinto con la cena, dejaré que tú elijas.
— Bien. — Sonríe y señala hacia el chico. — Tráeme el mejor vino y dos platos del sándwich de ternera de res.
El mesero asiente y se aleja dejándonos solos de nuevo.
— Vaya, no pareces un turista. — Sonrío.
— Solo porque parece que lo controlo todo.
Apoya las manos en la mesa y así puedo ver qué no hay anillo, ni señas de llevarlo o cualquier otra cosa que indique que está tomado. Además, luce realmente joven.
— ¿Y algo interesante hasta ahora, Christian de Seattle?
— Solo esta noche.
Siento el rubor calentar mis mejillas y una sonrisa boba se estira en mis labios. Dios, parezco una adolescente teniendo una cita con su Crush.
— ¿Tú estás aquí sola?
La sonrisa se borra al instante.
— Hmm, si. Realmente voy de paso y tengo que volver... Por trabajo.
— Oh.
La conversación se ve interrumpida una vez más por el mesero con los platos y las copas, un Syrah que me sorprende encontrar en un lugar tan pequeño como este. Observo a Christian manejar la botella y llenar las copas.
No quiero hablar de mi vida o cualquier cosa que pudiera delatarme y por eso evito hacerle las mismas preguntas. En cambio, me enfoco en preguntar sobre sus actividades en Los Ángeles.
Me ofrezco a pagar la mitad de la cuenta cuando hemos terminado la cena pero él no lo permite. Y como no quiero que está noche tan agradable termine, caminamos de vuelta a la playa.
— ¿Y dónde te hospedas? — Pregunta.
En el Crown plaza.
— Por ahí... — Balbuceo.
Su cejas se fruncen en un gesto de confusión adorable.
— Mis intenciones son buenas. — Levanta las manos para que pueda verlas. — Pretendía ser amable y acompañarte para que estés segura.
— Eso es muy lindo Christian, gracias.
Quiero besarlo. Quiero quedarme. Nadie me espera en el hotel y apagué el móvil para que Sawyer no me encuentre. ¿Por qué no disfrutar de mi día libre?
— ¿Dónde te hospedas tú? — Pregunto.
— Ahí.
Señala un edificio alto en la otra calle que luce bastante decente comparado con mi hotel de lujo, y bastante conveniente para mí por su cercanía.
— ¿Por qué no vamos a tu habitación?
Se queda inmóvil por lo atrevido de mi petición, seguramente evaluando si quiere llevarse a una desconocida. Pero hoy no soy Anastacia Steele, hoy soy Rose Wilks, la chica común y corriente que puede hacer lo que desee.
— ¿Segura?
— No preguntaría si no lo estuviera, Christian. Vamos.
Casi corremos los metros que nos separan del hotel, la emoción y la excitación corriendo por mis venas, acelerando mi pulso cuando subimos hasta su habitación.
No alcanza a encender la luz porque me lanzo a sus brazos para besarlo, mis dedos acariciando su cabello suave.
— Rose. — Susurra y me detengo un segundo.
Oh si, soy yo. Me saca la camiseta por encima de la cabeza y hago lo mismo con la suya, apresurándonos para desvestirnos hasta llegar a la cama en nada más que ropa interior.
Incluso esa desaparece cuando desliza las bragas por mis piernas y ayudo a soltar el sostén, ansiosa por tocar su torso perfecto solo iluminado por la lámpara en la mesita.
— Christian... — Lo llamo para que se acerque.
Deja caer los boxers al piso antes de arrodillarse en la cama. Luego mi excitación se congela. El jodido condón.
— No tengo protección. — Le advierto.
— Mierda. Creo que tengo algo aquí.
Atraviesa la habitación desnudo hasta una maleta acomodada sobre una mesa y regresa con el empaque metálico.
— Hombre precavido. — Me burlo un poco.
Pero dejo de hacerlo cuando lo veo abrir el empaque y colocar el preservativo sobre su miembro erecto.
— ¿Tímida? — Es su turno de reírse.
Hace un camino de besos desde mi ombligo hasta el cuello, haciéndome perder toda noción del tiempo y cualquier otra cosa que no sea su cuerpo sobre el mío. Se coloca entre mis piernas antes de embestir con suavidad.
— Christian. — Chillo de nuevo con la sensación.
Sus empujes comienzan lentos pero aumentan en fuerza e intensidad, haciendo que mi cuerpo se tense de anticipación. Sus ojos grises se dilatan por la excitación y embiste con más fuerza.
— Rose. — Jadea en mi oído.
Dios mío, esto es tan excitante que vale totalmente la pena el escape.
— ¡Christian! — Gimo cuando el clímax me alcanza.
Lo escucho gruñir también y siento sus brazos tensarse a mi alrededor, mis uñas clavadas en su espalda con fuerza. Suspira, dejándose caer a mi lado en la cama.
Estoy tan exhausta por el viaje y las entrevistas del día que cierro los ojos un momento un para descansar, tan relajada que me quedo dormida.
Abro los ojos de nuevo, exaltada por la oscuridad y la hora en el despertador del buró. Christian sigue a mi lado con las sábanas sobre la cintura y una expresión de tranquilidad.
Mierda, no quiero irme pero tengo qué hacerlo. Seguramente Sawyer llamó a la policía cuando no pudo localizarme y ahora mi rostro debe estar boletinado por toda la ciudad.
No tengo tiempo para una ducha, vuelvo a vestirme y me despido de Christian con un pequeño beso en sus labios.
— Adiós, Christian de Seattle. Ojalá pudiera volver a verte.
Salgo de su hotel lista para encender el móvil que pita con una gran cantidad de llamadas y mensajes de mi guardaespaldas. Antes de que pueda buscar su número, él me llama.
— ¿A dónde mierdas fuiste? — Gruñe. — No importa, estoy en camino. No te muevas.
Adiós a Rose Wilks y bienvenida Anastacia Steele.
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