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9.
Marinette llevaba más de media hora frente al espejo de su habitación. Se había vestido hacía cuarenta y cinco minutos, se había arreglado el pelo y puesto unos zapatitos con un poquito de tacón, diferentes y algo más incómodos que sus queridas bailarinas, pero que iban mucho mejor con la ropa que había escogido para la fiesta.
Era algo sencillo, en cualquier caso, confeccionado por ella misma el verano anterior. Un vestidito corto, con algo de vuelo en la falda, de manga corta y un escote suave. De un tono blanco rosado, con reflejos brillantes en ciertas partes y sus amadas flores decorando el tejido. Las temperaturas habían subido tanto que pensó que algo ligero como eso le iría bien, además combinaba con su bolsito de siempre para poder llevar a Tikki con ella.
En cuanto a su pelo, primero había probado a hacerse un moño alto, dejando un par de mechones sueltos que bailaran junto a sus sienes pero se vio extraña, desacostumbrada a una imagen tan seria y formal de sí misma. Optó, entonces, por dejarse el pelo suelto, más que nada porque recordó que Chat Noir le había dicho que le quedaba muy bien así. Intentó sonreír a su reflejo mientras se colocaba los mechones tras las orejas y, una vez más, le costó reconocerse. Al final, regresó a sus coletas de siempre y eso la reconfortó.
¡Estaba lista para la fiesta!
—Algo no encaja... —murmuró, no obstante.
Cuanto más se miraba a sí misma, más crecía la inquietud en ella. Algo desentonaba y le provocaba una sensación picajosa en la piel de sus antebrazos.
Tikki observaba en silencio, encaramada a su cabeza, los movimientos erráticos de su portadora; primero, se ponía de puntillas, cogía la falda con la punta de los dedos y la movía, se daba una vuelta vigilando su espalda en el espejo, después movía la cintura, los brazos, se estiraba, movía la falda de nuevo... Se preguntó qué estaría intentando hacer, ¿salir volando? Pero no preguntó, porque había adivinado la angustia que titilaba en los ojos de la chica y tiraba de su boca en muecas cercanas al pánico.
—Estás muy guapa, Marinette —prefirió decirle.
La joven, sin hacer mucho caso, volvió a coger la tela de la falda, a levantarla y soltarla para ver su caída; le gustó y a pesar de ello, su semblante se ensombreció con un resoplido.
—El vestido es precioso —determinó, no para echarse flores, sino porque era la única conclusión lógica a la que podía llegar después de revisarlo una y mil veces. Se acercó todavía más al espejo y por fin, lo vio claro—; es mi cara la que falla.
—¿Cómo?
¿Por qué parecía tan asustada?
Era ese rictus de pavor, de desasosiego infernal que contraía sus mejillas y sus cejas lo que afeaba todo lo demás. Esa no era la cara de alguien que está a punto de asistir a una fiesta con sus amigos para pasar una agradable tarde, y quizás no lo era porque Marinette dudaba mucho de que pudiera disfrutar de nada.
Esa mañana se había despertado con un nudo terrible en el estómago que no se le iba con nada. Cuando lo notaba, duro, en el centro de su cuerpo, se quedaba sin fuerzas, se encorvaba y se ponía a suspirar una y otra vez. Entonces creía que sus pulmones no eran capaces de absorber todo el oxígeno que le hacía falta y se echaba a temblar. Llevaba horas con la angustiosa sospecha de que, en algún momento, acabaría desmayándose por culpa de la falta de aire y como no había ocurrido todavía, estaba aún más aterrada pensando que le pasaría en la fiesta.
Hay algo sumamente aterrador en imaginarse a uno mismo sufriendo un desmayo o un ataque en mitad de una sala llena de gente que te ve, pero no se atreve a ir en tu ayuda porque dan por hecho que otro lo hará. Y al final, el pobre desgraciado y víctima de sus pensamientos acaba ahogándose, indefenso, bajo las miradas curiosas del resto del mundo.
No me extraña estar tan nerviosa pensando en estas cosas...
Por desgracia, ese había sido el tipo de ideas que la habían estado rondando todo el día. ¡Estaba atacada!
Para empezar, a ella también le daba mala espina una fiesta en casa de Chloe, aunque fuera todo obra de su padre; y para seguir estaba... Adrien.
El nudo otra vez. La falta de aire. Los pinchazos en las costillas.
Marinette caminó hasta su diván y se sentó, respirando hondo, abanicándose con una mano y de soslayo, echó un vistazo al hueco vacío en su pared que habían dejado las fotografías del chico que ella quitó semanas atrás. Ver ese bello rostro siguiéndola en cada rincón de su dormitorio se había vuelto demasiado doloroso pero, una parte de ella, las echaba de menos e inconsciente, levantaba la vista buscándolas.
No estaban allí. Y Adrien pronto estaría fuera del todo de su corazón.
Pero estará en la fiesta, se recordó con pesar. Con Kagami. Más pinchazos, calambres y sensación de ahogo, la chica se echó hacia atrás y empezó a masajearse el estómago con la palma de la mano para calmar esa sensación.
—¿Estás segura de que puedes ir a la fiesta estando así? —Le preguntó Tikki, preocupada.
¡Lo gracioso era que Marinette habría dado cualquier cosa por perderse esa fiesta!
Pero se había comprometido con sus amigos, había invitado a Luka que, tan encantador como siempre, había aceptado al instante y aunque se le ocurriera una excusa fantástica para librarse de ir, ya era muy tarde para echarse atrás sin que resultara extraño.
—¿Qué pensaría Adrien de mí? —soltó, tapándose los ojos con el brazo. Pensaría que le estaba evitando, igual que hacía en el instituto, cosa que él había notado. ¡Por supuesto! Lo sabía y no se había quejado, ni una sola vez, aunque Marinette veía cuanto le dolía—. Y Kagami...
—¿Kagami?
¿Qué pensaría ella?
—Después de lo que me dijo en la pista de hielo —recordó con pesar.
No había vuelto a verla desde entonces, cosa que no le suponía un problema, sino todo lo contrario. Esa chica tan perfecta y segura de sí misma la hacía sentir diminuta cada vez que sus ojos se encontraban, estaba convencida de que pensaba que ella era alguien insignificante por su torpeza y su inseguridad. Kagami lo miraba todo y lo sabía todo, leía el interior de las personas y Marinette no dudaba de que, aquel día en el hielo, había descubierto su patético amor por Adrien y su miedo hacia ella.
Kagami la confrontó con su indecisión profunda y después, la miró justo antes de besar a Adrien en la mejilla a la salida de la pista de hielo. ¿Por qué lo hizo? ¿Estaba interesada en ver cómo reaccionaba o quería dejarle claro que ella no dudaría un instante en conquistar al chico?
—Adrien ya le habrá contado que también voy a la fiesta —Se le ocurrió—. ¡Seguro que le ha contado todo lo que ha pasado entre nosotros estos días! —Meneó la cabeza sin dejar de desesperar, sus ojillos brillaban de puro pavor cuando buscó a la Kwami—. Estoy atrapada, Tikki —sentenció al final—. No quiero ir a esa fiesta, pero tampoco puedo no ir, ¿entiendes?
—A lo mejor te diviertes más de lo que crees.
¿Divertirme? Se mordió el labio inferior para no soltar un quejido. Solo quiero sobrevivir, nada más.
En parte por eso había pensado en invitar a Luka: con él se sentía más tranquila, acompañada, era como un escudo tras el que ocultarse de todo lo que le daba miedo y cuando Alya y Nino empezaran con sus trucos para juntarla con Adrien (que lo harían), le tendría a él a su lado para escabullirse.
¡Tenía tanta suerte de tener un amigo como Luka!
Algún día le gustaría poder hacer algo para compensarle por todos los favores que le estaba haciendo... Quizás, cuando el músico encontrara a una chica que le gustara, ella podría ayudarle a conquistarla.
Aunque en esas cosas soy horrible.
Echó un último vistazo a la pantalla de su móvil, con la esperanza de que hubiera alguna alerta akuma que le impidiera seguir con sus planes. ¡En ese caso estaría justificado no aparecer en la fiesta! Y además podría ver a Chat Noir. ¡Cómo le habría gustado que fuera él quien la acompañara a esa fiesta! Con el gatito a su lado no tendría nada que temer, estaba segura de que se lo pasaría genial y apenas apreciaría la presencia de Adrien y Kagami.
Pero como no conozco su identidad secreta...
Todo estaba tranquilo en París y ella soltó un aullido de frustración.
—Como heroína que eres no deberías desear que hubiera un akumatizado por razones personales —La regañó Tikki, adivinando a qué correspondía su actitud.
—Ya lo sé —admitió, poniendo pucheros—. ¡No me hagas sentir peor!
El pequeño espíritu rojo resopló y se quedó callada. Ninguna de las dos habló hasta que en el piso de abajo se escuchó el timbre y, entonces, la chica se irguió como un resorte.
—¡Ya está aquí! —chilló, presa de los nervios. De un salto volvió al espejo, revisó otra vez su aspecto y se retocó la falda y las coletas. Respiró hondo y trató de infundirse valor con una mirada de arrojo.
—¡Marinette, Luka ya está aquí!
La voz de su madre no la sorprendió, aun así tardó un par de segundos en tomar su bolsito, revisar que todo estaba en orden y en bajar las escalera que separaba su cuarto del comedor.
Luka estaba de pie, sonriente y calmado, entre sus dos padres, respondiendo con frases sencillas a las preguntas que éstos le hacían. Nada más verle, esa serenidad tan dulce que desprendía hizo que su pecho se inflara.
—¡Hola, Marinette! —La saludó al verla llegar—. ¡Qué guapa estás!
—G-gracias —contestó, algo ruborizada. Captó los ojos, bien abiertos y brillantes, de sus padres y el modo mudo y fijo en que los miraban, como esperando algo, cosa que la puso aún más nerviosa—. ¿Nos vamos?
Luka asintió y tras despedirse de los adultos, Marinette lo enganchó del brazo y casi lo arrolló para sacarlo de la casa. No necesitaba que sus padres empezaran a tener ideas extrañas sobre ellos con las que más tarde la torturarían a base de preguntas incómodas.
Luka y ella solo eran amigos.
Bajaron a la calle y un fuerte sol les dio de lleno en las caras. La luz quemaba en la piel sin piedad, se alegró de haber escogido un vestido tan fresco para evitar una exagerada transpiración que añadiría más tensión a su estado.
—Me encanta como huele en tu casa —comentó Luka a los pocos minutos.
—Ah, sí —Sonrió—. Es por todos los dulces que preparan en la panadería, el olor sube hasta arriba.
—Pues es maravilloso.
—Supongo que sí —Se encogió de hombros y después carraspeó, al sentir que había sido muy tajante—. O sea... bueno... creo que yo ya estoy acostumbrada y no lo noto apenas.
Había hablado girando la cabeza hacia el chico en varias ocasiones, con movimientos rápidos y breves, sentía una corriente de electricidad cuando sus miradas se encontraban, de modo que, todo el rato, la retiraba. Sin darse cuenta, comenzó a andar más deprisa, dando zancadas más largas con sus taconcitos que golpeaban el asfalto haciendo un sonido nervioso. Subir el ritmo de sus pasos provocó que la respiración se le agolpara, de nuevo, en ese lugar extraño del pecho en el que parecía quedarse anclada, en vez de seguir hasta los pulmones.
¿Y si se desmayaba justo ahora?
Las palpitaciones comenzaron a agitar su cuerpo.
—Marinette —La llamó Luka, deteniéndose en mitad de una calle, bajo un toldo verde que sobresalía del umbral de una tienda y les sirvió de refugio—. ¿Llegamos tarde?
—¿Eh?
—Caminas tan rápido —Le hizo notar, con su sonrisilla tranquilizadora—. Casi te has quedado sin respiración.
—Oh, no es... —La chica respiró hondo, apretándose el estómago con los brazos tan fuerte que Luka se dio cuenta. En lugar de comentárselo, alargó sus manos para atrapar las de ella y las separó de su abdomen. Le movió los brazos con suavidad, le dio un apretón en las palmas y torció la cabeza.
—¿Va todo bien?
—¡Sí! —exclamó ella sin pensar, pero él sostuvo su mirada, callado, a la espera de algo más, aunque con una calma que no la hizo sentir atosigada. Era ridículo tratar de disimular cuando él ya debía haber notado cómo temblaba—. Me pone un poco nerviosa esta fiesta.
—¿Y eso?
Marinette apretó los labios y bajó la vista.
—Es... por Adrien —confesó.
—Sí, ya he notado que te pones un poco nerviosa cuando él está delante —reconoció Luka sin ningún problema.
—No... ¡O sea sí! ¡Me pasaba! O me sigue pasando... —Hizo una mueca, entrecerrando los ojos, agarrándose con más fuerza a las cálidas manos de su amigo sin darse cuenta—. Adrien y yo no nos llevamos muy bien estos días y va a ser raro verle en la fiesta.
—¿Os habéis enfadado?
¿Cómo responder a esa pregunta?
Ella sí había estado enfadada con Adrien al principio, semanas atrás, pero ya no lo estaba. ¡Lo había intentado! Pero ese sentimiento se había ido deshaciendo, como la arena mojada en una corriente de agua, y ya no le quedaba ni rastro de ira o rencor. Por otro lado, Adrien se había estado mostrando preocupado, desilusionado por las circunstancias e impotente, pero el día anterior, cuando anunció que invitaría a Kagami a la fiesta, lo había hecho con un tono más seco de lo normal. Puede que se hubiese hartado de ella, de su actitud despegada o solo de esperar por una autentica reconciliación. Puede que hubiese comenzado a odiarla al descubrir que no valía tanto la pena.
Era una posibilidad en la que prefería no pensar.
—Quizás la fiesta sea una buena oportunidad para que hagáis las paces, ¿no crees?
Ojala todo fuera tan fácil...
Marinette tenía la cabeza del revés y el corazón oprimido. A veces deseaba con todas sus fuerzas arreglarlo todo con Adrien y volver a esa relación amable y cercana que tenían antes del malentendido, pero otras muchas veces se seguía repitiendo que cuanto más se alejara de él, antes le olvidaría. Y cuando estuviera libre de su total influencia podría entregarse al amor con Chat Noir, que era quien, de verdad, le convenía y el único que jamás la haría daño.
Chat Noir estaba cada vez más presente en sus pensamientos y sin embargo, había tenido que admitir ante Tikki que, cuando el héroe se apartó de ella la noche del arenero justo antes de besarle, una parte de ella había sentido un leve alivio que no comprendía y la enfadaba.
—Adrien ha invitado a Kagami a la fiesta —informó a Luka—. Ni siquiera notará que yo estoy allí.
La calmó poder decirlo en voz alta, y por suerte, su amigo no reaccionó con sorpresa, ni haciéndole mil preguntas sobre el significado de tales afirmaciones. Sus manos grandes y acogedoras se movieron hasta sus codos, llamando su atención. Su rostro afable se había acercado un poco más a ella.
—Claro que sabrá que estás allí —Afirmó con rotundidad—. Adrien y tú tenéis algo muy especial.
El corazón de la joven dio un brinco doloroso.
—¿Cómo?
—Una melodía hermosa que se estira del uno al otro, como si no tuviera fin —Le explicó—. La escuché el otro día en la pista de hielo, ¿no te diste cuenta?
>>. Él siempre está pendiente de ti, te busca sin parar sin saber por qué, su corazón se lo dicta y él obedece. Tú, en cambio, si sabes porque lo buscas a él, ¿o no?
—Yo... —Marinette se atragantó, con el rostro muy rojo.
—Los dos sois conscientes de cuando el otro anda cerca —Luka continuó, sin alterar el tono sosegado de su voz que, a pesar de ello, sonaba más real que cualquier otra cosa que ella hubiese escuchado—. Y los dos estáis deseando hacer las paces.
—¿Cómo puedes saber eso?
—Estoy seguro —La soltó los codos y, con delicadeza, le tomó una de las manos y retomó el camino hacia la fiesta—. Sé que te preocupa cómo vayan a ir las cosas, pero me tienes a tu lado, Marinette.
>>. Todo irá bien.
La chica se quedó sin habla, tan conmocionada por el discurso, como conmovida por el modo en que éste había removido sus sentimientos dentro de sí. Una vez más se recordó lo afortunada que era por tener a Luka; un amigo que lo comprendía todo aun cuando era incapaz de hablar con claridad y que le tendía su mano, adivinando sus necesidades antes incluso que ella.
Esbozó una pequeña sonrisa y apoyó la cabeza en el hombro del chico, caminando mucho más tranquila.
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La entrada de Le Grand Paris había sido engalanada con figuras hechas de globos en tonos dorados y plateados que dibujaban espirales hasta las plantas de arriba del edificio, los macetones con plantas que solían estar a ambos lados de las puertas habían sido retirados, colocados en fila y decorados con lucecitas de colores que titilaban, haciendo guiños a los recién llegados.
No había portero a la vista, la entrada era libre, y ahí estaba, por supuesto, la gran alfombra roja que tanto preocupaba a Chloe. Partía desde la carretera que había frente al edificio y se internaba en el hall, con una sofisticación que arañaba la vista. Marinette respiró hondo cuando sus taconcitos se hundieron en ella al entrar en el hotel y fue recibida por un ambiente ruidoso y festivo sin parangón.
Gran parte del instituto Françoise Dupont estaba ya allí, vestidos con atuendos a la moda y formando corrillos en torno a las mesas repartidas por el lobby, repletas de comida, más globos y manteles de los mismos colores. Al fondo, donde solía estar el mostrador de recepción, habían colocado una mesa de mezclas y un tipo, con gafas de sol y auriculares enormes, ponía una canción tras otra.
—Vaya, está todo muy diferente —murmuró Marinette, sobrecogida.
Echó un vistazo a los rostros felices que llenaban la estancia y sus ojos no tardaron en arrastrarla hasta lo que buscaba en realidad, aunque fuera, de igual modo, lo último que habría querido ver nada más llegar.
Junto a una de las mesas con refrescos estaban Adrien y Kagami. Ella lucía un elegantísimo vestido rojo ceñido que favorecía sus finos rasgos y el oscuro resplandor de su melena. Adrien, frente a ella, estaba tan guapo como siempre con un atuendo, mucho más formal de lo habitual, de la marca de su padre.
Quiso apartar la mirada de ellos al instante, pero le fue imposible, porque casi en el mismo momento en que ella ponía sus pies allí, el cuello de Adrien se giró, como si la hubiese presentido y la encontró. Su mirada se prendió a ella con fuerza, sin que mediara ningún tipo de disimulo por su parte. La admiró de arriba abajo con intensa seriedad, logrando que ella se pusiera roja y una de sus manos buscara la manga de Luka.
Esperó a que dejara de mirarla para volver a respirar, pero no ocurrió. Adrien no apartó sus ojos de ella, ni ella de él, hasta que el rostro de su acompañante se interpuso.
—¿Vamos? —El músico le ofreció la mano y Marinette, volviendo en sí, forzó una sonrisa y la tomó. Entraron juntos y por suerte, Alya y Nino los interceptaron al instante y los llevaron hasta otra de las mesas.
—¡Chica, estás guapísima! —La halagó Alya con picardía—. Y tú también, Luka.
—Gracias —respondió éste—. Estoy encantado de que Marinette me invitara a la fiesta.
>>. ¿Es cierto lo del concierto de Jagged Stone?
De pronto, Nino pateó el suelo y empezó a refunfuñar, de mal humor, de un modo que era imposible entender de qué se estaba quejando. Alya resopló, y le pasó la mano por la espalda intentando calmarle.
Marinette no entendió nada.
—¿Qué ocurre?
—Nada, que...
—¡¡¿Nada?!! —vociferó el chico, muy enfadado.
—Al parecer, no habrá concierto, después de todo —reveló Alya, quien también tenía cierto aire de fastidio en su rostro—. El concierto iba a hacerse, sí; Nino y yo llegamos temprano e incluso vimos como Jagged Stone se preparaba.
—¿Y qué ha pasado?
—¡¡Chloe!! ¡¡Eso es lo que ha pasado!!
—Chloe bajó de su habitación y puso el grito en el cielo cuando vio al cocodrilo de Stone paseándose por la recepción —Alya se encogió de hombros—. Le echó una bronca al cantante y éste se ofendió. Renegó del concierto y de toda la familia Bourgeois.
>>. Y se marchó hace una hora.
Esa era una historia bastante creíble, así que Marinette la aceptó sin dudar. Cada vez tenía un presentimiento mayor de que esa fiesta iba a ser un desastre y que haría bien en salir corriendo lo antes posible.
A pesar de todo, le sorprendió comprobar que la gente no parecía enfadada o decepcionada por la suspensión del concierto. Las exquisiteces expuestas en las mesas y la buena música del DJ parecían haberles convencido para quedarse, todos charlaban de forma animada o bailaban en la pista improvisada con entusiasmo. Todo aquello le hizo recordar esa otra fiesta que se celebró allí.
La primera vez que Adrien y yo bailamos.
Sacudió la cabeza para librarse de ese recuerdo y centró su atención en Alya, que intentaba que a Nino se le pasara el berrinche. También estaba un poco ofuscado porque no le hubieran pedido a él encargarse de la música, así que su amiga tenía un buen trabajo por delante hasta lograr animarle.
En ese instante, Marinette sintió que los pelillos de sus brazos se estiraban, advirtiéndola de algo. Se puso rígida, adivinando lo que estaba a punto de pasar y bajó la mirada justo cuando Adrien, con Kagami del brazo, aparecía para unirse a su círculo.
—¡Hola! —saludó éste, de buen humor.
—¡Tío, nos hemos quedado sin concierto! —Nino había pasado de la furia a la desesperanza a una velocidad vertiginosa, y con una mueca de pesadumbre no dudó en echarse en brazos de su amigo que lo atrapó, sorprendido, al vuelo y le dio unas cuantas palmaditas en la espalda.
—Sí, ya lo he oído...
Kagami, que se había separado del chico huyendo del entrañable abrazo, se paró frente a ella y la miró.
—Hola, Marinette —Saludó con cortesía—. Ha pasado un tiempo desde que nos vimos por última vez.
—S-sí, un tiempo —convino, nerviosa. El aspecto de Kagami era todavía más impresionante desde tan cerca, ni siquiera le hacía falta sonreír para sobrecoger con su mirada poderosa.
Marinette se apresuró a presentar a la chica a sus amigos y así desviar su atención de ella, la esgrimista no era muy sociable, pero sabía todo acerca de protocolos y normas de cortesía y eso fue suficiente para que se iniciara una conversación en la que todos podían participar. Todos menos Marinette, claro, que notaba cada una de las veces que los ojos de Adrien se movían hasta ella, retorciéndole el estómago y silenciándola sin remedio.
Se preguntó si el chico estaría planeando decirle algo, quizás hablar de lo que les estaba pasando, lo malo era que ella aún no había decidido qué hacer: ¿quería reconciliarse o persistir en su idea de mantener las distancias hasta que su corazón le hubiese olvidado para siempre?
Luka se mantuvo a su lado y le apretó la mano con gentileza para recordarle que no estaba sola, fue un gran apoyo aunque la situación siguió haciéndose cada vez más extraña hasta que la música bajó de tono y la voz del Dj se dejó oír por los altavoces:
—Y ahora todas las parejas a la pista... ¡Ha llegado el momento de bailar!
—Venga Nino —Alya le agarró del brazo y tiró de él con una gran sonrisa—. Verás cómo te anima bailar una lenta.
La música cambió a una nueva melodía, más calmosa y de notas altas, que atrajo a los adolescentes al centro del vestíbulo y, sin dudar, se entregaron al baile, unos en brazos de otros, el romance más meloso comenzó a flotar por la sala, materializándose en un olor dulzón que Marinette sintió invadiendo su nariz.
—Bailemos —indicó Kagami, dirigiéndose a Adrien, quien dio un pequeño respingo antes de asentir con la cabeza y marcharse con ella.
—¿Te apetece bailar, Marinette?
Luka le ofreció su mano junto a su amable sonrisa. La verdad es que no tenía muchas ganas de unirse al resto de bailarines pero, al fin y al cabo, ella había arrastrado al chico hasta allí y no quiso ser grosera.
—Claro.
Una nueva canción rompió a sonar y el movimiento de los cuerpos de la pista se adaptó a esa novedosa cadencia lenta, pero fluida, como el arrullo de las olas del mar. Era hermosa, con un inconfundible tono de melancolía y anhelo que resultaba familiar para la mayoría de los presentes.
...Soportar esta pena...
Mientras colocaba las manos en los hombros de Luka se preguntó por qué casi todas las canciones hablaban de desamor y dolor. ¿Acaso éste era inevitable cuando abrías tu corazón a alguien? No tendría que ser así, de eso estaba segura. El amor debería ser algo alegre, mágico, reconfortante y divertido. Debería ser una dicha estar enamorada y no infligir esos sentimientos de tristeza y despecho.
...Nos estamos quedando sin tiempo...
Marinette se acercó más a Luka, frunciendo los labios. Las notas de la canción estaban subiendo y la voz de la cantante parecía solo asomarse entre los acordes de guitarra, allá donde quedaba un pequeño hueco. Ella también, angustiada, se asomó por encima del hombro del chico y, no a demasiada distancia, vio a Adrien y a Kagami. No estaban abrazados y eso la alivió, aunque no quería que fuese así, pero sí se miraban con fijeza, en silencio, mientras dibujaban círculos perfectos sobre la pista.
¿Cuánto faltaría? No dejaba de preguntárselo. ¿Cuánto hasta que las cosas fueran irreparables entre Adrien y ella?
A lo mejor yo también me estoy quedando sin tiempo.
Bailar con Luka, por suerte, ayudó a que se calmara. Podía confiar en él y olvidarse de sus malditos nervios. En eso, solo en eso, le recordaba a cómo se sentía con Chat Noir, pero sin la excitación y las mariposas cosquilleándole por dentro. Luka no despertaba eso dentro de ella, en cambio Chat sí lo hacía, pero él no estaba allí. No podían bailar juntos, a no ser que lo hicieran a escondidas, en los tejados, ocultos por la noche.
...estoy a punto de derrumbarme...
A lo mejor Marinette estaba buscando un amor demasiado perfecto para que pudiera existir, por eso se sentía tan perdida, al no encontrarlo, y no sabía a qué agarrarse. Adrien lo había sido todo para ella, sin un solo fallo, podía imaginarse a los dos felices hasta el final de los tiempos y por más que quería deshacerse de esa imagen, sus sentimientos la traicionaban, recibían al mundo con desinterés y al contemplarlo, todo le resultaba gris y vacío porque él ya no estaba en su horizonte.
¿Para qué seguir caminando si ya no se dirigía a ningún lugar?
Pensar en él dolía, ignorarle dolía, verle de reojo acariciando la cintura de Kagami mientras ésta resplandecía como la más luminosa frente a él era un infierno, pero no verle era igual de terrible. Su corazón no había dejado de llorar un instante desde que empezó a apartar sus ojos de él, solo cuando estaba con Chat Noir ese dolor disminuía, devolviéndole la fantasía de que podía estar bien. De que el amor no había desaparecido del mundo, no del todo.
—¿Todo bien, Marinette? —Le preguntó Luka en un susurro, su rostro debía ser un cuadro de emociones inconsolables. A pesar de todo, asintió con la cabeza, con el pecho destrozado y buscó con la mirada a Adrien una vez más pero no le vio por ningún lado.
—Y... ¡Cambio de parejas! —rugió el DJ de improviso—. Daos la vuelta e intercambiaros con la pareja que tengáis detrás.
La mayoría de los asistentes se detuvieron, confusos y miraron por encima de su hombro. Hubo risas incómodas y guiños cómplices, por lo general, todos creyeron divertido obedecer y para cuando la música subió de volumen, el baile se había reanudado.
Marinette, como los demás, se dio la vuelta y se quedó pasmada al descubrir que habían chocado con nada más y nada menos que con Adrien y Kagami. Los cuatro se quedaron en silencio un par de segundos, mirándose indecisos. La chica se aferró a la manga de Luka, muerta de miedo.
Por el contrario, Kagami trasladó su serena mirada de uno a otro, expectante y puede que sin notar una pizca de la tensión que había surgido en torno a ellos. Decidida, extendió su mano hacia Luka y éste, con menos seguridad, no tuvo más remedio que cogerla. Se alejaron unos pasos dejando a los otros dos en mitad de todas esas parejas que los empujaban, como queriendo echarles de ese lugar. O se unían a la mayoría o se apartaban. Ese era el lugar de las parejas.
...Detendré el tiempo, si puedo estar contigo...
—No tenemos que bailar —anunció Adrien, al fin. En su voz no había enfado o rencor, sino resignación. Y al mirarle, percibió un deje de tristeza en el modo en que dibujaba una trémula sonrisa ladeada.
Toda su postura se rendía a ella, como indicándole que haría lo que le dijese. Estaba esperando que ella lo desterrara de la pista, tal y como lo había hecho del resto de lugares que habían compartido hasta entonces.
—No —siseó ella, cortada. Respiró hondo y alargó la mano hasta la de él, estaba fría, torpe cuando la rozó—. Podemos bailar.
El chico estrechó los ojos.
—¿Estás segura?
—Somos amigos, ¿no?
Por razones obvias, esa frase sonó un poco falsa, como fuera de lugar y ambos se dieron cuenta, sin embargo, Adrien le apretó la mano y asintió. Y ahí estaba la primera chispa que le recorrió el estómago embutido en su vestidito, solo por ese leve roce, una energía exquisita se despertó en ella.
Inspiró con disimulo y permitió que el chico la atrajera hacia él, le colocara las manos sobre sus hombros y después, posara las suyas a la altura media de su espalda. Marinette soltó el aire retenido al dar el primer paso y se sintió mejor, menos tiesa; creyó que eso sería buena idea: contar sus respiraciones para no pensar en lo que sentía estando tan cerca de él, notando las palmas de sus manos apretando con delicadeza su cuerpo.
Uno, dos, tres rezó para sí. Perdía la cuenta con facilidad, así que bajó los ojos y empezó a contar las vueltas que daban. Una, dos, tres... Pero mirando hacia abajo fue más consciente del momento exacto en que Adrien arrimó su cuerpo al de ella, uno de sus pies invadió el espacio de los suyos y sus codos chocaron contra el torso de él. Marinette empezó, entonces, a contar escalofríos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis...
—¿Marinette?
Su voz llegó bajita hasta su oído, acelerándole el corazón de golpe.
¡Siete, ocho, nueve, diez, once, doce...!
Se ahogaba, no podía respirar bien. Sentía la urgente necesidad de alzar su mirada, porque ya dolía demasiado no ver su rostro, así que lo hizo. Marinette le miró, al fondo de su mirada tierna, entregada y su cuerpo se estremeció.
Lo que ocurrió entonces fue algo insólito. En lugar de echarse a temblar y ponerse a decir tonterías como solía ocurrirle, Marinette sintió el impulso de estirar sus manos, de los hombros a la nuca de Adrien. Alargó los dedos y rozó la piel, con suavidad y sin apenas vacilar, con una devoción descarada. ¡No supo cómo se atrevió a hacerlo! La mirada del chico se hizo más grande ante el contacto, ella se asustó, y entonces, él bajó sus manos en una caricia larga hasta su cintura, apretando más y poco a poco, cerró los ojos. Los cerró, abstrayéndose de todo, concentrándose en otra cosa. El rostro de la joven se encendió como una antorcha.
¿Qué está pasando? Se preguntó, descolocada.
...No puedes hacer que esta chica deje de estar enamorada de ti...
Las palabras la atravesaron como un torbellino, hablándola a ella, un mensaje directo a su corazón. Por más que quisiera engañarse y renegar de todo, esa era la única verdad. Adrien era el chico al que amaba con todo su corazón, y jamás nada conseguiría que dejara de hacerlo. Bastaba con tenerle cerca para que todo su cuerpo se activase, ardiese de emoción, temblara de miedo e incluso eso le gustaba, porque era algo tan abrumador que no podía compararse a ninguna otra cosa.
Y eso solo lo conseguía él.
—¡Nuevo cambio de parejas! —anunció el DJ, aullando con maldad a través de los pedazos rotos de una burbuja resquebrajada—. ¡Buscar a vuestra pareja inicial que la canción está a punto de terminar!
Adrien abrió los ojos, descolocado. Sus manos se afianzaron a su cintura en lugar de aflojar el agarre.
—Marinette —La llamó y ella estuvo a punto de decir también su nombre, sin motivo alguno, pero los segundos colisionaron contra ellos.
—Adrien.
Fue Kagami quien habló, tan alta y firme, a su lado, con una mano extendida hacia él. Los dedos del chico se resistieron, arañando la tela de su vestido, pero acabaron desprendiéndose y su rostro, se volvió hacia la recién llegada que, con premura, lo agarró de la mano y se lo llevó de allí.
Marinette se quedó mirándolos, muy confundida, devastada. Ni siquiera la presencia amable de Luka la consoló después de eso.
—¿Todo bien? —Le preguntó.
No podría ser peor, pensó compungida. Ahora que era tan dolorosamente consciente de cuáles eran sus sentimientos, éstos la estrangulaban y le quemaban la piel. Se frotó los brazos, movió la cabeza sin saber qué decir. Miró hacia abajo y los ojillos, preocupados, de Tikki asomaron por la rendija del bolsito. Marinette lo cerró a toda velocidad.
—Perdona, Luka —Se excusó, pasándose una mano por los ojos—. Tengo que ir al baño.
Echó a correr, despavorida, abriéndose paso entre las demás parejas hasta las enormes puertas del lobby y notó un gran alivio cuando el aire limpio y refrescante del pasillo le dio en las mejillas. No sabía dónde estaba, ni cómo encontrar el baño. Frente a ella había una escalera que debía llevar a las plantas superiores donde estaban las habitaciones de los huéspedes, le pareció un buen lugar para esconderse.
Necesitaba un momento a solas para pensar.
.
.
...Dejadnos a solas...
Adrien se había quedado en un estado lamentable tras esos pocos minutos en compañía de Marinette. Junto a ella, sus sentidos se habían agudizado de una manera escandalosa, lanzando contra él con violencia los olores de la sala, las notas de aquella canción tan triste, la textura abrasadora de las manos de la chica en su nuca. De golpe y porrazo, cuando ya se había acostumbrado a ello y disfrutaba percibiéndolo, todo desapareció.
Era como si de pronto le hubieran cogido del cuello, sacándole del mundo, y le hubieran arrojado a un lugar oscuro donde no había nadie más. Eso era lo que sentía. Si Marinette no estaba, el resto del mundo también se desvanecía y la soledad regresaba para acecharle como cuando era un niño.
Puede que por eso le costara atender lo que Kagami le estaba diciendo, y cuando lo hizo, fue incapaz de comprender.
—¿Eh?
La chica chistó, arqueando las cejas.
—Ya veo que la respuesta es no.
—¿Respuesta? ¿A qué pregunta?
—¿Estás listo para cambiar de objetivo? —pronunció ella—. No, no lo estás.
Otra vez esas palabras, él seguía sin saber a qué se refería. Por suerte, Kagami no perdía la paciencia con facilidad, ni siquiera cuando tenía que explicar lo mismo varias veces. Parecía tan cómoda y dispuesta como siempre.
—Hace unas semanas me dijiste que te sentías atascado —Le recordó—. Que por más que intentabas lograr algo, no lo conseguías.
>>. Y yo te dije que debías cambiar de objetivo.
Por fin recordó aquella conversación, en el vestuario, tras otra de sus clases juntos. El día en que Ladybug había rechazado por millonésima vez la rosa que le había regalado, junto a sus sentimientos y él había estado tan triste y frustrado que no pudo guardarlo para sí.
¡Parecía que hubiese pasado un siglo!
Por supuesto que se acordaba, entonces, él sabía que no estaba listo para cambiar de objetivo, es decir, que no estaba preparado para renunciar al amor de Ladybug.
Pero, ¿por qué le hablaba de eso en aquel momento?
—Ya me di cuenta el día de la pista de hielo —reconoció la chica—. Aunque quise guardar una pequeña esperanza para mí.
>>. Ni puedes, ni quieres olvidarte de ella, ¿verdad, Adrien?
El chico frunció el ceño.
—¿De quién hablas?
—De Marinette —le respondió, sin andarse con rodeos—. Es obvio que aún estás enamorado de ella.
¿Enamorado de Mar...? El corazón de Adrien se puso a palpitar, con atroces embestidas que le obligaron a estrechar los ojos. ¿Es obvio?
—Por eso la invitaste también a patinar —continuó Kagami—. Era al revés de cómo lo creí en un principio; lo que temías era estar a solas con ella, por eso quisiste que yo fuera.
—¡No! ¡Claro que no!
—¿Seguro?
Había estado seguro de cómo fueron las cosas ese día hasta ese momento...
¿Estoy... enamorado de Marinette?
—Deberías ser claro con ella —Le aconsejó Kagami, con una voz algo más grave y una expresión menos firme—. No puedo estar segura, pero por lo que he observado, ella también siente algo por ti.
Ya no, pensó él, bajando la mirada, desolado. Ya no me quiere.
Pensar eso le produjo tal dolor que sus pies dejaron de moverse y volvió a detenerse, solo, en medio de la felicidad de los demás.
Lo que estaba pasando era algo horrible, no se le ocurría de qué modo podía empeorar esa situación.
—¡¡Basta ya!! —Una voz estridente se alzó por encima del resto de sonidos y los presentes se pararon a la vez, mirando en dirección a la mesa de mezclas. La música se había cortado de repente y el DJ se rascaba la cabeza, sin comprender qué había pasado. A pocos metros, Chloe Bourgeois, con el rostro rojo había arrancado los cables que daban corriente tanto a la mesa como a los altavoces.
—¡Pero, ¿qué haces?! —Le gritó alguien.
—¡Vuelve a poner la música, niñata!
—¡¡¿Niñata?!! —Chloe fue como un huracán furioso hasta la mesa del Dj y le apartó de un empujón para hacerse con el micrófono, a pesar de que éste estaba desconectado como todo lo demás, se lo llevó a los labios y se puso a gritar—. ¡¡Esta fiesta es ridícula, altamente ridícula!!
>>. ¡¡Y todos vosotros también!!
Nadie se había percatado, hasta ese momento, de la presencia de la "supuesta" anfitriona en el lugar. Cuando Chloe andaba cerca siempre acaparaba la atención con sus gritos, sus malos modales o sus estrambóticos arrebatos, de modo que no era tan raro que, en medio de la armonía que se respiraba en la sala, nadie hubiese reparado en que ella estaba allí.
Pero, por lo visto, lo estaba.
Adrien, que la conocía bien, leyó sin problemas la furia temible que asomaba entre sus bellas facciones y se preguntó qué habría pasado. A lo mejor nadie la había invitado a bailar, o puede que hubiese escuchado alguna palabra en su contra. El temperamento de su amiga de la infancia era tan voluble que, bien podía ser que solo se hubiera aburrido de ver a tanta gente en su hotel y ahora quisiera deshacerse de ellos.
—¡¡¡Todo el mundo fuera de mi hotel!!! —Les ordenó—. ¡¡Ahora!!
Los invitados se miraron entre sí, calibrando si debían obedecer o no. Hubo un silencio hasta que alguien alzó una mano y chilló:
—¡Petarda!
Chloe separó los labios a causa de la impresión.
—¡¡¿Cómo te atreves, perdedor?!!
—¡Devuélvenos la música, Reina Avispa!
—¡Eso! ¡Y lárgate a zumbar a otro sitio!
Los demás empezaron a reírse y Adrien se temió lo peor.
Reina Avispa era el nombre que Lepidóptero le había dado a Chloe tras akumatizarla mientras usaba el prodigio de la abeja, gracias a lo cual había aterrorizado la ciudad con sus avispas paralizantes durante bastantes horas. Al parecer, la gente seguía recordando aquel episodio, aunque fue Reina Aguijón quien ayudó a Ladybug a vencer a Maldictador.
El rostro de Chloe se fue ensombreciendo cuanto más crecían las carcajadas entre los chicos y chicas. Hasta al DJ se le escapó una risita, y esa pareció ser la gota que colmó el vaso.
—¡Os vais a arrepentir de esto! —Los amenazó la joven rubia, presa de una ira terrible. Adrien vigiló las ventanas y la puerta, esperaba ver un akuma aparecer en cualquier momento, pero lo que aparecieron por las puertas que comunicaban al lobby con los entresijos del hotel fueron unas cincuenta figuras de metal, en tonos dorados, que se arrastraban sobre ruedas con un sonido vibrante y que no tardaron en formar una barrera entre Chloe y los invitados.
—¿Qué es eso? —preguntó Nino, a su lado.
—Parecen los robots de seguridad de la nueva línea Tsurugi —opinó Kagami—. Mi madre me comentó que el alcalde le había comprado varias docenas para un proyecto de seguridad ciudadana.
—¿Y por qué no están patrullando las calles? —preguntó Alya, sin apartar sus ojos de las máquinas.
—Esto no es bueno —siguió Kagami sin alterarse demasiado—. Pueden llegar a ser extremadamente violentos.
—¡¿Violentos?!
—Depende de la configuración —Les explicó—. Y de quién tenga el control remoto.
—¿Ese control remoto? —inquirió Adrien, señalando un pequeño mando dorado que Chloe tenía en su mano alzada por encima de su cabeza.
Los robots empezaron a rugir, sus motores se recalentaron, como si fueran a salir disparados contra el gentío. Chloe sonreía fuera de sí.
—¡No seas loca, Chloe! —Le gritó alguien, de un modo poco acertado—. ¡Diles a tus robots que se vayan!
—Os he dado la oportunidad para que os fuerais de manera pacífica —Les recordó la chica, jugueteando con el control entre sus dedos de uñas filosas—. Ahora pagareis las consecuencias de no obedecer.
—Chloe, por favor, no lo hagas —Adrien lo intentó, abriéndose paso entre la gente para acercarse a la chica. Ésta le miró, con menos rencor que al resto pero sin que ninguna otra emoción naciese en su rostro—. Habías empezado a cambiar, ¿recuerdas?
—¡Tú sí que has cambiado, Adriancito! ¡Pero para peor! —Replicó, estirándose sobre sus pies para mirar en torno a él—. Por cierto, te he visto bailando antes con la panadera... —La buscó por la sala pero no la halló—. ¿Dónde se esconde Dupain-Cheng?
Adrien no se había dado cuenta de que ya no estaba en la sala, pero se alegró de que estuviera a salvo de los robots.
—Tíos, tenemos que salir de aquí —Les susurró Nino y los demás estuvieron de acuerdo. De hecho, varias personas habían empezado ya a retroceder hacia la salida que tenían a su espalda. La puerta seguía abierta y quisieron pensar que si alcanzaban la calle, Chloe no se atrevería a enviar a sus robots fuera, a un arriesgo de provocar un accidente.
—Venga, vamos, antes de que se dé cuenta —Los apremió Alya.
Por desgracia, demasiados estudiantes echaron a correr hacia la puerta al mismo tiempo y Chloe fue rápida y letal al lanzar la orden a sus esbirros de metal. La columna de robots arrancó de manera sincronizada en dirección a la puerta y aunque algún afortunado logró escabullirse, la mayoría tuvieron que frenar en seco y retroceder cuando los robots formaron una fila impidiéndoles la salida.
—¡Pero, ¿no quería echarnos?!
Los chicos empezaron a chillar asustados, sobre todo cuando en los robots se encendió una lucecita roja que parpadeaba, cada vez más rápido, con un zumbido de fondo que no auguraba nada bueno.
—¡Nos van a disparar! —exclamó alguien.
—¡Dispersaos!
Ahí se desató el caos.
Todo el mundo echó a correr en distintas direcciones, intentando alcanzar la puerta que tuvieran más cerca para escapar de la recepción. Había gritos, histeria, golpes cuando en su huida alguien tiraba una mesa o una jarrón de decoración. Algunos se cayeron al suelo y se arrastraban en busca de refugio bajo los sillones que había al fondo, otros aporreaban los botones de los ascensores en un inútil intento de huir más rápido.
Adrien se alejó de sus amigos al comprobar que estaban a salvo y corrió hacia una de las puertas. Se internó en uno de los pasillos enmoquetados que partían del hall y echó a andar en la dirección contraria al resto de la gente que transitaba por allí. Plagg, que no hacía más que rebotar contra su pecho, refunfuñó:
—¡Tu amiga ha perdido la cabeza!
Adrien siguió avanzando a toda velocidad, dejando tras de sí mil pasillos distintos sin encontrar un lugar adecuado para esconderse.
—Es hora de que Chat Noir intervenga —Susurró.
—Pero no hay ningún akumatizado.
—¡No importa! —Le espetó al espíritu—. ¡Esos robots pueden herir a alguien de un momento a otro!
Por fin, vislumbró algo que podía ser una solución. Atravesó la única puerta que halló entreabierta, sin notar en un primer momento que ya había luz en la estancia, el olor exagerado e intenso a comida distrajo el resto de sus sentidos. Cerró tras de sí y cuando ya estaba abriéndose la solapa de la chaqueta para que Plagg saliera, percibió otra presencia con él.
—¿Adrien?
Se dio la vuelta, aplastándose la chaqueta contra el pecho y empotrando la espalda contra la madera por la sorpresa.
—¡Marinette!
La chica estaba sentada sobre unos sacos amontonados al fondo de lo que parecía ser una despensa del hotel. Había estantes con latas en conserva, sacos de legumbres y utensilios de cocina sin usar que se disponían de cualquier forma en aquel cuarto, casi en penumbras, pues la única luz que había era una solitaria bombilla que colgaba del techo.
—¿Qué haces aquí?
—Ah... —Adrien respiró hondo, sin dejar de alisarse la chaqueta contra el cuerpo. Al parecer la chica no había llegado a ver Plagg—; pues hay problemas.
—¿Problemas?
—No te asustes —Le indicó, alzando las manos y dando un paso hacia ella—. Chloe ha soltado un grupo de robots contra los invitados de la fiesta.
—¿Qué? —En ese instante, los gritos y pasos desesperados de aquellos que seguían buscando refugio se escucharon, con gran claridad, al otro lado de la puerta. Los ojos de Marinette se abrieron de golpe y se puso en pie de un salto—. ¿Robots?
—El alcalde los compró a la empresa Tsurugi para usarlos como patrulleros de seguridad ciudadana y Chloe, por desgracia, se hizo con el control remoto —Le siguió explicando—. Algunos comenzaron a burlarse de ella y quiso usar los robots para echarnos del hotel.
>>. El problema es que todo se ha complicado y ahora, más bien, estamos encerrados aquí con esas máquinas.
—Pero... Alya, Luka... ¿están bien?
—¡Sí, sí! —Le aseguró, porque así era cuando se marchó—. Cuando nos separamos ellos estaban bien.
>>. Todo el mundo corrió para esconderse, fue un caos, y me temo que les perdí de vista.
¡No le había quedado más remedio! Como Adrien no podía hacer nada para ayudar a sus amigos, por eso se escabulló en cuanto pudo con la única idea de transformarse en héroe y detener a esos robots.
Tengo que irme. No le gustaba la idea de dejar a Marinette allí sola, pero Chat Noir tenía que aparecer ya.
De pronto, un par de pitidos, casi idénticos, hizo vibrar sus teléfonos. Adrien se mordió el labio, ansioso, al pensar que aquello fuera una alerta akuma, cosa que no sería tan extraña que hubiese ocurrido teniendo en cuenta el estado de terror y pánico que Chloe Bourgeois había provocado.
El rostro del alcalde apareció en sus dispositivos, pero no para anunciar un nuevo ataque de Lepidóptero.
—Estudiantes del Françoise Dupont —comenzó a decir. Reconocieron tras él las paredes sobrias de su despacho, los estaba hablando desde ese mismo hotel—. Me gustaría empezar tranquilizándoos tras este... pequeño incidente en que ha resultado la fiesta.
¿Pequeño incidente? Pensó Adrien.
—¡No os alarméis! ¡Todo está bajo control! —Les aseguró, aunque su mueca de terror le traicionaba—. Que todo el mundo se quede donde esté, siempre y cuando los robots no os detecten, estaréis a salvo.
Se escuchó, entonces, otra cosa. Un chasquido fortísimo que hizo retumbar el edificio entero, en especial las vigas de madera que sostenían la pequeña despensa donde ellos estaban.
—¿Qué ha sido eso? —murmuró Marinette.
—Acabo de activar el sistema de seguridad del hotel —anunció el alcalde—. Todas y cada una de las puertas tienen un mecanismo que permiten su cierre instantáneo desde mi despacho.
>>. Los robots no podrán entrar donde os hayáis escondido.
—¿Y la gente que se haya quedado encerrada en el mismo sitio que los robots? —Se preguntó Adrien en voz alta sin dar crédito.
Marinette, por su parte, se acercó a la puerta e intentó abrirla sin éxito.
—Nos ha encerrado de verdad.
—Muy pronto me haré con el control remoto y toda esta situación estará resuelta... —Se atrevió a esbozar una sonrisa sudorosa y enclenque—. No os olvidéis de que el ayuntamiento siempre se preocupa por vuestra segurid... —La puerta del despacho del alcalde se abrió de repente y éste soltó un chillido al tiempo que el móvil con el que se grababa daba un respingo. Llegaron a ver los carísimos zapatos blancos de Chloe en el encuadre.
—¡¿Con quién estás hablando, papi?!
—¡Con nadie, cariño, con nadie! —Y la comunicación se cortó de golpe.
Adrien se guardó el teléfono en el bolsillo.
¡Aquello era un desastre!
Estando encerrado no podía transformarse en Chat Noir. Podría hacerlo y usar su poder para destruir la puerta, pero entonces Marinette descubriría su identidad y eso no podía ser.
Espero que mi lady venga pronto a ayudarnos, pensó, tomando asiento en el suelo y abrazándose las rodillas flexionadas, con resignación. Ahora todo depende de ti, bichito.
.
.
—Seguro que Chat Noir aparece enseguida para salvarnos.
Marinette había regresado a su asiento improvisado sobre los sacos de legumbres y había dedicado los primeros segundos de opresivo silencio a colocarse y alisarse la falda, una y otra vez, sobre las piernas. Después se puso a repasar las baldas, las latas de comida, las botellas vacías, los desconchones que lograba ver en la pared a la insuficiente luz enfermiza de la bombilla, los guijarros esparcidos por el suelo... Lo miró todo, para no tener que mirar al chico que estaba sentado con la espalda apoyada en la puerta cerrada.
La distrajo pero no tanto como para que la angustia que tenía alojada en la garganta se deshiciera y antes de darse cuenta, se puso a hablar. Adrien, sorprendido, alzó la cabeza, pues no se lo esperaba, no obstante, la mirada indecisa que le devolvió a su comentario fue muy desalentadora.
—O Ladybug —replicó él.
No, Ladybug no vendrá pensó ella con impotencia. Chat Noir era la única esperanza para vencer a esos robots y arrebatarle el control remoto a la desquiciada de Chloe, al menos mientras ella estuviera allí encerrada. ¡Qué mala suerte! Todo el día había estado esperando una excusa para ponerse su traje rojo y negro y justo cuando aparecía, le era imposible acudir porque estaba atrapada.
Y con Adrien. ¡Eso también había sido muy mala suerte! ¿Por qué ha tenido que ser él el que entrara aquí?
Tenía que calmarse, porque alimentar sus nervios no serviría mientras no tuviera libertad de movimientos. Chat Noir llegaría de un momento a otro y resolvería la situación. Por suerte, solo eran unos cuantos robots, no había ningún akuma que purificar, de modo que ella no era imprescindible esta vez. Se repitió eso unas cuantas veces hasta que logró serenarse un poco, al menos con respecto a los problemas que había al otro lado de la pared.
Los que había dentro, a pocos metros de distancia de ella, eran otro asunto.
Si ya habría resultado incómodo quedarse encerrada con Adrien estando las cosas como estaban entre ellos, después de lo que había pasado durante el baile que habían compartido era mucho peor. ¡Ni siquiera comprendía bien que había pasado! Todo había sido muy extraño: el ambiente, la música, el recuerdo de su primer baile... Le había afectado y se había dejado llevar por sus impulsos. Y él también, claro, porque Adrien también se había comportado de un modo insólito. Y ahora estaba ahí, envuelto en un muro de silencio, con la mirada clavada en el suelo y la cabeza un poco torcida hacia la puerta, atento a lo que pasaba fuera, como si a ella ni siquiera la percibiera.
A lo mejor él no habla, porque cree que yo no quiero que lo haga, se le ocurrió. Y en parte, no estaría del todo equivocado de pensar así, pues Marinette se echaba a temblar tan solo de imaginarse manteniendo una conversación con él ahora.
¿Qué le diría?
Ni tan siquiera sabía cómo comportarse ya delante de él. Parecía mentira que hubieran llegado hasta esa situación por lo que pasó en la pista de hielo.
Ojala nunca me hubiera ofrecido a acompañarle...
Mirándolo de ese modo, casi todo lo que había pasado era culpa suya. Por haber querido meterse donde nadie la había llamado, por ser tan cabezota, por tomarse tan mal los sentimientos de su amigo, por no haberle dicho a las claras lo que había llegado a sentir por él desde el principio y, en lugar de eso, andar armando planes ridículos que no servían de nada.
Y por eso es que él prefiere a Kagami, se dijo con pesar. Ella no habría hecho estas tonterías.
Se merece el amor de Adrien más de lo que yo lo he merecido nunca.
—¿Marinette? ¿Estás bien?
—¿Eh?
Adrien la miraba desde su rincón, con el ceño fruncido porque ella se había ido encogiendo, cada vez más sobre sí misma, y apretaba los puños con los brazos pegados a sus costados.
—Sí, tranquilo —respondió, aflojando las articulaciones.
—No te preocupes, seguro que pronto saldremos de aquí.
—Sí, lo sé.
Inspiró con fuerza y dejó salir el aire despacio, estirando los brazos y las piernas para, después, retomar la segura tarea de colocar y alisar su falda sobre sus piernas.
—¿Cómo es que no estabas en la sala cuando pasó lo de los robots? —quiso saber él.
—Estaba buscando un baño —respondió de forma automática, luego recordó que se habían encontrado en una despensa y tuvo que rectificar—; ¡pero no lo encontré!
>>. Y soy tan despistada que me metí aquí por error.
—¿Y qué hacías sentada sobre esos sacos?
—¿Eh? ¡Ah! ¡Nada, nada! —Movió una mano frente a su rostro y sonrió—. ¡Descansar!
>>. Y tomar un poco de aire, ya sabes...
Adrien asintió con calma, pero sus brazos se estiraron para estrechar con más fuerza sus piernas y su cuerpo dibujó un suave balanceo sobre el suelo. Adoptó una expresión vacilante, entre una sonrisa y una mueca.
—Por un momento pensé que te escondías de mí...
—¡¿Qué?! ¡No, no! ¡Claro que no!
—Como estos días prefieres no estar en la misma habitación que yo.
—¡Por supuesto que no! —exclamó ella, nerviosa—. Ya te dije que te había perdonado y todo estaba bien.
Adrien volvió a bajar la cabeza, como dando por buena esa excusa que ambos sabían de sobra que no era del todo cierta. Porque él debía saber, o como mínimo intuía, que ese perdón que ella le había dado no era tal, y que las cosas seguían mal entre ellos. Por su predisposición amable de siempre, Marinette creyó que guardaría silencio y no indagaría más en el asunto; una parte de ella pensó eso, pero otra, angustiada, no le quitó los ojos de encima. Leyó con avidez sus gestos y su expresión facial en un bobo intento de anticiparse a algo, pero no lo logró.
El chico volvió a estirar el cuello, todavía con las cejas fruncidas y un arco triste en los labios.
—¿No hay nada que yo pueda hacer para que me perdones de verdad?
La voz rota con que formuló esa pregunta tuvo el mismo impacto que las malditas frases de aquella canción, apuñaló a Marinette, que volvió a encogerse, presa de la culpa y de un silencio que la dejaba sin aire en los pulmones.
—Te he perdonado, Adrien —insistió—. De verdad.
—¿Crees que yo quería hacerte daño? —volvió a preguntar él—. ¿De verdad?
—No —Cogió aire, para levantar la mirada—. Sé que tú no le harías daño a nadie.
—A ti menos que a nadie —declaró Adrien con una firmeza que sobrecogió el corazón de la chica. Apretó los labios y se irguió sobre sus rodillas, para avanzar un poco hacia ella—. Aquel día, en la clase, cuando me hablaste sobre lo de ir a patinar nosotros solos...
—¡Está todo bien! —Le interrumpió ella, levantando sus manos y meneando la cabeza—. ¡No hace falta volver a hablar de eso!
Pero Adrien no cambió su expresión, y se acercó un poco más, hasta colocarse frente a ella y su frágil barrera, justo debajo del haz de luz polvorienta de la bombilla que iluminaba sus rasgos contraídos por un dolor viejo, grabado en su piel desde hacía mucho y que ella no había notado hasta ahora.
—Parecías tan nerviosa, casi incómoda, ante la idea de que fuéramos solos —continuó él de todos modos—. No sé por qué, pero parecía que no te atrevieras a decirme que no.
La chica, alterada por su cercanía, se retrotrajo aún más sobre los sacos en los que estaba sentada y se abrazó a sí misma.
—Yo iba a decirte justo lo contrario —admitió—. Sí quería ir a patinar contigo.
—No me di cuenta —Se lamentó él—. Ya sabes que a veces me cuesta comprender a los demás, saber cómo comportarme... —Apoyó las manos en el suelo y arqueó su espalda, acercándose más a ella, como buscando su mirada—. No quería que te sintieras mal por tener que rechazar mi invitación, por eso lo negué y dije aquellas cosas.
—Dijiste que era una tontería...
—¡Lo sé! —declaró—. Me acuerdo —Su expresión se tornó aún más desconsolada que antes—. Pero no era verdad.
—¿No?
—Claro que no —Marinette se fijó en las manos del chico, sobre el suelo, tan cercanas a sus piernas dobladas que con estirar uno de sus dedos la habría rozado. Aunque, ¿por qué haría algo así? —. Si a mí me encanta estar contigo —Ante esas palabras, fueron sus propias manos las que resbalaron sobre la tela del vestido, acercándose a las de él. Quizás Adrien no se dio cuenta porque la miraba solo a ella—. Por eso esta situación se me hace tan difícil.
>>. Que no me hables, que no me mires, sentir que cada vez que me acerco a ti tú solo quieres escaparte es...
Marinette meneó la cabeza. Alargó los dedos de su mano derecha, estaban tan cerca de los nudillos de él que podía sentir la electricidad.
—Eso no es...
—Es insoportable —Zanjó y los dedos de ella se contrajeron, de vuelta al puño. Levantó sus ojos y se encontró con una tristeza tan inmensa frente a ella que enmudeció sin remedio—. Porque tú eres muy importante para mí, Marinette, creo que no te imaginas cuánto.
>>. Estar separado de ti es... de lo peor que me ha pasado.
Se le secó la garganta de la impresión porque reconocía la sinceridad en Adrien. No podía dudar de que cada palabra que le estaba diciendo era real, y esa congoja que crecía en su mirada herida también lo era. Le congeló la sangre, los latidos... no pensó, nunca, que estuviera sufriendo de ese modo solo por ella.
—Adrien, yo...
—Solo fue un malentendido —repitió él y entonces, un brillo terrible asomó en el filo de sus ojos y la voz se le encogió—. Necesito que todo vuelva a estar bien entre nosotros, como antes, por favor, Marinette.
Esa sombra fantasma del llanto que se intuía en el chico fue suficiente para removerlo todo dentro de ella. ¿Qué estaba haciendo? Sabía que las cosas no podían ser como antes porque había descubierto que sus sentimientos por él eran aún más fuertes de lo que creía y eso la asustaba. Pero eso no era excusa para tratarle así, para ignorarle y alejarle de ella tan solo por la tonta esperanza de arrancárselo del corazón.
Eso nunca pasaría.
Y hacer daño a alguien a quien amas tanto es la peor sensación del mundo.
—Lo siento —respondió ella y notó las lágrimas también en sus ojos, aunque intentó retenerlas—. Yo no quería hacerte sentir así —Le rozó las manos y Adrien las atrapó al vuelo entre las suyas—. Me siento muy mal.
Una lágrima se le escapó y lamió el perfil de su rostro. Él meneó la cabeza.
—No te pongas así —Le rogó, bajando los párpados un momento. Al abrirlos, sus ojos también estaban rojos—. Nunca te había visto llorar, y no me gusta nada.
Marinette se encogió de hombros porque no podía evitarlo. La inundó el mismo impulso que tuvo en su balcón con Chat Noir, deseaba alargar los brazos y abrazar al chico que tenía frente a ella, demostrarle cuánto le quería aunque no pudiera decírselo en voz alta y también, aunque la avergonzara, deseaba que él la consolara. Pero se resistió, creyó que no lo merecía, podía contentarse con apretar sus manos.
Solo que fue Adrien quien dio el paso, estirándose hacia ella y atrapándola entre sus brazos con fuerza. Marinette cerró los ojos al instante y se refugió en su hombro, más lágrimas salieron disparadas, de un modo menos escandaloso. Se agarró a sus brazos y se apoyó en él. Escuchó el sonido de los guijarros arañando el suelo bajo las piernas del chico cuando éste se acercó más y sus rodillas chocaron contra los sacos que había tras ella. La apretó con fuerza al principio, con urgencia incontrolable y después, sus manos aflojaron y se deslizaron por su espalda con delicadeza. Por un momento, tuvo la misma sensación que en casa del Maestro Fu, abrazada a Chat Noir, quizás porque los dos estaban en el suelo como aquella vez y la escasa luz le permitía ver poco de lo que la rodeaba.
O porque con Adrien podía llegar a sentirse tan bien y segura como cuando estaba con Chat Noir.
Las manos del chico se movieron desde su espalda hasta sus codos justo cuando ella se incorporaba un poco para respirar. Quizás porque él pensó que se alejaba demasiado pronto o porque ella no calculó bien, sus rostros quedaron a escasos milímetros el uno del otro, las sombras se movían sobre sus caras pues algún golpe del piso superior hizo que la bombilla se tambaleara, creando la ilusión de que se movían, se acercaban y se separaban el uno del otro.
No supieron quién de los dos se movió de verdad pero, en un balanceo especialmente violento de la bombilla, su luz se alejó, dejándolos sumidos en las sombras y antes de que regresara, Marinette notó los labios de Adrien sobre los suyos.
.
.
Amor.
Brota con tanta naturalidad de nosotros cuando somos niños hasta nuestros padres, abuelos, amigos; pensamos que es el sentimiento más simple del mundo, el más amable. Pero eso no siempre es así, al menos cuando creces un poco, se vuelve algo complejo y escurridizo.
¿Quién podía entender las consecuencias de esas mariposas que te arañan el estómago?
Adrien había tenido amor de muy pequeño, y como todos los demás, lo había dado por hecho como algo que siempre estaría presente en su vida. Las pérdidas que más tarde golpearon su inocente existencia empezaron a mostrarle la otra cara del amor: la del dolor que llevaba, a menudo, cosido a su espalda. Habiendo perdido a su madre y asistiendo al lento alejamiento de su padre, el amor se descoloró para él, se deformó, adquirió un sabor agridulce del que ya no se deshizo nunca.
Porque el amor que él había sentido por Ladybug nunca fue de fuegos artificiales y sabor del algodón de azúcar. La heroína había estado rechazando sus sentimientos una y otra vez y por más que el chico celebrara y se emocionara como un iluso con cualquier avance que hubiera entre ellos, el regusto agridulce seguía estando ahí. En el mismo lugar. Y vaya, podría haberse conformado con eso. Si aquella noche, en lugar de vacilar, hubiese respondido al beso de la heroína y ese hubiese sido el sabor de sus labios, él lo habría aceptado, y lo habría adorado, por supuesto, como adoraba todo de ella. La felicidad que hubiese experimentado habría convertido ese pequeño detalle en algo tan insignificante que podría haber vivido el resto de su vida así. Con un sabor agridulce, que era mejor que nada.
Pero la humillante verdad fue que, esa noche, Chat Noir se apartó. No degustó el beso de Ladybug y era ahora, en esos instantes, que empezaba a intuir que todo había ocurrido de ese modo para que fuera Adrien quien besara a Marinette.
No estaba seguro de que hubiera sido iniciativa suya, en verdad, él se había visto sorprendido por esa ternura acariciando su labio inferior, en la oscuridad y su cerebro se quedó paralizado. Su conciencia y racionalidad se volvieron líquidas, pues las ideas viajaban como burbujas transparentes de un lado a otro, dejándose ver solo a medias.
La luz se había ido, pero captó el resplandor de ésta cuando ya se precipitaba sobre ellos, de modo que Adrien cerró los ojos y empujó su rostro hacia delante, separando sus labios y aspirando el aliento de Marinette.
Recordó lo efímero que fue en casa del maestro Fu y por miedo, las manos de él se alzaron para atrapar el rostro de la chica, con las puntas de sus dedos, sin ejercer apenas presión, para transmitirle que no se alejara de él.
No fue agridulce, en absoluto.
El aroma floral de la chica flotaba, ahora, imponiéndose al olor de los alimentos encerrados en aquella despensa y su boca aún tenía los dulces efluvios del azúcar de algún pastelillo, era tan suave su piel, tan fresca entre sus dedos que el corazón de Adrien no dejaba de botar, de inflarse, de retorcerse, de emitir escalofríos de colores que le recorrían entero. Siguió besando a la chica hasta que ésta se aferró a sus brazos, estirándose hacia su encuentro. Ya no huiría más de él. El beso se detuvo un momento, entre las respiraciones agitadas de uno y otro. La luz bailaba en el techo, alargaba y recortaba sombras sobre ellos. Las manos de Adrien ascendieron un poco por aquel rostro sublime, su nariz se deslizó por esos contornos como una mariposa aspirando, acariciando y después, sus manos bajaron para palpar el cuello blanco de la joven, su sedoso cabello atrapado en los coleteros.
Marinette se dejó hacer, su respiración sonaba más fuerte que la de él y sus latidos eran tan escandalosos que parecían a punto de romperle el pecho. A lo mejor debía apartarse de ella, darle espacio para respirar mejor, para pensar si eso era lo que quería. Adrien solo podía sentir el modo en que ella se aferraba a las mangas de su chaqueta y sonreía, esperanzado.
De repente, un nuevo crujido cavernoso hizo vibrar el edificio entero, del techo cayeron un sinfín de motitas de polvo que pudieron ver gracias a que la bombilla se había detenido.
¿Había más silencio de repente?
Un nuevo chasquido, mucho más cerca, les hizo dar un respingo.
—La puerta —susurró Adrien, entonces—. Creo que se ha abierto.
Se pusieron en pie a la vez y, con cuidado, se acercaron a la madera, muy callados; ya no había gritos, ni golpes, ni el siniestro zumbido de robots deslizándose por ese pasillo ni ningún otro.
—¿Ha terminado todo?— preguntó ella.
Por si acaso, Adrien se colocó delante y tomó el picaporte de la puerta. Abrió muy despacio y echó un vistazo a través de una rendija: todo estaba tranquilo, el lugar parecía desierto. Cogió la mano de la chica y ambos salieron de la despensa, sin dejar de vigilar los dos extremos del pasillo, aguzando el oído, alertas por lo que pudiera pasar.
—Tenemos que ir a buscar a los demás —propuso Marinette y él estuvo de acuerdo.
Sin embargo, antes de que hubiesen dado un par de pasos, escucharon un murmullo de pisadas que se acercaban a toda prisa. Algunos chicos de la fiesta aparecieron por la esquina, todavía con aspecto asustado, y siguieron su camino buscando a los amigos que se habían escondido en otra planta. Eso los alentó a seguir y en cuanto llegaron al final del pasillo, descubrieron a Alya, Nino y Kagami, a salvo, y parados frente a la enorme puerta que comunicaba el hotel con la recepción. Ambos suspiraron de alivio al verles y los cinco corrieron a juntarse.
—¡¿Dónde os habíais metido?! —Les interrogó Alya, por supuesto, nada más tenerlos delante—. ¡Menudo caos!
>>. Ya pensábamos que los robots os habrían cogido.
Así descubrieron que, pese a su aspecto feroz y esa temible lucecita roja parpadeante, los robots no eran tan peligrosos como Chloe les había hecho creer. No habían disparado a nadie, claro, porque no iban armados. Sí que habían sido capaces de atrapar a algunos de los invitados con una cutre red de plástico para arrastrarlos hasta la salida, pero el mayor desastre lo habían provocado porque no dejaban de tropezarse y chocar entre ellos y contra el carísimo inmobiliario del hotel.
—Lo bueno es que nadie ha resultado herido —opinó Alya.
—Otro aspecto positivo es que yo he sido testigo de las deficiencias de estos robots —comentó Kagami, con los brazos cruzados—; y podré informar a mi madre de su inutilidad.
Adrien se encontró sosteniendo las ganas de echarse a reír. Después de semejante susto, toda la adrenalina que aún viajaba por su sangre era tan picajosa que necesitaba descargarla por medio de una carcajada sonora y amplia. Además que, no podía negar, ahora estaba de mucho mejor humor que antes.
Todos estaban a salvo y él aún sostenía la mano de Marinette sin que ésta se la hubiese soltado o hubiese intentado alejarse. El beso que habían compartido todavía hacía que le ardiera el rostro, la cabeza, el cuello, todo él entero.
—¿Y Chat Noir? —preguntó Marinette, entonces—. ¿No nos ha salvado él?
—¡Qué va! ¡Ni Chat Noir ni Ladybug han aparecido por aquí! —Se quejó Alya, quien siempre esperaba con ansias el encuentro con los héroes y por eso, parecía un poco decepcionada—. Al final, el alcalde llamó a su esposa y ésta fue la que logró que Chloe entregara el control remoto, eso sí, después de otro berrinche.
A Adrien se le hizo un poco extraño que su lady no hubiese acudido en esa ocasión. Se le pasó por la cabeza la curiosa idea de que, tal vez, Ladybug se encontraba ya entre los asistentes de la fiesta y le había pasado como él: se había quedado encerrada con más gente sin poder transformarse. En un impulso algo tonto, se estiró sobre las puntas de sus pies y repasó las caras de todos los que esperaban todavía allí.
¡Como si pudiera reconocerla así de fácil!
—¿Y Luka? —quiso saber Marinette—. ¿Dónde está?
—Se fue a buscarte en cuanto los robots aparecieron —contestó Nino, confuso—. La verdad es que pensábamos que estaría contigo.
La joven negó con la cabeza, angustiada por lo que pudiera haberle pasado al músico. Sus dedos se encogieron en el interior de la mano de Adrien y éste, comprendiendo, la soltó.
—Deberíamos ir a buscarle —propuso él.
—¡Marinette!
Todos se volvieron hacia la voz que había hablado y vislumbraron la melena azulada del chico abriéndose paso entre los jovenes todavía asustados. En cuanto los vio, aceleró el paso hacia ellos, con la misma sonrisa relajada de siempre y en perfectas condiciones, cosa que tranquilizó a los demás.
—¡Luka, menos mal que estás bien! —exclamó Marinette dando un paso hacia él. El músico le pasó un brazo por los hombros y la estrechó con suavidad.
—Y ya veo que tú también lo estás —replicó él, después miró a los otros—. ¿Todos estamos bien?
—Todos menos Chloe —Se burló Alya—. ¡A saber cuánto le dura el berrinche!
>>. Sea como sea, me parece que la fiesta se ha acabado.
—¡Nada de esto habría pasado si hubiese habido concierto de Jagged Stone! —Se lamentó Nino, una vez más y en esta ocasión, Adrien no pudo sujetar su risita.
—¿Nos vamos, entonces? —Alya consultó la hora—. Mi hermana Nora pasará a buscarnos con su coche, podemos llevaros a casa.
—A nosotros también nos vienen a buscar, ¿verdad? —Le preguntó Kagami a Adrien y éste recordó que, en efecto, su chofer pasaría a recogerlo.
—¿Y vosotros?
Marinette dirigió, entonces, una furtiva mirada a Adrien mientras que Luka respondía:
—Nosotros podemos volver caminando o en metro —Miró a su acompañante—. Lo que tú quieras.
—Pues... —Se encogió de hombros—; puede que caminar me venga bien.
Los seis se dirigieron hacia la salida del hotel, la cual ya estaba despejada de robots, pero no tanto de los estragos que éstos habían cometido por allí. Las mesas estaban volcadas y la comida ensuciaba el suelo entre los restos de globos rotos. La alfombra tenía multitud de manchas, las pisadas de las ruedas aceitosas que habían dejado sobre ella las máquinas serían muy difícil de quitar. A su lado, Kagami no dejaba de mirarlo todo con inquietante seriedad, puede que estuviera recabando todos los detalles posibles acerca de lo ocurrido para después contárselo a su madre. En cualquier caso, Adrien no se atrevió a hablarla, también por el hecho de que su mente se encontraba un poco desorientada.
Hacía unos minutos estaba besando a Marinette en aquella despensa y se había sentido más feliz que nunca, incluso sosteniendo su mano había retenido esa emoción dentro de él. Pero ahora, ella caminaba por delante de él, hombro con hombro con Luka y éste extendía su mano que, de vez en cuando, apoyaba en la espalda de la chica.
Además se iba a ir con él, cuando ni siquiera habían tenido ocasión de hablar de lo que había pasado entre ellos.
El coche de Nora llegó y se llevó a sus amigos. Después apareció el coche rojo de los Tsurugi y Adrien acompañó a la chica para abrirle la puerta.
—Habla con ella —Le siseó Kagami antes de meterse en el coche—. Con Marinette —Especificó, señalándosela con la cabeza—. Antes de que te quedes sin tiempo.
El coche se marchó y justo cuando él arrastraba los pies hasta sus amigos, el coche negro de su padre también hizo acto de presencia en la acera y no le quedó más remedio que despedirse.
—Nos vemos el lunes —No se le ocurrió otra cosa, menos con la amigable mirada de Luka sobre él. La expresión de Marinette era más complicada de interpretar, se le hacía más intensa mientras sus pasos lo alejaban de ella para llevarlo hasta el coche. No dejó de volver la cabeza ni una sola vez.
Se sentía fatal. ¡No quería separarse aún de ella! Ni verla irse con Luka.
Apretó los dientes porque no podía hacer nada y abrió la puerta del coche.
—¡Adrien!
Se volvió de manera súbita y vio a la chica trotando hacia él. Se arrojó a su cuello y le besó con un ímpetu maravilloso en los labios. El chico se quedó anonadado durante un segundo, pero sus brazos la atraparon al instante y la estrechó con fuerza, sin intención de soltarla nunca. Fue un contacto largo y tierno, hasta que sonó el claxon del coche para interrumpirles.
Se miraron, sonrojados y sonrientes.
—Te llamo esta noche —prometió él.
—¡Sí! —Marinette se retorcía las manos con un candor espléndido en las mejillas—. Mañana podríamos quedar para ir a patinar.
—¿Los dos solos?
Ella sofocó una risita.
—¡Sí, los dos solos!
Adrien le apretó la mano con cariño.
—Eso me encantaría.
El claxon volvió a sonar y él tuvo que irse, mucho más alegre y tranquilo. Se despidió de sus amigos una vez más con la mano cuando el coche aceleró y los dejó atrás y después, suspiró, arrellanándose en el asiento trasero.
¡No cabía en sí de emoción!
Pasaría todo el día siguiente con Marinette, los dos solos, como tendría que haber sido desde el principio. No iba a lamentarse sobre cómo habían pasado las cosas, porque estaba demasiado contento, demasiado eufórico, demasiado enamorado...
Lo que sentía por Marinette era tan poderoso que cualquier atisbo de miedo se había desvanecido. Estaba listo para que fueran felices, ¡estaba seguro de que lo lograría! Porque su amor era tan abrasador que podría derretir hasta el hielo más glacial del mundo.
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—Fin—
Acabar una historia siempre es un motivo de alegría, incluso cuando te da pena alejarte de los personajes por un tiempo. Terminar una historia que empezaste a escribir hace años, que ha estado viviendo en tu cabeza durante tanto tiempo, porque siempre supiste lo que pasaría y cómo acabaría, es algo maravilloso *___*
Este no fue el primer fic de miraculous que escribí, pero fue uno de los primeros que empecé y planeé hasta el final. Luego las palabras se me fueron y no sabía si algún día lo acabaría. Ha sido bonito reencontrarme con él.
Gracias a todos y a todas las que habéis llegado hasta aquí, espero que os haya gustado.
¡Hasta pronto!
-EroLady
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